Capítulo 03 parte II
PRESENTE
ADRIA
Son las seis de la mañana, el silencio me da la bienvenida cuando despierto. Hay tanta paz que parece verdad.
Mis párpados se sienten pesados, mis ojos arden por haber llorado hasta quedarme dormida, mi garganta quema por los gritos. Me siento entumida.
Junto a mí, en la mesita de noche, hay una píldora y un vaso de agua. Sé que fue mamá. Me la tomo como si las medicinas fueran a borrar la humillación, las heridas del alma.
Los recuerdos de la noche anterior desfilan delante de mí.
Chantelle muerta en su habitación.
Mi padre furioso por no haber llegado a la hora indicada, su rostro endemoniado y su castigo.
Un banco y un cinturón, golpes en mi espalda mientras recito oraciones, los cuales son más fuertes si se me ocurre parar, si interrumpo los rezos por mis sollozos.
El dolor retumba en todo mi cuerpo cuando me muevo, una lágrima solitaria baja por mi mejilla, a pesar de que pensé que me había quedado seca.
Estoy acostumbrada a las palizas, a que desfogue su rabia en mí y tal vez lo prefiera así, no soportaría que lastimara a Isaac, si lo hiciera no sé de qué sería capaz.
Judas, mi padre, dice que es mi culpa, que hago que los demonios entren a su cabeza y se apoderen de él.
Ya ni siquiera me detengo a pensar en todas las formas en las que me lastima porque se ha hecho una costumbre. Si me detengo a pensarlo me derrumbaré, y quiero pensar que soy fuerte, que puedo resistir.
Sé que si él quiere encontrará cualquier error para reñirme y así poder satisfacer sus deseos oscuros. Ayer no le importó que muriera mi amiga, ni siquiera me dio tiempo para respirar después de que le explicara las razones de mi retraso.
No sé qué duele más.
¿La muerte? ¿La traición de una persona que debería amarme y no hacerme daño?
No puedo sacar de mi mente la imagen de Chantelle en el suelo cubierta de sangre.
Desde que la vi... así entré en pausa, como si me quedara estática, de pie frente a ella en el castillo que llamaba casa.
Siempre supe que acabaría mal, nadie puede ser tan malvado y salirse con la suya. El odio atrae odio.
Pero no me alegra lo que pasó, al contrario, siento que algo dentro de mí murió cuando entramos a su habitación y la encontramos ahí, sin vida.
No éramos las más cercanas porque ella realmente me intimidaba, la mayor parte del tiempo cerraba los párpados para no ver lo que estaba haciendo. Era más fácil, así podía lidiar con la culpa, repitiéndome que no era yo.
A veces pienso que solo me aceptó en su grupo porque Fiorela es mi mejor amiga, y ella adoraba a Fio.
Me tomo unos minutos para pedir por su alma, aunque esté condenada por sus decisiones. Si estuviera aquí se reiría de mí y me diría que mejor pidiera por la mía.
Tengo que levantarme e irme de aquí cuanto antes porque estas paredes me asfixian. Debo buscar a las chicas, mi lugar seguro es con ellas, a pesar de que las tragedias nos rodean.
Me cuesta enderezarme, aprieto los dientes hasta hacerlos rechinar. Espero que la pastilla ayude y que las molestias desaparezcan o se darán cuenta de que algo ocurre.
Ellas no saben de qué es capaz. Ante los demás somos la familia buena y ejemplar, somos los que rezan por el resto, reciben a los desamparados, dándoles agua, comida y asilo.
Frente al espejo observo la demacrada imagen que me regresa la mirada. Piel pálida y cansada, ojos tristes y enrojecidos, labios magullados por intentar controlar los gritos a mordidas.
Me giro y levanto mi camiseta, las marcas están ahí.
Ya no queda nada de la chica que fue al baile, ahora que no hay nadie a mi alrededor, que nadie puede mirar dentro de mí, veo lo que soy.
Después de una ducha, me hago una coleta, maquillo las ojeras y le doy un poco de color a mi cara, me visto con jeans y un suéter blanco, eso bastará para ocultarme.
Tengo cuidado, no debo hacer ruido, pues seguramente sigue dormido.
En la cocina, mi madre se las arregla para hacer el desayuno. Se mueve con estudiada delicadeza y parsimonia.
Antonia Olmos era maestra de preescolar, en sus viejas fotografías hay una versión de ella llena de alegría, con una de las sonrisas más bonitas que he visto. Su familia era apegada a la iglesia, por eso conoció a Judas.
