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18. Heridas

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Dedric Vestergaard

Las tropas están preparándose cargando el armamento y las municiones que necesitamos para el viaje, la furgoneta está repleta de soldados y francotiradores, algunos novatos y otros profesionales. 

El dolor de cabeza se vuelve cada vez más insoportable por el millón que cosas que tengo en la cabeza, pero solo sobre una persona, la princesa...

—¿Se encuentra bien, alteza? —me pregunta mi consejero real, Klaus. 

Lo observo por unos segundos, si le miento solo ganaré más problemas porque mi único apoyo hasta el momento es él. 

—No —respondo —. Me preocupa el bienestar de la princesa.

—Es muy noble lo que está haciendo, alteza —su elogio me causa un poco de molestia —, pero me temo, que deberá estar preparado para cualquier cosa que se le presente en el camino. El General Wilber tiene en sus manos al Rey de Noruega, eso puede ser una desventaja. 

—Nosotros tenemos a los rusos de nuestro lado, van a darnos su apoyo mientras que logremos su objetivo. 

Y es cierto, Rusia siempre ha querido derrocar a los reyes de Suecia, pero los que lo hicieron fueron los noruegos antes que ellos; nosotros también queríamos vengarnos, solo que nuestro objetivo era Noruega, por lo tanto, mis padres unieron fuerzas hace muchos años con Rusia. 

Una alianza poderosa en los países más poderosos de Europa. 

—Noruega matará sin compasión, alteza —declara mi consejero. 

—Dinamarca derrocará sin compasión, Klaus —digo con rabia al recordar aquellas respuestas de ese vil hombre que se hacía llamar el consejero de la princesa. 

Es un maldito mentiroso de mierda. 

El helicóptero está listo para despegar, los francotiradores ya están a bordo, entro al helicóptero. Hay aviones llenos de cargamentos y soldados listos. Me informan desde el walkie-talkie sobre la ubicación del bunker en donde se vio a Wilber entrar por última vez el día de ayer. 

—Señor, listos para despegar —anuncia el piloto. 

—Despeguen ahora —ordeno. 

Todos los helicópteros despegan al igual que los aviones de guerra. Tengo muchas ganas de verla, abrazarla y poder protegerla el tiempo que sea necesario. 

Esas dos noches que pasamos juntos fueron más que eso, fueron noches donde los dos nos conectamos el uno con el otro; sin embargo, tengo miedo de encontrar algo que no me gusta, como su pequeño cuerpo sin vida o simplemente verla del lado de Wilber. 

Ella no sería capaz de algo así...

No, lo sé. Ella no es así. 

No es tan tonta como para desarrollar un síndrome de Estocolmo de esa magnitud. 

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Estamos cerca de nuestro destino, descendemos en un punto ciego donde nadie sea capaz de vernos. Nos escabullimos entre el bosque que hay alrededor, hay guardias cuidando la entrada y la salida trasera, por un momento se empiezan a mover siendo alertados por sus comunicadores para entrar disimuladamente al bunker. 

Malditos novatos. 

El primer escuadrón se encarga de acercarse a la entrada, hay una cámara, pero desactivada antes de que llegáramos. Nos acercamos, abrimos la puerta haciendo el menor ruido posible, bajamos las escaleras subterráneas que llevan a varias salas, la mayoría vacías y sin luz. 

—Revisen cada rincón del lugar —ordeno entre murmullos. 

—Entendido —responde el capitán del primer escuadrón. 

Me preparo para cualquier sorpresa que se presente frente a mí, los guardias están en un salón gigante rodeando a su líder, quien habla barbaridades de la princesa y otro chico que no sé quién sea, pero debe ser otro que está secuestrado. 

—Alteza, usted ordena —me dice Klaus a mi lado preparando su arma, al igual que los demás soldados esperando mi señal para masacrarlos a todos en el acto. 

—Ahora —recargan sus armas. 

Esto se pondrá feo. 

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Fredrick

Me siento extraño, por un lado, no quiero creer en todo lo que Wilber dijo, pero, por otro lado, hay algunas cosas que encajan en su historia. Mi madre trabajó como criada del palacio, solo que ella tuvo que "irse" según su versión de la historia. 

La miro con algo de rabia, está concentrada viendo el suelo, sus ojos se encuentran con los míos por un momento. Ahí está esa frialdad, la que me recuerda lo que estoy haciendo y que ella no es de fiar. Soy un idiota por haber follado con ella. 

—¿Qué sucede? 

—¿Quieres follar? —soy directo, necesito respuestas y no me importa como deba obtenerlas. 

Le señalo a mi amigo, ella lo mira con deseo, le muestro lo duro que está por verla con ese escote que tiene. Me acerco a ella, la tensión es más sexual mezclado con rabia. Su respiración es agitada, ahora ya no puede ocultarme esos sentimientos falsos que tiene hacia mí. 

La agarro de los brazos, los junto haciendo fuerza en ellos, su quejido es casi imperceptibles. Me quito el pantalón, luego le bajo sus pantis y la embisto sin piedad. Sus gemidos son más fuertes, se queja por el dolor, pero no me importa. Quiero verla sufrir tal y como sufrió mi madre cuando la echaron del palacio teniendo una enfermedad crónica con un hijo sin su padre. 

Me dice que pare, suplica y suplica, pero no quiero hacerlo, empieza a llorar del dolor, no quiere que siga así que me empuja, solo que en esa acción salió más lastimada de lo que ya estaba. 

—¡¿Qué te pasa?! 

—¡Tú eres lo que me pasa! —me mira con decepción —. ¡Echaste a mi madre del palacio!, ¡eres una infeliz de mierda!, ¡confié en ti, Lovisa!, ¡confié en tus palabras! 

—¡Yo no sabía que era tu madre, Fred! ¡Me di cuenta cuando te conocí en la base! —su confesión me resulta más canalla, es increíble. 

—Wilber tenía razón, eres una zorra —concluyo. 

—¡¿Y crees que por eso tenías derecho de violarme?! —reclama. 

—Tu reclamo no vale de nada, si tú lo querías también —sueno a él. 

De repente, se escuchan estruendos de afuera, ambos nos sobresaltamos por el ruido de las balas y las bombas. Escuchamos personas cerca, ella toma un trozo de vidrio con fuerza llegando a cortarse con esta sin sentir un dolor alguno por la adrenalina del momento, yo tomo el bate que usamos la última vez. 

Abren las puertas, pero no son soldados noruegos ni suecos. 

Son daneses...

—¡Princesa, salga ahora! —la toman a ella. 

A mí me toman después y nos tratan de sacar a ambos de aquella bodega asquerosa, salimos del bunker por completo. Es de día, el sol brilla intensamente sobre nosotros, pero los disparos siguen sucediendo, así que nos ponen a salvo dentro de un helicóptero escondido en un bosque que rodea todo. 

Entramos, nos dan mantas para cubrirnos, no sabemos qué sucede hasta que un soldado danes sube, se quita el casco de seguridad y...

—Princesa Lovisa, ¿me recuerda? —sonríe al verla. 

—¿Dedric? 

—Lo siento, pero ¿quién es?, ¿dónde está Wilber? —empiezo a preguntar. 

—... Wilber escapo...

No puede ser...

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