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IX Luna Escarlata

El frío congelante que impregnaba la atmósfera a la que nos expusimos al abrir la puerta, no tenía relación alguna con el entumecimiento que sentí de pronto en cada parte de mi anatomía. Fue tal la conmoción que logró trastocar la placidez que había sentido momentos antes. De pronto todo pareció un lejano recuerdo, un feliz y volátil recuerdo.

Sentí el estremecimiento de Iris quien se hallaba a mi lado, pero mis ojos no podían mirarla, estaban atrapados en aquella chica delgada cuyas mejillas marmóreas eran ensuciadas por el negruzco rímel que se había dispersado con libertad sobre cada una de ellas.

Su semblante tan hostil y lleno de desesperación e ira, nos vislumbraba desde su posición con inquebrantable desprecio. Respiraba con agitación mientras sus dos brazos se estiraban a la altura de los hombros posicionándose justo frente a su delgado cuerpo. Ambas manos aferraban con fuerza un arma, tal vez con la esperanza de que el temblor que las poseía no resultara vencedor. Un fino dedo acariciaba el gatillo con dudosa firmeza apuntando a mi dirección sin rastro alguno de vacilación.

Un llanto silencioso abandonaba sus labios, y el sonido de su respiración era el único capaz de irrumpir la densa quietud que abarrotaba el ambiente.

— ¡Idiota, no dejaré que nadie, nadie, nadie! ¿Escuchaste bien? ¡Nadie, se burle de mí, te vas a arrepentir de esto, Kimberly!—habló con el odio más puro que haya escuchado alguna vez y reforzó su agarre en el arma.

Nathaniel dio un paso levantando los brazos en señal de rendición y como si se tratara de una reacción a un estímulo, Alanis de inmediato lo apuntó. Sentí el temor recorrer mi cuerpo en cuanto lo hizo, casi quise correr, protegerlo, apartarlo del peligro, pero estaba paralizada presa del pánico.

—Alanis, cálmate, sea lo que sea, hablando podemos solucionarlo—expresó Nathaniel en tono conciliador.

— ¡No se solucionará nada, no te metas! ¡Kimberly no puede obtener lo que yo quiero, no puede quedarse con lo que me pertenece!

—Sea lo que sea que Kim te haya arrebatado... Todo tiene solución, no cometas un error por algo así, Alanis—continuó el rubio tratando de apaciguar las enormes llamas de odio que desprendía la pelinegra con cada palabra.

— ¡No des un paso más!—gritó la chica con vehemencia.

—Nath...—le oí murmurar a Melody con un tono de preocupación tiñendo su voz.

—Vaya... no pensé que fuera una demente—comentó Castiel con tanta tranquilidad, que casi parecía estarse divirtiendo—. ¿Qué?—preguntó cuando sintió mi mirada escudriñándolo.

—No es divertido, Castiel, alguien podría salir lastimado...—Murmuré mientras miles de pensamientos negativos cruzaban por mi mente.

— ¡No seas dramática, seguro es de juguete eso que trae en las manos!—exclamó el pelirrojo caminando hacia Alanis con ademán impaciente —. Se acabó la función, suelta esa arma ahora.

—Castiel... Dime... ¿por qué?—su voz se quebró al instante y dejó que las lágrimas empaparan sus finas facciones.

—Porque estoy cansado y quiero irme a casa, así que deja de actuar como una psicópata y regresa a tu hogar a jugar con tus muñecas.

— ¡No! ¡Estoy preguntándote por qué ella y no yo! ¿¡Por qué!?—exigió saber ahora apuntando débilmente hacia el pecho de Castiel.

El guitarrista dio algunos pasos más para quedar cerca de ella y finiquitar el teatral encuentro que provocó; Melody aprovechó para correr al lado de Nathaniel y tomarlo de la mano, e Iris y yo continuamos inmóviles delante de la entrada.

