Una pequeña de aproximadamente diez años corría alrededor de la fuente del castillo, tenía largos cabellos castaños claros, ligeramente ondulados y con un flequillo hacia los lados; portaba unos hermosos ojos color esmeralda que brillaban cuando la potente luz solar chocaba con ellos; tenía una estatura media y vestía con un pantalón café y una camisa blanca. En su cara estaba dibujada una sonrisa mientras se encargaba de esquivar todos y cada uno de los intentos por tocarla que hacía un niño un poco menor que ella.

—Venga, Edén, así jamás me atraparás —retó, dándose la vuelta trotando en el lugar para ver al varoncito acuchillado tratando de recuperar el aire.

—No es justo —farfulló Edén, haciendo un lindo puchero en señal de reproche—. Eres más grande que yo, Aurora, deberías darme ventaja.

El niño aparentaba unos ocho años, tenía cabellos cortos a la altura de los hombros, negros como el azabache y relucientes; sus ojos también eran color esmeralda, sin embargo eran ligeramente más pequeños que los de Aurora; era muy pequeño y tenía un rostro tierno.

—No seas nenaza —le dijo, con voz quejimbrosa pero con un atisbo de sorna—. Anda, levántate, ármarte de valor y persígueme.

—¿Y si no quiero? —cuestionó, corriendo la mirada.

—Entonces tendrás que vestir como mujer —contestó la fémina, sacándole la lengua, segundos antes de lanzarse a volver a correr.

El pelinegro murmuró mil maldiciones y se llenó de energías para poder regresar a su tarea. Estaban jugando, pero eso no impedía que quería derrotar a su odiosa prima, quien solo por ser dos años mayor ya se creía la gran cosa y más fuerte que él; pues no, le demostraría que también podía perder.

A tan solo unos metros, y embelesados con la escena, los padres de los muchachos se encontraban bajo la sombra de un árbol, sentados sobre un gran mantel preparado para un picnic.

Meliodas estaba acostado a lo largo, hubicando su cabeza en el regazo de su esposa, quien peinaba sus doradas hebras con dulzura y constancia. Los dos se fijaban en su ya no tan pequeña hija Aurora, que había heredado la energía de su padre y la terquedad de su madre, una combinación que como resultado dió a una niña independiente y muy vivaz, llenaba de alegría sus días.

Celeste tenía apoyada su cabeza sobre el hombro de Zeldris, de vez en cuando soltaba algún suspiro pero su sonrisa no se borraba. El hijo menor del Rey Demonio sostenía la mano de su ahora esposa sobre su muslo mientras la apretaba contra la suya, incapaz de ocultar el éxtasis en que se encontraba. Estos dos solo tenían ojos para su niño Edén, era un pequeño bastante tímido pero decidido, empeñado a más no poder y con una personalidad vencedora.

Estaban absortos en aquel segundo de paz que nada podría arruinar. Otro día tranquilo después de que la guerra terminara a favor de Stigma, otro día soleado y feliz después de tantos duros momentos.

El amor solo trajo más amor, y como consecuencia, la familia solo crecía cada día más; o al menos eso pensó Celeste sobándose su panza rellena.

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Palabras del autor:

Quería terminar esta obra de una forma bonita, porque sinceramente Jaqueline y Celeste se lo merecen. Príncipe Rojo siempre fue una fanfic muy romántico y meloso, sin tanto drama, por eso no quería aguar el final con mis muertes y separaciones.

Muchas gracias a quienes han votado y comentado a lo largo de la historia, gracias a ustedes ha podido llegar a más personitas. ~(˘▽˘~)(~˘▽˘)~

Llegó el momento de terminar esta etapa y comenzar otra, me alegró tanto empezar como me entristece terminar.

Pero esto no ha temrinando.

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Allí publico pura pendejada de mis historias y de mí.

Lean comiendo palomitas (￣ω￣)🍿

~Sora.