Capítulo 6 - Un día común en Paladset
👀💀♥️
Habían pasado tres días desde mi llegada a Copenhague y sentía que mi vida había cambiado más que el los veintiún años de mi existencia.
Las cosas poco se habían ido calmando en Paladset, aunque Sten seguía sin dirigirme la palabra y yo continuaba sin dirigírsela a mi madre, pero el hecho de que las organizaciones poco a poco hubieran regresado a sus territorios me hacía sentir menos asfixiada.
Y el que Fiorella se hubiera quedado conmigo también era de gran ayuda para evadir cualquier tipo de acercamiento con las mujeres del clan que "casualmente" se había quedado en Dinamarca: El turco...
—Sabía que había visto a esa mujer en algún lugar, así que me puse a investigar un poquito y ¡Evviva!... La encontré —dijo con una sonrisa triunfante.
—¿De quién hablas, Fiore? —La miré a través del espejo con la frente arrugada.
En un momento estábamos hablando de los entrenamientos (a los cuales ya no me podía negar a asistir) y al siguiente había cambiado la conversación drásticamente, refiriéndose a sabrá Dios quién.
Habían pasado un par de días desde mi conversación con Nasra, después de eso solo habíamos coincidido en una ocasión y había sido de manera fugaz, pues estaba encargándose, junto con mi padre, Ilhan y Farid, de coordinar la importación del primer cargamento de armas fabricadas por su organización.
Recordé la expresión del tío Alekséi al enterarse de aquello. Había estallado de emoción cuando le hablaron de las características de estas; con un calibre más potente, pero aún así más ligeras y fáciles de sostener y transportar; con un mejor alcance en detonaciones a larga distancia; municiones especiales que se expanden al tocar el objetivo, alcanzando un diámetro de hasta treinta centímetros dentro de este. En pocas palabras, más letales.
Mi tío (en general la mayoría de los miembros de la mafia rusa) tenía una obsesión insana por esas cosas.
—Fue reina de belleza de Israel, a los dieciocho años... —La voz de Fiorella me sacó del ensimismamiento.
Parpadeé un par de veces con más confusión que en un inicio. Volví a centrar mi atención en su imagen, a través del espejo. Tenía la frente arrugada, los brazos cruzados sobre el pecho y me miraba con indignación.
—Me tienes hablando como idiota desde hace treinta minutos, Eleanor ¡Qué falta de respeto! —Se quejó.
Suspiré con pesadez, dejé el cepillo sobre el tocador y me encaminé hasta la cama para sentarme junto a ella.
—Lo siento, Fiore. Tengo la cabeza llena de problemas —Me sinceré.
Mi amiga me miró comprensiva y torció el gesto.
—Lo sé... yo... Soy yo quien debe pedirte una disculpa, Leo —dijo. Fruncí el ceño —. Es que... No quiero escucharme como una perra egoísta, pero... —Dudó un segundo, jugueteando con sus dedos y moviéndose con nerviosismo sobre el colchón.
La miré con detenimiento en tanto enarcaba una ceja, instándola a continuar con lo que fuera que iba a decir.
Se aclaró la garganta antes de continuar con su atropellado discurso.
—Yo no veo el problema, Leo —comentó finalmente, ganándose una mirada desconcertada de mi parte —. Si yo estuviera en tu lugar, me casaría con los ojos cerrados con el turquito —Abrí los ojos de par en par ¿Estaba escuchando bien?
Abrí la boca para refutar su comentario, pero ella se apresuró a continuar.
—Yo sé... yo sé que estás perdidamente enamorada de André, pero ambos sabían que su relación es prácticamente imposible —agregó —. Nosotras sabemos desde siempre que si algo no conviene a la organización, simplemente no está a discusión.
En eso tenía razón.
—Además, Nasra es un hombre bastante atractivo —continúo diciendo. Se puso de pie y comenzó a caminar por mi habitación, observando y toqueteando todas las cosas —, se ve que tiene experiencia en... muchas cosas —me miró de una manera sugerente con ambas cejas levantadas y una sonrisa coqueta —, y, por lo poco que he visto, parece todo un caballero... Realmente no creo que tu vida a su lado sea una tortura.
—¿Estás tratando de decirme que cederías a la voluntad de tu padre y atarías tu vida a alguien que apenas conoces solo por conveniencia? ¿El amor no importa, entonces? —pregunté a la defensiva.
Sonrió con ironía.
—El amor no es para nosotras, Eleanor —dijo con firmeza.
Me pregunté cuántas veces habría escuchado esa misma frase antes de que terminara echando raíces dentro de su cabeza.
—Mi madre se casó por amor —espeté.