— ¡Respóndeme!—profirió la pelinegra con un grito desesperado lleno de frustración.

El guitarrista consiguió inmovilizarla llevando las manos de Alanis hacía su espalda y sosteniéndolas allí.

— ¡No! ¡No permitiré que estés con esa estúpida!—la chica en su desesperación por liberarse del agarre del pelirrojo accionó el gatillo logrando que una bala impactara en el muslo de Castiel.

El sonido nos dejó atónitos, completamente aturdidos, y alarmados.

Observamos como el rockero caía al suelo y también como la frágil chica contemplaba la escena con el temor reflejado en sus ojos. Logró salir del estupor y corrió por las calles tan rápido como sus altos tacones le permitían.

Nathaniel soltó la mano de Melody y corrió tras la agresora logrando alcanzarla rápidamente; sin embargo, Alanis en su angustia por marcharse del lugar, consiguió propinarle un rodillazo en su parte más sensible, dejando al rubio incapaz de continuar tras ella.

— ¡Llama a la ambulancia!—le ordené a Iris y corrí hasta Castiel sintiendo como mis piernas aún doloridas y temblorosas se esforzaban por no fallar.

Iris se apresuró a buscar el teléfono con el semblante casi tan pálido como el de una hoja de papel.

—Dios...—Fue lo único que pude decir al inclinarme frente a Castiel y estudiar la herida. Me quité la camisa que llevaba puesta sin importarme nada más que detener el sangrado y la amarré con fuerza haciendo un torniquete alrededor del muslo.

Escuché a Iris hablar tan de prisa a través del teléfono que no estaba segura de si la persona que se encontraba al otro lado de la línea había logrado entender algo. Esperé y le rogué a las estrellas, los dioses o al destino, que no tardaran en enviar la ambulancia.

El rostro de Castiel compungido en una mueca de dolor me estaba matando, y la espera por el vehículo que lo llevaría hasta el hospital era torturante.

—Resiste...—le susurré porque ni siquiera mi voz quería cooperar.

Castiel pareció mirarme un momento y luego simplemente esbozó una media sonrisa, que aún a pesar de su mueca de dolor logre vislumbrar.

—Eres una... tabla de... planchar ¿Lo sabías?

En otras condiciones tal vez le hubiera seguido el juego, posiblemente me hubiera sonrojado, o quizás molestado, pero ahora nada de eso me importaba, ni siquiera el hecho de estar con el torso semidesnudo delante de dos chicos.

—Siempre tan encantador incluso en los peores momentos...

—Considera unos... implantes...—volvió a decir.

—Shh... Ya no te esfuerces.

No fui consciente de cuando Nathaniel y Melody se situaron a mi lado, pero después de sentirlos y dedicarle una rápida mirada al delegado, me tranquilicé un poco al verlo bien.

Él entró a casa más recuperado y un momento después me puso sobre los hombros un abrigo.

—No vayas a resfriarte—me sonrió al tiempo que me ayudaba a ponérmelo.

—Delegado...Idiota... y aguafiestas...—se quejó el pelirrojo, apoyándose en mí, dejando su rostro descansar cómodamente sobre mi hombro.

Nathaniel pareció adquirir una tonalidad azulada en el momento en el que sus ojos dorados se toparon con los de Castiel, pero luego se dedicó a inspeccionar el torniquete y su reloj de pulsera con impaciencia.

—Hay mucha gente mirándonos—acotó la castaña contemplando las ventanas abiertas de los vecinos entrometidos que no perdían detalle alguno.

Abracé a Castiel curioseando exactamente lo mismo que Melody y después de un rato, algunos optaron por ir a dormir. Otros en cambio, parecían pensar que se trataba de un homicidio y podían apreciarse sus rostros miedosos asomándose cautelosamente por detrás de las cortinas.

Mi madre bajó asustada a inspeccionar lo que estaba sucediendo, pero afortunadamente la ambulancia llegó justo en ese momento, evitando tener que responder a los millones de cuestionamientos que estoy segura deseaba plantearme.

