Es mi turno
Situado en la Isla.
La estridente campana retumbó en el edificio de Dragon Hall en la Isla de los Perdidos y los gritos de resignación se desataron. Entrar a clase era la peor pesadilla para los estudiantes de esa institución, y generalmente tardaban entre diez y quince minutos en atreverse a entrar a las aulas.
En cuanto el corredor se quedó completamente vacío, una cabeza con cabello morado se asomó detrás de una columna de piedra.
—Ya no hay nadie aquí —murmuró—. Es hora.
Mal salió corriendo atravesando el pasillo, pero frenó en seco cuando se dio cuenta que nadie la acompañaba.
—¿Evie?
La hija de Grimhilde la alcanzó, tratando de no hacer ruido con sus zapatos. Le dio la mano a Mal y le depositó la confianza de guiarla por la escuela y que ella decidiera a dónde ir. Después de doblar una esquina, entraron apresuradamente al armario del conserje, el cual estaba más abandonado que Las Montañas Olvidadas.
—Conoces las reglas, ¿no es cierto? —se aseguró Mal, cerrando la puerta y cuidando que no hiciera un chirrido.
—¿La primera que haga un ruido pierde?
—La primera que haga un ruido hará que nos expulsen, mejor dicho.
A Evie no le dio tiempo de reírse, porque inmediatamente sintió una fuerza que la empujó a la pared y los labios de Mal sobre los suyos. No entraba mucha luz, pero el sonido de una cremallera indicó que la cosa iba en serio: la chaqueta de Mal terminó en el suelo al igual que los mitones azules de ella.
Aún cuando sentía que le faltaba el aire, la peli-azul llevó una de sus manos dentro de los leggins púrpura y la otra la deslizó bajo la blusa. Estaba segura que a Mal se le escaparía un gemido en cualquier momento por cómo comenzaba a arquear la espalda y por la manera en que respiraba cada vez con más frecuencia, pero en lugar de eso, soltó un grito agudo de dolor. Evie sacó rápidamente ambas manos y puso su dedo índice sobre sus labios.
—¡Shhh! ¿Qué fue eso?
—¡Nada! —aclaró Mal a la defensiva—. Me di un golpe con las escobas. Ese ruido no cuenta.
—Oh, de acuerdo —Evie sonrió de forma asimétrica y se mordió suavemente el labio inferior. Estaba segura que ese grito había sido puro teatro para cubrir un jadeo, pero lo dejaría pasar para alargar el juego. Continuó tomándola por la cintura, pero tuvo que apartarse enseguida por una serie de quejidos de Mal.
—Espera, E. Au-au-au-au-au.
—¿Qué ocurre?
Evie tiró el cordón de fibras que colgaba del techo para encender la bombilla. Los artículos de limpieza en los estantes estaban envueltos en polvo y parecía que nadie había entrado en ese lugar en años, y ese era el por qué la escuela siempre estaba tan sucia y sin fregar. Mal se estaba rascando el cuello, pero daba la impresión que lo estaba cubriendo a propósito.
—M... ¿Qué tienes ahí?
Mal sintió que le debía una explicación, así que se lo descubrió lentamente. Tenía una serie de marcas color rojo en su piel, y a decir verdad, no lucían nada bien. En ese momento la peli-azul entendió la razón por la que su novia había usado la misma chaqueta de cuello de tortuga toda la semana.
—¿Dónde te hiciste eso?
—El choker que me obsequiaste me quedaba demasiado apretado. Ya dejé de usarlo, pero no tienes por qué darme otro.
Evie entrecerró los ojos y acercó su rostro para ver mejor, sin haber escuchado una palabra de su justificación. No eran simples marcas, parecían marcas de estrangulamiento.
—¿Alguien está lastimando? —preguntó preocupada, mirándola directamente a sus los ojos.
—E, no es nada. Estoy bien, lo juro.
—Pero hace un rato no te toqué en el cuello y aún así gritaste —reflexionó, mirándola de arriba a abajo—. Déjame verte. Mal. Mal... ¡MAL!
Después de que la peli-morada dejara de retorcerse y aceptara que no podía escapar, levantó ambos brazos de mala gana. Evie subió poco a poco su blusa, con miedo a encontrarse con algo que no quería ver, y justamente fue lo que ocurrió: su abdomen estaba lleno de moretones de diferentes tamaños y variaciones de color morado y verde. No se atrevió a mirar su espalda o sus piernas, porque sabía que podían estar incluso peor.
Hubo un silencio que inundó el pequeño lugar por medio minuto. Ninguna de las dos se atrevía a iniciar la conversación de nuevo.
—Fue ella, ¿verdad? —preguntó bajando la voz, como si no quisiera decirlo—. Fue tu madre.
—E, está bien. Ya me acostumbré —habló, bajándose la prenda y ocultando sus gestos de dolor. Se sentó en el suelo polvoriento, sin importarle si llenaba su ropa de suciedad—. No hay nada que puedas hacer.
