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CAPITULO 4


Era un nuevo día.

 Soe aún recordaba cada detalle del último sueño que había tenido y, como era costumbre desde hacía mucho tiempo, se decide a escribir su sueño en su libreta. Pero un suceso la detiene en seco. Sentía algo, desde lo más profundo de su ser, algo que le costaba interpretar y  entender. 

Sin siquiera pensar en su protocolo de todas las mañanas, que era escribir su sueño recostada, se dispone a ponerse de pie y, con un suspiro que la sorprende a ella misma, se percata de que algo faltaba en su casa. Algo extraño, ya que lo único que solía salir de ese lugar era ella; lo demás parecía siempre estar en el mismo lugar, de manera muy metódica. 

Se preocupó porque no estaba su morral. Para cualquier persona, eso sería lo más parecido a una bolsa de cuero, sujeta en dos extremos por un cordel que parecía que se iba a cortar en cualquier momento. En él había varias pertenencias que pasaron por su mente y de las cuales no tenía previsto deshacerse aún. En su mente, esto era lo más importante, pero había detalles que ella misma quería omitir, aunque no eran menores. Tanto Akay como los robots tampoco estaban por ninguna parte. 

Sus sueños de los últimos días y los sucesos acontecidos recientemente le hacían dudar de todo. ¿Estaba realmente soñando aún?. Realizó sus técnicas para intentar determinar si lo que estaba viviendo era un sueño o no. De un baúl debajo de su cama, sacó un trozo grande de espejo, el cual era de su tamaño y tenía una forma muy parecida a un rayo. En este espejo, Soe vio su propio reflejo, concentrándose en sus propios ojos buscando alguna alteración en su rostro que le indicara que esa no era ella, más bien era lo que ella deseaba, quería que todo eso fuera un sueño. 

A medida que pasaba el tiempo, disminuía su preocupación por sus cosas materiales y se acrecentaba la idea en su mente de lo que podría haber pasado con esa niña. Pensó que quizás era una ladrona, pero intentó descartar esta posibilidad, ya que al no tener su cuchillo no iba a poder acabar con la criatura. Este pensamiento fugaz terminó abruptamente con un movimiento de su cabeza de lado a lado, como negándose a sí misma su propia idea. Dejó el espejo en su lugar y salió de casa. Su estómago se estremecía por algo de comer, pero también toda su comida estaba en ese morral.

Al salir de su casa, notó huellas, pero en dirección contraria hacia el pueblo, único lugar al que solía ir. Estas huellas rodeaban su casa y luego seguían este nuevo camino que Soe miraba con recelo, como si realmente fuera un reto más para ella decidir si ir en esa dirección en lugar de recuperar sus cosas o buscar a la pequeña Akay. Una sonrisa se dibujó en su rostro, pero no era de felicidad; era una risa pícara. Realmente, lo que iba a hacer a continuación era un reto muy personal para ella. 

En su vida tan cuadrada, día a día, entre su ida y vuelta a la ciudad y meditaciones, ni siquiera se tomaba la molestia de mirar hacia la dirección en que se perdían las huellas, entre las otras dos montañas que estaban tras su casa y que eran iguales a las que se presentaban frente a esta, pero con la diferencia de que solía más utilizar el camino de estas últimas. No parecía haber otra opción. Decidió tomar esta vía, sin que su sonrisa dejara de esbozarse en su rostro.

Caminó mirando solamente las huellas, tomando el camino entre las dos montañas de arena, cuestionándose los hechos de los días anteriores, pensando si realmente hay algo que se esconde bajo esas montañas. Se queda un momento quieta, reflexionando, pero luego continúa su camino, mirando de reojo las montañas que iba dejando atrás, como si hubiera quedado una deuda pendiente con ellas que debía resolver cuando volviera. Al segundo siguiente, en su mente solo se dibujaban preguntas sobre el paradero de sus pertenencias y de aquellos extraños robots, que sin duda eran muy pesados para desaparecer como si nada.

