IV Espejismo
La oscuridad perpetua, el cuchicheo del viento, la melodía del silencio, me acompañaban fielmente en esa fría madrugada. Era consciente de todo y a la vez de nada. Mi mente, mi tan concurrida mente, ahora se encontraba ahogada en un sinfín de emociones que no sabía bien como empezar a interpretar.
—Nathaniel...—se me escapó su nombre como un susurro, uno de esos que el viento arrastra hasta su prisión y no deja regresar jamás, uno de esos que te llenan de incertidumbre, dejándote con el sinsabor de no obtener una respuesta.
Penumbras, simplemente penumbras, me ahogaban, me atemorizaban, me confundían...
—Castiel... —Musité, pero esta vez con un toque de rencor inundando mi voz, con cierto dejo de reproche.
La luna y el sol eran dos cuerpos celestes que se encontraban en la inmensidad de la galaxia, brindándole a la tierra su sombra y su luz. El astro rey tan cálido, tan lleno de esa sutil alegría, colmaba al planeta de energía, de un resplandor inigualable que sólo él podía ofrecer. Por el contrario, la luna, tan fría, tan enigmática, atrapaba a la tierra en una especie de manto ennegrecido, confundiendo, enfriando y regalándole ese toque perfecto entre morbo y misterio, obligándote a desearla, a descubrirla. Así eran Nathaniel y Castiel, dos chicos tan opuestos pero a la vez tan cercanos atrapados por un sólo ser: mi corazón.
Tenía claro que quien causaba que mis nervios se exaltaran era el delegado, pero ahora, después de que Castiel me besara, estaba seriamente confundida por lo que sentía hacia mi ¿podría gustarle yo al chico de gélido corazón? El sólo pensar en la posibilidad me daba escalofríos, simplemente no debía ser, sentía como si de repente hubiera una ley de prohibición sobre eso.
¿Habría significado algo para él? ¿Desde cuándo el interés hacía mí? ¿Y cómo es que no me di cuenta con anterioridad?
Resoplé.
No pude haberme dado cuenta, porque entre tanta hostilidad era imposible llegar a pensar en algo relacionado con cariño, simplemente era improbable.
Si bien conocía al pelirrojo y charlaba con él a menudo, su intención hacía mi jamás cambió, siempre fue tal cual lo era ahora. Molestia, risa, sarcasmo... Nada era nuevo, sólo aquél beso... Sólo esa actitud coqueta y arrogante que me había demostrado hasta hace poco, hasta que... De repente me quedé en silencio, la respuesta era clara ¿cómo es que la había perdido de vista luego de lo que pasó? Alanis ¡obviamente era por ella!
—No...—fue más la voz de mi razón quien respondió por mí—. Se está burlando de ti...
Claro, se estaba burlando de mí, como siempre, como cada día de su vida. Se había convertido en su pasatiempo favorito, en su entretención diaria.
Sin pensarlo me había transformado en esa entretención que lo ayudaba a disfrutar de sus momentos de ocio, no había nada más allí, nada más que él mismo burlándose de mi debilidad, de mi estupidez, tal vez hasta de mi forma de ser carente de valor.
Acomodé el edredón de tal forma que logré quedar envuelta por completo, giré mi cuerpo quedando de costado y observé el despertador. Restaban seis horas para volver a enfrentarlo, y no sólo al guitarrista, sino al responsable delegado.
Cerré mis ojos e intente imaginar lo que sucedería al día siguiente. Recreé distintos escenarios, distintas situaciones y después de mucho pensar, me di cuenta que me estaba comportando como una completa idiota. ¿Cómo podía meditar tanto un beso proveniente de Castiel? Hace varios minutos tenía claro que no era más que un juego ¡y lo era sin duda! Lo único que tenía que hacer era dormir, después de todo, lo único que debía dolerme era la ausencia de Nathaniel, y eso, lo resolvería mañana si decidía escucharlo.
Convencida de no darle más vueltas al asunto, volví a acomodarme y dejé que el sueño poco a poco fuera consumiéndome hasta que lograra perder la conciencia en sus brazos.
*
El sol, con sus cálidos rayos envolvía lentamente la habitación consumiendo poco a poco la penumbra en la que se encontraba. La luna nuevamente se escondía dándole paso al nuevo día y regalando con él un nuevo comenzar.