—¿Estás segura de eso? —La pregunta me tomó por sorpresa.
Abrí la boca un par de veces pero no fui capaz de responder.
¿Alina y Sten se habían casado por amor?... Yo siempre supuse que así había sido, desde pequeña los había visto tan enamorados, eran el uno para el otro. Mi padre trataba a mi madre como su mayor tesoro y la vida de ella se movía en perfecta sintonía con la de él, como la luna con la tierra. Pero... ¿Y si no siempre hubiera sido así?
Fiorella suspiró y volvió a sentarse a mi lado. Sujetó mis manos entre las suyas y me sonrió débilmente.
—Leo, aún estás a tiempo de hacer de André un bonito recuerdo. Por favor —dijo con súplica —, no intentes nada estúpido; no me gustaría ver que terminas como la Capuleto y su amor trágico... Eres esa hermana que la vida no me dio, quiero verte bien, sana y salva.
"¿Y qué hay de la felicidad?"
Se cuestionó mi subconsciente.
Fiorella tenía razón en varias de las cosas que acababa de decir. Solo existían dos opciones para mí: Convertirme en la esposa de Nasra o terminar muerta; porque el negarse a un compromiso pactado dentro de mi mundo, era poner una bala directo en tu cabeza por traición.
Tal vez era momento de poner los pies en la tierra y aceptar mi realidad.
Desterré todos aquellos pensamientos negativos de mi cabeza, no quería empezar mi día con mi mente llena de porquería o, tal vez, era demasiado cobarde para aceptar lo que correspondía y quería seguir viviendo en mi mundo de fantasía un poco más. Cómo fuera el asunto, decidí zanjarlo y cambié de tema:
—¿Y bien?... ¿Quién fue reina de belleza a los dieciocho años?—Continué con la frívola plática del inicio.
Fiorella me miró confundida por un momento, sin comprender mi cambio de plática tan repentino, pero enseguida se le iluminó el rostro y ensanchó una sonrisa.
—¡Tu futura suegra! —canturreó con genuina emoción.
No pude evitar la carcajada sarcástica que brotó desde lo más profundo de mi ser. Ni tampoco mi comentario venenoso, pero realmente había sido lo primero que se me había venido a la mente, en cuanto escuché semejante ironía.
—¿No se supone que lo que más desean las reinas de belleza es la paz mundial?... Y mira esta con quién se vino a casar.
Fiore hizo un ademán con la mano, restándole importancia a mi comentario.
—¿Crees que aún mantenga contactos en el certamen? Tal vez podría ayudarme a entrar...
Puse los ojos en blanco y negué divertida.
—Ella fue reina de belleza de Israel, Fiore... Tú eres italiana.
***
Después de que Fiorella terminara de armar su plan futuro como reina mundial de belleza, salió de mi habitación decidida a iniciar la fase uno: Ganarse la amistad de Nabila.
Mientras tanto, yo terminé de alistarme para el inicio de mis actividades.
Sujeté mi cabello en una coleta alta y me ajusté los guantes de entrenamiento, mientras me dirigía al búnker que había sido construido bajo la mansión y el cual fungía como como gimnasio y área de entrenamiento, entre otras cosas que prefería no especificar.
Los chicos ya estaban esperándome cuando llegué; Tanya y Helge se encontraban en la parte del fondo, practicando algunas técnicas en un saco de box; mientras que Alf estaba sentado en una banca a un costado del salón de entrenamiento, concentrado en ajustar sus botas de combate.
¡Mierda!
Grité internamente, al mismo tiempo que él reparaba en mi presencia y fijaba su mirada en mis pies, o mejor dicho, en los jodidos tenis para correr que llevaba puestos. Lo ví tensar la mandíbula y arrugar la frente, aunque no comentó nada al respecto. Ví como su pecho se inflaba mientras aspiraba profundamente, para después ir liberando el aire entre pausas, como tratando de mantener la calma.
A veces me sentía juzgada por aquellos ojos castaños, tenía la facilidad de hacerme sentir bastante torpe con una simple mirada.
¿Cómo si no tuviera suficiente con Sten?
Alf había sido el último en integrarse a mi equipo de seguridad personal y aunque había tratado de incluirlo, no como simple empleado si no como amigo, al igual que Tanya y Helge, era tan reacio y serio que las cosas al final no habían salido como esperaba. Aquel chico estaba cerca de cumplir los veintisiete años, pero su actitud impasible y profesionalismo le daban un aspecto bastante más maduro.
Se enderezó y apartó los mechones de cabello oscuro que habían caído sobre su frente, apoyó las manos sobre sus rodillas y se puso de pie para dirigirse a dónde yo estaba.
