Capítulo único
La princesa soltó un suspiro a la par que rodaba los ojos en señal de claro fastidio. Ya era tercer día consecutivo en el que iban a visitarla los pretendientes de reinos aledaños para cortejarla.
Aunque nadie lograba llamar realmente su atención.
La princesa Nahid no tenía la intención de ser exigente, pero ningún hombre de los que había visto había logrado hacerle sentir algo diferente. Aunque no tenía completamente claro qué era ese algo que estaba buscando, sabía que por ningún motivo se casaría con un hombre aburrido que sólo supiera hablar de sí mismo.
¿Era mucho pedir que un hombre la halagara de manera decente?
—Así fue como cacé a un tigre hace unos días. ¿No es impresionante, princesa...? —El hombre se quedó a medio hablar al no recordar su nombre.
Ambos estaban sentados en el borde de una de las fuentes de los jardines del palacio. La más bella, que tenía una estatua de pavo real en la cima de donde salían chorros de agua de tal manera que simulaban las plumas abiertas del ave.
El sultán había insistido en realizar el encuentro en aquel lugar, al igual que todos los anteriores que se habían llevado a cabo, sin importarle que Nahid hubiese protestado.
Era su lugar favorito y el cortejo de aquellos hombres estaba arruinándolo.
—Iris —aclaró, con una pequeña sonrisa de malicia en los labios.
Sonrisa que pasó desapercibida para el hombre que tenía enfrente porque ni siquiera estaba prestándole atención.
—Princesa Iris de Agrabah —comenzó y se puso de pie, pero de inmediato se arrodilló, estirando una de sus manos al aire de manera poética—, eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida. La más interesante, la más...
—¿Interesante? —cuestionó ella—. Sólo hemos hablado de ti.
El hombre frunció el rostro al escuchar cómo la princesa le trataba de manera tan irrespetuosa e inmediatamente se puso de pie, pero antes de que pudiese articular palabra se vio interrumpido por una voz femenina:
—Princesa Nahid, ya es hora —avisó su dama de compañía.
La chica se puso inmediatamente de pie y con una gran sonrisa se giró hacia el hombre, quien la observaba perplejo al darse cuenta de que ella había estado jugando con él al indicarle otro nombre.
—Lo siento mucho, señor, es momento de que me retire.
Hizo un asentimiento con la cabeza y se apresuró a caminar hacia donde le esperaba su dama. Ambas caminaron hacia el interior del gran palacio y atravesaron el salón que generalmente se utilizaba para hacer reuniones sociales. Reuniones en las que su padre la había ofrecido como un pedazo de carne a los príncipes de otros reinos.
Los pies de las mujeres resonaban débilmente en el suelo de mármol pulido y que era tan resplandeciente que podían verse a sí mismas reflejadas, dejando en evidencia la urgencia con la que caminaban.
Subieron las grandes escaleras y caminaron por un pasillo de murallas altas hasta llegar a una puerta de madera de doble hoja que fue abierta por la acompañante de la princesa para que esta ingresara. Nahid entró a paso rápido y se desplomó sobre el sofá de color azul oscuro que adornaba una de las esquinas de sus aposentos.
—Gracias, Iris —murmuró la chica en medio de un suspiro.
Iris, su dama de compañía, se apresuró a cerrar las puertas y la miró con el ceño ligeramente fruncido.
—Princesa, debe dejar de pedirme que la rescate de sus pretendientes. Si el sultán se enterara...
—No pasará nada, Iris —alegó la chica, moviendo su mano suavemente en el aire.
Iris tragó saliva y asintió con la cabeza. Era tercera vez que le pedía que interrumpiera la cita que estaba teniendo con los hombres que iban a cortejarla, y ella lo había hecho cada vez porque tenía claro que la princesa no tenía todavía entre sus planes contraer matrimonio.
Aunque ese no fuera la voluntad del sultán.
Tres toques la puerta llamaron la atención de las dos mujeres. Nahid inmediatamente se incorporó y tomó asiento como le habían enseñado desde pequeña, con la espalda bien recta, los hombros relajados y las piernas cruzadas grácilmente, inclinadas levemente hacia el lado.
Un hombre entró a la habitación y se paró en la puerta.
—¡Su majestad, el sultán! —anunció antes de que el recién nombrado hiciera aparición.
Nahid tragó saliva y su cuerpo se tensó levemente al ver cómo su padre la observaba con expresión severa. Se puso de pie inmediatamente e hizo una reverencia en forma de respeto.
—Iris —pronunció el hombre—, déjanos solos.
La chica hizo una reverencia e inmediatamente a abandonó la habitación, cerrando las puertas y dejándolos completamente solos.
—Nahid, ¿te das cuenta de lo que estás haciendo?
La chica se estremeció ligeramente. Ese tono de voz lo utilizaba solamente cuando estaba profundamente decepcionado o terriblemente enojado. Bajó la vista hacia el suelo y permaneció en silencio.
—¿Cómo se supone que te encuentre un buen esposo si no dejas de ahuyentar a todos los buenos partidos?
Nahid aplanó los labios y levantó ligeramente la cabeza.
—Padre, si me permites hablar...
—¡No tienes permitido hablar si no he terminado! —La interrumpió, alzando la voz—. ¡Ya no tienes diez años, Nahid, tienes que entender tu posición!
La chica volvió a bajar la cabeza y no pudo evitar sentirse humillada.
¿Qué podía esperar de su futuro esposo si su propio padre la trataba de esa manera?
Con el ceño fruncido, se atrevió a levantar la cabeza una vez más y encaró al sultán:
—¡Yo decidiré con quién casarme, no tú!
De pronto su rostro se volteó violentamente. Su padre le había abofeteado, sin poder creer la insolencia que su propia hija estaba teniendo.
—Debería haberme deshecho de ti al igual como hice con tu madre —escupió el hombre antes de darse media vuelta y caminar hacia la puerta—. Cumple con el único deber que tienes: ser la esposa del nuevo sultán.
Nahid se quedó allí, incluso hasta cuando las puertas se habían cerrado y se había quedado en la soledad de su habitación. Iris no volvió a entrar y la princesa sintió un profundo vacío en su pecho.
Tenía que hacer algo al respecto. No podía dejar que los hombres le pasaran por encima cuando se les diera la gana y ella no era ningún objeto ornamental dentro del palacio, ni ninguna mujer sumisa como para escuchar todo cabizbaja.
Nahid era más, y lo sabía. Por lo que sólo podía hacer una cosa: buscar un lugar donde la aparecieran por lo que de verdad era.