Mi reloj despertador tan cumplido y cruel retumbó por mi cuarto con su sonido característico. Llevé mi perezoso brazo hacia el estruendoso aparato logrando apaciguar sus gritos, y despacio me incorporé. Lo primero que hice fue ver el cielo, era ya una costumbre, era como si lograra augurar la suerte que tendría en el día; aunque, ciertamente, debería empezar a abandonar esa tonta creencia.
Me levanté, mis pies descalzos palparon el penetrante frío del suelo y poco a poco se fueron acostumbrando a la temperatura que tenía. Me dirigí sin muchas ganas a mi guardarropa y allí tardé unos minutos en ver qué iba a usar.
Era de esas chicas que se tomaban su tiempo en combinar las prendas, los colores, los estampados. Me encantaba lucir bien y adoraba el maquillaje, los accesorios y los perfumes, pero al mismo tiempo, aquello no me hacía sentir ni más ni menos, era distinta a Ámber quien de esa forma intentaba demostrar su "estatus".
Tomé unos jeans oscuros, y una blusa con delicados tirantes en color turquesa, los dejé sobre un sillón pequeño y me dediqué a hacer la cama. Rato después simplemente me dirigí al baño, tome una ducha y vestí la ropa. Unos tacones no muy altos negros fueron el toque perfecto junto con un collar con perlas finas largo.
Me maquillé un poco, lo mismo de siempre, nada muy llamativo: un poco de rímel, rubor en las mejillas y un brillo delicado, esa era toda mi rutina.
Desayuné, tomé mi abrigo y salí, pero al hacerlo mi corazón dio un vuelco, había alguien esperándome en la puerta frente a mi hogar. No pude evitar sentirme nerviosa al ver de quién se trataba.
—Buenos días, Kim—me saludó Nathaniel mirándome con esos ojos amberinos tan llenos de cordialidad.
Me mantuve en silencio, quería responderle pero mi orgullo se interpuso logrando que mi mirada se dirigiera hacia un costado con la desesperada idea de evitarlo.
El chico pareció preocuparse ante el gesto y dio un paso hacia mí, acto que sin lugar a dudas, permitió dejar correr libre a mis inseguridades.
—Lo lamento—empezó a decir con una voz tan suave que me hizo girar y encararlo—. Mi hermana no se encuentra bien de salud y ayer en la tarde llamó mamá diciéndome que no podía hacerse cargo de ella, así que tuve que salir temprano. Te dejé un mensaje en el móvil explicándote.
Lo miré, y por simple curiosidad busqué mi móvil, me fijé y no había ningún mensaje, nada... Y de ser así lo habría visto cuando mi madre me llamó la noche anterior.
—No hay nada—murmuré y aunque quise evitar que mi voz tuviera algún toque agresivo, no lo logré.
—Qué raro... Lo envié, estoy seguro—buscó dentro de sus bolsillos el teléfono móvil y me enseñó en los mensajes enviados la prueba de lo que estaba hablando.
—Está bien, no te preocupes—bajé la guardia, en primer lugar porque no me mentía; segundo: no fue su culpa que la red se pusiera en mi contra y evitara que el mensaje llegara, y tercero: estaba allí, en mi casa, esperándome, eso no podía menos que alegrarme. Ese simple hecho había mermado la rabia y la decepción que experimenté, me calmó enteramente.
Reprimí mi impulso por preguntar por Ámber, y sin pensarlo demasiado sonreí, gesto que le bastó al rubio para saber que había quedado expiado de sus culpas.
— ¿Pudiste realizar el taller?—preguntó él sonriendo en su forma habitual.
—Me faltaron cuatro puntos, no tenía mucha cabeza para pensar—contesté con un dejo de preocupación. En realidad había sido importante para mí terminar el taller, pero mi cabeza no dejaba de atormentarme.
Cuando mi vista se posó en él, descubrí que no estaba mirándome, detuvo sus orbes dorados en mi mano herida y la analizó. Al darme cuenta de su curiosidad y como si de un acto reflejo se tratara, escondí la extremidad tras de mí.
—No es nada...—mentí con una sonrisa incómoda adornándome el rostro.
