III Tú, mi juego favorito
Caminaba tras Lysandro en completo silencio, contemplando los distintos negocios por los que pasábamos. El recorrido me había parecido eterno, pero no sé si eso se debía a mi preocupación por no terminar a tiempo el taller, o simplemente a la decepción que me invadía después de que Nathaniel se olvidara de lo que había prometido.
Finalmente y después de atravesar dos calles, divisé la silueta de un peli-rojo recostado contra la pared de la portería de varios edificios, fumando despreocupadamente mientras aguardaba a su fiel compañero de banda. El guitarrista ladeó su rostro y nos observó con detenimiento, fijando sus ojos en un sólo objetivo: yo.
¡Fantástico, Lys, jamás me invitaron a uno de sus ensayos y justo ahora que no quiero ver a Castiel me traes con él! pensé un tanto irritada por la idea de tener que hacerle frente a quien intentaba evitar.
— ¿Qué hace ella aquí?—Consultó el chico de ojos grisáceos arrojando la colilla de su cigarrillo al suelo.
—Creí que le haría bien venir a verte—las comisuras de los labios de Lysandro se ensancharon en una cómplice sonrisa.
Castiel lo fulminó con la mirada y dio un paso quedando justo frente a mí. Tomó mi barbilla entre su dedo índice y pulgar levantándome el rostro obligándome a verlo.
—Como te gusta hacer esto, ¿verdad?—expresé tras un instante con mi mirada indiferente clavada en la de él.
—Resultas muy divertida... Sobre todo cuando te enojas—acarició mi mentón con suavidad y me soltó —. Ahora bien, ¿qué haces aquí?
—Tenía curiosidad por saber donde vivías y como te negabas a decírmelo decidí investigarlo por mi cuenta—respondí usando su mismo argumento en un tono socarrón.
— ¿Y quién te dice que esta es mi casa y no la de Lys?—enarcó una fina ceja rojiza y sonrió victorioso.
El joven de cabello blanquecino rió suavemente ante el comentario de su amigo. Fruncí el ceño y apreté mis puños a ambos costados de mi cuerpo, no estaba de ánimo para soportar su engreída actitud.
El mar de risas en el que se encontraban mis acompañantes, sólo acrecentaba mi ira y, debido a esto, mi mano se dirigió con fuerza hacia el rostro de Castiel, con tan mala suerte que terminó chocando contra la pared detrás de él cuando el peli-rojo esquivó mi golpe.
Grité de dolor, había sido tanta la fuerza con la que mi puño impactó el muro, que ahora mis nudillos y la parte frontal de mis dedos habían quedado completamente deshechos. Me arrodillé y con mi mano sana rodeé la lastimada en un intento por apaciguar el dolor que sentía, pero era de tal magnitud que lo único que pude hacer fue permitir que un par de lágrimas se escabulleran por mi rostro.
Lysandro se arrodilló al instante, mientras tomaba mi maltrecha mano entre la suya.
—Vamos arriba, te pondré un poco de hielo—habló el cantante con un toque de ternura y alarma en su voz.
Castiel estaba frente a mí viéndome con preocupación o al menos eso parecía.
— ¡Pero qué torpe eres!—me reclamó el guitarrista levantándome en brazos con expresión de molestia —. Eso te pasa por creer que puedes golpearme, ¿te volviste loca?
Lysandro se incorporó y se adelantó hacia el apartamento No tenía idea de que era tan violenta pensó al tiempo que caminaba a la portería y entraba a uno de los edificios.
—Puedo caminar —farfullé sin hacer contacto visual, aún seguía molesta con él y seguiría estándolo si continuaba hablándome de esa forma —. Quiero regresar a casa, mamá sabrá como curarme.
— ¿De nuevo actuando como una princesita?—cuestionó exasperado siguiendo los pasos de Lysandro—. ¡Ya nos arruinaste el ensayo, ahora te aguantas hasta que Lys haga algo con esa mano!
Se metió de mala gana al ascensor, me dejó de pie junto a él y apretó el número cinco con tanta fuerza que no pude evitar sentir pena por el pobre botón. Finalmente, las puertas se abrieron y Castiel bruscamente me tomó del antebrazo guiándome hacia el apartamento.
