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Capítulo 17

La tarde estaba nublada y la lluvia no cesaba. En ese momento me encontraba frente a la ventana, observando la imponente vista de las montañas y las llanuras que se extendían hacia los árboles grandes y verdes que cubrían el horizonte. Aunque la brisa era fría, algo en ella me resultaba reconfortante. Aun así, no podía dejar de pensar que nunca volvería a sentir esa sensación, al menos no de la misma forma.

Si tengo que pagar el precio por mis decisiones, lo haré. Si mi vida es el costo que debo afrontar, lo aceptaré sin dudar. Al final, nacemos para morir, ¿no es así? Pero, ¿qué estoy diciendo? No, esto no es lo que quiero pensar.

— ¿Quién diría que sería tan complicado aceptar la cruda realidad?

Francesca ya sabía toda la verdad. Ya no podía seguir ocultando lo que había estado guardando, pero lo que realmente me conmovió fue el sacrificio que hizo Shantal. Ella no quería hacerme daño, ni mucho menos asesinarme. Solo quería que él sintiera esa culpa que la llevara a ganar su confianza. Al parecer, lo amaba demasiado como para ser la causa de su ruina, así que eligió destruirse a sí misma, por él.

Recuerdo que mi mente se llenó de dudas. No había olvidado ni un solo detalle; esto no era más que un teatro que había interpretado a la perfección.

Sé que muchos se preguntan por qué no le he contado a Richard lo que ha sucedido o por qué no la he delatado aún. La razón es que Francesca resulta ser hermana de Richard. En otras palabras, su padre tuvo un romance con la madre de Francesca, en una noche de copas. Sin embargo, ella no nació con los rasgos que se esperaban para ser la heredera.

De repente, la puerta se abrió con rapidez. Francesca apareció en el umbral, con una luz en sus ojos que me inquietó. “Es hora”, dijo, con firmeza.

A esa altura, miles de preguntas cruzaron mi mente. ¿Realmente quería ayudarnos, o era parte de un plan para arruinarnos?

“No confíes en ella”, me susurró mi conciencia, aunque sabía que no podía temer lo que se avecinaba.

Unos minutos después, me encontraba exactamente en el lugar donde todo había comenzado. El cuarto, con sus paredes blancas y piso de madera, me parecía ahora extraño, casi distante. Caminé hacia el baño, donde me planté frente al retrete, con una mezcla de anticipación y nerviosismo.

Mi mente recordó con claridad las palabras de Shantal. El momento que había temido finalmente había llegado. La clave para escapar de este lugar estaba allí, en el retrete, tal y como me lo había indicado. Miré dentro del agua y encontré una bolsa. La saqué con cuidado y, al abrirla, encontré un móvil. Al encenderlo, ingresé el código “662”, tal y como me habían indicado. Tras enviarlo, el móvil vibró y un mensaje apareció en la pantalla.

— ¡Por fin te has decidido! Has tomado la mejor decisión de tu vida. “Shantal” no se arrepentirá. Arqueman. Solo resiste tres días.

— ¡¿Qué?! Esto no puede ser. Shantal pudo haberlo hecho, pero no lo hizo.

— ¡Arqueman! ¿Quién es este hombre?

El miedo comenzó a apoderarse de mí, pero sabía que no podía detenerme ahora. Esto era solo el comienzo. Una gran necesidad de llamar a mi antigua casa me invadió, pero sabía que no valía la pena. No solo por el hecho de que no me creerían, sino porque las probabilidades de que él interceptara la llamada eran demasiado altas. En un abrir y cerrar de ojos, todo estaba como antes, sin dejar ni la más mínima pista de lo sucedido.

Al salir del pequeño baño, Francesca me esperaba en la puerta. Su expresión denotaba preocupación.

— ¿Y…?

— Solo falta...

— ¡No me digas nada! Richard no debe enterarse de esto.

— Si ya sabías, ¿por qué no lo hiciste antes? O al menos ella...

— Esa es una larga historia... — le respondí. — Tiempo tengo de sobra. Ella lo amaba profundamente, jamás pensó en traicionarlo hasta que llegaste. Así que alégrate. Pronto podrás salir de aquí y salvarlas a todas.

— ¿Y tú...?

— ¿Yo qué...? No tengo salvación ni perdón de Dios. Esto es lo mejor para todos.

— ¡Vamos! — Francesca insistió. — Tenemos que salir del subterráneo y llegar a la planta principal.

Al llegar a la planta principal, como era de esperarse, terminé de nuevo en aquella habitación encerrada.

— ¿Cómo he podido soportar todo esto? — Esa pregunta apareció en mi mente repentinamente. Me odiaba, sentía asco hacia mí misma por lo que había pasado, por no haber podido evitarlo.
— ¿La vida siempre será tan dura conmigo? Si es así, no tengo ni idea de qué haré.

Las palabras de Francesca no dejaban de rondar en mi cabeza. ¿Quién diría que los sueños se convertirían en realidad? Y, sobre todo, que las mentiras se tornarían en verdades. Cada día, personas nuevas entran en nuestras vidas, les damos acceso a lo más profundo de nosotros sin pensar en las consecuencias. Eso fue lo que hice con Jimmy. — ¿Jimmy…? — Una sonrisa amarga cruzó mi rostro.