Se apresuró a caminar hasta su armario y sacó una capa con la que cubrió su cuerpo inmediatamente.
Escaparía porque no tenía otra opción. Ya no quería ser la princesa cuyo único propósito era ser la esposa de un hombre.
Se acercó al gran ventanal de su habitación y salió hacia la enorme terraza que tenía vista de casi toda la extensión de los jardines reales. Se asomó por el borde y por primera vez se dio cuenta de la altura a la que se encontraba.
Tenía dos opciones: salir por la puerta de su habitación, corriendo el riesgo de encontrarse con los guardes, su padre o Iris; o encontrar la manera para bajar desde la terraza y así tener camino libre hacia los grandes muros, escalarlos y finalmente salir.
Nahid aplanó los labios y finalmente se decidió por la segunda opción, pero antes de que pudiese hacer cualquier cosa el retumbar de un montón de darboukas la hizo parar en seco. Intentó adivinar de dónde podría provenir aquel pegajoso ritmo y tuvo que pensarlo dos veces antes de deshacerse de su capa para luego salir corriendo hacia la terraza principal, aquella en la que se podía admirar el reino en su totalidad.
No se sorprendió de encontrarse al sultán, que había llegado un par de segundos atrás para también observar cómo, entre la multitud que transitaba la calle principal del reino, una orquesta se abría paso, precediendo a un gran elefante que avanzaba con paso majestuoso mientras en su espalda acarreaba lo que parecía ser un hombre.
Nahid se cruzó se brazos al darse cuenta de lo que realmente se trataba: un nuevo pretendiente. Y se dio media vuelta, sintiéndose estúpida por haber abandonado su plan, porque entonces ya no podría escapar porque todos estarían pendientes de ella y el hombre que rápidamente se acercaba al palacio.
—Iris te preparará —le dijo su padre antes de que abandonara la estancia—. Si se te ocurre no presentarte, te entregaré al mejor postor.
La chica apretó sus manos en puños mientras caminaba en dirección a sus aposentos, siendo acompañada por Iris, quien comenzó a prepararla apenas entraron, tal y como había dictaminado el sultán. Le cambió el vestido y le retocó el maquillaje y el peinado.
Pronto Nahid se encontraba caminando en dirección a los jardines reales, por segunda vez en el día.
—Ven a buscarme en media hora —le ordenó a Iris antes de alejarse.
A lo lejos pudo divisar a su padre junto a una sedosa cabellera negra, por lo que se puso completamente derecha antes de acercarse a paso seguro.
No pudo esconder su expresión de disgusto cuando llegó, pero su padre decidió pasarlo por alto.
—¡Nahid! —Exclamó con una sonrisa, y la chica tuvo que aguantar poner los ojos en blanco—. Qué bueno que llegas. Él es el príncipe Jimin —presentó al chico, estirando el brazo en su dirección.
Ella hizo un asentimiento con la cabeza y lo observó detenidamente cuando él siguió hablando con el sultán. Era forastero, probablemente había viajado desde muy lejos para conocerla, aunque Nahid no recordaba haberse encontrado antes con gente de ojos rasgados en las fiestas que había organizado su padre. Sin embargo, no podía negar que era muy guapo y que había algo en su rostro que se le hacía muy atractivo.
Durante un segundo, mientras ella seguía analizándolo, el príncipe desvío los ojos del rostro del sultán para verla a ella. Sus ojos se encontraron y Nahid casi se quedó sin respiración. Quizás había sido la manera en la que la había mirado, aunque no estaba segura, pero había sentido algo.
Un algo que le había hecho juntar mucho las piernas, casi hasta dolerle, porque una sensación extraña y placentera se había formado en su vientre bajo y había viajado hasta su entrepierna. Se estremeció al darse cuenta de que le había gustado, pero a la vez se sintió culpable al tener todavía a su padre enfrente.
—Los dejaré a solas para que puedan conocerse bien —dijo el sultán después de haber intercambiado un par de palabras más.
La chica tragó saliva cuando el príncipe Jimin se giró hacia ella luego de que el sultán se alejara lo suficiente como para perderse de la vista de ambos. Aunque él todavía no le había dicho nada, se había puesto increíblemente nerviosa, tanto que le temblaban ligeramente las piernas.
—Princesa Nahid —la muchacha se asombró con la voz aterciopelada del chico—, ¿gustaría de un paseo?
Ella se remojó los labios con la lengua y asintió con la cabeza. De pronto se había quedado sin palabras, siendo que siempre tenía algo que decir cuando de sus pretendientes se trataba. Comenzó a caminar a paso calmado, siendo inmediatamente acompañada del muchacho, que no dejaba de observarla con sus profundos ojos negros.
La princesa sentía una presión sobre el pecho que la obligaba a respirar de manera pesada y le hacía sentir aún más fuerte su desenfrenado corazón. Pero no le desagradaba en absoluto.
Aunque hubiese dado lo que fuera para volver a sentir aquel impulso electrizante que le había recorrido el vientre, sobretodo en aquel momento que estaba compartiendo a solas con el príncipe. Y sabía de lo que se trataba, pues le había ocurrido un par de veces mientras leía a escondidas los libros prohibidos que almacenaba el sultanato desde hacía generaciones. En aquellos momentos, después de pedirle a Iris que la dejara sola y de meterse debajo de la mesa de la biblioteca del palacio para que nadie la describiera, buscaba la página en la que todo iniciaba, la que le hacía apretar los muslos con fuerza para lograr sentir eso que le encantaba.
La princesa Nahid había llegado a la conclusión de que era devota del placer carnal que se auto administraba cada noche en la que evocaba los recuerdos de aquellas páginas que hablaban de amantes que dejaban de lado el decoro y se entregaban el uno al otro en actos que implicaban besos húmedos, toqueteos y sogas.
Ahogó un suspiro al imaginar que podría hacer las mismas cosas con el príncipe Jimin si es que contraían matrimonio y un leve sonrojo de apoderó de sus mejillas trigueñas.
No podía negar que el forastero había logrado encantarla de cierta manera, aunque no podía permitirse aceptar que tomara su manod sólo porque le había revoloteado las hormonas.
—Supe que ha tenido varias visitas estos últimos días —dijo el chico, con una pequeña sonrisa en los labios—. Espero no haber llegado demasiado tarde.
Nahid lo miró, pero se obligó a sí misma a fijar la vista al frente porque sabía que volvería a ruborizarse.
—Eso depende de usted —logró decir.
Jimin detuvo su andar y levantó ligeramente las cejas en dirección a la chica.