Abrió la puerta y me empujó hacia un sofá blanco con finos detalles en dorado. Caí sentada y una vez más acaricié mi herida con el dorso de la otra mano.
Continuaba enojada, era como si mi ira fuera inagotable, como si aquel dolor que sentía por la ausencia de Nathaniel no cesara a menos de verle, de saber lo que había ocurrido, de confirmar si efectivamente se había olvidado de lo que prometió; pero al mismo tiempo estaba llena de miedos, ¿cómo reaccionaría si me confesara que se olvidó de ayudarme? ¿Me enojaría más? ¿Me entristecería? ¿Qué haría si me enterara de que para él no era más que una simple estudiante y que se comportaba de aquella manera simplemente por cordialidad? La respuesta era obvia: El ángel de cabellos rubios procedía con todos de la misma forma, era encantador por naturaleza, no era ningún trato especial. Tampoco debía ir a ayudarme, eso sólo fue algo que me habría gustado que pasara para acercarme a él, pero no era su obligación, no tenía compromiso alguno, no era su prioridad. ¿Podría enojarme aún más? Claro, ya lo estaba, me encontraba irrevocablemente dolida e indignada con Nathaniel.
Me acomodé mejor en aquel sofá y observé al peli-rojo recostado en el sillón con una guitarra escarlata. Contemplaba el instrumento como si se tratara de un Dios, de una deidad a la que rendía su más grande pleitesía. Era una mirada cargada de una vehemencia insaciable.
Movió sus dedos entre los trastes de la guitarra de tal forma que casi parecían danzar. Su segunda extremidad hacía un movimiento suave con las cuerdas produciendo un sonido increíblemente sosegado, casi apaciguador, capaz de hacerme olvidar de lo ocurrido con aquel chico de dorada cabellera y del fuerte dolor que embargaba mi mano.
Cerré mis ojos y me deleité con la armonía que desprendía cada acorde, con la sensación de paz que me regalaba y con esa comodidad que transmitía. Era absolutamente pacífica la percepción.
La voz de Lysandro rompió el impecable ambiente que vivía y provocó que Castiel dejara de tocar.
—Se ve que lo disfrutas—comentó sentándose a mi lado y dejando un poco de hielo sobre mi mano.
Apreté mis párpados para intentar mitigar el dolor que me producía el penetrante frío.
—Si... me gusta la música—respondí casi en un susurro—. Duele bastante...
Castiel se había sentado y observaba atentamente lo que hacía Lys sobre mis dedos. En distintas ocasiones nuestras miradas se cruzaron pero estaba tan molesta y apenada que simplemente no podía mantener mis ojos fijos en él, cosa que le resultaba de lo más graciosa.
Finalmente después de un rato, Lys vendó mi mano y se levantó del sofá.
—Iré por los amplificadores y el micrófono—anunció mirando a su amigo por un momento y luego se dirigió por un pasillo a buscar los objetos que necesitaba.
—Escucha—el chico de cabellos carmesí captó mi atención al instante—. Lo mejor será que vayas a quedarte un rato en el cuarto de Lys— tomó la muñeca de mi brazo sano y me llevó por el mismo lugar que cruzó el joven victoriano hacia tan solo unos momentos, deteniéndose frente a una puerta blanca con refinado picaporte dorado—. No toques nada—Cerró de un portazo dejándome ahí dentro completamente desconcertada.
Me quedé un segundo allí con mi vista fija en la puerta y di media vuelta para ver qué podía hacer, ya que me había convertido en la prisionera de dos insólitos muchachos.
La habitación de paredes pulcras y blancas, con distintos adornos sobre ellas le daba un toque tan increíblemente victoriano, que realmente te hacía sentir que vivías en esa época. Las mesas, la cama, las lámparas, todo aquello tenía ese peculiar estilo.
—Vaya... Lys es bastante singular—murmuré dando pasos por la habitación para observar.
Estaba realmente sorprendida al encontrar a alguien de un gusto tan arraigado como él. Su cuarto, su casa, su ropa, todo tenía ese particular sello personal ¡hasta su libreta!