Él poco a poco se deshizo de los sueños de mamá, le prohibió trabajar cuando se casaron, la orilló a formar una familia porque era lo que la sociedad esperaba que hicieran, le dice todo lo que debe hacer.
Judas Olmos es una sanguijuela, absorbe todo lo que puede.
Creo que le quitó la luz, se la arrebató y ella está perdida desde entonces.
Me sonríe, tensa, puedo ver la culpa, los remordimientos.
Alejo los pensamientos de reproche porque sé que ella también está sufriendo. ¿Por qué no me proteges, mamá? ¿Por qué no nos alejamos de él? ¿Vas a esperar a que me mate? Pero el miedo es tal que nos paraliza, la entiendo, yo también estoy aterrada la mayor parte del tiempo.
Está preparando tortitas, mis favoritas. No me atrevo a decirle que solo quiero irme, escapar porque no soporto ver cómo la consume, cómo nos atrapa con sus garras y nos hiere. No quiero romper su corazón hecho añicos.
Un movimiento llama mi atención, Isaac está sentado en la pequeña mesa, está comiendo su cereal favorito. Tiene cinco años, su cabello castaño es más oscuro que el mío, pero compartimos el mismo color verde en los ojos. Él es la razón por la que no me he marchado, por él soporto toda esta mierda.
Lo pensé alguna vez, incluso hice una mochila para escapar y nunca volver, luego vi sus ojitos y me pregunté qué pasaría si Judas no pudiera desahogar sus frustraciones en mí, lo imaginé en mi lugar. Eso me lastimó más que ser herida por la locura de nuestro padre.
Mi hermano me observa con preocupación, es solo un niño, debería pensar en juguetes y en salir con sus amigos, no en cómo está su hermana después de los golpes. Me destroza saber que puede estar tan roto como yo, quiero esconderlo de todo el mal que hay a nuestro alrededor.
Respiro hondo para aguantar las molestias, el dolor punzante que se extiende en oleadas desde mi espalda. Me acerco a él, juego con su cabello revuelto friccionando mi puño hasta que suelta una risita entre dientes.
—¿Qué está haciendo, Escarabajo Barba Azul? ¿Dónde está mi botín?
Es nuestro juego, un cuento tonto que inventé cuando tenía tres, uno en el que somos piratas, somos villanos buscando tesoros, él es mi ayudante.
—Aquí lo tengo, Calamar Ojo Bobo —dice.
Desliza veinte cereales de color amarillo. Sonrío por primera vez desde ayer.
—Acepto su oferta, señor.
Mamá está más callada de lo normal, a estas alturas ya nos habría pedido que guardáramos silencio. No queremos despertar a la bestia.
No puedo huir tan fácil, prácticamente me suplica para que termine el desayuno, como si pudiera percibir la urgencia que siento por alejarme.
Cuando terminamos, Isaac sale al jardín. Es mi momento, hora de irse.
—Lamento lo de Chantelle —dice ella con la voz temblorosa antes de que abandone la cocina—. Te amo, hija.
No es suficiente.
No le digo nada.
No puedo.
No ahora que intento controlar mis sentimientos para no explotar.
A esta hora hay muy poca gente en las calles de la ciudad, así que puedo caminar sin sentirme observada ni juzgada, aunque después de lo que ocurrió probablemente hay gente pegada a las ventanas para ver si pueden enterarse de algo más. Los Faber son más que celebridades, es una de las familias fundadoras, descendientes de la realeza.
Thornlive siempre me ha parecido un lugar melancólico y sombrío, tan oscuro y gris, lleno de sombras. La lluvia cae la mayor parte del año, y la neblina baja por la tarde, haciendo que la noche luzca fantasmal.
Llego a casa de Fiorela, entonces me doy cuenta de que es muy temprano y de que seguro siguen dormidas.
Vengo aquí desde que era una cría, es una casa grande y moderna, con amplios ventanales que te dejan mirar el interior, desde adentro es un espectáculo de luz. Es fría, monocromática y con detalles en mármol blanco y gris.
Al verla es imposible no pensar en la madre de Fio, Kika Avellaneda es doctora, dedicada a la investigación médica. Demasiado pulcra y elegante. Todo lo contrario a su esposo, Augusto, uno de los escritores más vendidos en la actualidad.
La casa parece una isla, rodeada por árboles, me gusta pensar que es un bosque.
Sigo por el camino empedrado, pero no me dirijo a la entrada, doy la vuelta para llegar a uno de los costados, así estoy fuera de la vista por si alguien se asoma.
Me apoyo en la pared, la ansiedad trepa por mi pecho hasta que me ahoga. Repaso los alrededores con la mirada para asegurarme de que estoy sola.