—¿Ah, sí? —Soltó—. Entonces es cierto lo que he oído sobre usted.
Nahid juntó las manos frente a su cuerpo y por primera vez se atrevió a sostenerle la mirada. Aquellos ojos rasgados le provocaron un estremecimiento que no pudo hacer pasar desapercibido.
—¿Qué ha oído sobre mí?
Jimin soltó una pequeña carcajada que a Nahid le pareció oscilar entre lo tierno y lo erótico, y sus ojos desaparecieron cuando se convirtieron en dos líneas por culpa de su propia sonrisa.
—Que es la mujer más hermosa de la Tierra, pero que parte de aquella hermosura radica en lo inalcanzable que es su corazón, porque es una fiera difícil de domar.
La princesa se cruzó de brazos y levantó levemente una de sus cejas, sin importarle si aquel gesto le parecía ofensivo a Jimin.
—Sin embargo —continuó él, observando los alrededores de los jardines reales—, creo que debo refutar la mitad de esa descripción sobre usted.
Ella se quedó en silencio, sin saber qué pensar realmente. ¿Qué era precisamente lo que quería decirle?
—El hecho de ser la mujer más hermosa es totalmente cierto —prosiguió—. Pero no puedo estar de acuerdo con que usted sea una fiera indomable. Las mujeres no deben ser domadas, de ninguna manera, y no es correcto que se les obligue a guardar silencio cuando tienen tanto por decir.
La expresión de Nahid comenzó a suavizarse y dejó caer con suavidad los brazos a cada lado de su cuerpo.
El príncipe Jimin había dicho algo que nunca se habría esperado.
—Sería un pecado hacer callar a una mente tan maravillosa.
Nahid estuvo a punto de ruborizarse, aunque el príncipe no pudo notarlo porque continuó su caminata, dejándola atrás.
La chica soltó un suspiro y se apresuró a seguirle el paso, poniéndose luego a la par del chico.
—Príncipe Jimin, ¿le gustaría que almorcemos juntos en el gran comedor?
Él dibujó una sonrisa casi imperceptible en su rostro y asintió con la cabeza.
Había logrado su cometido.
El príncipe Jimin en realidad nunca había sido un príncipe hasta esa misma mañana. Todo era gracias a un pequeño artilugio que se había encontrado mientras atravesaba el desierto en busca de objetos que se le pudiesen haber caído a los viajeros para luego revenderlos.
Porque Jimin nunca había sido un príncipe, sino un pobre ladronzuelo.
No era algo que fuera de su gusto, pero era lo que le había tocado vivir. Un pobre muchacho huérfano de padre y de madre no tenía muchas más opciones en la vida que dedicarse a robar para poder sobrevivir.
Y eso era lo que había estado haciendo hasta aquella mañana, mientras, en un intento de dejar aquella vida de prófugo que le obligaba a cambiarse cada cierto tiempo a un pueblo diferente, había estado buscando algún objeto que pudiese valer lo mismo que una hogaza de pan que le alcanzara para comer por el día. Encontró algo que, si bien no le pareció valioso, lo guardó en su pequeño bolso de trapo que llevaba colgado al hombro.
Y aquel día no había tenido éxito. No había vuelto con nada más que no fuese aquella lámpara que había encontrado en medio de la arena, como si alguien la hubiese abandonado hacía mucho tiempo atrás. La había tomado entre sus manos y la había inspeccionado, preguntándose cuánto le darían por ella. No le alcanzaría para un pan, pero quizás para una simple manzana.
Antes de dejarla sobre el suelo, junto a los aplastados cojines que utilizaba a modo de cama, se dio cuenta de que tenía algo grabado. Una frase que Jimin no pudo distinguir con claridad porque la lámpara todavía tenía arena encima, por lo que hizo de su mano un puño y la frotó en busca de poder leer aquellas letras, por simple curiosidad.
No siquiera pudo ver con claridad porque la lámpara se sacudió ligeramente entre sus manos y humo de color rojo había comenzado a emerger.
A pesar de que Jimin se había aterrado y había soltado el objeto, se mantuvo en su lugar, observando cómo un ser que no parecía ser de ese mundo se generaba entre el humo. Unos ojos azules brillantes le miraron entre la penumbra de su habitación, poniéndole los pelos de punta.
Tres deseos le había ofrecido aquel ente desconocido para Jimin. Tres que deseos que podían ser cualquier cosa, a excepción de tres cosas: pedir la muerte de alguien; pedir que dos personas se enamoraran; pedir traer muertos a la vida.
¿Cómo hubiese sido la vida de Jimin si es que hubiese nacido rico? ¿Cómo sería su vida si es que tuviese la oportunidad de ser el sultán de Agrabah? Se lo planteó mil veces, porque en varias ocasiones de había encontrado a sí mismo soñando despierto con que cientos de sirvientes le atendieran.
Pero había un detalle: no quería simplemente desear ser el sultán y ya. Sabía que la princesa de Agrabah estaba en periodo de conseguir marido, hombre que se encargaría de manejar el reino una vez que el actual sultán falleciera. Y Jimin no podía encontrar algo más satisfactorio que volverse sultán por sus propios medios. Enamoraría a la princesa y se casaría con ella para luego ser el sultán. Se regocijaría en silencio por haber logrado burlar a toda la realeza, dejando que un simple ladrón condujera a todo un reino.
Ese había sido su primer deseo: convertirse en un príncipe. De otro modo no podría siquiera lograr entrar al palacio y la princesa tampoco sabría de su existencia. Por lo que, aquella misma mañana, Jimin, el ladrón, se había convertido en un príncipe proveniente de ningún reino.
¿Qué era un príncipe sin reino? Lo mismo que un ladrón convirtiéndose en sultán: un buen chiste que lograba hacerle reír a carcajadas.
Su segundo problema era la princesa de Agrabah. Había escuchado por las calles que era una mujer difícil y que se oponía a la idea de casarse, sin importarle romper la ley. Había rechazado y echado de una patada en el trasero a todos los pretendientes que habían ido a verla. Y seguramente pasaría lo mismo con él, aunque tenía que intentarlo.
Y lo había logrado.
O eso creyó mientras la observaba limpiarse los labios con una servilleta de género.
La princesa Nahid, dentro de todo, le había resultado una mujer encantadora. Un alma incomprendida, como la suya, por lo que consideraba que eran iguales y diferentes al mismo tiempo.
No podía negar que se sorprendió de la belleza de la chica cuando la vio por primera vez y la verdad es que no dejaba de sorprenderlo cada vez que le dedicaba una mirada con aquellos grandes ojos almendrados de color avellana. La piel de su cuerpo le parecía hermosa, de un color dorado que le hacía querer estirar la mano simplemente para saber si es que era tan suave como parecía.
