Capítulo 7
El sol ya había amanecido avisando el nuevo día. Burbuja se había despertado primero. Siempre era así. Ella tenía que estar al pendiente de la princesa, y eso significaba preparar su vestimenta, armar tu cama, acompañarla y servirle en todo lo que ella necesita.
Se cambió con un vestido muy simple, aunque tampoco tenía mucha opción, y se hizo un pequeño moño dejando unas mechas cayendo por el costado de su rostro. Se observó en el espejo. Se imaginaba a ella como una princesa, vistiendo vestidos costosos, maquillándose y usando una preciosa corona.
Salió de la habitación haciendo el mejor silencio posible. No quería despertar a la joven gitana. Seguro que la muchacha estaba cansada. Ayer al encontrarla la vio sucia y asustada. Tenían culturas diferentes pero se le hacía imposible no preocuparse por ella.
Burbuja suspiró al cerrar la puerta. Bajó por la escalera para buscar el desayuno de la princesa y dejárselo en la habitación. No era un acto muy común pero pensó que de esta forma Bell estaría de mejor humor. Era una pequeña quejumbrosa y mimada.
—Buenos días. —le saludó a los cocineros y a las sirvientas que estaban en la cocina.
—¡Burbuja! —saludó el más viejo de los cocineros, Oliver. —¿Qué se te ofrece? —preguntó con una sonrisa mientras hacía un omelette.
—Un riquísimo desayuno para la princesa, ¿puede ser? —le pidió con amabilidad.
Burbuja se había hecho amiga de la mayoría de la servidumbre del castillo. Había hecho bastantes amistades y le encantaba tener esa compañía en el gran castillo que algunas veces podía ser solitario y tenebroso.
—Por usted lo que sea hermosa. —dijo dando vuelta el omelette. —¡M! —llamó a la asistente de la cocina. —Ve a buscar unas naranjas y manzanas, y también un vaso de leche. —la chica al instante fue a hacer lo que se le ordenó.
Mientras tanto Burbuja preparó una bandeja. Utilizó agua caliente para verterla en una taza y hacer un té con hierbas de menta. Cuando M trajo la leche y las frutas, Burbuja peló y cortó la fruta y la puso en un plato. Esperó hasta que una cocinera terminara de hornear el pan y lo puso en la bandeja. Sólo faltaba unas flores.
Yendo a buscar una rosa saludó a los demás soldados y servidumbre. El castillo cada vez le gustaba más y extrañaba cada vez menos su hogar... y a Cody. No había recibido ninguna carta de él y tampoco le había afectado mucho. Ella ya había hecho su responsabilidad como esposa, preocuparse por su marido. Suspiró cansada ya con la rosa en mano.
Tenía el desayuno de Bell todo listo. Agradeció al cocinero y a M por todo lo que habían hecho por ella. Subió lentamente por las escaleras. Tenía miedo de que todo se cayera y encima con lo torpe que era, seguro que pasaría. Abrió la puerta de la habitación de la princesa. Bell estaba despeinada apoyada contra la almohada. Algunas sábanas estaban en el suelo. Burbuja se rió interiormente. Dejó la bandeja en la mesita de luz para luego salir y cerrar la puerta con mucho cuidado.
Caminó por el pasillo hasta ir a su habitación. Seguramente la chica tenía hambre y podría hacerle un desayuno. Tenía que hablar con ella. Ni siquiera sabía su nombre. Pasó por el umbral de la puerta y al instante se llevó sus manos a la boca. ¡Ella no estaba en la cama!
Burbuja revisó todo el cuarto, preocupada. Tenía miedo. ¡Alguien podría atraparla y ponerla en una celda! Luego vio el sillón junto a la ventana. El vestido no estaba. Cayó en su cama suspirando. Por lo menos nadie la reconocería si iba vestida así. Se acarició la sien tratando de tranquilizarse. ¿Y si todo era una trampa para que robara en el castillo?
Burbuja alterada salió de allí, sin antes cerrar la puerta. Le temblaban las manos de la culpa. Su garganta estaba seca como el desierto y su corazón palpitaba como el galope de un caballo.
Pero todo eso se volvió peor cuando vio que el príncipe Boomer estaba caminando hacia su dirección. Bajó su mirada y se inclinó saludando al príncipe. Lastimosamente, lo había hecho antes de tiempo. La vergüenza se notó en su rostro cuando vio el ceño fruncido de Boomer.
—L-lo siento. —dijo ella disculpándose con las mejillas sonrojadas. Él sonrió por ese gesto.
—¿Por saludar? —preguntó parándose al frente de ella.
—No lo hice de forma... adecuada. —el joven levantó su rostro tomando su mentón.
—No tiene importancia. —Burbuja desvió su mirada. Él notó el nerviosismo que manejaba. —¿Está bien?