—Hija, pero qué... Dios, ¿ese chico está bien?—consultó con el horror vivo en su faz —¿Qué fue lo que pasó aquí? ¿Kimberly, A dónde irás?

Los paramédicos dejaron a Castiel en la camilla y lo subieron apresuradamente al auto.

—Sólo dos personas podrán acompañarlo—anunció uno de los doctores mirando al grupo de gente reunida frente a la casa.

Ladeé mi rostro en dirección a donde se encontraban mis amigos, pero ninguno parecía querer permanecer al lado del pelirrojo, sólo Iris se ofreció a acompañarme. Me despedí de mi madre que se quedó completamente desconcertada y algo aterrorizada por el hecho de que algo así sucediera frente a su hogar. Sin duda tenía razones para angustiarse pero principalmente su impaciencia se debía a que me hubiera ido con un chico herido sin decir mucho más que un simple: 'estaré bien, mamá'

Subimos al auto y me senté al costado opuesto de donde descansaba el cuerpo de Castiel. Iris me imitó sin despegar ni un segundo la mirada del guitarrista que parecía sufrir entre sueños. Habían logrado detener la hemorragia, pero aún debían esterilizar la herida y, por supuesto, extraer la bala de su muslo, así que al pobre chico le quedaban horas de larga agonía.

—No puedo creer que Alanis... Ya sabes...—susurró la pelirroja mientras jugaba con sus dedos revelando la ansiedad que experimentaba—. Fuera tan lejos con el asunto de Castiel, es... Obsesivo a un punto que da escalofríos.

—Lo sé... Créeme que lo sé mejor que nadie—asentí despacio sintiendo el temblor de mis manos y mis piernas ya que me encontraba en un estado de nervios bastante importante—. Lo de esta noche fue... Perturbador.

—Fuiste muy fuerte, Kimmy, lo ayudaste... No sentiste miedo, no te vi dudar, fuiste hacia él con tanta determinación que ni siquiera percibí temor en tus actos.

—No...—la miré para que distinguiera el rastro del pánico que estaba segura se revelaría en mis pupilas—. Sentí miedo, jamás había sentido un miedo más grande que este, jamás... Te lo juro. No sé cómo logré que mi cuerpo respondiera, me asombra haber podido reaccionar...

—Con más razón deberías sentirte orgullosa—esbozó una sonrisa tan débil que apenas pude apreciar.

La ambulancia se detuvo y los enfermeros y paramédicos se apresuraron en sacar la camilla de Castiel; acto que se llevó a cabo en poco más de un minuto y posteriormente corrieron llevándolo hacia la sala de urgencias, mientras monitoreaban sus signos vitales. Fui como un bólido tras ellos pero no me permitieron traspasar aquella puerta metálica.

—Lo siento, estaremos informándolas de todo lo que ocurra con él—prometió el internista y sin más que decir desapareció tras la enorme entrada.

Una chica se acercó a nosotras, vestida de blanco y con una libreta. Ambas nos quedamos a la espera de lo que buscaba.

—Nombre del paciente, edad, y sus parentescos.

Iris fue quien respondió a los cuestionamientos de la mujer que tomaba nota y nos observaba con detenimiento.

—Yo soy su prima—mintió la pelirroja—ella es...—su mirada claramente imploraba por una contestación rápida de mi parte, una respuesta que no contuviera titubeos ni dudas.

—Su novia—respondí con una seguridad que me dejó atónita.

Después de dar nuestros números de teléfono y algunos otros datos, nos indicaron que debíamos aguardar en la sala de espera.

La madre de Iris al saber en dónde se encontraba su hija después de lo que ocurrió, fue por ella hasta el hospital y la llevó de vuelta a casa.