Y la belleza no era su mejor atributo, sino su mente. Era una mujer inteligente, que podía mantener un tema de conversación sin volverlo tedioso y que tenía la capacidad de opinar sobre diferentes temas.
Esa era la razón por la cual los hombres salían espantados del palacio, pero a Jimin le pareció un detalle único.
—Espero que esté disfrutando, aunque no haya comido demasiado —dijo ella de pronto.
La mesa estaba llena de diferentes platillos, cada uno más sabroso que el anterior, aunque al chico se le hizo imposible terminar siquiera uno. Había veces en las que pasaba días sin comer y cuando lograba hacerlo no era más que una fruta pequeña o un pedazo de pan.
Si comía más iba a reventarse o, peor, a vomitar frente a la mujer que intentaba conquistar.
—Sin duda, todo ha sido una exquisitez —respondió.
Pronto, Nahid ordenó que retiraran los platos para reemplazarlos por el postre.
Los sirvientes entraron al comedor con bandejas y bandejas de frutas y postres que a simple vista parecían ser deliciosos.
Jimin se imaginó tomando una uva y llevándosela a la boca. La sola idea le hizo doler el estómago porque ya no le cabía nada más.
—Príncipe Jimin, ¿de qué reino dijo que venía?
Nunca había nombrado un reino, pero Nahid no era tonta, por lo que lo interrogaría hasta saber si podía confiar en él o no.
Todavía le quedaban dos deseos que podía ocupar en eso.
—La verdad, de uno muy lejano. Al este de Agrabah, cruzando el mar. ¿Ha estado alguna vez por esas tierras, princesa?
Ella le observó por un segundo, todo rastro de nerviosismo había quedado en el olvido en el momento en que se habían sentado a comer. Tenía un plan y no iba a dejar pasar la única oportunidad que tenía de llevarlo a cabo. Finalmente negó con la cabeza.
—¿Y cuál es el nombre de dicho reino? —Siguió interrogando mientas estiraba la mano para alcanzar una fresa.
—Joseon.
Y Jimin no mentía, él había nacido en Joseon, pero jamás había sido príncipe ni nada parecido.
—¿Y cómo llegó hasta aquí, príncipe Jimin de Joseon? Su reino parece bastante lejano.
Él asintió con la cabeza y se llevó la copa con agua que estaba frente a su plato hacia los labios. Quizás se hubiese puesto nervioso, pero antes de atreverse a marchar por la calle principal de Agrabah montado en un elefante había repasado cada detalle de su pequeña mentira.
—No era tema desconocido que la hermosa princesa de un reino rodeado de arena estaba en busca de esposo.
—¿Y por eso vino? ¿Se dejó llevar por los rumores? —Los ojos almendrados de Nahid lo miraron con intensidad.
—Tenía que comprobarlo por mí mismo y no me arrepiento de haber emprendido tan largo viaje sólo para descubrir que su belleza no es su atributo más fuerte.
Nahid bajó la vista hacia su plato como si no pudiese creer lo que estaba escuchando. Ya era segunda vez que hacía referencia a ese tema, casi como si pudiese leerla y darse cuenta de qué era lo que más valoraba en un hombre: ser valorada de la misma manera.
—Me parece diferente de otros hombres —comentó ella.
—Quizás es la diferencia de culturas, pero no podría menospreciar a una mujer inteligente sólo por ser una mujer. Soy fiel creyente de que cada uno debe tener su propia voz, ¿sabe? —Apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó ligeramente hacia adelante—. Incluso, creo que una mujer no necesita de un hombre para poder gobernar. La princesa Nahid de Agrabah es lo suficientemente capaz como para llevar una nación por sí misma.
Ella levantó levemente el mentón, en señal de orgullo, y entonces Jimin supo que ella se había comprado todo el número que se había armado.
—No puedo negar que cada vez usted me parece más interesante —soltó la chica, todavía sosteniendo la fresa entre sus dedos.
La princesa se llevó la fruta a la boca, donde la envolvió con sus labios, recordando la manera en que se detallaba en uno de los tantos libros eróticos que había leído. Levantó sus ojos lentamente hasta el rostro del chico que tenía enfrente, al otro lado de la mesa de madera, y lo miró por entre las pestañas.
Jimin tragó saliva y no pudo apartar la vista de los labios carnosos de Nahid hasta que ella terminó de comerse aquella fruta. Se había quedado sin aliento, dándose cuenta de los pensamientos que había desencadenado en su cabeza luego de ver aquella escena.
La princesa volvió a estirar la mano y tomó una uva, que metió dentro de su boca empujándola suavemente con el índice, haciendo que esta resbalara suavemente por entre sus labios.
¿Por qué el simple hecho de ver a la princesa comer fruta le parecía algo tan erótico?
Jimin nunca había estado con mujeres porque su estilo de vida no se lo permitía, porque no podía pagar por el acompañamiento de una para finalmente hacerse hombre.
Nahid terminó de tragar la uva que había estado masticando lentamente y se limpió una esquina del labio con el pulgar, ignorando todas las reglas de etiqueta que le habían enseñado desde niña.
Jimin siguió cada movimiento con los ojos, sintiéndose hipnotizado por la mujer que tenía adelante, y se estremeció cuando ella volvió a conectar sus ojos.
El color avellana en la mirada de Nahid le pareció arder. Le insinuaba, le incitaba y le retaba a hacer algo que todavía ninguno de los dos se había atrevido a decir, pero que sabían con claridad. Jimin se sentía como un venado siendo acechado por un tigre.
Porque la chica le estaba mirando como una presa y eso no le disgustó. Le encantó y le hizo comenzar a sentir una presión en el vientre.
—Príncipe Jimin, en breve un sirviente le indicará sus aposentos. ¿Cuánto tiempo planea quedarse?
Él se aclaró la garganta.
—Creo que me quedaré el tiempo que la princesa Nahid me lo permita. Puedo marcharme cuando usted guste.
Ella le miró desde su lado de la mesa y le regaló una pequeña sonrisa.
Ya no le importaba apresurarse. En ese pequeño lapso, Jimin le había hecho sentir cosas que ningún hombre le había provocado jamás. Nada más aparte de los libros y su propia imaginación había logrado hacerle sentir la entrepierna mojada como la tenía en ese momento.
Y en realidad no habían hecho nada, pero la mirada del príncipe le decía todo: la deseaba de la misma manera en la que ella lo deseaba a él.