—¿Qué dices? —indagó tomando asiento también.
—Ella gana siempre, es la dueña de la Isla —dijo, encogiéndose de hombros—. Tiene a todos bajo su control, incluso a mí.
—Pero eso no le da derecho a tratar a su hija de esa manera. No puede hacerle eso a nadie.
—Puede hacer lo que quiera. Es más, si quiere matarme... —hizo una pausa para tragar saliva—. Lo hará.
Evie no pudo evitar que sus ojos se pusieran llorosos, pues estaba angustiándose cada vez más por la seguridad de Mal. Tal vez su vida estaba a kilómetros de ser un cuento de hadas, pero comparada con todo lo que Mal había tenido que pasar, no podía quejarse.
—Quiero ayudarte. Tenemos que sacarte de ese lugar.
—Ajá. ¿Y huir a dónde? Estamos encerradas por la barrera, ¿se te olvidó?
—No, pero... Creo que tengo la solución. Puedes quedarte en mi casa todo el tiempo que quieras.
La descendiente de Maléfica rio de forma sarcástica, como si quisiera minimizar la situación.
—Grimhilde me odia. ¿En verdad crees que me dejará poner un pie en el castillo donde mi madre las encerró?
—No tiene por qué darse cuenta —la animó, colocando una mano sobre su hombro—. Mi habitación es grande, mi cama también. Además, ella ya no está mucho tiempo en casa. Sólo regresa para dormir o retocarse el maquillaje.
Cuando notó que Mal no tenía planes para responder, Evie le tomó ambas manos y la miró frente a frente, una vez más.
—Sé que no puedo pelear contra tu madre —comenzó, esperando que esta vez la tomara en serio—, pero puedo protegerte.
—No, no te preocupes —insistió Mal, comenzando a fastidiarse—. No te necesito. Puedo hacerlo sola.
—¿Por qué no quieres aceptar mi ayuda? —le reclamó Evie, levantándose del suelo y alzando la voz considerablemente.
—Hey, no hables tan alto.
—¿Por qué nunca aceptas la ayuda de los demás? ¡Entiende que no todo lo puedes resolver tú sola!
—¡NO QUIERO QUE TE LASTIME A TI TAMBIÉN! —estalló, poniéndose de pie. Se detuvo unos segundos para sacar aire y calmarse, pues no quería iniciar la siguiente oración con la voz entrecortada—. Si se entera que estoy contigo te hará lo mismo. ¡No quiero que te haga daño por mi culpa!
Evie se quedó perpleja y se sentía como una completa tonta al haberse molestado. Creía que ella era quien trataba de proteger a Mal, cuando en realidad era exactamente al revés.
Unas voces que provenían de afuera comenzaron a acercarse. Las habían escuchado discutir, y tenían que salir de ahí antes de recibir un castigo por estar fuera de clase.
—Prométeme que irás a mi castillo si un día me necesitas.
Mal tomó su americana del suelo y se marchó, sin darle una respuesta.
♕
La escuela había terminado hacía un par de horas, y Evie llevaba todo ese rato recostada sobre su incómoda cama, reviviendo la conversación que había tenido con Mal. Era como si no parara de darle replay a un cassette en su memoria. Todas veces en las que ella, Carlos y Jay se habían molestado con Mal porque no dejaba que se entrometieran en sus "cosas privadas", era para mantenerlos a salvo.
Estaba adormeciéndose, pero una piedrita entró por la ventana de su habitación y la hizo despertar. Por un momento creyó que era su imaginación, pero segundos después pasó exactamente lo mismo, acabando con esa posibilidad. Se levantó de un jalón y se detuvo de los barrotes de metal, buscando una respuesta. Se encontró con la mirada de Mal, quien estaba a punto de lanzar una tercera roca de la jardinera.
La hija de la Reina Malvada bajó escaleras tan rápido que estuvo a punto de resbalar en el último tramo. Abrió dramáticamente la puerta, y no, sus ojos no le habían mentido.
La peli-morada dejó caer de su hombro una mochila llena de ropa y algunos artículos personales. Tenía una expresión vacía, y sus ojos verdes suplicaban ayuda. Por si eso fuera poco, nuevos rasguños habían aparecido en sus mejillas, y seguramente había más debajo de toda esa ropa que usaba.
Evie la abrazó repentinamente, aliviada de que hubiera aceptado la invitación y por fin escapara de las garras de Maléfica. En cuanto sus brazos la rodearon, Mal se soltó a llorar, empapando el vestido azul de su novia. Estaba completamente destrozada por el episodio que acababa de vivir con su madre, y ni siquiera se molestó en ocultarlo.
—Tranquila, todo estará bien. Ya estás lejos de ella —la calmó, dándole un beso en su cabeza—. Y esta vez es mi turno de cuidarte a ti.
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