¡Por todos los dioses!
Había olvidado la significativa diferencia de estatura entre nosotros, además de que las plataformas de las botas lo hacían crecer aún más, mientras que yo había reducido algunos centímetros por la falta de tacones.
—Señorita, Eleanor —Asintió con respeto —¿Está lista?
—Andando —dije, palmeándole el hombro (igual a como había visto en las películas) y dirigiéndome hacía el área con colchonetas.
Los entrenamientos simulaban situaciones bastante reales dentro de Paladset, los guardias no se andaban con nimiedades. Las batallas cuerpo a cuerpo eran intensas, solo paraban cuando uno de los contrincantes se rendía o estaba en un estado deplorable.
Sin embargo, conmigo la situación era bastante diferente y no sabía si eso me hacía sentir mejor o peor. Alf estaba conteniendo la fuerza en sus golpes y movimientos, pero aún así me estaba costando trabajo esquivar y contraatacar. Me sentía oxidada.
Nunca había sido hábil realmente, pero todo el peso de las malas nuevas se estaba acumulando sobre mí, volviéndome incluso peor que en el primer entrenamiento que tuve a los diecisiete años.
Después de un par de horas practicando golpes con las palmas de las manos y a puño cerrado, así como llaves y otras técnicas de sumisión de MMA, en las que también se habían integrado Tanya y Helge, decidí dar por terminado el entrenamiento del día.
Tomé una pequeña toalla de la estantería, para secar el sudor que bañaba mi frente y mi cuello mientras abandonaba el búnker.
No había nada que deseara más que tomar un baño de tina para destensar los músculos y descansar un rato antes de tener que prepararme para mi segunda lección del día: Práctica de tiro.
Si había estado pésima en el combate cuerpo a cuerpo, no quería ni imaginarme cuánto me iba a costar acertar un tiro dentro de la diana.
Suspiré exasperada.
Comencé a refunfuñar por mi situación mientras me dirigía a mi habitación. Siempre que estaba en Dinamarca mis días eran iguales, era como un círculo vicioso en el que debía recuperar las habilidades que había perdido durante mi año en Londres.
Cerré la boca y paré en seco cuando de una de las habitaciones del ala este, salió Farid Akdemir, vestía un traje negro con camisa satinada del mismo color que convivía armoniosamente con su piel bronceada.
—Prinsesse... —dijo mientras enarcaba una ceja, metía una mano en la bolsa delantera de su pantalón y ladeaba ligeramente la cabeza, apoyando su cuerpo en el marco de la puerta.
Su voz me había dejado helada y la sensación se hizo más grande cuando sus ojos dorados recorrieron mi cuerpo detenida y descaradamente, haciéndome sentir incómoda. Maldije haber elegido aquel conjunto de lycra para mi entrenamiento.
Dí un rápido asentimiento de cabeza como saludo, mientras cubría discretamente la piel expuesta de mi abdomen con la toalla, que, en aquel momento, parecía haberse encogido.
Una diminuta pero perceptible sonrisa torcida apareció en los labios de Farid. Algo.me decía que se estaba deleitando con mi reacción.
—Si me disculpa... —dije, pasando de largo, siguiendo por el pasillo.
Caminé lo más rápido que nos pies me lo permitieron, pero sin llegar a obviar el hecho de que que quería escapar de esa intensa y escalofriante mirada que aún sentía puesta sobre mi espalda (O al menos me forzaba a pensar que era en mi espalda en dónde estaba puesta).
Aseguré la puerta de mi habitación y descansé la espalda sobre ella, tratando de disipar aquella horrible sensación. Después de unos minutos, cuando mi corazón se hubo acompasado, preparé la tina con esencias florales y burbujas, me deshice de la ropa y me sumergí en el agua tibia. La sensación fue deliciosa. Aspiré profundamente e hice mi mejor esfuerzo por poner mi mente en blanco, pero un par de ojos avellana no me lo permitieron del todo.
Aún no había encontrado el momento para comentarle la situación a André, habíamos platicado muy poco debido a que el asunto de los cargamentos que estaban preparando para enviar a América lo tenían bastante ocupado. Desde hacía un par de años, Magnus le había delegado la responsabilidad de varios asuntos, prácticamente død klan ya contaba con dos líderes en lugar de uno.
Mis padres no habían vuelto a mencionar el tema del compromiso, aunque eso no significaba que no siguiera en pie y tampoco era algo que simplemente le diría por teléfono como si se tratara del nuevo color de uñas que había decidido usar. Sin embargo, el reloj corría y me presionaba.
