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II Celos y amor ¿Droga o capricho?







La dulce brisa matutina acariciaba suavemente mi rostro, acompañándome en cada paso, y deleitándome con ese magnífico aroma propio del césped húmedo y fresco. Inhalé profundamente dejando que mis sentidos disfrutaran de la sensación que esa sutil brisa regalaba, y continúe mi camino a la escuela con el regocijo de saber que ese día el clima parecía sonreír con el asombroso sol que se alzaba imponente tras unas pequeñas nubes.

Por tonto que pueda parecer, era de esas chicas que se dejaba afectar un poco por el clima, sentía que cuando el sol se hallaba en lo más alto, alumbrando con energía toda la ciudad, yo debía estar radiante, lúcida, alegre; pero por el contrario, cuando llovía solo optaba por resguardarme y no hacer mucho más que pensar.

Llegué al Sweet Amoris una vez más, deseando que el nuevo día comenzara sin imprevistos y así fue... Al menos por un rato.

Me dirigí al aula de clase como de costumbre y estando allí me senté en mi lugar cerca de la ventana. Observé al profesor de Historia entrar y me apresuré a sacar mi cuaderno para anotar los puntos importantes de la lección de hoy.

Iris se acercó y se sentó en el puesto de mi lado izquierdo, dejó su mochila en el suelo y me regaló su mirada más dulce.

—Buenos días Kimmy—sonrió de tal forma que cualquiera pensaría que aquella chica no tenía nunca ninguna preocupación.

— ¡Iris!—exclamé contenta de verla—. ¿Qué tal tu noche?

—Todo muy bien. Por cierto... Alanis no deja de mirarte, ¿ocurrió algo entre ustedes?

Mis ojos se movieron como bólidos hacia la puerta del aula y se detuvieron en aquella peli-negra tan delgada que pareciera que su cuerpo al más mínimo esfuerzo fuera a quebrarse en dos. Ella me fulminó con la mirada, de tal forma que me hizo estremecer.

—Me odia...—murmuré retirando mis párpados de aquella leona que esperaba pacientemente el momento para atacar. ¿Le habrá dicho Castiel algo para que estuviera regalándome esa mirada violenta?

— ¿Pero por qué exactamente? Según los rumores que he escuchado, Alanis se le ha declarado varias veces a Castiel pero él la ha rechazado en cada oportunidad, es que acaso él hace eso porque tú...—no pudo continuar su frase porque la interrumpí bruscamente.

— ¡Claro que no!—vociferé—. ¡Jamás! él y yo sólo somos amigos, pero estoy segura de que ella piensa que hay algo más entre nosotros.

El profesor se dirigió hacia donde nos encontrábamos y colocó sus manos en la mesa de mi escritorio inclinándose hacia mí

—Señorita Kim... Ya que tiene tantas ganas de gritar en medio de mi clase, ¿por qué no nos hace un resumen del tema de ayer? Estoy seguro de que lo domina a la perfección, ¿verdad?

—Yo... Lo siento...—me disculpé sin mirarlo sintiéndome diminuta ante su reclamo.

Unas risas bastante conocidas retumbaron en mis oídos llenándome de cólera.

—Tenía que ser la tonta—oí decir a Ámber.

—Siempre queriendo acaparar la atención—la secundó Li

Charlotte simplemente río.

¡Genial! Y ahora con la grandiosa idea de Castiel todo el Instituto se pondrá en mi contra, Nathaniel... Seguramente ya no... No quise terminar mi pesimista pensamiento, simplemente era difícil, me deprimía demasiado.

El profesor se retiró de mi lugar y dio sus explicaciones por las siguientes dos horas. Finalmente, al terminar, dejó sobre mi mesa una hoja con una actividad de diez puntos que tendría que entregarle al día siguiente.

—Anímate, Kimmy, al menos no te puso un cero en las notas, si tienes uno de esos es imposible recuperarlo con él.

—Gracias Iris... Tienes razón—sonreí, o eso traté de hacer, la verdad no quise llegar a imaginar la mueca extraña que debió verse en mi rostro.

—Vamos a comer al patio—me invitó entusiasmada.

—No, yo... Iré a... Tengo que...—tomé la hoja entre mis manos y entonces me di cuenta de que debía evitar a toda costa a Castiel usando el enorme taller como excusa—. Debo ver a Nathaniel, seguramente me ayudará un poco con algunos puntos que no comprendo.

