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V Desilusión

Oscuridad... Había caído en la inconsciencia al sentir la parte frontal del auto golpearme con fuerza. Intentó frenar, logrando hacerlo, pero aún así me golpeó lo suficiente, como para hacerme desfallecer sobre el frío asfalto.

No sé cuánto tiempo pasó, pero si tengo claro que mi despertar fue agónico; mi abdomen, y la parte de los muslos dolían demasiado, un dolor en la parte trasera de mi cabeza amenazaba con hacerme retorcer en la camilla en la que me encontraba, y no podía faltar aquello que me aquejaba con anterioridad: mi mano lastimada.

Abrí mis ojos con lentitud, y observé esas blanquecinas paredes del hospital. Todo allí era tan triste, tan monótono, era como si aquél pálido color disfrutara de la sensación de aflicción y miedo de los pacientes que se encontraban en ese lugar.

Una ventana con cortinas que danzaban sin gracia, parecían ser lo único que tenía vida allí. El lugar estaba en silencio, y este sólo era interrumpido por el sonido de las manecillas del reloj. Paseé mi mirada por la habitación, vi una pequeña mesa con un jarrón discreto y varias rosas adornándolo; junto a él, algunas de mis pertenencias.

— ¡Kim, hija!—escuché decir de esa voz tan familiar, tan agradable, tan reconfortante.

Despegué mis labios para contestar, pero un abrazo desesperado, me mantuvo en silencio, haciéndome querer corresponderle de la misma manera. Levanté despacio mis brazos, que con tanta debilidad pesaban lo que diez autos, y rodeé con suavidad su espalda.

— ¡Mi niña, mi pequeña! ¿Estás bien?—se separó y me miró con las comisuras de sus ojos derramando tibias lágrimas.

Asentí simplemente y le dedique una cálida mirada para intentar tranquilizarla.

—Estaba tan asustada, amor...—me decía mientras se sentaba y tomaba mi mano entre las suyas.

—Está bien, fue un accidente...—murmuré recordando el empujón que sentí antes de terminar en el hospital.

— ¿Cómo te sientes?—inquirió casi con desesperación.

—Débil... La cabeza me está matando, pero fuera de eso, estoy bien.

—Mi pequeña...—depositó un dulce beso en mi frente—. Me da mucho gusto que nada grave te haya sucedido.

—Si... También a mí me da gusto—hablé suavemente disfrutando de la sensación de calma que me regalaba mi madre.

—Hace un rato, la directora estuvo por aquí, se enteró y... —su mirada se dirigió hacia mí con un temor imposible de ocultar.

— ¿Qué ocurre?—cuestioné con inseguridad.

—Dijo que no debiste salir del instituto, que dentro del reglamento estaba implícita la norma que lo prohibía y que eso acarreaba la... Expulsión irrevocable.

Me quedé congelada, tratando de interpretar las palabras de mi madre. No podía creerlo, me dejé llevar por la rabia de ver a Nathaniel besarse con Melody y ahora simplemente todo se volvía en mi contra, sin una gota de piedad. Había arruinado mi proceso en el Sweet Amoris, y decepcioné a mi madre, que aunque no me lo dijera, sabía de antemano cuanto la afectaba la noticia.

Su desaprobación estaba ahora oculta por el alivio que sentía al verme bien. Pero detrás de aquella alegría, había un dejo de desilusión por saber que actúe de forma indebida.

Mire la sábana que me cobijaba y apreté mis párpados en un fallido intento por liberar un poco de la frustración que sentía.

—Lo siento, hija...—mi madre rompió el silencio incómodo que se había apoderado de la habitación —. Me gustaría saber por qué saliste de esa manera, ¿sucedió algo?

Me atreví a mirarla, y un estremecimiento recorrió mi cuerpo al ver esos ojos tan desolados. Abrí mis labios y tomé aire con lentitud para comenzar a explicar lo que había sucedido. Le debía la verdad después de lo que había provocado. Rato después, ella estaba al tanto de mis sentimientos por el delegado.

—No te culpo, Kim, el chico es bastante guapo, y se ve muy formal, pero... Ya no eres una niña— apretó mi mano y habló con serenidad—. Los cuentos de hadas no existen, Kim,  las novelas con finales felices sólo cobran vida en la ficción. La realidad es completamente diferente; los chicos no son príncipes caballerosos ni galantes, no irán a tu rescate cuando te encuentres en algún apuro, ni te prometerán que eres la única con quien pasarán sus días—hizo una pausa sólo para revisar mi expresión y continuó—. Hay hombres buenos, los hay, pero puedes toparte con hombres que no le den importancia a tus sentimientos, que sólo pretenden divertirse... Y de ellos, hija, es de los que debes prevenirte.