Del bolsillo de mi pantalón obtengo el cigarrillo que guardé ahí esta mañana y el encendedor, siento desesperación y picazón al encenderlo.
Le doy una calada y expulso el humo, me deshago de la ceniza.
Chantelle odiaba que fumara, decía que era un mal hábito, que me mataría algún día.
Pensar en ella, una vez más, me hace esbozar una sonrisa triste, pues recuerdo el día que me descubrió justo en este lugar, escondiéndome de todos en el cumpleaños de Fiorela. Quizá una de las pocas veces en las que estuvimos a solas.
Escuché el traqueteo de sus tacones demasiado tarde, de nada servía negarlo. Sus labios con forma de corazón pintados con un perfecto rojo se retorcieron en una mueca.
Y le conté porque no quería que le dijera a nadie más, porque años atrás habíamos hecho un juramento, pensé que era seguro.
Le dije que después de los castigos necesitaba fumar porque era la única forma en la que podía mandar a la mierda a mi padre y eso me hacía sentir mejor.
Ella no dijo nada, hizo algo que me sorprendió, sacó dos cigarrillos de su pequeño bolso, puso uno en su boca y el otro me lo ofreció, esperó a que los encendiera. Nos quedamos quietas fumando, recargadas en esta pared.
—No sabía que fumaras —dije.
Se encogió de hombros.
—También me gustaría joder a muchas personas y no puedo hacerlo —soltó con aire sombrío.
Suspiro, la pesadez en mis hombros no se va.
Un ruido me saca de mis pensamientos, al alzar la cabeza con rapidez veo a dos chicos acercándose a mí. Me apresuro a arrojar el cigarrillo al suelo, lo piso, espero que mi zapato y el césped lo oculten.
Quizá ya es tarde, es probable que me hayan visto. Además, notarán el olor. Carajo. ¡Olvidé mis mentas!
Enzo y Edson, los hermanos mayores de Fiorela, son mellizos. Altos y musculosos, los recuerdo jugando hockey cuando eran los más populares de la preparatoria, eran los reyes de St. Thomas.
Todo el mundo quería ser su amigo, todos querían un poco de ellos. Incluyéndome, me encantaba verlos patinar, la furia en sus expresiones cuando fallaban, la fuerza al golpear el disco. Cuando era más chica los admiraba —todavía lo hago— porque apoyaron a Fio incondicionalmente durante su proceso, me gustaría que alguien se preocupara y me protegiera así.
Ahora asisten a la universidad, ambos estudian Negocios porque quieren dirigir la empresa que les heredó su abuelo.
Es una suerte que haya dos casi iguales. Cabello castaño corto y despeinado, sonrisas torcidas, parecen dos lobos al acecho, traviesos y juguetones. La única diferencia es que Enzo tiene los ojos oscuros y un lunar arriba del labio, los ojos de Edson son azules.
Vienen directo, cuando están a escasos pasos de distancia hacen una mueca cargada de tristeza, seguramente Fiorela les dijo lo que sucedió.
Los dos se detienen cerca, tanto que puedo oler la colonia agradable que los envuelve.
—¿Cómo estás, Adry? —pregunta Edson usando ese tono dulce que reserva para su hermana y para mí.
Sus ojos azules en la mañana se ven muy claros, su escrutinio intenso me cohíbe. Los conozco desde hace años, soy otra hermana para ellos. No me asombra que estén preocupados.
Aprieto los párpados antes de que las lágrimas comiencen a picar, no voy a llorar otra vez. Pero me siento tan sola y humillada, con los golpes todavía lastimándome al moverme, y Chantelle no está para fumar a mi lado.
Esperan mi respuesta, no sé qué decir.
—Oh, caramelito, ven aquí —susurra Enzo.
Su voz es más gruesa y profunda. El tatuaje en su cuello me recuerda que mi padre los odia, así como detesta a Fiorela. Cada vez que habla de ellos mi estómago se revuelve y la rabia se apodera de mis venas. Adoro a estas personas porque me hacen sentir a salvo.
La suavidad con la que envuelve sus brazos a mi alrededor, como si supiera que alguien me golpeó, me hace sollozar. Me recuesto en su pecho, mordiendo mis labios duro para aguantar el llanto.
No sé cuánto tiempo me quedo refugiada en Enzo, él es de pocas palabras cuando no está bromeando. No necesito más que esto, me hubiera gustado que mamá me diera un abrazo, que papá entendiera por primera vez. Todo el rato siento que una mano cepilla mi cabello.