—Yo también puedo...—no logró terminar de hablar porque fui muy rápida y salí del aula como un bólido.

Alanis seguía situada justo al lado de las taquillas, tal vez esperándome, tal vez preparando algún plan para hacerme alguna maldad. Ella me vio salir a paso rápido del salón y dio un paso, por suerte Castiel apareció distrayéndola y dándome tiempo para esconderme en la sala de delegados.

Cerré la puerta rápidamente y me recosté en ella dando un sonoro suspiro de alivio, un alivio que se esfumó al instante al ver a Nathaniel mirarme con desconcierto.

— ¿Pasa algo, Kim?—preguntó acercándose.

—Yo...—mi corazón latía con fiereza dentro de mi pecho con cada paso que él daba para acercarse a mí —. Nada...—logré articular mientras llevaba una mano a mi torso, porque sentía que en cualquier momento aquél órgano que allí habitaba, terminaría abandonándome a mi suerte.

— ¿Te sientes mal?—llegó hasta mí y me tomó del brazo dulcemente haciendo que terminara sentada en una de las tantas sillas que había dentro de la habitación.

Él tomó asiento a mi lado y tocó mi frente sólo para asegurarse de que no tuviera fiebre. El contacto de su tersa piel me arrebató lo poco de cordura que quedaba en mí y me forzó a cerrar los ojos. ¡Contrólate!... No lo conoces, no puedes actuar como una chiquilla enamoradiza. Tranquila, tranquila...

—No pareces tener fiebre, ¿estás bien?—retiró su mano y me contempló atentamente.

Abrí mis párpados con mesura y exhalé.

—Si... Lo siento, es solo que el profesor de historia me dejó un taller como castigo...

—Oh, ¿por qué te castigó?—inquirió.

—Sólo me distraje charlando con una amiga, así que bueno... Ahora debo hacer esto.

Nathaniel le echó un vistazo a la actividad, mientras yo aprovechaba para frotar mis manos sobre mi pantalón buscando deshacerme del molesto sudor que de ellas emanaba.

—No es muy difícil, pero te advierto, es bastante largo, tendrás que hacerlo apenas salgas de clases para que termines pronto—aconsejó aún leyendo el papel que tenía entre sus manos.

—Eso haré—musité más tranquila, pero no menos nerviosa.

— ¿Entiendes todo?

—la verdad es que hay algunas cosas que ignoro.

—Ahora estoy ocupado, pero en la tarde ven a verme y te ayudaré con lo que no entiendas.

—Gracias...—sentí un leve calor invadiéndome las mejillas y tomé la hoja que ahora adoraba, mientras me iba incorporando —. Muchas gracias.

—Por nada, te veré aquí en un rato.

Asentí y abrí la puerta olvidándome por completo de Alanis y Castiel. Salí de allí con una sonrisa y una ilusión colmando mi corazón a tal punto que deseaba con ímpetu que el reloj trabajara más rápido para pasar tiempo con él.

Caminé unos pasos perdida en mi mundo imaginando sentir de nuevo ese roce suave de su mano, esa voz tan seria y varonil, pero sobretodo esa preocupación tan auténtica, tan real... ¡Dios, qué patética era!

Un fino rostro se situó justo frente a mí, haciendo que detuviera mi caminata y que diera un pequeño respingo al ver de quién se trataba.

—Al fin te encuentro—murmuró Alanis con voz trémula—. No podías seguir escondiéndote como una rata para siempre, ¿verdad?

—Escucha... Estás equivocada, Castiel y yo no... —proferí un grito ahogado cuando la peli-negra me tomó por el cuello y me acorraló contra la pared.

— ¡No me niegues nada, ya lo sé todo!—apretó el agarre en mi cuello y acercó su rostro al mío—. Pero Castiel ya no te va a querer si destrozo tu carita, ¿verdad? Qué pena... Admito que eras linda...—me aferró más contra el muro y aún sin retirar su extremidad de mi garganta levantó la palma que tenía libre y como si de una garra se tratara, se abalanzó con fuerza hacia mi rostro con las uñas en alto. Cerré mis ojos esperando el impacto mientras con mi cuerpo trataba de apartarla, sin embargo, no sentí dolor alguno, nada... Sólo silencio.