Él fue rápido, tomó mi brazo atrayéndolo hacia él, dejándolo nuevamente a su disposición. Observó mi mano, específicamente el vendaje precario que me había hecho luego del baño, estaba claro que no era muy bueno y que dejaba al descubierto mis contusos falanges. Me sentí apenada, apenas el chico se me acercaba tenía que ver mis desastres, y encima por culpa del tonto de Castiel.
— ¿Cómo pasó?—preguntó aún con su vista fija en mi mano.
—Fue un accidente un fatídico accidente que me busqué al intentar golpear al idiota de Castiel me caí... —Mentí, no entendía con exactitud por qué lo hacía, sólo sabía que no quería que Nathaniel supiera que había estado con el pelirrojo—. Debí torcerme la mano, no es nada grave, descuida.
Él llevó su mano al bolsillo de su pantalón y desplegó un pañuelo blanco. Retiró el vendaje que hice y volvió a armarlo, esta vez, con precisión y delicadeza.
Solté un quejido cuando lo apretó, pero la sensación que me dejó el dolor fue desvaneciéndose lentamente. Finalmente terminó y me quedé atontada observando el pañuelo.
—Gracias...—pude decir al tiempo que levantaba la mirada para encontrarme con la suya.
—Debes tener más cuidado, sino lo tratas bien puedes producirte más dolor, además debes ponerle hielo, se ve bastante hinchada—aconsejó.
Es un ángel pensé mientras mis ojos hacían un recorrido por su rostro, deteniéndome en cada uno de sus rasgos cargados de esa nobleza característica, de esa bondad perceptible que apaciguaba todo aquel mal sentimiento, todo lo infame y desagradable. Era él, como el sol de aquella metáfora que la noche anterior había invadido mi cabeza.
—Lo haré—respondí después de un rato, o al menos eso me pareció a mí, porque entre mis pensamientos y la forma en la que él me observaba parecía que había tardado una eternidad.
—Entonces dices que te faltan cuatro puntos, ¿verdad?
—Así es, resolví los más largos a excepción de uno, los otros son cortos pero el dolor en mi mano y un beso inesperado no me permitió continuar.
Nathaniel observó su reloj y pareció tener una discusión consigo mismo, pero al juzgar por su expresión y su mirada constante hacia mi extremidad, finalmente pareció llegar a un veredicto.
—Tenemos quince minutos, sé que no es demasiado, pero puedo ayudarte.
— ¿De verdad? Pero... llegaremos tarde a la escuela.
—Lo sé, llegaremos diez minutos tarde, pero por una vez que lo haga ¿no habrá problemas, verdad? Además ya me siento demasiado mal por no haber podido ayudarte ayer.
No pude evitar sonreír y sentir un infinito agradecimiento hacia él. Era ya bastante felicidad que estuviera aquí por mí, y, sin lugar a dudas, el que se ofreciera a ayudarme me dejaba en un contundente estado de éxtasis.
Lo conduje a mi casa nuevamente y después de saludar y presentarlo con mi madre que no dejaba de verlo y levantar su pulgar en señal de "lo apruebo, hija", subimos a mi habitación a seguir con el trabajo.
Abrí mi computadora, conecté mi pendrive y le enseñé el documento con los puntos del taller resueltos.
—Bien, me apresuraré—murmuró el chico de cabellos como el oro comenzando a leer los puntos y dejando varios comentarios con lo que serían "mis opiniones y puntos de vista"
Unos minutos más tarde resolvió tres puntos de los cuatro que faltaban apoyándose en la información de la red y respondiendo a su manera lo que requería la pregunta.
—Es hora de irnos, dudo mucho que te diga algo por no haber hecho un punto—pulsó el botón imprimir y esperó impaciente que la máquina terminara su trabajo.
—Muchas gracias, Nathaniel...—comenté con timidez y genuino agradecimiento.
—No es nada—tomó las hojas, rodeó mi brazo con su mano libre apresurándome para que lográramos llegar a tiempo a la escuela.
Mi madre se despidió de nosotros al bajar la escalera y Nathaniel le devolvió una sonrisa cargada de cordialidad, la suficiente como para que mi progenitora ni por un momento tuviera duda de que él era lo mejor para mí.