—S-sí. —él acarició una de sus mejillas.
—Temo decirle que su fuerte no son las mentiras. —admitió viéndola con inquietud. —¿Sucede algo?
•••
Bombón había salido de la habitación de esa sirviente hacía ya unos cuantos minutos. No conocía muy bien el castillo. Sólo sabía donde estaba la cocina y el pasillo de los dormitorios de la servidumbre. Estaba más paranoica de lo que se imaginaba. Aunque tenía ese vestido tan fino, que disimulaba bien sus raíces gitanas, el miedo acariciaba su garganta.
No sabía por dónde ir. Si iba por la cocina, levantaría muchas sospechas, y por ahora eso era lo que menos quería. Tendría que investigar por ella sola para salir de allí. La otra preguntaba que abrumaba su cabeza era a dónde se iría. El barrio en donde vivía seguro que estaba lleno de soldados investigando sobre los gitanos.
Suspiró apoyándose en una pared. Estaba tan confundida.
—¿Tú y yo nos conocemos verdad? —preguntó un hombre con ropas muy finas y con una sonrisa de lado. Su flequillo rojizo caía en su frente dándole un aspecto fresco y pulcro. Bombón se quedó hipnotizada por los ojos rojos que irradiaban mucho calor.
—Y-yo... —tartamudeó ella sin saber qué responder. Se había quedado inmóvil ante la pregunta y, también, ante su figura llena de magnetismo. La otra vez que se habían encontrado, no tuvo el placer de deleitarse con la belleza del futuro heredero.
Brick tomó la mano de Bombón y la besó inclinándose levemente.
—Beverly Allen —sonrió al pronunciar el nombre de la joven. —es todo un gusto volver a encontrarla. —ella no pudo evitar sonrojarse. No tardó mucho hasta salir de su parálisis. Se inclinó y extendió su vestido para saludar.
—Príncipe Brick... —suspiró alegrándose por encontrarse con él y no con el otro heredero que la acusaba de robo. —qué agradable encuentro. —dijo enderezándose.
Él tardó en soltar su mano. No lo quería hacer. La joven despertaba cierto interés en él. Tenía un rostro tan fino y delicado. Su cabello colorado acompañado con esas pequeñas pecas en su nariz y mejillas le daban un toque de inocencia y dulzura. Su mirada rosa estaba llena de fuerza y valentía que le inspiraban curiosidad.
—No esperaba encontrarme con usted aquí. —admitió él.
—¿Acaso usted no quería encontrarse conmigo? —preguntó con un toque de coquetería.
Él sonrió de lado y soltó una pequeña carcajada. Bombón sintió cómo su corazón se estrujó con ese gesto. Tenía una sonrisa tan hermosa y contagiosa. Se preguntó qué estaba haciendo. Debía evitar cualquier tipo de conversación pero ahí estaba ella, bromeando con el próximo rey de Lyendor.
—Era uno de mis grandes deseos. —declaró mirando su mirada rosa. —Es más, me gustaría que me acompañe a tomar una taza de té.
—¿Es una invitación? —batió sus pestañas de arriba a bajo.
—Me gustaría decir eso pero se me es imposible mentirle. Es más una afirmación. —Bombón se acomodó un mechón de cabello.
—Su honestidad realmente me conmueve. —Brick estiró su brazo para que ella lo tomara, hecho que sucedió al instante. Ambos caminaron por el pasillo así.
—Dígame algo señorita Allen...
—¡Oh! Por favor, llámeme Beverly. —le interrumpió.
—Entonces, señorita Beverly, ¿qué hacía en este castillo tan sola? —preguntó con curiosidad.
Bombón tragó duro. Su imaginación en ese momento estaba a todo motor. Trataba de pensar en algo creíble y poco sospechoso.
—Me he quedado a dormir con mi amiga, que casualmente vive aquí. Estaba esperándola cuando usted me encontró.
—¿No cree que quizás ella se preocupará por usted cuando no la encuentre?
—Posiblemente, pero ¿usted me hubiese permitido que rechazara compartir una taza de té con usted? —preguntó alzando su rostro al de él.
—Ciertamente no se lo hubiese permitido.
•••
Bellota estaba sentada bajo un árbol cerca de su casa. Tenía varios libros alrededor suyo. Fingía que estaba estudiando. En realidad estaba pensando en Butch. Su padre no la había regañado por nada, así que supuso que él no le comentó lo qué había pasado ese día. Estaba agradecida con él. No podía creer que había caído en su mentira sobre su la muerte de su hermano.
