
Capítulo 20
Después de las muertes de Viola y Clara, por fin comprendo que he estado navegando en un mar lleno de trampas, que no puedo dar un paso en falso. La tradición está por comenzar, tengo menos de cinco minutos. Mi pulso se acelera, no puedo evitarlo. Francesca no entiende nada de lo que ocurre, y Richard está dispuesto a forjar su propio destino, sin importarle lo que pase a su alrededor.
Me pongo el conjunto deportivo que me trajo ella, el mismo que es demasiado corto, cubierto por el vestido que me hice poner de nuevo. En ese momento, un golpe en la puerta me hace sobresaltarme. Nadie entra. Me acerco, abro, pero allí no hay nada. Al instante, mis ojos se fijan en una carta que está debajo de mis zapatillas. Cierro rápidamente la puerta, la tomo con manos temblorosas y la leo:
“El plan se ejecutará en una hora y media. Cuando suceda, ya sabes qué hacer. Ten cuidado, Richard tiene otras intenciones. El ritual no será como los anteriores, mantén la calma, piensa bien antes de moverte. No cargues con la culpa de lo que suceda esta noche. Solo piensa que podrás salvar a millones de personas de caer en las manos de Benedetti. Ya sabes qué hacer con esto.”
El frío recorre mi cuerpo. Temblando, busco un encendedor y entro al baño. Quemo la carta sin pensarlo más. Tres minutos después salgo, respirando entrecortadamente, y me encamino por los pasillos interminables. Algo en este palacio se siente diferente hoy. Las luces parecen cambiadas, la decoración tiene un aire hogareño que no me convence. Todos parecen sonreír, pero es tan falso... tan irreal.
En un instante, algo me agarra de la cintura y me atrae hacia una figura. No me detengo a mirar su rostro; sé perfectamente quién es. Ese aroma nauseabundo, esa manera de moverse con una arrogancia insostenible… solo él puede ser. Richard.
Finalmente llego al jardín izquierdo, donde todas las chicas prisioneras, vestidas de blanco, se agrupan. Los guardias, igualmente de blanco, forman un círculo alrededor. En el centro, dos tronos nos esperan.
Por otro lado, todos cantaban una melodía que se detuvo en cuanto llegamos. El miedo era palpable en los ojos de las chicas, y no era para menos. El ambiente estaba cargado de tensión, de algo que no se podía evitar.
Dos minutos después, Richard me condujo hacia uno de los tronos. Me senté con una sonrisa suave, casi tierna, y él asintió antes de tomar su lugar a mi lado. En ese momento, una figura apareció detrás de nosotros, saludándonos con cortesía. Era un hombre mayor, pero se veía sorprendentemente bien para su edad.
— Emnet, ¿no saludarás?
— No te preocupes, llegué más tarde de lo planeado, así que comenzaré ahora. Pero felicidades, hijos míos, espero que sean muy felices.
Con una pausa, continuó:
— Hoy, una vez más, hemos comprobado que el amor puede con todo, y sobre todo. Nuestro diablo ha encontrado a su elegida, mientras desciende de sus prisioneras innecesarias para cuidarlos. Y, por otro lado, se encuentran las historias que los unen.
¿Pero qué estaba ocurriendo aquí?
De repente, todos comenzaron a aplaudir. Richard se levantó con rapidez para hacer un anuncio.
— Durante años, la familia Benedetti ha logrado mantenerse firme, superando cada vez más sus tradiciones, y este año no es la excepción. He encontrado a mi dulce Emma. Por primera vez en la historia, el diablo no le concederá a su ángel la oportunidad de salvar a cinco guardianes.
¿Pero qué?
La confusión invadió el aire mientras todos se miraban entre sí. Un pequeño alivio se filtró en mí, ya que no tendría que tomar decisiones sobre quién vivía y quién no. Yo no era nadie para juzgar esa vida o muerte. Sin embargo, la inquietud me devoraba por dentro. Busqué a Francesca entre la multitud, quien parecía tan desconcertada como yo. Las chicas temblaban, no sabían qué les esperaba.
Lo que Richard había dicho no era un secreto: él había elegido a las guardianas para su ángel, aquellas que consideraba dignas de cuidar a Emma, dispuestas a dar sus vidas por ella. Las demás, simplemente, serían eliminadas. La inevitabilidad del destino me revolvía el estómago. A pesar de todo, me negaba a sentirme culpable, pues Emma siempre había disfrutado ser adorada, ser la envidia de todos. Algo en mí me decía que debía intervenir.
Me levanté rápidamente del trono y me acerqué a Richard, susurrándole al oído, sabiendo que, en ese momento, cualquier palabra podría cambiar todo.
— No las mates aún, mátalas al final de la noche, cuando hayamos terminado, para que mueran de envidia —dijo con una sonrisa falsa, coqueteando. Después de todo, no era mentira; todas querían estar en su lugar para evitar la muerte.
A pesar de todo, a él le encantaba la idea. Podía presumir de su nuevo ángel, su trofeo de victoria.
En cuestión de segundos, ella estaba a su lado, quien le sujetó la mano. Sin previo aviso, sacó una navaja y cortó su palma, repitiendo el proceso en él. Se miraron fijamente a los ojos y entrelazaron las manos, sellando un juramento.
Mientras los aplausos llenaban el aire, él aprovechó la ocasión y, sin previo aviso, la besó. Mia, incrédula, no reaccionó, aunque no lo detuvo.
— Desde hoy, el amo y su ángel son uno solo —gritaron todos al unísono.
En un abrir y cerrar de ojos, los guardias dispararon hacia el cielo, y él dejó de besarla.
— Es hora. Nuestro ángel ha demostrado sinceridad ante ustedes —anunció.
— Por lo que nadie, excepto ella, lo merece —completó.
En ese instante, rompió el vestido de Mia, dejando al descubierto el conjunto deportivo.
— ¿Confías en mí y en mi amor? —le preguntó, con voz suave. Era obvio que ella no sentía nada de eso, pero no tenía más opción que hacerle creer que sí. Tomó su mano y caminó a su lado.
Dos minutos después, todos los presentes los seguían hasta detenerse frente a un árbol, del cual colgaba una balanza.
— ¿Qué significa esto? —preguntó ella.
— El sello de nuestro amor —respondió él.
Luego, le amarró el brazo con una soga. Era evidente que Mia no quería acceder, pero sabía que si se oponía, las consecuencias serían peores. Aceptó, aunque sabía que sus planes no solo la perjudicarían a ella.
Fue enganchada al árbol, sin saber lo que le esperaba. A lo lejos, Mia vio a un hombre acercándose con un hierro caliente, que brillaba al rojo vivo, preparado para marcarla. El miedo le recorría el cuerpo, suspendida a treinta metros sobre el suelo, incapaz de hacer nada.
— ¿Quieres decir que soy de tu propiedad? No soy un objeto. —gritó, antes de que un dolor agudo la atravesara. El hierro se impactó en la parte baja de su espalda, dejándola marcada para siempre.
Los gritos de Mia se esparcieron por el aire. Francesca, desde la distancia, observaba, pero no se atrevió a intervenir. Era un ritual macabro, una tradición ancestral que demostraba el poder de Richard sobre ella.
Dos minutos después, Richard retiró el hierro de su espalda, pero los gritos seguían, resonando en el aire, hasta que finalmente el dolor la hizo desmayarse.
De inmediato, los disparos resonaron en el aire, impactando a sus hombres. ¿Quién se atrevería a atacar al diablo en uno de sus días más importantes?
"La ambición es solo una ilusión comparada con la realidad."
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