La chica se puso de pie, sintiendo resbaloso entremedio de sus piernas, y despidió a Jimin con un asentimiento de cabeza antes de que un sirviente le guiara por los pasillos del palacio. Así que nuevamente se encontró sola y pudo relajarse.
Las piernas le tiritaban, ya cansadas de haber estado tensas tanto tiempo. Nahid había comenzado a apretar los muslos apenas se había sentado frente a la mesa. Había estado sintiendo demasiada tensión en el ambiente, aunque todavía no le quedaba claro si eso era bueno o malo.
Comenzó a caminar en dirección a sus propios aposentos, siendo inmediatamente seguida por Iris. Necesitaba un baño para mitigar el calor que se había comenzado a expandir por su cuerpo. Y cuando ya se encontraba rodeaba de agua tibia y su dama tomaba agua con un jarro de arcilla para mojarle las partes que no eran cubiertas, comenzó a cuestionarse ciertas cosas.
¿Estaba en realidad dispuesta a casarse solamente porque Jimin había logrado encenderla con sólo una mirada?
No se conocían para nada, pero Nahid no podía quitar de su cabeza la imagen mental que ella misma había creado, donde Jimin le agarraba por las caderas para ayudarla a moverse, porque ella estaba montada sobre él, recibiéndolo por completo y controlando la situación. Los músculos de su vientre se contrajeron de manera sabrosa al imaginarlo una vez más.
¿Estaría muy mal si quisiese probar lo que se sentía estar con un hombre que deseara antes del matrimonio, sabiendo que de todas maneras terminaría casándose con él?
Era un pecado y Alá la castigaría. Pero ¿qué importaba eso, si de todas formas recibiría aquel castigo a la hora de morir?
Nahid estaba dispuesta a tomar el riesgo, y de ir al infierno si era necesario, porque valía la pena. De todas maneras, le parecía el pretendiente más interesante y seguramente el sultán estaría de acuerdo con tal unión, pues parecía muy contento con la visita inesperada del príncipe. No tenía nada de qué preocuparse porque pronto podría disfrutar de Jimin sin culpa porque sería completamente suyo.
Entonces se levantó de la tina, derramando agua hacia el suelo, y luego de que Iris le pusiera nuevamente el vestido, caminó a paso rápido por el pasillo. Tocó la puerta de los aposentos del príncipe, sabiendo que estaba haciendo algo totalmente descortés, pero sin darle mayor importancia porque todo lo que realmente quería hacer con Jimin era mucho más prohibido que ir simplemente a tocarle la puerta.
A los segundos pudo ver al mismo muchacho sonriente de antes, aunque en aquel momento se mostraba ligeramente sorprendido de verla frente a su puerta.
—Princesa —la saludó.
—Cada noche, a las once en punto, el pasillo de mis aposentos queda sin vigilancia —se apresuró a decir—. Estaré esperándote, pero si no vienes, mañana mismo debes marcharte de aquí porque dejarás de interesarme.
No iba a permitir que él la dejase plantada y que además siguiera refugiándose bajo el techo de su propio palacio. Era demasiado orgullosa para eso.
Y todo salió como planeó. A las once en punto, Jimin estaba tocando la puerta de los aposentos de la princesa y ella le abría la puerta, únicamente vestida con un camisón de seda en el que se dejaba entrever la forma de su delgada silueta. El sedoso cabello negro azabache suelto, formando ondas producto de haber estado recogido durante todo el día, y cayendo con gracia, dejando a medio tapar un hombro que Nahid había dejado estratégicamente descubierto del camisón.
El olor a jazmín se coló por las fosas nasales de Jimin apenas dio un paso dentro de la habitación y automáticamente sintió un extraño y placentero cosquilleo en su vientre: la abrumadora emoción del deseo retorciéndole las entrañas. Nahid olía a jazmín. Soltó un suspiro y se giró hacia la princesa, tomando aire para respirar profundo, porque de otra manera, se ahogaría por la opresión que comenzaba a apretar su pecho.
Era como un impulso. Necesitaba tener a Nahid. La deseaba y sólo con mirarla a los ojos podía darse cuenta de que ella sentía lo mismo hacia él.
Dio un paso hacia ella y estiró la mano para tomar su mejilla. Los labios rosados y rellenos lo estaban llamando gritos, suplicando ser finalmente besados. Pero ella detuvo su mano a medio camino, sujetándolo por la muñeca con firmeza.
—Jimin —pronunció lentamente y él sintió sus piernas temblar—, quiero que sepas algo.
Él la observó atentamente, esperando con ansias aquella confesión.
—Tengo gustos un poco peculiares —continuó.
Jimin no dijo nada al no entender específicamente a lo que se refería, pero antes de que pudiese preguntar ella se apresuró a terminar:
—¿Te dejarías llevar conmigo, Jimin? —Soltó con delicadeza su muñeca y dio un paso hacia él para rozar sus labios con las yemas de sus dedos—. Te quiero mostrar cosas maravillosas.
—Nahid —soltó en un suspiro—, haré todo lo que me digas con tal de complacerte.
Ella respondió con una sonrisa y lo tomó nuevamente de la muñeca para guiarlo hacia uno de los tantos pilares que soportaban el peso del techo de sus aposentos.
—Siéntate —señaló el suelo a un lado del pilar.
Jimin obedeció inmediatamente. Se quedó en su lugar cuando ella se alejó y comenzó a buscar algo que había escondido detrás del sofá de color oscuro: un par de sogas.
Nahid se acercó nuevamente al chico, con un brillo diferente en la mirada, y le ordenó que levantara los brazos, juntando las manos. Se arrodilló junto a él y enrolló con cuidado una de las cuerdas alrededor de sus delgadas y pálidas muñecas, torciéndolas de un lado hacia otro para finalmente lograr un desarrollado nudo.
—No intentes separar las muñecas porque cada vez que lo intentes te apretará más —le advirtió la chica mientras tomaba el otro extremo de la cuerda.
Finalmente, Jimin quedó unido al pilar con la soga que le hacía picar la piel, con los brazos levantados por sobre la cabeza. Aunque eso no le incomodó en absoluto, pues estaba demasiado concentrado observando cómo Nahid repetía el mismo nudo que había hecho para sus muñecas en sus tobillos.
No se imaginaba qué era lo que podrían hacer con él en esa posición: inmovilizado. Sin embargo, la curiosidad le había ganado y se había dejado hacer cualquier cosa.
Porque se había dado cuenta de que Nahid era una caja de sorpresas y quería saber qué tramaba.