—Ya, ya, también quiero consolarla —suelta Edson refunfuñando.
Enzo resopla, me suelta de mala gana.
Una risita se me escapa cuando soy llevada a los brazos del otro mellizo.
Ellos dos siempre están peleando por cosas como esta, por mi atención, por la de Fiorela o la de su madre. Mis músculos terminan relajándose.
»Lamentamos lo que sucedió, sabemos que querían mucho a Chantelle —susurra en mi oído—. No deberías haber visto eso. ¿Quieres que hagamos algo por ti?
Estoy segura ahora, al menos hasta que tenga que volver al infierno de Judas.
—Esto basta, gracias por preocuparse —digo.
Me echo hacia atrás para mirarlos.
—Vamos adentro —propone Enzo—. Hay donas, café y chocolate.
Asiento.
Tenemos que rodear la casa para entrar, Edson va en la delantera, guiando el camino, mirando por encima de su hombro en ocasiones para asegurarse de que lo estamos siguiendo.
Antes de cruzar el umbral, Enzo me detiene capturando mi mano. Lo miro, sus ojos oscuros me analizan antes de ofrecerme un caramelo de menta.
Lo tomo, confusa.
»Pensé que te gustaría por cómo escondías ese cigarrillo.
Mi boca se abre.
Mierda.
—¿Me viste?
Mi corazón se acelera al ver que tuerce los labios.
Él mira hacia la casa como si estuviera comprobando algo, entonces se inclina para alcanzar mi oído.
—Fue muy interesante ver a la niña buena siendo mala.
Si tú supieras que soy muchas cosas, excepto una niña buena, tal vez te decepcionarías.
Trago saliva porque su voz causa temblores en mis piernas, siempre suelta comentarios que me ponen nerviosa. Me alejo lo necesario, sin ocultar mi sonrisa, escondo las reacciones de mi cuerpo girando los ojos, fingiendo fastidio.
Cuando me giro para entrar, encuentro a Edson mirándonos, su comisura ligeramente ladeada.
—No puedes engañar a los lobos, Adry —dice él.
—Los dos me vieron, genial.
Resoplo.
Me adelanto, con pasos apurados recorro el pasillo. Todo es tan limpio, en las paredes hay una serie de cuadros, una secuencia abstracta de un embarazo, desde los inicios hasta convertirse en un bebé, en blanco y negro, como si estuvieran pintados con tiza.
Normalmente sonaría música clásica, pero hoy la casa está inundada de voces femeninas. Todas están sentadas en el comedor de madera oscura, incluyendo Kika, la mamá de Fiorela.
Suspiro al verlas porque algo dentro de mí temía perder a otra de mis amigas.
—Hola —saludo.
Fiorela me sonríe tanto como puede, Siannia mueve su mano para saludar.
—Qué bueno que ya llegaste, dulzura —saluda Kika con amabilidad, sus perfectas uñas francesas señalan la torre de donas que hay en el centro—. Un poco de azúcar vendría bien, fue una noche terrible.
Los mellizos me pasan, toman dos donas cada uno, su madre les frunce el entrecejo.
—Dejen un poco —suelta, seca.
Ellos solo necesitan sonreír para que los hombros de Kika se relajen y olvide la molestia. Tienen el encanto, así engatusaban a todos en la preparatoria, lo siguen haciendo.
Tomo asiento junto a Zoey, quien mira fijamente la mesa, se ve destrozada, creo que comenzará a llorar en cualquier momento.
Alguien falta, notar eso es doloroso porque los recuerdos aparecen de nuevo. Ella tendida en el suelo, la sangre manchándolo todo, los cristales en sus muñecas, su rostro pálido y la falta de pulso en su cuello.
—¿Durmieron? —pregunto.
—Yo no, no dejo de pensar en ella —contesta Fiorela, abrazándose—. No puedo creer que esté pasando esto, que esté muerta.
Su voz tiembla.
La adoraba, con todos sus errores y defectos, a pesar de que era una granada que nos explotaba y destrozaba.
Lo entiendo porque la protegía, todos en la escuela empezaron a respetar a Fio por órdenes de Chantelle, solo entonces se detuvieron las burlas, los murmullos y malos tratos.
Algo dentro de mí me dice que ahora que ya no está, un tumulto de fieras vendrá tras nosotras.
Siannia no dice nada, mira con preocupación a Zoey, quien sigue callada.
—Les decía a las chicas, Adry, que pueden quedarse aquí el tiempo que quieran, sé que puede ser traumático y quizá quieran apoyarse, después de todo, eran demasiado cercanas, no puedo imaginar lo que están sintiendo.
