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Extra: Takashi (parte 2)

But I can see us lost in the memory
August slipped away into a moment in time
'Cause it was never mine
And I can see us twisted in bedsheets
August sipped away like a bottle of wine

Para Mitsuya, fueron tres días de una satisfacción absoluta al sentirse sumamente adorado y deseado por el alfa que había elegido. Tres días en los que descubrió la fascinación del sentimiento de ser correspondido sin haberlo expresado verbalmente. Se habían elegido tácitamente, una y otra vez.

El departamento de Taiju, que había sido lo más cercano a un nido que había habitado durante un celo, era frío. Durante aquellos tres días que Mitsuya le acompañó allí, tuvo el tiempo de apreciar la situación y conocer una parte más de su pareja, y ciertamente le dolió percatarse de manera cruda que era el lugar de una persona solitaria y carente de motivación alguna: no había fotos, ni cuadros, ni flores, ni frutas, ni libros. No había objeto ni atributo que marcase aquel sitio como una pertenencia de Taiju; no existía rincón que expresase algo de quién era él, ni espejo que reflejase lo que había en su alma más que un vacío alarmante. Pese a que anhelaba descubrir más de él al turistear por su morada, no había nada allí que no fuese imprescindible y básico. Al estar en ese mismo lugar por más de un día, comprendió el porqué detrás de las visitas asiduas de Taiju a su hogar; creía inaudito que un ser soportase el suplicio que designaba aquel lugar excelso en silencioso y desolado.

No obstante, la frialdad era perceptible únicamente cuando se separaban, y aquello solo sucedía durante escasos minutos, ya fuese por ir al baño o porque Taiju iba a buscarle la comida. No deseaban perderse ni un tramo de la piel del otro por un lapso mayor que ese tiempo.

Taiju le había atendido tan bien, con tanta dedicación y consideración, que le hería el pensamiento de que su motivación era un auténtico miedo a repetir los mismos errores de siempre y perderle en consecuencia.

Después de esos tres días, el sexo entre ambos se convirtió en un frecuente, en una normalidad y en una forma de expresión.

A Mitsuya le gustaba gemir su nombre a los cuatro vientos, y amaba abrazarle y prenderse de su espalda con violencia mientras enlazaba sus tobillos en torno a sus caderas, sintiéndose suyo y gozando de aquel vínculo que los unía una y otra vez, amando la sensación de tenerle dentro suyo, como si jamás fuesen a separarse y tomar caminos opuestos. Y Taiju amaba que hiciera eso, porque era la única vez en la que sentía que alguien quería que se quedase.

En un principio, Taiju le rehuía a sus besos durante el sexo, y Mitsuya le rehuía al sexo cuando era en su propia casa. Sin embargo, bastaron con unos pares de noches para que se encontrara el equilibrio y ambas cosas se desenlazaran, ya fuese en el tiempo previo a que debiesen de recoger a Mana y a Luna de clases, o cuando estas estaban profundamente dormidas. Fue en ese período en el que Mitsuya descubrió cuánto disfrutaba de besar hasta en la menor de las oportunidades, cuánto anhelaba el roce y el contacto de una piel adorada, cuánto añoraba la cercanía cuando no la tenía. Le era muy complejo asimilar lo meloso que podía ser, y cómo su trato pasó a ser de lo más íntimo y la manera en que sus sentimientos y sus toques tiernos habían trascendido el ámbito sexual para dotar su relación cotidiana con un vínculo aún más fuerte y devoto.

Una costumbre que habían adquirido era la de que a Mitsuya le gustaba recostarse en su pecho luego del acto, y juguetear con sus dedos y delinear cada uno de sus tatuajes mientras se envolvían en la complicidad de sus charlas.

—Sabes, me preocupa mucho Hakkai —soltó Mitsuya ensimismado.

—¿Qué tanto puede dolerle esto? —le preguntó—. Quiero decir, a mí me odia, pero no es como si él estuviese tan coladito por ti, ¿verdad?