Salí del baño con mejor semblante y un poco más de valor. Así que aproveché esa pequeña brecha en mi mundo de cobardía y le envíe un mensaje diciéndole que algo importante había ocurrido en Paladset y necesitábamos vernos.
Volví a dejar el móvil sobre la mesita de noche y me metí a la cama, aún con la bata puesta.
No supe cuánto tiempo dormí, desperté desorientada cuando unos fuertes golpes en la puerta se hicieron presentes, mis ojos viajaron de manera automática a la ventana, a través de las delgadas cortinas pude ver el sol ocultándose.
¡Maldita sea! ¡La estúpida práctica de tiro!
No me sorprendía nada que el que estuviera a punto de derribar la puerta fuera Sten, hecho una furia.
—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
Salí corriendo de la cama y me apresuré a abrir. En serio, mi cerebro aún no estaba del todo despierto, por lo que pasé por alto el hecho de que aún llevaba nada más que la jodida bata de baño encima (que, para variar, el nudo se había aflojado un poco mientras dormía), así que fueron los ojos color caramelo oscuro que me miraron, los que se encargaron de recordármelo.
El entrecejo de Alf se arrugó un segundo, mientras su mirada viajaba fugazmente de mi rostro a mi hombro desnudo, para luego centrarse en un punto en la nada, por encima de mi cabeza. Mientras tanto, yo acomodé la manga de la bata que continuaba deslizándose por mi piel y ajusté el moño.
Alf adoptó una postura firme, antes de hablar.
—Mis disculpas señorita. No era mi intención interrumpirla.
—Está bien, Alf. Yo me disculpo... supongo que ya voy tarde para la práctica ¿cierto? — En realidad no hacía falta que me respondiera, bastaba con verlo para darme la razón.
Llevaba jeans negros, camiseta ajustada de manga larga del mismo color, botas (Que esta vez yo, por ningún motivo, pensaba olvidar) y una funda de pecho en la cual descansaba su glock.
—Su padre me envió a buscarla, ha estado esperándola en el campo de tiro.
—Mierda —murmuré para mí —¿Cuánto tiempo llevo de retraso, exactamente?
Alf me dio un vistazo rápido.
—Casi una hora.
Abrí los ojos, sorprendida.
—Gacias Alf, voy enseguida —apunté.
Cerré la puerta y me dirigí corriendo al clóset.
No me quedé a ver si Alf se iba o se quedaba en el pasillo a esperar que estuviera lista, pero estaba segura que sería la segunda opción. Conociendo a Sten, podía jurar que le había ordenado a Alf llevarme hasta allá (a rastras si era necesario), seguramente mi padre había creído que estaba evitando la práctica.
Me acerqué al librero y tomé mi arma para salir apresurada de la habitación. La enfundé dentro de la cinturilla de mi pantalón y la cubrí con el suéter antes de cruzar la puerta.
Ya en el pasillo, volví a sujetar mi cabello para disimular la maraña en la seguramente se había convertido. Esta vez mi ropa imitaba un poco a la del hombre que caminaba totalmente impasible a mi lado (Jeans oscuros, suéter canalé negro y, desde luego, las jodidas botas de combate).
Bajamos hasta el búnker, pero en esta ocasión no nos detuvimos en las primeras salas; caminamos por un pasillo que se encontraba en el extremo derecho y que recorría de punta a punta el lugar.
Nos detuvimos frente a las últimas puertas de cristal blindado, Alf tecleó su clave de seguridad personal y estas cedieron, permitiéndonos ingresar a la sala de control del campo. Todos los que teníamos permitido ingresar ahí teníamos una clave diferente, así el sistema y Sten llevaba un registro exacto de quién entraba y salía.
Localicé a mi padre frente a una mesa, limpiando la empuñadura de su arma. Sus ojos viajaron hasta nosotros en cuanto nos escuchó ingresar, pero enseguida volvió a centrarse en lo que hacía.
—Llegas tarde —apuntó con total seriedad.
—Buenas tardes... Mi día ha ido bastante bien, papá. Gracias por preguntar... ¿Qué tal ha estado el tuyo?
Sten me lanzó una mirada de advertencia. Contuve las ganas de rodar los ojos y caminé hasta la vitrina de cristal donde descansaba todo un arsenal. Ingresé mi clave y abrí uno de los gabinetes, donde sabía que se guardaban las municiones. Me gustaba guardar los cartuchos de mi habitación, para cualquier tipo de emergencia.
Ya tenía perfectamente memorizado el proceso así que, cargué el cartucho, me coloqué los protectores de oído y me dirigí hasta la línea de fuego.