Kika siempre es amable conmigo, nunca puedo quedarme, pero que jamás olvide invitarme es mi consuelo porque me hacen sentir parte de algo.
De pronto, Zoey jadea horrorizada y señala el televisor. No había visto que estaba encendido.
La madre de Chantelle está en el noticiero, está dando una entrevista exclusiva en el despacho de su casa. Está usando un traje negro, el escote pronunciado interrumpido por gemas obsidiana, tiene un sombrero pequeño y un velo que le cubre la mitad de la cara. Labios rojos, cabello en ondas que caen con gracia y pestañas largas. Una femme fatale del cine.
Edson toma el control y activa el volumen.
Está llorando, limpiando las lágrimas con un pañuelo, sus sollozos parecen tan reales que hacen que mi corazón duela. Es la imagen de una madre que ha perdido a su hija.
—Ayer nos enteramos de la trágica noticia por redes sociales, muchos usuarios compartieron videos y fotografías del momentos, ¿hay algo que quieras comentar sobre lo que pasó? —pregunta la entrevistadora.
No tenía idea de eso, no he revisado mi celular.
—No me sorprende que su caso haya impactado hasta hacerse viral, mi niña es una Faber, la gente habla de nosotros, es algo con lo que tenemos que lidiar.
—¿Cómo era tu hija, Marina?
La señora Faber sonríe con tristeza y cierra los párpados, parece que la está evocando.
—Es como si mi niña siguiera aquí, la siento cerca y puedo imaginarla dándome un abrazo y pidiéndome que deje de llorar, que ahora ella está feliz en un lugar mejor. No sé qué clase de dolor sentía porque al pensarla solo me vienen sonrisas, amor.
—Si la tuvieras frente a ti, ¿qué le dirías?
—Que recordaré todos nuestros momentos y que espero reunirme con ella algún día. Que no la juzgo, que la perdono y que espero que encuentre paz en donde quiera que esté.
Siannia resopla.
—¡Dice que la perdona como si le hubiera hecho algo! —exclama Fiorela, indignada, golpea el suelo con su zapatilla.
—Todo gira alrededor de ella —dice Siannia, viéndose realmente afectada—. Marina Faber quiere ser el centro de atención siempre, no importa si usa el suicidio de su hija.
Zoey se cubre el rostro, escondiéndose de nosotras.
Marina sigue hablando de sus proyectos, de cuándo retomará su trabajo, las grabaciones de una novela.
No puedo ocultar el desagrado, el rechazo que me produce esa mujer, solo en eso coincidimos mi padre y yo.
Esas sensaciones crecen cuando recuerdo a Dora, la nana de Chantelle, llorando desconsolada en la calle luego de que Marina le diera una cachetada y le echara la culpa con gritos. Pobre mujer, estuvo ahí cuando sus padres la abandonaban por meses, siempre la cuidó.
El timbre suena, Kika se disculpa para atender, minutos después vuelve al comedor sosteniendo una caja rosa con un moño de tela.
—Para la señorita Fiorela Avellaneda y su familia. De la familia Faber Blackthorne Stone —lee la tarjeta y deja la caja en la mesa.
Fio se levanta con premura, por alguna razón siento que tengo que acompañarla. No soy la única, pues Siannia y Zoey también se acercan. Con cuidado deshace el moño y abre la caja.
Una mariposa negra sale volando.
En el centro, sobre un cojín negro, hay una nota blanca con letras rosas y doradas.
«Están cordialmente invitados a la reunión para despedir a nuestra queridísima Chantelle Faber»
Desvío la vista.
—El cuerpo de su hija todavía no se enfría y ella ya dio exclusivas y va a hacer una reunión —dice Siannia entre dientes.
Si el odio atrae odio, ¿la muerte atrae muerte?
La mariposa negra revolotea a nuestro alrededor como si anunciara un mal presagio.
* * *
¿Teorías? Jajaja :B
Me encantó narrar desde la perspectiva de Adria, creo que tiene mucho dolor y rencor dentro. Zoey y Siannia creen que ella quiere encajar y sí, pero no por hipocresía, es porque se siente sola y quiere compañía.
¿Ya tienes princesa favorita? ¿Ha cambiado?
En estos días subo los árboles genealógicos de los personajes, los estoy preparando.
Creo que muchos lectores y lectoras abandonaron la historia porque tardé en actualizarla :c así que si sigues aquí te agradezco mucho. Amo demasiado PRINCESAS DE CRISTAL, si te gusta apóyala dándole cariño 🖤
A B R A Z O S
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