Me senté en la cama y encontré un laptop blanco sobre ella. Guiada por la curiosidad lo abrí lentamente y fui directo a la carpeta de imágenes. Habían dos fotografías: una de Castiel y Lys junto a un enorme perro negro; la siguiente mostraba a un joven bien parecido, de cabello azabache y una forma de vestir muy particular, bastante similar a la de Lysandro. Junto con el chico, una mujer de cabello largo blanco, alta y con unos ojos amberinos algo coquetos.
— ¿Quienes serán?—me pregunté intentando recordar si los había visto en alguna ocasión, pero no logré rememorar algo en la que aquellos dos rostros se manifestaran.
Dejé mi mochila en el suelo y decidida a invertir mi tiempo en algo, tomé la hoja maltrecha del taller y busqué cada punto en
internet. Escribí y leí los dos primeros hasta que el sonido de una guitarra causó que mi concentración se escabullera lejos de allí.
Me acerqué a la puerta e intenté abrirla para escuchar un poco más fuerte pero para mi sorpresa, Castiel había puesto llave. ¡Maldición, esto es el colmo! ¡Como si desde aquí no pudiera escuchar lo que hacen!
La voz de Lysandro emergió de pronto, tan suave, tan melódica, tan grata de escuchar, era como si de repente todo el mundo girara en torno a él. Era increíble la forma en la que podía transmitir tanta tranquilidad aún a pesar de que la música que cantaba no era del todo apacible.
Volví a la cama disfrutando de la música y resolví los siguientes cuatro puntos. Finalmente el silencio invadió el ambiente y la puerta de cuarto de Lys se abrió.
—La curiosidad es un defecto muy feo...—el albino se acercó a mí y observó lo que estaba haciendo en su computadora.
—Sólo estaba desarrollando este taller... —le enseñé la hoja y el documento resuelto en su ordenador—. Como no puedo escribir decidí hacerlo de ese modo, no estuve mirando nada.
Él me observó y pareció creerme.
— ¿Cómo está tu mano?—la tomó suavemente y la estudio.
—Duele bastante, pero creo que estará bien, parece inflamada...
—No es para menos, pero estoy seguro que en unos días estará como nueva.
El sonido de mi móvil acalló la respuesta que iba a darle al joven victoriano, quien se alejó un poco para darme privacidad.
Deslicé mi dedo para contestar sintiéndome un poco nerviosa ya que quien llamaba era mamá y sabía que por no avisar que me tardaría recibiría un castigo. Afortunadamente, después de explicarle lo que sucedió, y utilizando el taller como excusa, mi madre finalmente comprendió el motivo por el que aún no me encontraba en casa.
—Creo que debo irme—colgué y envié rápidamente el archivo a mi cuenta de e-mail, acto seguido cerré la computadora de Lys.
— ¿Tu madre está enojada?—cuestionó el muchacho de mirada impar.
—Estaba preocupada, dice que es mejor que regrese, ya es de noche y le inquieta que salga más tarde.
Castiel entró a la habitación cuando yo ya estaba en pie y lista para salir de la que había sido mi peculiar "prisión".
— ¡Pero qué chica más obediente!—exclamó recostándose en el marco de la puerta.
—Debería acusarte por secuestro—refuté guardando la hoja dentro de mi mochila.
—Te recuerdo que quien decidió venir aquí, fuiste tú.
—Y a quien encerraron en una habitación como un perro sin ofrecerle al menos algo de comer.
—Estamos en condiciones muy similares—respondió tranquilamente—. Pero para que no te quejes tanto, comeremos algo en el camino.
Lysandro nos acompañó hasta la puerta y después de despedirse de su amigo y de mí, emprendimos el camino de regreso a casa.
— ¡Cielos, que frío está!—me quejé mientras caminábamos.
—Sé que quieres abrazarme, sólo tienes que decirlo, no busques excusas, me gustan las chicas directas—sonrió con arrogancia.
— ¡En tus sueños!—reí ante el comentario, de nuevo parecíamos volver a la normalidad y eso no podía menos que alegrarme.
—Bien, hoy invito hot-dog—comentó Castiel acercándose a un puesto de comida.
— ¡Vaya, el gran Castiel invitándome, qué honor!
—Que no se te haga costumbre, la próxima vez lo harás tú.
Asentí y salimos de allí caminando, peleando y riendo como de costumbre. Finalmente llegamos a la esquina donde nuestros caminos se separaban y luego de despedirnos cada quien fue por su cuenta.