Caminamos a paso rápido por las calles, y aunque mi casa no estaba demasiado lejos del instituto, cuando estás corto de tiempo, todo parece más lejano de lo que realmente es.
Logramos llegar a la escuela cinco minutos después de la hora debida, pero ese tiempo que para mí no era tan grave, para el responsable delegado significaba dar mala imagen al cuerpo docente.
Para Nath la puntualidad era un asunto que se debía tomar muy en serio. Era una regla que había que seguir al pie de la letra, y una forma más de mostrar respeto a otra persona, después de todo ¿A quién le gustaba que lo hicieran esperar?
Tomé la hoja lentamente de entre sus manos y sonreí sintiendo como mis mejillas ardían.
—Gracias de nuevo, iré a clases antes de que se haga más tarde—fui caminando hacia el aula y al llegar noté que el profesor ya había iniciado la lección.
El maestro de apellido Farrés era bastante cumplido con sus horarios de clase; pocas veces se le veía tardar en llegar y cuando lo hacía, obligatoriamente recuperaba el tiempo perdido.
Entré y toqué la puerta llamando la atención inmediata de todos mis compañeros que, de tanto en tanto, murmuraban algo, sobre todo Ámber y los dos perritos falderos que tenía como amigas. Está aquí... ¿estaría realmente enferma?
—Pase señorita Evans—me indicó el señor Farrés mientras escribía en el pizarrón algunas fechas relacionadas con lo que estaba hablando—. Imagino que resolvió el taller que le dejé ayer, ¿verdad?
Caminé frente a mis compañeros sintiendo como sus miradas estaban al pendiente de lo que hiciera o dijera.
—Sí, aquí tiene—le entregué las hojas con la actividad resuelta y me quedé esperando que me diera la indicación para sentarme.
—Muy bien, puede tomar asiento.
Busqué un lugar vacío y sólo encontré uno al lado de Ámber grandiosa suerte la mía pensé un tanto asqueada con la idea de tener que compartir dos horas al lado de tan "amable" compañía.
El profesor dejó mi trabajo sobre su escritorio y por varias horas habló y propuso varias actividades sobre el tema en cuestión. Intentando inútilmente captar la atención de sus alumnos.
Había que admitir que el señor Farrés era un hombre bastante tranquilo, pero que también, podía llegar a ser muy intimidante, y aunque en pocas ocasiones se le veía enojado, cuando lo hacía, nadie se atrevía a llevarle la contraria. Desde que llegó a Sweet Amoris, los alumnos empezaron a interesarse un poco en la historia, y eso se debía a su manera divertida de explicar cada suceso, lo hacía y lo decía casi como si sintiera un dolor propio ante los acontecimientos, y empleaba ejemplos innovadores como hacer que los estudiantes actuaran y tomaran decisiones como en aquellas épocas, explicando los pros y contras de las determinaciones que elegían. Era un profesor como ningún otro en el instituto, sin embargo, en ocasiones, cuando su clase era simplemente teórica, resultaba altamente tediosa y aburrida.
Últimamente, sus clases eran así, lo que tenía por consecuencia que la mayor parte de la clase estuviera con la cabeza en otro lugar. Incluso yo, que después de pasar por una noche casi sin dormir, me resultaba más difícil poder concentrarme en cada sílaba que pronunciaba.
Mi grandiosa compañera del lado derecho, escribía notas que se pasaban con sus dos fieles amigas, mientras miraban hacia mi lugar con una sonrisa burlona implícita en sus desagradables rostros.
Me molestaba, no obstante, intentaba ignorar lo mejor que podía la situación para no darles el gusto de verme enfadada. Observé al señor Farrés caminar hacia cada estudiante con una pila de libros para leer una lección que seguramente se encontraría allí y cuando hubo llegado a mi lugar, me tendió un ejemplar. Lo tomé y lo dejé sobre mi mesa hojeándolo con desinterés.
Cuando hubo terminado la clase, y el timbre inundó con su sonido al instituto avisando del receso, Ámber se ofreció a recoger los libros cercanos a ella; así pues, tomó los volúmenes de sus amigas y se acercó hasta mí para llevar el mío consigo, pero no fue hasta ese momento que supe que su "buena intención" tenía un objetivo en concreto.