Una vez terminado el segundo nudo, la princesa se arrastró hacia el regazo de Jimin, donde se sentó a horcajadas para verlo desde arriba.
—¿Quieres besarme? —Le preguntó.
El chico tragó saliva, dándose cuenta de que el brillo que se había apoderado de los ojos de Nahid no lo había visto nunca en alguna otra mujer. Asintió con la cabeza.
—Responde —exigió con suavidad.
—Sí.
—Sí, ¿qué? —Preguntó, elevando un poco la voz.
Jimin aguantó la respiración por un momento.
—Sí, Nahid.
Ella se remojó los labios y él siguió con los ojos cada movimiento de su húmeda lengua. Tensó ligeramente el cuerpo al sentir que iba a estremecerse.
—¿Quieres follarme?
El corazón de Jimin pareció detenerse por un momento ante aquella pregunta tan atrevida, pero no pudo evitar que una corriente eléctrica atravesara su cuerpo, viajando en dirección a su entrepierna.
—Sí, Nahid —respondió en un hilo de voz.
—No te escucho, Jimin.
Inmediatamente las mejillas del chico comenzaron a teñirse de un color rosa, en una mezcla de vergüenza por tener que aceptar aquello en voz alta y por estar en la posición en la que se encontraba. Estaba totalmente sometido a la princesa Nahid y ella podría hacer lo que se le ocurriera con él.
—Sí, Nahid —repitió luego de haberse aclarado la garganta.
Ella dibujó una tenue sonrisa en sus labios. Sonrisa que tenía cierto tinte de malicia. E inclinó la cabeza hacia el lado.
—Es una pena, Jimin, porque yo te follaré a ti.
Él la miró desde abajo, perplejo, y su corazón comenzó a saltar cuando la chica estiró la mano y le acarició el labio inferior con el pulgar, logrando que su boca se entreabriera ligeramente. No fue más que un simple roce, pero Jimin sintió que la piel le quemó por todos los lugares donde ella le había tocado. Nahid se inclinó hacia adelante, abriendo levemente la boca para sacar levemente su lengua y pasarla por el labio del chico.
Jimin sintió su cuerpo estremecer solamente de haber sentido aquel trozo de carne húmedo y caliente recorrerle la boca con determinación. Quiso echarse hacia adelante para que sus labios finalmente se unieran en un beso, pero la soga atada a sus muñecas comenzó a apretarle ligeramente, así que se vio obligado a permanecer en su lugar.
Nahid enderezó su espalda y lo observó con los ojos oscurecidos en deseo.
—Abre la boca —ordenó.
Y Jimin obedeció inmediatamente. Entonces ella volvió a inclinarse hacia él e introdujo la lengua dentro su boca, recorriendo todo el interior de Jimin hasta encontrarse con lo que él más quería: su propia lengua. Nahid lo devoró en un beso hambriento que parecía llevar horas siendo aguantado, y él suspiró porque le supo a miel y el cuerpo le ardió, pero antes de que pudiese disfrutarlo, ya había acabado.
Observó a Nahid desde abajo, con los labios hinchados y brillantes, y se sintió temblar de emoción cuando los dedos pequeños y delgados de la chica viajaron hacia los botones de oro de su camisa para comenzar a soltarlos, uno por uno, dejando al descubierto su piel pálida que se tornó de un tono cálido bajo la luz de las velas.
La chica abrió por completo la camisa y se deleitó al ver cómo el pecho de Jimin subía y bajaba de forma brusca producto de su acelerada respiración. Se había impresionado consigo misma al lograr tener el efecto que quería con el chico, teniendo en cuenta que nunca lo había hecho en ningún lugar que no fuese su imaginación.
Volvió a inclinarse, pero esta vez hacia el pálido cuello y pasó nuevamente la lengua. El cuerpo de Jimin saltó levemente y de su boca escapó un jadeo. El chico había descubierto en ese mismo momento que aquel era un lugar muy sensible y que con una mínima estimulación, como sentir la respiración de Nahid cerca, lograba hacerle temblar. Inclinó la cabeza hacia el lado en un intento de darle mayor acceso a la princesa, pero ella ya se encontraba bajando sus labios por su clavícula y por su pecho, robándole más suspiros y jadeos.
Y es que, al parecer, todo lo que hiciera la princesa Nahid con él tenía el mismo efecto: un cosquilleo en el vientre que no hacía más que hacer crecer su entrepierna.
La chica se separó de él con la respiración ligeramente acelerada. Se había embriagado con el aroma que expelía el cuerpo de Jimin que no le pareció del todo masculino, sino femenino. Un aroma floral que jamás había sentido en otra persona y que le confirmaba que aquel hombre no era igual a ningún otro que hubiese conocido antes.
Retrocedió hasta quedar sentada sobre las rodillas estiradas del chico y con sus dedos comenzó a jugar con el borde del pantalón de tela color arena que tenía puesto. No era necesario quitarlo para notar que Nahid había hecho las cosas bien y que, según lo que había aprendido en los libros, Jimin ya estaba más que listo. Quitó el único botón que sostenía el pantalón y tiró de él hacia abajo, bajo la intensa mirada del chico. Inmediatamente su miembro salió a luz, tan hinchado que las venas le sobresalían y tan húmedo que brillaba bajo la luz tenue de las velas.
Nahid se remojó los labios y estiró la mano para tomarlo. Estaba caliente y al tacto era suave, incluso más suave que su propia piel. Comenzó con el movimiento de arriba hacia abajo que había aprendido y se sorprendió con una gota de líquido que brotó desde la punta rosada del miembro. Jimin apretó los muslos en un intento de controlar su cuerpo, pero no pudo evitar tirar nuevamente de las cuerdas, provocando que sus muñecas quedasen aún más apretadas. Comenzaba a dolerle, pero no le había prestado atención porque estaba absorto en ver cómo la mano de Nahid subía y bajaba a lo largo de toda su longitud.
Levantó las caderas la ritmo de la mano de la chica, pero ella se detuvo inmediatamente.
—Quieto.
Jimin asintió con la cabeza. Tenía las mejillas sonrojadas aún, pero aquel sonrojo ya no era provocado por vergüenza, sino que por placer.