Me quedé allí observando mi móvil queriendo llamar a Lysandro, pero dado que no quería alterarlo, y mucho menos a esa hora, opté por permanecer allí, hablando con mamá para que estuviera tranquilla y durmiera en lo que restaba de la noche.

Rato después una enfermera apareció tras la puerta y de inmediato me buscó con la mirada.

—Te llamo luego, mamá, descansa—colgué con rapidez y esperé a que se dirigiera a mí.

— ¿Eres la chica que viene con el muchacho, verdad?—cuestionó asegurándose.

—Sí, así es, ¿él cómo está?

—Hace quince minutos suturaron la herida, todo salió bien, afortunadamente la bala no impactó en un lugar significativo, y hace un momento fue remitido a su habitación.

— ¿Puedo verlo?—pregunté enseguida.

—Desde luego, y por cierto, necesitamos a su padre, madre, o alguien que pueda hacerse cargo de él.

—Sus padres no están en el país, él vive solo—expliqué—. ¿Hay algún problema?

—No, ninguno... Está en la habitación 302.

Asentí pensativa sin saber cuál era el siguiente paso, tal vez tendríamos que pagar algo para salir de aquí, o hablar con la policía por el asunto de la bala, en cualquier caso rogaba que fuera la primera alternativa.

Me encaminé hasta la habitación que me habían dicho a paso rápido aún absorta en mis pensamientos, pero con la latente esperanza de verlo. Subí la escalera de dos en dos, y así hasta que conseguí llegar al tercer piso. Busqué en los números de los cuartos hasta dar con el que buscaba y una vez allí me di valor para abrir la puerta. Di un paso hacia la camilla donde el pelirrojo estaba completamente dormido, se veía tranquilo, muy diferente a como lo había visto horas antes, tampoco quedaba rastro alguno de molestia en su semblante.

Me acerqué despacio a la cama como si temiera despertarlo y me senté frente a él en un asiento pensado para los visitantes. Suspiré una vez cerca del pelirrojo dejando escapar por medio de aquella exhalación toda la preocupación que me exaltaba.

Permanecí un rato así inspeccionando sus facciones mientras dormía tratando de advertir algún rastro de dolor o tal vez algún quejido silencioso, pero por fortuna Castiel parecía estar en completa paz. Viendo aquella situación y tratando de darme ánimos pensando que en pocas horas la directora del Sweet Amoris me esperaría en su despacho, decidí dormir en lo que restaba de la madrugada.

Programé la alarma en mi teléfono celular y echando un último vistazo al rostro de Castiel, dejé descansar mi cabeza sobre uno de los brazos que mantenía en la camilla. Tomé la mano del guitarrista delicadamente entre la mía pensando en que si despertaba y necesitaba algo, sólo tendría que apretarla un poco.

Finalmente, y con mucha facilidad logré conciliar el sueño.

~Narrador: Castiel

Mis ojos se fueron acostumbrando lentamente a la penumbra de la habitación, aún podía sentir un dolor punzante en mi pierna, pero el calor que había experimentado antes había desaparecido; aún así, era insoportablemente lacerante.

Estaba cegado por la rabia, y sabía bien que si volvía a ver a Alanis, terminaría en un instituto psiquiátrico, en la cárcel o peor aún, dos metros bajo tierra. Todas las ideas me resultaban bastante atrayentes, excepto dejar que esto pasara olímpicamente, porque ¡maldita sea, fue demasiado!

Sentí una extraña calidez invadiendo mi mano y parpadeé despacio mientras mi cabeza se dirigía hacia esa dirección. Pude distinguir la silueta de alguien que dormía y entonces vi que se trataba de Kim.

Me quedé viendo su palma entre la mía, y noté como mis mejillas eran invadidas por ese bochorno tonto que siempre se hacía presente en este tipo de situaciones. Suerte que nadie estaba mirando, así que no importaba.

Sin saber que hacer di pellizquitos sobre el dorso de la mano de Kim, tratando así de despertarla. No sabía qué hacer y como no quería permanecer solo sabiendo que tenía compañía, me pareció que lo mejor sería charlar un rato.

