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Capítulo 10

Ha pasado un mes desde que ella se apagó, desde que su respiración cesó y sus ojos dejaron de moverse. La observo, inmóvil en la cama, y el dolor atraviesa mi pecho, desgarrándolo lentamente. Prometí que siempre estaría a su lado, que la cuidaría, pero he fallado. ¿Cómo he llegado a este punto? ¿Cómo puedo aceptar que está aquí, en este estado, sin poder hacer nada?

— ¿Cómo pudo cambiar todo tan rápido? — me pregunto. — ¿Hubo alguien más que robó su corazón? — La duda me consume. Pero sé que eso no es cierto. Él solo veía lo que quería ver. No entendía la realidad. Emma ya no estaba, y nada podría traerla de vuelta, no importa cuánto busque a otras chicas que se asemejan a ella.

Nada cambiaría, lo sé.

Lemnet-zk. Ese es el nombre que no puedo borrar de mi mente. La droga que la está consumiendo. Ya había probado con otros, pero ninguno sobrevivió más de un minuto. Sin embargo, ella es diferente. Su cuerpo, su resistencia, su fuerza… se adapta, como si hubiera sido diseñada para eso. Es como si, poco a poco, ella se estuviera convirtiendo en la misma sustancia que la está matando. Algo aterradoramente perfecto, y eso me fascina.

Mientras tanto, otros experimentos fracasaban, pero ella… ella se mantenía, desafiando todas las expectativas. En este juego de vida y muerte, ella se vuelve la clave. La cura de la droga, aunque no puedo explicarlo. Ni siquiera puedo creerlo. Mia, la chica que creí muerta, está despertando, y eso cambia todo.

Llevo horas perfeccionando los últimos detalles. Mi creación está casi completa, pero me falta lo más importante: que ella despierte. Y justo cuando lo único que espero es ver su respiración, alguien irrumpe en la habitación. Sarah, la nueva enfermera, corre hacia mí y me dice que la chica está entrando en crisis. No hay tiempo que perder.

Tratamos de revivirla con el desfibrilador, pero cada intento es un fracaso. Después de varios minutos de angustia, el monitor cardíaco confirma lo que temía: ya no hay signos de vida.

Algo dentro de mí se quiebra. Un pedazo de mi corazón se desmorona, dejando un vacío imposible de llenar. Ni siquiera Sarah me había visto así antes. Llevaba años trabajando conmigo, y nunca me había visto tan vulnerable. En su mente, una sola pregunta resuena: ¿qué tenía ella que pudiera provocar esto? Pero Sarah nunca preguntará, sabe mejor que nadie que no es algo que deba entender.

En un arranque de furia, me levanto, destrozo todo a mi paso y maldigo a Shantal, aunque no sé si ella realmente tiene la culpa.

— ¡Maldita seas, Shantal! ¡Por tu culpa! — grito, y la rabia me consume.

Justo cuando me preparo para deshacerme del cuerpo, la incertidumbre me paraliza. ¿Debo tirarla a la fosa común? La respuesta me golpea como un rayo.

— ¿Qué dijiste? ¡Repítelo! Nadie tocará a esa chica. Nadie.

Mis palabras son frías, pero mi mirada… mi mirada es hielo puro, desbordante de furia. Sarah no se atreve a cuestionarme más. En un instante, estoy de salida, dejando atrás el caos que he provocado.

Aunque aún no sé si la culpa de su muerte recae en alguien más, algo dentro de mí se resquebraja al tocar su cuerpo sin vida. En mi mente, un conflicto se libra mientras limpio su piel, le coloco un vestido blanco y trato de que luzca como ella. Al final, la llevo a su último arreglo, esperando que quede perfecta.

Pero algo cambia. Al regresar con un cepillo y un espejo, me detengo. Mi mente no puede procesarlo. Ella… ella está viva. No puede ser. El monitor, la falta de pulso, todo indicaba que había muerto, pero allí está, como si nada hubiera pasado.

¿Cómo es esto posible? ¿Cómo se ha levantado de la muerte?

Estoy desconcertado, pero lo que siento es una mezcla de miedo y fascinación. Si ella está viva, tal vez todavía puede ser mi herramienta, la clave para todo. Shantal ha muerto, y Mia, la única que queda, es ahora la elegida para el juego que he estado preparando. ¿Mi ángel está vivo? ¿O todo esto es una nueva pesadilla?

— Mi cuerpo reacciona de inmediato, como si algo dentro de mí se hubiera despertado al fin. Pero la sensación es extraña, como si fuera un milagro, o quizás solo una ilusión creada por el dolor y la desesperación.

— ¡Ahhh! —Se queja.

Mi corazon late con fuerza, el dolor me hace temblar, pero mis ojos se clavan en ella, aquella figura que se acerca con una mirada decidida, desafiante. Siento su presencia como una carga sobre mis hombros, como si fuera ella quien me mirara, y eso me irrita profundamente.

— ¿Quién eres tú, y qué pasó con Shantal? — pregunto, pero mi voz sale desafiante, como si quisiera controlar la situación.

— Las preguntas no las haces tú, niñata. Soy yo quien pregunta aquí, ¿entendido? — La respuesta es tajante, fría, y me recuerda los momentos de tortura que él me infligió.

No responde a mi pregunta, pero su actitud habla más de lo que podría decir. Me ignora, y eso parece molestarle aún más. A mí, sin embargo, no me interesa. Ya he comprendido que todos aquí están bajo su control, pero eso no significa que me rendiré. Al contrario, lucharé hasta el final, hasta que mi objetivo se cumpla. No voy a ser otro cadáver más en esta lista de víctimas.