Al llegar a mí tomó el desgastado ejemplar de historia y apilándolo junto a los que ya tenía, los dejó caer con fuerza sobre mi maltrecha mano que se encontraba descansando sobre la mesa.
Proferí un pequeño grito de dolor cuando sentí el peso de los textos sobre mi extremidad. Abrí mis ojos que con el impacto se habían cerrado, y me percaté de algunas lágrimas que se habían formado latentes sobre mis glóbulos oculares, lo que causaba que viera todo borroso. Parpadeé un par de veces y permití que la tibieza que de mis ojos emanaba, se dispersara libremente por mis mejillas.
—Ay lo siento, fue un accidente—se disculpó Ámber, con esa sonrisa de superioridad cargada de ofensa que tanto detestaba.
Con la manga de mi otro brazo limpié las lágrimas que recorrieron mi rostro y le regalé una mirada de odio puro.
— ¡Pero qué miedo!—exclamó Charlotte observándome—. Vámonos antes de que nos golpee o algo—ironizó y luego rió mientras reunía a sus amigas y se marchaban todas en un mar de estruendosas risotadas.
Miré mi mano, si antes estaba hinchada no quería saber en lo que se convertiría después del "accidental" golpe de Ámber.
—Duele...—murmuré sintiendo como cada uno de mis dedos palpitaban, era como si un corazón se hubiera instalado en ellos.
Envolví mi mano herida con la sana y me quedé allí sentada intentando apaciguar el dolor. Rato después de no conseguir nada, salí del aula justo cuando el timbre daba la señal del final del receso.
Me dirigí a la enfermería entre un mar de gente que caminaba en mi dirección opuesta, causando que me tardara un poco más en arribar a mi destino. Una vez allí, me senté en la camilla para esperar a la doctora que por lo visto había salido.
Los minutos pasaron y nadie parecía llegar a la habitación — ¿pero qué clase de mal servicio es este?—cuestioné con indignación.
Salí de la enfermería y los pasillos ahora desiertos, no mostraban señal alguna de que la doctora se acercara. Pensé en oír el sonido de sus tacones blancos rompiendo el silencio, o su voz dulzona hablándole a alguien.
Caminé y al girar por el pasillo principal vi la silueta de dos chicos, una chica y un muchacho para ser más específica. Me detuve en seco al ver de quien se trataba, y entonces dejé de sentir el dolor en mi mano, se había reducido a nada al observar al rubio que tanto añoraba besar a Melody.
Estuve ese instante quieta, sin sentir ni ver algo más que el par de tórtolos que parecían no percatarse de mi presencia, simplemente no existía nada más que ellos dos, nada más que pudiera arruinarles el momento. Me sentí ínfima, estúpida, tonta... ¿Cómo había permitido que pasara? ¡No lo conocía, no lo conozco aún, y me dejé llevar por mis sentimientos erróneos que me convencieron de que el rubio me quería! Era una tonta... Una tonta que voló sobre una nube de algodón acolchonada y cómoda que no me permitía ver más allá, que me cegó a tal punto de creer en fantasías.
Desaté el pañuelo que me había dado en la mañana y lo lancé al suelo con rabia, mirándolo con odio, con dolor. Giré sobre mis talones y caminé a paso rápido hacia la salida del Instituto, no me importaba nada, no en ese momento.
Salí de la escuela, no me percaté de que alguien me seguía, en ese momento lo que sentía era más fuerte, no era consciente de nada más que de la aflicción que me embargaba el alma.
Grave error...
Sentí como al llegar a la calle algo me empujaba con tal fuerza que me hizo caminar rápidamente hacia la mitad de la vía. Un claxon llamó mi atención, miré hacia el frente, un auto se acercaba, mis piernas no respondieron, mis párpados se abrieron desmesuradamente y luego todo fue silencio...
Continuará...
Notas del autor:
Aquí está la cuarta parte de la historia. Espero que la disfruten, y si es así me regalen un favorito, un comentario o lo que deseen. También díganme si quisieran que suba dos capítulos por día, o sólo uno para dejarlos picados. ;)
La historia está pensada para desarrollarse con el tiempo y eso lo irán viendo a través de los capítulos. Vamos lento pero seguro.
¡Nos vemos pronto y mil gracias por leer!
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