Ella volvió a avanzar para quedar sentada sobre su regazo, pero no se aguantó las ganas de tirarse nuevamente sobre sus labios. Le tomó por la nuca con una mano, acercándolo más hacia ella, y la otra la guio hacia abajo, hacia su propia entrepierna que ya se encontraba húmeda. Metió la mano debajo de su camisón de seda y se pasó el índice y el dedo medio por los labios, desparramando su humedad por todas partes. Movió los dedos con maestría, de la misma manera en la que había hecho durante varias noches mientras imaginaba que hacía exactamente lo mismo que estaba haciendo en ese momento, por lo que tuvo que separarse levemente de la boca del chico para poder soltar una serie de jadeos, mientras Jimin la observaba con la boca entreabierta.
De pronto sus ojos se conectaron. Dos pares de miradas oscurecidas por el deseo carnal fundidas en una sola. Nahid levantó la mano con la que estaba proporcionándose placer y la puso a la altura del rostro de Jimin, quien abrió inmediatamente la boca y le rodeó los dedos húmedos con sus propios fluidos con los labios, limpiando todo rastro de aquel líquido que tenía un sabor ácido que le pareció exquisito.
Podría acostumbrarse a probarlo a diario si es que se casaba con ella.
Nahid se incorporó en su lugar y desató el nudo de su camisón de seda, dejándolo caer por sus hombros morenos y permitiéndole a Jimin el libre acceso visual a su cuerpo desnudo. Debajo no llevaba ropa interior, por lo que quedó totalmente desnuda, sentada sobre el chico que tenía la ropa a medio quitar por culpa de las cuerdas que lo aprisionaban.
Se acomodó justo sobre el miembro hinchado, que pedía a gritos un poco más de atención, y con una de sus manos lo guio hacia su entrada. Se dejó caer con cuidado de no lastimarse a sí misma, soltando un jadeo que fue acompañado con uno de Jimin, y, pese a que inicialmente le pareció un poco incómodo el hecho de sentirse llena, comenzó a mover sus caderas de atrás hacia adelante, casi por inercia.
Porque en aquel momento ya había olvidado por completo sus preciados libros donde había aprendido tantos detalles sobre el placer carnal.
Jimin tuvo que hacer un esfuerzo por mantener los ojos abiertos mientras la princesa se movía sobre él. Porque no iba a perdonarse a sí mismo si es que se perdía de aquel panorama visual. Porque había descubierto que ver cómo Nahid disfrutaba le excitaba incluso más que el hecho de que ambos estuviesen teniendo sexo.
Tiró de las cuerdas, sin importarle si ya comenzaban a hacerle daño. Sentía que no duraría mucho tiempo más y eso le hacía desesperar, porque quería durar el tiempo que fuese necesario para que Nahid se satisficiese a sí misma. Quería verla alcanzar aquel punto máximo para sentirse completo.
Sus caderas subieron a encontrarse con las de la princesa en un reflejo de conseguir más placer, robándole un pequeño gemido a la chica, que echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y entreabriendo la boca para respirar con mayor facilidad. Su cuerpo se movía con gracia, como si estuviese hecho para realizar ese movimiento, y sus pequeños pechos saltaban al ritmo del movimiento de sus caderas.
Jimin ahogó un gemido cuando sintió sus piernas temblar producto de una gran oleada de placer. Quiso tomar las caderas de Nahid para detenerla, pero lo único que logró fue un ardor fuerte en la piel de la muñecas y de los tobillos.
Lo peor para él, era que estaba disfrutando de aquella situación. Estaba llegando a la cima sin poder hacer nada al respecto y la piel le escocía, dejándole claro que estaba a la total merced de la princesa.
Cerró los ojos mientras tensaba el cuerpo, tirando aún más de las cuerdas, y se dejó ir en el interior de la chica, que lo observaba con ojos brillantes, sintiendo cómo el miembro de Jimin temblaba dentro de ella.
No había sido de la misma manera en la que se lo había imaginado, había sido mejor.
Con una mano temblorosa levantó el rostro de Jimin por la barbilla y le hizo mirarla. El chico tenía la piel sudada y algunos mechones de cabello pegados a la frente, se notaba cansado, pero la observó con los ojos llenos de energía. De una nueva energía que no había visto antes en él durante aquel mismo día en el que se habían conocido.
La chica quiso decir algo, pero las palabras no salieron de su boca. Pensó que cualquier cosa que llegase a decir podría arruinar el ambiente que se acababa de formar, pues él todavía se encontraba dentro de su cuerpo y ambos seguían desnudos sin sentir incomodidad.
¿Así serían las cosas si se casaban?
A Nahid le gustó la idea, tanto que una sonrisa se formó en su rostro y fue contagiada a Jimin. Ella no conocía al príncipe de Joseon con profundidad, pues se habían conocido aquel misma mañana, pero estaba dispuesta a conocerlo de a poco mientras llevaban su vida de casados. Algo que jamás habría aceptado de no ser por él. Porque, además, su manera de pensar le había parecido diferente a la de todos los hombres que había conocido.
Le atraía, y no sólo en el sentido sexual, sino que su mente le había cautivado.
—¿Nahid? —Susurró él, todavía con la respiración agitada y tornando su expresión a una seria.
Ella pasó sus dedos desde el mentón del chico hacia su mejilla y le dio una pequeña caricia.
—¿Sí?
—Ahora yo tengo algo que decirte.
El chico tragó saliva mientras la princesa fijaba su penetrante mirada sobre sus ojos. Se sentía culpable por todo lo que había pensado antes de conocerla, porque se había dado cuenta de que era una buena mujer, valiosa como ninguna otra. Por lo que quería redimirse, aunque se tratase simplemente de un acto egoísta para librar la culpa de su propia cabeza. No quería comenzar a tener una relación con la princesa a base de las mentiras que él mismo había sembrado.
Quizás ella podría pasar por alto todo y se casarían de todos modos.
Quiso acomodar sus brazos acalambrados, pero la cuerda le hizo arder la piel y ya no le pareció placentero. Probablemente ya no sólo tenía irritado, sino que la carne se le había abierto por el roce.
—Te desataré —dijo ella, fijándose en la expresión de dolor del chico.
—No, espera —se apresuró a decir cuando ella hizo el amago de levantarse—. Primero déjame explicarte.
Nahid se relamió los labios y terminó por asentir con la cabeza, volviendo a ponerse cómoda sobre el cuerpo del chico.
—Yo tengo algo que confesarte.
Volvió a guardar silencio y ella le tomó la cara con las manos, sujetándolo por las mejillas.
—Estás poniéndome nerviosa, Jimin.
Él respiró profundo y aguantó la respiración por un par de segundos, en un intento de mitigar el nudo de nervios que se había formado en su estómago.
—Todo esto es una mentira —soltó y cerró los ojos un momento—. En realidad, no soy un príncipe, Nahid.
Ella pestañeó un par de veces y le soltó el rostro.