Abrí uno de mis ojos con lentitud, pensando que la adrenalina no me permitía sentir dolor, pero me equivoqué. Delante de mí, Castiel detenía fácilmente el brazo de Alanis, y ella a su vez lo miraba con temor y asombroso.

El guitarrista soltó la articulación de la chica y se situó frente a mí.

—Es cierto que me gustan las mujeres con carácter, pero nunca me agradarán las que se comportan como verduleras.

Alanis lo miraba sintiéndose una idiota ¿cómo había permitido que sus celos la controlaran a tal punto? Sin duda se sentía una tonta, y la mirada de Castiel no le ayudaba en nada. Terminó corriendo lo más rápido que sus altos tacones le permitían, para así evitar el dolor que la embargaba al recordar la expresión de asco que le dedicó el peli-rojo.

Me llevé una mano a mi garganta, sintiendo aún como la presión poco a poco desaparecía.

Castiel giró hacia mí para ver el estado en el que me encontraba.

— ¿Ahora también tendré que enseñarte a boxear?

— ¡Es tu culpa! ¿Cómo se te ocurre decirle que soy tu novia?

—Anda ya, no te quejes... Actúas como una princesita—me vio directo a los ojos—. Además, nadie ha dicho que el juego haya terminado...—tomó mi mentón y se acercó sonriendo.

— ¡Ya te burlaste suficiente de mí!—bufé con molestia retirando su agarre y alejándome de allí con las rodillas temblando un poco.

Me dirigí hacia el baño y al entrar observé mi reflejo en aquél enorme espejo, estaba pálida, me veía terrible.

—Princesita...—repetí casi en un susurro.

Estaba ofendida sin duda, y no solo por el hecho de ser la ficha con la que jugaba Castiel, sino por sus palabras. "Princesita" en otros tiempos estaba segura de que habría amado que me llamaran así, incluso ahora que había crecido podía admitir que era una de mis palabras favoritas, pero el simple hecho de que te degradaran usando justo ese término como insulto, dolía...

¿En verdad era tan débil? Volví a ver el espejo y tuve que recordar como Alanis me había atacado.

— ¿Pude haber hecho algo?—le pregunté a mi reflejo, mientras abría el grifo y bañaba mi rostro con agua fría.

A pesar de ser consciente de que Alanis era delgada y tal vez para muchos "fácil de manipular físicamente" a mí en particular me resultó difícil; no sé si era yo la que al final se dio cuenta de lo poco fuerte que era, o si la chica en realidad aparentaba debilidad pero resultaba ser todo lo contrario a la hora de dejarse llevar por la ira. Lo cierto es que aunque forcejeé, no logré apartarla de mí.

Busqué algo de papel higiénico dentro de mi mochila y limpié el exceso de rímel situado en la parte inferior de mis ojos; acto seguido empecé a maquillarme otra vez. Puse algo de rubor sobre mis mejillas sólo para darles el toque de color que habían perdido y salí del baño de vuelta a clases.

Volví a mi rutina y una vez más las clases pasaban muy lentamente sin que lograran captar mi atención. En lo único que pensaba era en la irritación que sentía contra Castiel y en la tarde que pasaría con Nathaniel; sin embargo... No debía alegrarme mucho respecto a eso último, después de todo ¿qué podría pasar? Simplemente nos la pasaríamos hablando de civilizaciones y fechas aburridas.

Finalmente las clases terminaron trayendo consigo un poco de alegría a ese día gris. Me levanté de mi asiento entre nerviosa y emocionada por ver a Nathaniel. Suspiré e intenté reunir valor para dirigirme a la sala de delegados.

A pocos pasos me encontré con Iris quien volvía de dejar unos libros en la sala de profesores.

— ¡Kim! Espérame y volvemos a casa juntas, ¿sí?

—Lo siento Iris, Nathaniel me ayudará con la actividad ¿recuerdas? Me quedaré con él esta tarde.

—Oh...—farfulló con desencanto—. Está bien, suerte con eso, te llamaré en la noche.

—Lo lamento, estaré contigo después, lo prometo—intenté animarla.

—Resérvame un espacio en tu agenda—sonrió—. Suerte con Nathaniel.

Me pareció notar cierto brillo de picardía en lo último que pronunció, pero como no quería entrar en detalles decidí ignorarlo y le dediqué mi más cordial sonrisa.