El sonido de mis pasos era lo único que lograba percibir, la calle se encontraba vacía y de vez en cuando se escuchaban pasos de personas que compartían la misma desolada vía. Atravesé el parque a paso rápido y en mi prisa divisé una silueta, parecía de un hombre y caminaba directamente hacía mí.
El temor que me producía escuchar sus pasos cada vez más cerca, me hacía querer dar marcha atrás y correr, pero al mismo tiempo mi cuerpo parecía no responder. No sé en qué momento me quedé completamente estupefacta, de pie, observando como la silueta se acercaba a mí. En un momento de lucidez mi cerebro envió señales de alerta hacia mis piernas quienes respondieron y corrieron lo más rápido que los nervios les permitían.
Escuché aquellas pisadas acelerándose y mi corazón completamente desaforado luchaba por mantener la calma. Mi respiración agitada y mi mente en completo estado de alerta intentaba buscar alguna solución. Pero antes de pensar en algo se vio seriamente sorprendido por dos extremidades que me abrazaban inmovilizándome por completo.
Cerré mis ojos llena de pánico, dejándome a merced del hombre. Deseaba que todo terminara, que tomara mis cosas y se fuera, que me dejara en paz, pero en cambio de eso su voz... tan grave, tan misteriosa, habló por primera vez.
—Dame todo lo que tengas, preciosa, sino quieres lamentarlo.
Busqué como pude el móvil dentro de mis bolsillos y lo sujeté con mi mano sana. El sujeto lo tomó y soltó su agarre, luego unas risas escandalosas hicieron eco en la calle oscura y vacía. Me giré despacio, reconociendo la familiaridad de esas carcajadas y entonces me di vuelta encontrándome de nuevo a Castiel.
— ¡Tendrías que haberte visto!— su rostro compungido en una mueca de burla y diversión hizo que me hirviera la sangre.
— ¡Imbécil, no fue nada divertido!—vociferé con molestia—. ¡Eres un estúpido, me asustaste mucho!
Castiel recuperó la compostura y me miró aún sonriente.
—No es para tanto, deberías tener un poco de sentido del humor.
— ¡El tuyo ya es bastante pesado y no pienso tolerarlo más!
Caminé a paso rápido alejándome de él, pero sentí como tomaba mi brazo evitando que me alejara.
— ¿Pero qué...?—lo miré con ira y vi que él tenía su vista fija en algo, lo que no pudo evitar llenarme de pavor. — ¿Qué ocurre?
—Nada, sólo vamos, te acompaño a tu casa.
— ¿Por qué tan amable ahora?—inquirí con desconfianza.
El peli-rojo se limitó a caminar en silencio todo el camino a casa y cuando hubo llegado a la entrada, tomó mi rostro con suavidad, y se acercó.
— ¿Cas...?—no pude terminar; sus labios presionaron los míos, acariciándolos con delicadeza, con tanta lentitud que resultaba siendo un roce celestial, casi mágico.
Se separó lentamente y una sonrisa de triunfo adornó su rostro. Me quedé completamente congelada, no podía salir del estupor, simplemente me desconcertó ¿Era otro de sus juegos? ¿Por qué me había besado? Quería preguntárselo, pero el calor que me invadía las mejillas y el estado en el que me dejó habían resultado aturdidores, no podía articular palabra.
—Nos vemos mañana—se despidió como si nada, como si lo que acababa de pasar hubiera sido un simple saludo, una simple rutina a la que después de mucho tiempo te acostumbrabas y no generaba emoción alguna.
Llevé uno de mis dedos a mis labios aún húmedos por el beso, los acaricié despacio sin poder creerlo y mientras entraba a mi casa sólo pude pronunciar suavemente dos palabras que describían perfectamente el cómo me sentía.
—Te odio...
Continuará...
Notas finales:
¡Muchísimas gracias por leer hasta aquí!
Estaré actualizando diariamente a partir de este momento, espero que les guste esta historia, y que se diviertan tanto como yo hace más de 5 años me divertí escribiéndola, y ahora retomándola para darle la luz y el lugar en el espacio que merece.
Nos veremos pronto y no olviden dejarme sus opiniones, pensamientos, teorías o lo que deseen en los comentarios.
¡Hasta mañana!
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