La dormilona de Kim parecía encontrarse en un sueño muy profundo y decidí entonces ser menos sutil. Si quería que despertara iba a necesitar un poco de agua, gritar o quizás incluso darle una gran sacudida, pero mi última determinación fue hacer uso de otra idea que cruzó por mi cabeza: me acerqué despacio, liberando mi mano de su agarre y con ella apreté su nariz evitando así que pudiera inhalar algo de aire. El plan dio resultado puesto que la sensación de no poder respirar la alertó rápidamente y terminó por abrir los ojos.

— ¡Al fin!—protesté con un dejo de burla en mi voz.

Ella pareció mirarme un poco adormilada y luego se levantó bruscamente de su asiento.

— ¿¡Te sientes mal!?—preguntó alterada.

Me daba gracia la cara de zombi que tenía en ese momento, estaba seguro que si hubiese tenido una cámara a la mano le habría sacado una foto de recuerdo. Sonreí sin darme cuenta y seguí observándola sin responderle.

— ¡Castiel, es en serio! ¿Te pasa algo?—continuó preguntando.

—Da miedo tu rostro sin maquillaje... Y pensar que no tienes ni como rellenar el escote ni como verte guapa en la noche... Debería darte vergüenza.

Ella me analizó con la mirada y luego simplemente volvió a tomar asiento entre malhumorada y aliviada.

—Me asustaste...—murmuró.

—No sabes el susto que me llevé al verte...

—Ya, no seas payaso, ¿acaso qué tengo? ¿Y para qué me despertaste?

—No tienes nada que envidiarle a un zombi, y te desperté porque estaba aburrido, no hay televisores, música o algo que me ayude a entretenerme, es como estar en clases con el señor Farrés.

—Es un hospital no un hotel, Castiel—me recordó—, y ya deja de decir tonterías si no quieres que me enoje y me coma tu cerebro.

— ¿Quieres comerte el mío para compensar el que te falta? Sólo pídemelo y por pura lástima te regalo un poco.

—Ja, ja, el accidente te volvió más pesado de lo normal, ¿no es así?—cuestionó.

—Es probable, por cierto... Lamento lo que pasó, fue mi culpa—confesé ya encaminando la conversación hacia algo serio.

— ¿Tu culpa?—preguntó la muy torpe.

—Sí, no creí que Alanis tuviera tal desorden mental, de haberlo sabido no le habría dicho que eras mi novia, tengo la impresión de que hubiera sido más sencillo de ese modo.

—Al fin dices algo coherente—cruzó los brazos por encima de su pecho—. Pero nadie lo sabía, y ahora que lo mencionas, me pregunto qué pasará con ella.

— ¿Qué pasará con ella?—pregunté con irritación —. Va a tener que pagar por lo que hizo, no puede quedarse así.

—Claro que tiene que pagar por lo que hizo. Ella es quien no debería regresar a la escuela, eso sería arriesgado para todo el personal... Estoy segura que Nathaniel hará algo al respecto después de lo que sucedió anoche—comentó—. O tal vez pueda ayudarla a comenzar sesiones psicológicas...

Le hice un mohín de desaprobación, ¿por qué siempre tenía que nombrar al idiota ese?

—Sí, bueno, mejor duérmete—miré hacia la ventana enojado.

— ¿Qué? ¿Por qué?—inquirió con desconcierto.

No respondí. Ella pareció meditar un poco.

— ¿Sabes? De verdad creí que... Te gustaba Alanis.

Dirigí mi mirada a ella nuevamente pero ahora con una sonrisa.

— ¿Ahora estás celosa?

— ¡No! ¿Cómo es que puedes enojarte y sonreír un segundo después?

No dije nada más, estaba seguro que su inseguridad provenía de los celos que sentía y eso por alguna razón me hacía sentir bien.

Continuará

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