—Lo sé... —Fue lo único que pude pronunciar, porque mi cabeza seguía recordando el beso de Melody y Nathaniel.

—Escribe, crea, sueña... Pero jamás intentes idealizar al chico que te guste, no le des la personalidad que te encantaría que tuviera, porque te llevarás una sorpresa y no será muy agradable. Aprende a apreciar la realidad, lo palpable, y aférrate a lo que ves y vives.

— ¿Lo estaba haciendo mal?—pregunté sin despegar la vista de la manta blanca que cubría la mitad de mi cuerpo.

—Te enamoraste irrevocablemente de Nathaniel porque se comportaba amable, pero en realidad no lo conocías, nunca lo conociste. Lo idealizaste, le diste más relevancia de lo que merecía y entonces te viste caer... Pero fuiste tú quien lo vio así, tú y sólo tú... —hizo una pausa y me miró con seriedad—. Hay acciones hija mía que sólo significan amabilidad, y no debes confundirlas con amor. 

—Y gracias a mis ilusiones sin fundamento, ahora estoy fuera de la escuela...

Mamá acarició mi rostro en un suave roce.

—Intenté convencer a la directora... Pero parece muy firme en su decisión. Lo siento, hija, buscaremos algo más.

Mi corazón afligido y frustrado pedía a gritos poder exteriorizar lo que sentía. Pero no sin antes destrozarme con los recuerdos de las personas con quienes compartía el tiempo en el instituto.

Iris, Lysandro, Castiel, Nathaniel... ¿Cómo pude arruinar todo así? Me sentía tonta, tan infantil e idiota como nunca antes. Había arrojado todo por un enorme abismo que no tenía retorno. Olvidé que habían cosas más importantes para mí que el amor... Pero lo que más me dolía, era haberme perdido tanto por alguien que no se dio cuenta de lo que sentía.

Un nudo en la garganta me ahogaba en la desesperación y no me permitía hacer otra cosa más que llorar. Mis ojos se humedecieron con rapidez y dejaron correr libre el cristalino líquido aprisionado en ellos.

—Soy...una tonta... —rompí en un sollozo.

—No seas tan dura contigo misma, algo haremos, desde que estés bien de salud todo lo demás podremos recuperarlo—me acarició el cabello.

Continué llorando con desconsuelo durante un rato y cuando al fin me hube calmado, mamá retiró su abrazo con lentitud.

—Todo estará bien...—susurró mientras se acomodaba mejor en su asiento.

El doctor llegó en ese momento, se presentó, se acercó a mí y me revisó, hizo una serie de preguntas y exámenes que por suerte y a juzgar por su expresión supe que salieron bien. Me recomendó reposo, y le hizo saber a mamá que el alta me lo daría en tres días, puesto que no había daño grave.

El dolor en la cabeza se debía al impacto con el suelo, pero este, no había afectado la memoria, u otros funcionamientos vitales.

El doctor salió de la sala y cerró la puerta tras de sí, logrando que mamá enfocara su vista en mí y me regalara una de sus maternales sonrisas, todo aquello en un vano intento por infringirme algo de felicidad.

— ¿Puedes traer mi computadora?—le pregunté esperanzada, ya que aunque para ella mi estancia sería corta, para mí, estar aquí sin poder hacer nada significaba una eternidad.

—Claro, hija, iré por ella ahora—se acercó y me besó la frente.

—Gracias, mamá.

La observé salir de la habitación y sin quererlo posé mi vista sobre algún el blanquecino tejado, permitiendo que mi mente tuviera la libertad de explorar a su disposición.

¿Podría llegar a perdonarlo? O, más bien, ¿perdonarme a mí misma por haberme dejado llevar de esa manera? Después de todo, mamá tenía razón, yo lo había creado todo, y era por ese motivo que ahora sufría. Era increíble como el ser humano lograba hacerse ilusiones tan rápidamente cuando se encontraba vulnerable al depender exclusivamente del corazón.

Pestañeé un par de veces y entorné mi vista hascia la mesa junto a mi camilla, necesitaba con premura una hoja y un lápiz, me urgía escribir lo que sentía, lo que pensaba, era desesperante no poder expresarme sobre el papel como tanto me gustaba.

No era un secreto para nadie que tenía una pasión con los poemas y frases. Desde que era niña recuerdo que solía escribir en un cuaderno algunas de las historias que pasaban por mi cabeza y que desde ese momento, se me fue volviendo costumbre el tener que anotar lo que sentía mientras vivía alguna emoción en específico. Cada una de ellas, con el tiempo terminaban convirtiéndose en un mar de sutiles y sensuales palabras que daban vida a mi propia versión de los hechos.

