Capítulo 03 (pasado)
PASADO
Hay muchos secretos en Thornlive, algunos oscuros como una noche llena de neblina. Las mentiras crecen y se convierten en enredaderas alrededor de tu cuello para convertirse en tu muerte en cuanto te descuides.
Todos tienen algo que esconder, todos usan máscara. Y es lo más cuerdo, en el infierno se sobrevive con artimañas.
Algunos mienten para proteger a los que aman, otros para alimentar su avaricia, están los que mienten para aparentar algo que no son y los que no pueden evitarlo, pues se han acostumbrado a mentir.
Al final, la vida está hecha de mentiras apiladas una sobre otra como un castillo de naipes, tan frágil que un mal movimiento podría desencadenar el caos.
El viento soplaba fuerte afuera, los remolinos de aire hacían que las ramas de los árboles chocaran con las ventanas, las cuales se agitaban y hacían que Fiorela se estremeciera. La madera de las paredes y el suelo tronaba como si los espíritus malignos estuvieran sueltos jugueteando por ahí.
Cinco mejores amigas se reunieron en una habitación sumergida en penumbras, iluminada por pequeñas velas y la escasa luz de la luna que traspasaba las finas cortinas.
Un círculo de tiza blanca y sal las rodeaba, pétalos de rosas negras esparcidos en el piso y un incienso encendido las envolvía en humo. Cualquiera pensaría que se trataba de un ritual, pero la verdad es que a Chantelle le gustaba exagerar.
Su voz recitaba plegarias que ninguna de las cuatro entendía realmente, observaban los labios carmín moverse.
—¿Por qué hacemos esto? —pregunto Adria con evidente nerviosismo cuando llegó el silencio.
Chantelle alzó la cuchilla que brillaba, a pesar de la escasa luminosidad. Jugó con ella frente a sus ojos como si no le importara lastimarse, como si lo hubiera hecho miles de veces. Parecía una hechicera, manipulando y haciendo danzar al peligro.
Quizá, ahora sabemos, que lo hacía, que algo retorcido ocultaba y por eso ya no le temía a nada.
—Porque mientras la sangre corra por nuestras venas podremos confiar en nosotras —contestó.
Todas se quedaron en silencio, observando, sopesando sus palabras.
En el viejo Thornlive liderado por reyes y reinas existían juramentos, dentro de la clase alta con privilegios porque todos eran serpientes frías y despiadadas que tenían que jurar frente a los clérigos.
»¿Y bien? ¿Quién quiere empezar? —preguntó con una sonrisa ladeada.
Zoey fue la primera en levantar el índice.
Pobre Zo, ella siempre quería demostrar que era tan valiente como Faber, pero en realidad era una niña asustadiza que se escondía detrás de las faldas de sus amigas.
Hizo una mueca de dolor cuando Chantelle rasgó la carne pálida con la navaja, las gotas de sangre brotaron y cayeron en la copa dorada llena de vino tinto.
Siguió Fiorela y después Siannia, quien giró los ojos y le arrebató la navaja para rasgar ella misma su piel y exprimir la sangre.
Adria se quedó paralizada, pues sabía que era su turno y todavía no decidía qué iba a hacer.
La enfocaron, la mirada de acero de Chantelle la intimidó, se encogió en su lugar, quería volverse pequeñita y desaparecer.
Quería decirles, confesarles su secreto, que su padre era una bestia, pero la confesión se ahogó en su garganta. Primero tenía que jurar por su sangre, ¿no? ¿Cómo hacerlo si eso despertaría al monstruo en casa?
Sintió la boca seca, el pánico creciendo en su pecho.
Dentro de ella se lidiaba una guerra, hacer o no hacer lo correcto. Sin embargo, era una Olmos, siempre deseosa de aceptación, estaba en su naturaleza, así que alzó el dedo.
La sangre de las cinco se mezcló con el alcohol, en perfecta sincronía, bailando entre las burbujas.
La líder dio un trago largo y pasó la copa hasta que todas bebieron la tenebrosa poción que habían creado.
Solo entonces contaron sus más oscuros secretos... O eso creían.
¿Eran amigas o armas mortales dispuestas a acabarse entre ellas?