—¿Qué eres, entonces?
—Un ladrón cualquiera.
La chica guardó silencio, pero una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Entonces Jimin no supo qué era lo que estaba ocurriendo ni por qué le parecía divertida aquella situación.
—Es una broma, ¿cierto?
—No —afirmó él.
La expresión de Nahid cambió completamente y su rostro se puso completamente serio. Le recordó a la manera en la que lo miró cuando se vieron por primera vez aquella mañana.
—¿Entonces qué es todo esto? —Preguntó, señalando la ropa a medio sacar—. Un simple ladrón no podría pagar nada de esto, ni tampoco podría vivir para contar que robó un conjunto entero de las telas más finas de Agrabah.
Él corrió la vista, bajándola hacia el piso.
—Es algo difícil de explicar —murmuró.
—¡Dime! —Exigió ella, elevando la voz.
Jimin se sintió de la misma manera que unos momentos atrás, cuando ella había sacado a la luz su faceta dominante. Sólo que en aquella ocasión se sentía intimidado porque estaba a punto de confesar su gran pecado.
—No me vas a creer —replicó, levantando la vista hacia ella—. Me encontré una lámpara en el desierto, la froté para quitarle la arena y resultó ser mágica. Dentro de ella vive un ser que puede conceder tres deseos... —Su voz comenzó a apagarse al darse cuenta de lo absurdo que sonaba en voz alta.
—¿Qué?
Nahid levantó levemente una ceja al sentir que Jimin estaba tomándole el pelo, pero cuando se fijó en la mirada suplicante que le estaba dando, negó con la cabeza.
Era impensable que algo como eso pudiese ocurrir en la realidad, pues la magia no existía en ningún otro lugar que no fuese los cuentos infantiles. ¿Cómo era posible que un ser prácticamente todopoderoso te ofreciese tres deseos?
—¿Te concede cualquier tipo de deseo? —Interrogó, intentando creer en Jimin, aunque fuese un poco.
—Cualquier a excepción de matar a alguien, enamorar a alguien o traer personas de la muerte.
La princesa volvió a quedarse en silencio. Se puso de pie, dejando a Jimin todavía amarrado contra el pilar, y buscó su camisón para cubrirse el cuerpo. Terminó por cruzarse de brazos mientras observaba fijamente al chico.
—Entonces —comenzó—, suponiendo que esto es real. ¿Cuál fue tu primer deseo?
—Convertirme en príncipe.
—¿Por qué?
Él aplanó los labios y Nahid inmediatamente supo que no se trataba de algo bueno.
—Quería convertirme en el sultán, pero primero quería conquistarse porque creí que sería más interesante —confesó.
Ella abrió ligeramente su boca y retrocedió un paso. Le había resultado peor de lo que pensó.
—¿Y el segundo deseo?
—Sólo gasté el primero.
Jimin la miró desde abajo como un animal indefenso a punto de ser sacrificado. Porque estaba seguro de que eso iba a ocurrirle: Nahid iba a mandarlo a asesinar. Porque la había engañado y, además, la había deshonrado al acceder ir a sus aposentos aquella noche.
—¿Qué pensabas pedir? —Le preguntó ella, con curiosidad.
Al parecer, de alguna manera había logrado que le creyera, aunque fuese un poco. Jimin negó con la cabeza.
—No lo sé.
Nahid dio un paso hacia él y se arrodilló a su lado. Lo observó con la cabeza inclinada hacia el lado.
—¿Y dónde tienes aquella lámpara?
—En mis aposentos —respondió él.
La chica tragó saliva y terminó por asentir con la cabeza. Se puso nuevamente de pie y caminó hacia el mismo sofá de donde había sacado las cuerdas, pero esta vez sacó una pequeña navaja que brilló bajo la tenue luz de los aposentos. Volvió donde él y se sentó a su lado.
Jimin relajó su cuerpo al darse cuenta de que ella le había creído y que probablemente fuera a desatarlo para que pudiesen conversar mejor las cosas.
—Mi próximo deseo puede ser para ambos —ofreció él—. Puedo pedir cualquier cosa que quieras, siempre y cuando esté dentro de los límites que te comenté. Pero podríamos hacer grandes cosas o podemos renunciar a todo esto y...
Su frase se quedó a la mitad porque tuvo que ahogar un grito. Tiró de las cuerdas que aprisionaban sus muñecas en un intento de llevar sus manos a su cuello.
Nahid, en un movimiento rápido, había pasado el filo por la piel pálida, cortando la carne y una arteria importante, por lo que la sangre había comenzado a brotar a chorros, bañando a ambos de color escarlata.
No sabía si era real el tema de la lámpara mágica, pero tampoco iba a dejar que un simple ladrón se riera de ella de la manera en la que Jimin había hecho.
Observó cómo el cuerpo del chico comenzaba a convulsionar, en busca de poder soltarse de las sogas que lo ataban, pero que nunca cedieron. Y Nahid se sorprendió de sí misma al darse cuenta de que no había sentido ningún tipo de remordimiento al asesinar a una persona, diferente a lo que había imaginado cuando la idea de cortarle el cuello al chico pasó por su mente. Finalmente, el cuerpo de Jimin se quedó inmóvil y el último brillo de vida abandonó sus ojos.
Entonces la princesa se puso de pie, teñida de rojo, y caminó en dirección a la puerta de sus aposentos.
—Registra los aposentos del príncipe Jimin —ordenó al guardia que custodiaba la entrada a través del trozo de madera— y busca una lámpara. Tómala con un trozo de tela, que tus manos no la toquen directamente, y tráela conmigo.
Al cabo de unos minutos, el objeto metálico ya estaba en su poder. Se dedicó a observarla por un momento, notando que realmente no tenía nada especial. La dejó en el suelo, frente a ella y a unos metros del cuerpo inerte de Jimin.
Pasó un rato y no ocurrió nada.
Aplanó los labios y la volvió a tomar entre sus manos, pero entonces recordó un detalle de lo que le había dicho Jimin y frotó la lámpara como si la estuviese limpiando.
Se quedó boquiabierta al ver la nube que comenzó a emerger desde dentro y tragó saliva cuando apareció el par de ojos azules que miraron fugazmente a Jimin. Nahid pudo jurar que distinguió emoción en ellos, como si le estuviese transmitiendo que se encontraba triste por haber visto a su antiguo dueño sin vida frente a él.
La chica se aclaró la garganta entonces y levantó el mentón, preparándose para hablar:
—Deseo que las mujeres sean valoradas de la misma manera que los hombres.
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