— Creí que teníamos mucho en común, pero al final, todo resultó ser mentira. Debí habérselo dejado a la estúpida de…

— ¡Joder...! ¡Joder...! ¡Joder...! — Mi subconsciente me recriminaba. Aunque todo fuera falso, jamás perdonaría lo que me hizo, el engaño que me metió, y sobre todo, cuál fue su verdadera intención desde el principio. Padre e hijo…

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió, pero no me inmuté. Sabía que solo Richard o Francesca entraban. Sin embargo, cuando escuché una voz masculina y gruesa, supe que no era ninguno de ellos. Al girar, vi a un hombre alto, de cabello castaño y ojos verdosos. Su presencia emanaba una mezcla de superioridad y lujuria, su traje negro resaltaba, y su mirada era inquietante.

Nos miramos fijamente, pero ninguno de los dos pronunció una palabra.

— ¡Vaya...! Me dijeron que eras hermosa, pero no pensaba que es para tanto. — Rompió el silencio con una risa burlona. Lo peor de todo es que sabía perfectamente lo que iba a suceder. Ya entendía a qué se refería, y sabía que no podía salir bien parada de ahí.

— ¿Tú quién eres? ¡No te acerques! — Exclamé mientras me daba un paso atrás. — Si te atreves a hacerme algo, él te matará. — Traté de intimidarlo, pero él seguía acercándose, y no pude evitar sentir el miedo apoderándose de mí.

Una risa estruendosa salió de él. — ¿De verdad crees que me asustarás con eso? — Dijo, chasqueando los dedos con una actitud desafiante.

Lo que no sabía era que esta vez no iba a quedarme de brazos cruzados. Estaba dispuesta a todo para que la historia no se repitiera.

— ¿Dónde está Francesca? ¿Qué le has hecho? — Pregunté, intentando mantener la calma.

— ¿Qué crees que le hice? — Respondió, su sonrisa se ensanchó de forma sarcástica.

Se acercó más, hasta acorralarme contra la pared, invadiendo todo mi espacio personal. — No tienes que hacer esto, ¿sabes?

— Descuida, primero nos divertiremos un poco. — Con esas palabras, me atrapó, y al intentar escapar, me detuvo fácilmente. Era imposible, me encontraba atrapada.

En un abrir y cerrar de ojos, me lanzó al suelo y comenzó a arrancarme la ropa. Esa reacción me hizo actuar rápidamente: le di una patada en la entrepierna y, con lo que quedaba de fuerza, le impacté con un jarrón en la cabeza. La diferencia de fuerza era evidente, pero aún así, intentaba luchar.

Con un esfuerzo casi sobrehumano, logré levantarme del suelo y corrí hacia la puerta. Al intentar abrirla, me di cuenta de que estaba cerrada con seguro. No podía salir.

— Quizás lo había puesto cuando no estaba mirando. — Murmuró él mientras reía de manera burlona.

— ¿Qué pensabas, que dejaría la puerta abierta para que nos interrumpieran? — Dijo con diversión, claramente disfrutando de la escena que se estaba desarrollando frente a él.

Sin perder tiempo, se acercó y me dio una bofetada tan fuerte que me hizo caer de nuevo al suelo. La comparación con Richard era inevitable: ambos emanaban una aura de superioridad, de control absoluto. ¿Quién era este hombre?

Sangre comenzó a brotar de mis labios debido al impacto. Mientras tanto, escuché una voz familiar del otro lado de la puerta.

— ¿Mia...? — La voz me era familiar, aunque no era de Richard, lo supe inmediatamente. Si lo fuera, me habría llamado por mi nombre completo.

El hombre reaccionó al escuchar esa voz, aunque no comprendía quién hablaba. Sin embargo, no cambió sus planes.

Me arrastró hasta la ventana, donde había pedazos de jarrón roto. Tomó uno de ellos y lo clavó en mi pecho. La desesperación me invadió. Sin embargo, logré tomar un frasco de alcohol cercano y lo arrojé directamente a sus ojos.

En ese momento, escuché disparos fuera de la habitación. La puerta fue derribada, y alguien entró rápidamente.

— ¿Jimmy...? — Apenas pude susurrar, pero lo suficientemente fuerte para que me escuchara.

— ¡Mia! — Exclamó él, sorprendido.

Ambos nos quedamos paralizados, sin saber cómo reaccionar.

El hombre intentó sujetarme, pero Jimmy disparó a su espalda. El atacante, sin embargo, llevaba un chaleco antibalas, lo que no detuvo el ataque. Rápidamente, el hombre sacó su propia arma y disparó a Jimmy. Los disparos fueron rápidos, implacables.

Con un movimiento hábil, logré que el hombre perdiera el equilibrio y cayera por el balcón. Fue una caída fatal, no sobreviviría.

— ¿Qué he hecho? ¡Lo maté! Soy una asesina… — Las palabras salieron de mi boca, pero me sentí vacía. Mientras la culpa me devoraba, recordé lo que siempre me habían dicho: "Aunque sea tu peor enemigo, no le desees la muerte".

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