Chantelle conocía tantos secretos porque le encantaba coleccionarlos. Eran sus monedas de cambio.
Pero nunca habló de los suyos, ni siquiera esa noche, porque incluso las paredes podían hablar.
Jamás jugaría con los secretos de sus amigas, aunque estas pensaran lo contrario. Estaban unidas por la sangre, la única manera de romper un juramento era dejándola correr.
Muy temprano en la mañana Adria las dejó para volver a su casa, esperando que todos estuvieran dormidos para poder esconder la herida, no quería lidiar con la furia de Judas Olmos, pero no tuvo suerte.
Su padre la estaba esperando en el sofá que solía usar para dictar órdenes a todos, a su madre, a su hermano pequeño y a ella. Como si fuera superior, como si fuera Dios en su trono.
Tembló al reconocer la imponente figura por el rabillo de su ojo, Judas se puso de pie y se acercó a ella para inspeccionarla como cada vez que regresaba de ver a sus amigas.
Temía, pues sabía que se daría cuenta, que era inútil esconderse. Entonces él se convertiría en aquello que tanto quería exorcizar, aquello por lo que rezaba con tanta vehemencia.
Le cogió la mano con una fuerza descomunal, apretó su muñeca hasta hacerla jadear por el dolor.
—¡¿Qué es esto?! —grito embravecido, los ojos encolerizados fijos en el dedo magullado, su rostro volviéndose rojo—. ¡¿Qué hiciste, Adria?!
Repasó lo que le diría todo el camino, al recorrer las calles desiertas de la ciudad. En ese momento se quedó en blanco, el nerviosismo la hizo tambalear y querer dar un paso atrás para alejarse, él la sacudió, acercándola más al abismo.
—Anoche m-me c-corté con una hoja mientras estudiaba —mintió.
—¡¡Eres una ruin mentirosa!! ¡¡Una asquerosa hereje!!
Su madre y su hermano corrieron por el pasillo cuando escucharon el alboroto, observaron desde el comienzo de la escalera lo que estaba sucediendo.
El corazón de Adria se rompió en pedazos al ver las lágrimas de Isaac, al reconocer el terror que ella misma sentía. La señora Olmos cerró los párpados con pesar y abrazó al niño para que no mirara, como si los gritos no fueran suficiente tortura.
Sucedió muy rápido, el puño de Judas se cerró en el cabello de Adria, estrujándolo. Ella soltó un alarido cuando fue arrastrada a la sala privada, allá donde nadie más que la familia entraba para rezar de rodillas en los bancos.
Pudo ver la tina llena entre el dolor, el ajetreo, los empujones y el desasosiego.
Su padre se convirtió en el ser oscuro que tanto rechazaba y, mientras vociferaba oraciones y cánticos, sumergía la cabeza de su hija en agua bendita. La mantenía ahí con fuerza para que no pudiera escapar, aunque ella solo quisiera respirar, aunque sus manos lo rasguñaran por la desesperación y el miedo.
—¡¡Repite!! —grito él.
Adria jaló aire cuando la sacó del agua, su rostro y su ropa empapada, el cabello pegado a su cara, los bruscos movimientos haciendo charcos en el suelo.
—Mi cuerpo es un templo y nada puede profanarlo —soltó, repitió una y otra vez cada vez que él la alzaba.
Ese era su castigo, ahogarse entre bendiciones.
Adria estaba segura de que la mataría algún día.
¿Y si moría ahogada en agua bendita? Judas Olmos creía que era una buena forma de morir.
En el nombre del cielo también se cometen pecados.
* * *
Estamos de vuelta \*-*/ deja tus estrellitas y comentarios si te gusta esta historia, lo valoro mucho, mucho. Demoré en actualizar porque necesitaba terminar otra de mis novelas, Maldición Willburn, ahora sí estoy lista para continuar con mis lindas locas princesas.
¿Les gustaría que subiera un apartado con los árboles genealógicos y datos de los personajes? Como lo que hice en PERDIDO EN TI.
A partir de este capítulo voy a separar las partes en pasado y en presente, creo que así será más sencillo :D
ES PROBABLE QUE SUBA LA SEGUNDA PARTE DEL CAPÍTULO LA PRÓXIMA SEMANA
Gracias por leer 🖤
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