Soe, acomodando sus prendas preparandose para el viaje, al ver las huellas que se alejan cada vez más, se sube los telares que lleva como pantalones, que eran muy ligeros, y de sus hombros desprende una capucha que se amarra a ambos extremos de su cara, quedando a la vista solamente sus ojos. 

Con la mira al horizonte, como midiendo la distancia de las huellas, que a lo lejos se lograba divisar como un trayecto recto y en bajada, rodeando una pequeña pendiente hacia el final. Desde esa distancia parecía ser una pequeña curva, pero de cerca definitivamente era muy alta y cualquiera que cayera por allí podría tener un accidente fatal. 

Las huellas parecían rodear todo el borde de esta especie de acantilado, para rodear una pared de piedra que impedía poder seguir visualmente las huellas. Para ese punto dejaban de tomar una dirección única, para hacer un giro brusco. Soe cerró los ojos luego de analizar toda esta situación. Dejó que su capucha replicara la misma risa que tenía cuando salió camino hacia allí.

Respiró pausadamente pero de manera intensa, abriendo sus brazos y manteniendo sus piernas lo más recto posible, sintiendo el aire y como esperando una respuesta de él. Llegó un punto en que el aire comenzó a resonar más fuerte en sus prendas, a lo que Soe se dispuso a correr en la misma dirección de las huellas, pero sin abrir los ojos. Su sonrisa ya era total para ese momento. Seguía el camino y el límite del sendero se acercaba. A pocos metros de la pendiente, la chica se detiene, vuelve a tomar un respiro intenso, abriendo sus brazos nuevamente, aunque solo por un instante. Luego, su mirada y su expresión se vuelven completamente serias, y mira hacia su derecha, cruzando miradas con la pequeña Akay, que parecía estar recién despertando, utilizando el morral como almohada. Al ver a la niña Soe se alegra, pero sin que su rostro la delate.

La pequeña Akay, minutos antes de la llegada de Soe, se encontraba bostezando y con expresión de duda, como intentando recordar cómo llegó allí. Sentada con las piernas cruzadas, con sus dos manos apoyadas hacia adelante e inclinando la cabeza hacia su derecha. Miraba a su alrededor, analizando la pequeña cueva en la que se encontraba.

Las paredes eran muy lisas, demasiado como para ser algo hecho de manera natural, sobre todo considerando que estaba en la base de una gran piedra roja. Estos detalles pasaron desapercibidos para la mente de Akay, que no parecía asustada; más bien se veía contemplativa, con la vista perdida y empleando su mente netamente en sus últimos recuerdos.

En ese momento, vio cómo una chica encapuchada aparecía corriendo desde un lado de la roca, deteniéndose justo antes de una posible gran caída. La pequeña no se percató de inmediato de quién era la encapuchada, pero sí notó que tenía los ojos cerrados al llegar allí. Su cara reflejó una gran sorpresa, sobre todo cuando cruzaron miradas. Ambas se reconocieron, pero Soe parecía saber que estos hechos iban a suceder. Se acercó lentamente a la pequeña y se sentó a su lado, tomando el morral y sacando de allí unas pastillas de aspecto translúcido y medio marrón, con distintas formas, todas en una bolsa. Tomó la mitad y comenzó a llevárselas una por una a la boca. Luego de comer la tercera, se detuvo.

—Vas a decirme cómo llegaste acá, pequeña —dijo Soe calmadamente, repitiendo una segunda frase pero con un tono más intenso. — Te encanta hablar y no vas a omitir detalle.

—Cuando me termine de despertar, vas a oírlo todo, lo juro —dijo la pequeña entre bostezos, diciendo otra frase casi inentendible —. De todas maneras, no creo que me lo vayas a creer.

Ambas cruzaron miradas fijamente desde muy cerca por primera vez. Por un lado, Soe se quitó la capucha y se puso cómoda para escuchar la historia. Akay parecía congelada, ya que, por un minuto no cambió su expresión luego de terminar su última frase.  

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