Busqué algo en qué poder expresarme, casi con desesperación, como un sediento que necesitaba agua. Sólo hallé una servilleta, pero nada con qué escribir sobre ella. Con la mirada inspeccioné la habitación en busca de mi bolso, y lo vi allí descansando sobre una silla cerca de la mesa.

Decidida a alcanzarlo me incorporé despacio e incliné un poco mi cuerpo al tiempo que extendía mi brazo. Finalmente conseguí acercarlo a mí y de su interior extraje mi pluma.

Coloqué la servilleta sobre la mesa y empecé a escribir, dejándome llevar, dejando salir todos esos sentimientos arremolinados en mi interior que amenazaban con hacerme enloquecer sino lo plasmaba sobre el papel.

"La vida se encarga de poner en tu camino a las personas con algún propósito, siempre hay un por qué, siempre hay una razón. Pero todavía no logro entender el motivo por el que te encontré...

No le hallo sentido a un encuentro de un amor no correspondido
No encuentro explicación a quererte desde las sombras sabiendo que tu mirada, tu sonrisa y tus pensamientos le pertenecen a alguien más... ¿Acaso el destino se mofaba de este querer insubordinado? ¿De esta batalla emocional de la que sólo yo resultaría derrotada?

Sin ningún atisbo de duda me atrevía a asegurar, que aunque todavía ignore el motivo de tu presencia en mi historia, serás uno de esos recuerdos que difícilmente podré olvidar..."

Repasé mi fragmento y sonreí, era lo que estaba intentando escribir, era la constatación de lo que había sucedido y por supuesto, mi tan anhelado consuelo.

En cuanto mamá trajo la computadora, logré escribir varios versos más, resultaban tan apaciguadores, tan reconfortantes, era parecido al alivio que sentías al estar sumergido en el agua por mucho tiempo y después de un rato lograr inhalar el oxígeno al salir a la superficie.

Así, dando rienda suelta a mi imaginación, logré sobrevivir a los tres días de estancia en el hospital.

~Al tercer día...

Había podido caminar más y cada vez me dolían menos las piernas, era una mejoría sin duda. Mi cabeza estaba un poco mejor, aunque aún permanecía el dolor, pero nada en comparación con el primer día que desperté; y por último, mi lastimada mano, se veía mejor también, aunque todavía me costaba bastante llegar a mover un dedo.

Aquel día era mi salida, y mientras encontraba una escuela nueva tendría que permanecer en casa, o trabajar los fines de semana para intentar ayudar en algo a mi madre. No estaba muy emocionada con la idea de tener que hacerlo, puesto que me habría encantado continuar en el Sweet Amoris, pero ya que las cosas habían resultado así, no me quedaba más opción que resignarme.

Mi madre y yo guardábamos mis pertenencias en una pequeña mochila que habíamos dejado en la habitación para ir almacenando allí mi computadora y mis objetos de uso personal. Recogimos mi ropa, mis libros enormes de historia que aún llevaba a la escuela aquél día antes de que todo ocurriera y algunas otras cosas más.

Cuando todo estuvo listo mamá me dirigió una mirada cargada de emoción y luego sus labios esbozaron una sonrisa tenue, suficiente para hacerme sentir un poco mejor por volver a casa.

Me incorporé despacio y tomé la mochila repleta de mis pertenencias. Caminé despacio hacia la puerta con un sentimiento de bienestar colmándome el alma, al fin dejaría atrás esas paredes blancas y monótonas, al fin podría olvidar el caminar de las manecillas del reloj que parecían torturarme y obligarme a recordar cada segundo que estaba allí, al fin era libreotra vez.

Una enfermera se había quedado allí, para darnos los últimos detalles y recibir la habitación que dejé libre. Hizo una llamada en el teléfono de la habitación y una chica llegó con sábanas nuevas.

Salimos al fin, y mientras caminaba pude observar personas en la sala de urgencia que esperaban por una atención inmediata. Algunos de ellos se veían bastante mal y sentí algo de pena por ellos al estar allí esperando en semejantes condiciones.

Finalmente la puerta de la salida se encontraba frente a mí, alzándose orgullosa al servir, paradójicamente, como bendición y maldición. Bendición, por supuesto, para los que como yo, terminaban su proceso allí dentro, y maldición, para los que apenas tendrían que empezar algún tratamiento en ese lugar; aunque eso conllevara a un resultado positivo, al final de cuentas. 

Debía ser completamente sincera en esto: Realmente desde niña había odiado ir al doctor, nunca me gustó y nunca me gustaría. Era demasiado temerosa, y aunque con el tiempo fui haciéndome a la idea de que no era tan malo como pensaba, aún quedaban residuos del miedo que solía experimentar cuando debía ir por algún motivo. Así que, obviamente, el regocijo que sentía era bastante grande.