El aire está cargado de tensión, puedo ver cómo se le marca la rabia en su rostro. Pero sé que no me tocará. Ella no tiene poder sobre mí, no todavía.

—Cuando llegue el momento, yo te ejecutaré personalmente. Ya lo verás. — Su amenaza resuena en el aire, pero mi determinación no flaquea. Lo sé, lo siento. Tarde o temprano, ella será solo otra sombra en mi camino.

Sin previo aviso, me agarra del pelo y me arrastra de la camilla, tirándome al suelo como si fuera un objeto sin valor. Luego me encierra con las demás chicas, todas ellas mirándome con una mezcla de sorpresa, desconfianza y, por supuesto, odio. Pero no entiendo por qué me odian, ni siquiera me importa. Ahora mi mente está ocupada con un solo pensamiento: sobrevivir. Salir de este maldito lugar.

Me acurruco en una esquina, todavía atónita por todo lo que está sucediendo. El dolor físico es nada comparado con lo que siento por dentro, por lo que he tenido que soportar. Pero no voy a quedarme allí, sumida en la desesperación. No quiero morir aquí.

— ¿Estás feliz con lo que has hecho? ¡Por tu culpa, ese desgraciado ha matado a más de 20 chicas! — Una voz me atraviesa, una chica que parece enfurecida.

— ¡María, detente! Aquí nadie tiene la culpa de nada. — Otra voz, calmada, intenta interceder.

Todas las chicas en esta sala tienen entre 16 y 17 años, todas atrapadas en este infierno que ni siquiera entienden por completo.

— ¿De verdad vas a defenderla, Alice? —su voz se quiebra, pero me da igual. No necesito que nadie me defienda.

— No necesito que nadie me defienda — Alice responde, mostrando una actitud que no puedo más que despreciar.

— ¡Qué cínica eres! Solo piensas en ti misma, no en nadie más. — Me grita otra chica, pero me da lo mismo.

— ¡Cállate! — Grito, mi rabia explotando. — Tú no sabes lo que he pasado. Ninguna de ustedes lo sabe.

La atmósfera se tensa, todas las miradas se centran en mí, algunas llenas de desdén, otras de miedo. Yo no tengo miedo. Ni de ellas, ni de lo que venga.

— ¡Gracias a Dios no sigues aquí! — Dice una de las chicas, pero mi atención no se desvía.

— Estoy muy joven. No quiero morir así. ¿Crees que yo quiero? — otra voz se alza, temblorosa, y aunque me duele, no tengo tiempo para compadecerme.

El caos se desata entre ellas, y yo solo puedo sonreír, una sonrisa vacía, sin gracia.

— ¿De qué te ríes? — La misma chica de antes me pregunta, furiosa.

Mis palabras salen frías, pero claras. — ¿Qué creen que están haciendo? Miren cómo pelean entre ustedes, como perros y gatos, mientras el verdadero enemigo sigue ahí afuera. No vamos a ganar nada peleando entre nosotras. Si seguimos así, moriremos más rápido.

El lugar cae en un silencio pesado. Cada una se retira a una esquina, procesando mis palabras. El sitio huele a humedad, a ratas, y las paredes están llenas de marcas y graffiti. Un armario se asoma a lo lejos, tal vez con algo de ropa, y eso me dice que debe haber un baño.

—¿Cómo te llamas? — Alice me pregunta, su tono más suave ahora.

—Levanto una ceja. — ¿Antes de llegar a este infierno? — Mi voz suena mordaz, pero no me importa.

—Mia. — Contesto, mi nombre es lo único que me queda.

—¡Mia! Significa "la elegida", ¿verdad? — Alice murmura, como si lo hubiera estado pensando. — Mi nombre es…

—Alice, ya lo sé. — La interrumpo, y una parte de mí siente algo parecido a la gratitud. —Y gracias por las molestias.

—¿Estás pensando en escapar? —Alice se me acerca, y algo en su voz cambia.

—¿De dónde sacas eso? —Respondí. — En este infierno no hay mucho que pensar. La única forma de salir de aquí es ganándote su confianza, y créeme, nadie lo ha logrado.

— Mira a Shantal, tantos años aguantando, para terminar muerta por… — La miro, mi corazón se acelera. — ¿Qué dijiste? ¿Cómo que Shantal está muerta?

— ¿No lo sabías? Él la mató, y nadie sabe por qué. Si quieres sobrevivir, la única forma es hacer lo que él quiera. Póntelo claro, no hay otra opción.

Las palabras me golpean como un mazazo, pero no me rindo. No tengo intención de ser otro cadáver más.

— Estás loca si piensas que voy a hacer eso. ¡Primero muerta! Y eso no sucederá, al menos no en sus manos.

— La única forma de salir de aquí y tener una mínima posibilidad es ganándose su confianza. Créeme, eso no lo lograrás. Nadie entra ni sale sin su permiso. — Alice se levanta de repente, dejándome sola con mis pensamientos.

Y es en ese momento cuando una idea brillante se forma en mi mente, tan brillante como estúpida. Pero no me importa. Si es la única forma de escapar de este infierno, la tomaré.

— ¡Renacer de nuevo! — Susurro para mí misma, la venganza ya no es solo un deseo, es una necesidad.

El demonio ha encontrado su ángel, pero este ángel lo desprecia más que nada. Y cuando se entere de lo que ha hecho, cuando sepa que he sobrevivido, será su perdición.

Es hora de hacerle pagar todo el daño que me ha causado. Él llorará lágrimas de sangre.

Venganza.

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