Con un asentimiento de cabeza por parte mía, Alf se dirigió al panel del costado e hizo descender el riel donde se encontraban sujetos los objetivos, con dianas impresas en distintas partes del cuerpo.
Empuñé mi arma con ambas manos y me preparé para disparar, bajo la mirada crítica de mi padre. Aspiré profundo y fijé mi objetivo, acaricié levemente el gatillo con mi dedo índice, mientras exhalaba pausadamente.
—Un enemigo no te va a dar tanto tiempo para prepararte, Eleanor —comentó.
Apreté los ojos. Lo sabía. Pero aún albergaba un uno por ciento de esperanza de que jamás necesitara accionar un arma fuera de ese lugar o cualquier otro sitio de entrenamiento.
Traté de ignorar las palabras de mi padre y volví a tomar mi posición.
Alf se colocó a mis espaldas y con un ligero empuje de su pie contra los míos, separó un poco más mis piernas.
—Voy a tocarla, señorita —musitó.
Su aliento golpeó mi nuca provocando una reacción involuntaria en mi cuerpo. Asentí, sin darle importancia a mis vellos erizados.
Alf sostuvo mis hombros y me obligó a enderezar mi postura, después sus manos se apoyaron en mis caderas, instándome a flexionar un poco mis piernas.
—Bien —dijo, alejándose unos cuantos pasos.
Volví a empuñar mi arma y lo miré de soslayo. Su asentimiento me indicó que estaba lista. Una vez más fijé mi objetivo, era el más cercano y tenía la diana dibujada justo al centro del estómago. Sin pensarlo mucho tiré del gatillo, mientras me concentraba en no cerrar los ojos a causa del impacto.
El olor a pólvora invadió mis fosas nasales, volviéndose desagradable de momento. Miré atentamente el panera al que acababa de dispararle, el punto rojo del centro continuaba intacto. La bala se había incrustado en el borde entre la tercera y la cuarta línea.
¡Mierda!
<<Está bien. Es tu primera vez después de mucho tiempo>>.
Me animé mentalmente.
Un suspiro exasperado brotó de mi padre.
—Parece que tienes trabajo extra que hacer —dijo. Me giré a verlo, pero no era conmigo con quien hablaba, estaba parado frente a Alf, quién simplemente asintió.
Sten guardó su arma dentro del cinturón de su pantalón y comenzó a caminar rumbo a la salida.
—A partir de hoy serán cuatro horas diarias de práctica de tiro, más tres de combate ¿Quedó claro? —Esta vez sí se dirigía a mí.
Apreté la mandíbula y sujeté con más fuerza la empuñadura de mi Springfield, más no respondí.
—¿Eleanor? —instó con dureza.
—Como todo lo que tu ordenas, padre —respondí en tono ácido.
Sten simplemente ignoró mi comentario y abandonó el lugar.
Estuve dentro de esa habitación las cuatro horas que mi padre había demandado, el hecho de que Alf fuera mi única compañía no aminoraba para nada mi hartazgo y aburrimiento. El hombre no hablaba más de lo necesario.
Mi teoría era que Alf era un alma vieja atrapada en el cuerpo de un joven, porque no hallaba otra explicación para tanta seriedad.
Eran casi las once de la noche cuando por fin pude subir a la cocina a buscar algo de comer. Mi estómago rugía. No había probado más bocado que el desayuno, aquella siesta me había robado el día. Me preparé una rápida ensalada mixta con queso de cabra y una taza de café y me senté en la barra de la cocina a disfrutar de mi cena.
Aunque podía ver a los guardias haciendo sus rondas a través de la ventana, agradecí el silencio y la oscuridad que me abrigaban dentro de la mansión.
Después de un rato regresé a mi habitación con la intención de descansar, pero todo se fue al caño cuando cierta italiana extrovertida me recibió enfundada en un corto vestido de lentejuelas multicolor.
—¿Estás lista? —preguntó con una sonrisa enorme en el rostro.
—¿Para qué se supone que debería estarlo? —Arrugué la frente.
—¡Nos vamos de fiesta esta noche! —vociferó eufórica.
<<¡Maldita sea!>>
***
Hola, hermosas!
Una disculpa, por tardar tanto en actualizar 😅 la semana pasada puse toda mi atención en escribir un capítulo especial para otra de mis historias, que, además, se extendió más de lo esperado ♥️
Pero bueno, espero que les haya gustado este capítulo... 👉👈
Hay personajes poco a poco van a ir ganando importancia. Les voy a dar belleza masculina descomunal para todos los gustos y harto shippeo jejeje.
Hasta aquí el comunicado, pequeños mafiosos.
Nos leemos pronto 😉
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