Ramiro había muerto hacia ya unos tres años, cuando ella vivía en Lyendor y salía con Brick. La guerra contra el ejército de Él había empezado. Su padre como era militar y su hermano también, decidieron ir a una de las tantas batallas que se habían desatado. Francisco había terminado en una campaña cerca del reino de Feroland y Ramiro estaba como teniente de un ejército en el Valle de Tyop, cerca de los límites del territorio de Él. Francisco había salido victorioso. Volvió a su hogar para tener noticias de su hijo. Al llegar, se encontró con un miembro menos en la familia y una hija desbastada.
La idea de un mundo sin su hermano fue un golpe en el corazón para Bellota. Ella hacía todo con él. Había aprendido, vivido y sentido tantas cosas con él. Su corazón quedó destrozado y dolido. Su padre tampoco volvió a ser el mismo. Había perdido al único heredero masculino. El rencor y culpa recayeron en su pecho convirtiéndolo en un ser frío y de intereses solamente.
Bellota pensó en lo que hubiese pasado si la guerra no se hubiese desatado. Seguramente ya sería tía de un hermoso sobrino o sobrina. Sonrió observando el césped moviéndose por la leve brisa. Ni siquiera lo pudieron enterrar dignamente.
Se levantó de allí. Entró a la casa y subió las escaleras. Guardó los libros y tomó una bolsa de cuero donde puso su pantalón de montar. Salió de la habitación despidiéndose de la ama de llaves, dando la excusa que debía ir a la biblioteca real.
Cuando llegó al establo, se hizo pasar por una señorita muy fina y elegante. Saludó a los soldados, se alejaba de los boxs por miedo a los caballos y caminaba haciendo puntitas para no ensuciar su calzado y vestido. En el momento que nadie la observaba, corrió hasta dónde estaba Kaleb. Al instante el caballo la reconoció. Relinchó, se levantó en dos patas y se acercó a la puerta que lo separaba de su dueña.
Bellota entró en el box y lo tranquilizó. Le acarició el hocico y el cuello. Suspiró y apoyó su cabeza en la del animal.
—Te quiero tanto. —murmuró con cierta melancolía. El caballo relinchó, de nuevo.
Ella se tiró al piso para ponerse su pantalón. Lo sacó de la bolsa y luego se quitó sus zapatitos. Se levantó la falda del vestido y empezó a pasar la prenda.
—¡Mitch! —gritó un hombre. —Fíjate qué le sucede a ese caballo. —señaló a Kaleb. —Estuvo relinchando varias veces.
—De acuerdo. —dijo el joven con cabello castaño y mejillas manchadas de pecas.
Bellota no hizo más que apurarse, pero los nervios la estaban alterando poniéndose muy torpe. Kaleb relinchó aún más fuerte y trabó la puerta con su torso, ocultando también a Bellota.
—Oh, vamos. —exclamó perturbado. Sacó de una pequeña bolsa atada a la cintura un dado de azúcar. Kaleb se apartó al instante de la puerta alzando sus patas delanteras. Mitch aprovechó ese momento para entrar y cerrar la puerta del box. Cuando observó el suelo pudo ver a la misma joven de la tarde anterior, esta vez tenía sus piernas blancas desnudas. Él se sonrojó y ella aún más. —U-usted... —murmuró afectado.
—¡N-no mire! —ordenó en un susurro. Kaleb reaccionó en ese momento y se puso entre Mitch y Bellota. El animal lo miró con seriedad. El joven tragó duro.
Bellota se levantó al terminar de cambiarse. Le acarició el lomo a si caballo felicitándolo.
—Te dije que no volvieras. —le reclamó el chico.
—Ya, y yo te dije que no miraras y lo hiciste. —reclamó ella apoyando sus manos en su cintura. Mitch se volvió a sonrojar.
—E-s diferente. —se excusó. —Ahora te tendré que llamar a los guardias para que te encarcelen. —dijo tratando de acercarse a ella.
—¡No! Espera. —suspiró. —No le digas a nadie.
—¿Por qué no lo haría? Este caballo ni siquiera es tuyo.
—En realidad sí...
—Claro que no. Este caballo es del General Francisco Wilson. —se cruzó de brazos con seguridad.
—Y yo soy Bellota Wilson, hija del General Francisco Wilson. —dijo con aburrimiento e indiferencia.
Mitch no se sorprendió. Sabía que mentía y no dudó en decírselo.
—Eres una mentirosa. Ahora tengo más razones para llevarte a la justicia. —dijo tomándole el brazo y atrayéndola a él. Kaleb relinchó aún más fuerte. Bellota forcejeaba mientras tranquilizaba a su caballo.
—¡Es la verdad! —reclamó. —¡Te lo puedo demostrar! —Mitch la miró con desconfianza. Arqueó una ceja y le preguntó:
—¿A sí?, ¿cómo?
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Sé que estoy tardando bastante en actualizar y me disculpo por eso. Gracias por leer.
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