La luz del sol me dio de lleno en la cara, embriagándome con esa tibieza tan propia del astro rey. Me daba una sensación de alegría y de una renovadora calma que no sabía bien cómo explicar. Cerré mis párpados y contemplé el cielo tan azul y despejado que casi parecía irreal. Sonreí para mis adentros en cuanto me di la vuelta para observar el que fue mi hogar por tres días.

Mi sonrisa se desvaneció de inmediato y una mueca de sorpresa invadió mi rostro en cuanto mis ojos se toparon con la imagen del pelirrojo, recostado desinteresadamente en la pared junto a la entrada.

Mi madre me dirigió un mohín lleno de incertidumbre, pero mis ojos insistían en posarse en el chico rebelde que ahora sonreía desde su posición.

—Ya voy, mamá—fue lo único que pude decir ante la sorpresa de verlo allí.

Castiel se acercó a mí con esa sonrisa que tan bien conocía.

—Así que sobreviviste...—comentó en un tono tranquilo, cargado de gracia.

Mi madre lo fulminó con la mirada y se alejó antes de gritarle algo a Castiel por decir semejantes imprudencias.

—Ya sabes lo que dicen: Mala hierba nunca muere—repuse con alegría —. ¿Qué haces aquí?

—No te vi en días, ni en tu casa, ni en el instituto, ni en los lugares que frecuentas, así que pensé ¿qué mejor lugar para buscarla que en el hospital? Es bastante torpe.

—Una conjetura brillante, sin duda— ironicé—. Y  ahora bien, dejando las payasadas de lado, ¿cómo te enteraste?—inquirí enarcando una ceja.

—Escuché a Alanis contarle a Ámber sobre lo que pasó—declaró con calma mientras cruzaba sus brazos por encima del pecho.

— ¿¡Alanis!?

Castiel asintió.

—No... ¿¡Pero cómo lo supo!?—exclamé sin retirar la vista de esos iris color plomo.

— ¿Tengo cara de adivino?—cuestionó con sarcasmo.

—Tal vez no tengas la cara, pero viniste a verme el día que me dieron el alta y se supone que nadie sabía sobre eso.

Castiel pareció meditar su respuesta, y después de unos segundos simplemente me analizó con la mirada.

—Con un "gracias" es más que suficiente...—respondió.

No sabía qué pensar, realmente era muy dulce de su parte venir justo el día de hoy. Pero sobre todo me encantó el detalle de que notara mi ausencia... De alguna forma lo averiguó y ahora estaba aquí. Mi curiosidad estaba al límite, realmente quería saber cómo había llegado a saber sobre mí, pero dado que con quien hablaba era Castiel, lo mejor era no preguntarle.

—Gracias—murmuré levantando el rostro para enfrentar el de él.

—Anda, vete, nos veremos mañana en la escuela—me dijo mientras ladeaba el torso para comenzar a caminar lejos de allí.

—Me temo que ya no nos veremos tanto como antes—me mordí el labio tratando de liberar un poco la frustración que me producía ese tema.

Pude sentir como me observaba y entonces decidí continuar hablando.

—La directora me ha expulsado de la escuela—solté sin premeditación.

Dirigí mi mirada al suelo, no quería dejar que las lágrimas se escabulleran de mis ojos, no frente a él.

—Te voy... —No continúe la frase, no podía quedar como una tonta sentimental, después de todo, seguro que pensaba que no era el fin del mundo, y hasta me envidiaría por no tener que volver a ese lugar.

—Entiendo, yo también te voy a extrañar...—parecía serio, su semblante era indescifrable, casi parecía como si le afectara en algo la noticia—. Después de todo, me hacías partir de risa con todo lo que te sucedía. Me cuesta pensar que ya no podré reírme de ti, es realmente nostálgico...

— ¿Sólo por eso me vas a extrañar?—pregunté un poco ofendida.

— ¿Qué más pretendes que diga?

—Nada...

Él sonrió

— ¿Ya te enojaste?—indagó.

—No estoy enojada—refuté.

—Claro...—las comisuras de sus labios se ensancharon un poco más —. Te veré mañana—echó a andar como si nada, tan despreocupadamente como siempre, dejándome llena de dudas, pero con una emoción que aún no lograba entender del todo.

"A todas nos vendieron la falsa idea del hombre ideal que te rescata de enormes castillos custodiados por dragones, que te busca para esposarte y ser felices para siempre, pero ¿Qué sucede cuando te das cuenta que, a veces, el príncipe azul no se encuentra en el chico más caballero, sino en la imperfección de un chico imperfecto?"

Continuará...

Notas finales:

Espero que esta nueva entrega sea de su agrado, y si es así no olviden hacérmelo saber, me ayudaría muchísimo. 

Miles de gracias a todos los que me leen 

¡Hasta la próxima!

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