Caminé despacio hacia el lugar donde se encontraba el rubio y al encontrarse mi aula cerca de la sala de delegados, no me tomó mucho tiempo llegar allí.

Tomé la cerradura de la puerta con nerviosismo y apreté mis párpados intentando darme valor, hasta que finalmente logré que se abriera.

Me preparé para ofrecerle mi mejor rostro de "ya estoy aquí" pero el galante rubio no se encontraba en la habitación. Me senté a esperarlo, ya que lo más probable era que estuviera haciendo algo importante en la sala de profesores y no se tardara en regresar.

Moví mis manos sobre la superficie de la mesa distrayéndome con el sonido que producían mis uñas contra el material. Estaba ansiosa, demasiado, y esa tan sólo era una forma de demostrarlo ¿pero como no estarlo? Si desde que me ofreció su ayuda no había dejado de pensar en ese momento. Era la oportunidad perfecta para acercarme a él.

Los minutos pasaban, la sala se hacía cada vez más aburrida y la puerta tras de mí no parecía querer abrirse jamás. Observé el amplio reloj que se encontraba pulcramente puesto en una de las paredes y me di cuenta que habían pasado exactamente cuarenta minutos.

¿Qué habrá pasado? Se habría olvidado de lo que me dijo? pensé levantándome con tortuosa lentitud de mi lugar y caminando hasta la salida.

Me detuve y miré a ambos lados, nadie se veía por allí, el pasillo estaba desierto. Seguramente lo olvidó y regresó a casa. Retomé el camino de vuelta a mi hogar, sintiéndome seriamente decepcionada.

Llegué a la primera esquina y la doblé mirando el suelo, recordando lo idiota que fui al ilusionarme tanto con una situación tan sumamente mundana.

A lo lejos divisé un pequeño parque, no tenía más que unos columpios y varias bancas, pero era suficiente para mí. Me dirigí hacia una de ellas y me senté sacando la hoja del taller, le di un vistazo y le di vuelta al papel, tomé un lápiz y comencé a escribir:

"Como la Cenicienta que perdió su zapatilla,
Dejando allí la magia y sus deseos de conocer más a ese príncipe que vio aparecer como un sueño, así me encontraba yo, implorando ser amada por un distante corazón"

—Qué malo...—murmuré viendo lo que había escrito.

—No voy a negártelo—comentó Lysandro sentándose a mi lado.

— ¿Hace cuánto estás observándome?—pregunté llevandome una mano al pecho. Su llegada me había tomado por sorpresa.

—Hace unos segundos—respondió—. Buenas tardes... En mis tiempos aún se le daba el saludo a quien llegara.

—Hola... —murmuré con desencanto, no por su presencia, sólo era la decepción saliendo de cada poro de mi cuerpo—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Por qué debería responder? no estás siendo muy cortéz—me observó con su mirada dispar analizándome, leyendo mi expresión.

—Lo lamento... Aún así, me gustaría saberlo.

—Ensayo en casa de Castiel como siempre—contestó como si fuera lo más obvio del mundo.

—Claro, la banda... Lo había olvidado...

—No te ves muy feliz—observó.

—No lo estoy...—repliqué—. Tuve un mal día...

—Ya veo—se incorporó—. Ven...—comenzó a caminar y cuando se halló a una distancia prudente, giró para asegurarse de que lo siguiera.

Lo pensé un momento ¿A dónde me llevaría? ¿Al ensayo con Castiel? Sin pensarlo me levanté y me acerqué al joven victoriano, quien caminó hacia algún lugar que sólo yo ignoraba.

Continuará...

Notas finales:

He estado editando el capítulo, algunas cosas que para el momento en el que lo escribí me gustaban muchísimo, pero con el tiempo mejoras y te das cuenta qué tipo de cosas podrían quedar mejor. La evolución en un arte es importante, pero no se preocupen, la historia no cambiará, sólo que se leerá mejor que antes. Con forme pasen los capítulos se darán cuenta, y quienes conocen la historia podrán darse cuenta de que los cambios en la redacción son pequeños.

Muchas gracias por leer mi historia, sé que no he mantenido un ritmoconstante de actualización, y de que tengo historias pendientes, sin embargo me pondré al tanto con todo y traeré mucho más. Ya tengo algo entre manos y quiero compartirlo cuanto antes.

¡Un beso!

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