Mitsuya permaneció en un silencio fatídico, mirándole con severidad. Estancó su mirada en su pecho y siguió acariciándole.

—¿Tanto? —le consultó Taiju.

—Se podría decir que sí —dijo—. Supongo.

—¿No le gustarás también a Yuzuha? —ironizó.

—¿Es el único Shiba que falta que guste de mí? —arriesgó.

—No dije eso, idiota —dijo, desviando la mirada para clavarla en la pared—. Pero si le gustas tanto a él, tal vez le gustes a ella.

—Parece ser de familia, ¿no? —acotó, entre risas—. Si es así, sin embargo, tú también entrarías ahí.

—Qué insistente eres.

—¿Tú crees? —le dijo, besando la piel que descansaba bajo su cara—. Sin embargo, sí. No he dejado de pensar en él en este último par de semanas; en cómo lo tomará, en si me perdonará.

—Pues, más allá de lo mierda que he sido yo con él, no debería de recriminarte un carajo a ti —le dijo—. Puede dolerle, por supuesto, pero no tendría por qué perdonarte o no, puesto que no hay algo que deba o no ser perdonado. Quiero decir, es tu vida, ¿no? Y tú no estás en pareja con él ni le has izado banderines de esperanza.

—Sí, bueno, pero ya sabes cómo es él —le defendió, bajando la mirada—. Además de que, claro, es mi vida, pero a su vez estoy consciente de lo que ha pasado entre ustedes, y estaba consciente asimismo de que a él le dolería.

—No es auténticamente de mi incumbencia y yo no soy quién para cuestionar los sentimientos de mi hermano siendo que soy la fuente de todos sus males, pero ¿hasta qué punto piensas restringirte en la vida por lo que les duele a los demás o no? Quiero decir, lo primero que me dijiste este verano fue lo bello de la libertad. ¿Y dónde queda la tuya?

—Hakkai es de mis amigos más cercanos, y es alguien que ha sufrido mucho y se ha cobijado en mí —le contestó—. Si fuese otra persona, no me afectaría de esta manera ni dejaría mi felicidad de lado; pero él es diferente, y es alguien que no deseo perder bajo ningún punto de vista. Si debo dejarme de lado a mí por él, lo haré, particularmente si involucra esto.

—¿No te parecería una mierda que él acepte esa resolución tuya, sabiendo que no eres del todo feliz, cuando se supone que te quiere? —le cuestionó, acariciándole la cabeza.

—Un poco, sí —asintió—, mas siento que es lo que merezco. Me quejo de lo difícil que será, pero aún así estoy aquí, contigo entre mis piernas, y sin la menor intención de soltarte. Al menos, no por hoy.

—Y si es tan así, ¿por qué te has enroscado conmigo?

—Porque me dejé llevar —le respondió—. Imagínate lo que has alborotado en mí para conseguir que me olvidase de todo lo que es correcto y ético, solo para estar contigo aunque sea un rato.

—Imagínate el amarre que me has echado tú para que yo me regalase hasta este punto —alegó.

—Oye, yo jamás haría un amarre —rio—. Qué aburrido sería obtener a alguien así de fácil. ¿Dónde queda el coqueteo, el enamoramiento, los cosquilleos en el estómago y los nervios?

—Eres demasiado cursi —respondió, con una mueca burlesca—. Pero supongo que tienes un punto.

—Claro que sí.

—Sin embargo, ¿vale la pena?

—¿Qué cosa?

—Ser feliz por unos días, y sentir los cosquilleos en el abdomen por unos días —le dijo, solemne—, por problemas y un sufrimiento aún superior. ¿Vale la pena por unos días? Porque, vamos, ambos sabemos que tarde o temprano esto se acabará en cuanto debas verle a él nuevamente. Tu consciencia de niño bueno no lo soportará.

—La felicidad que he tenido estos días vale completamente la pena —le respondió, acariciándole la frente—, y no hay sentimiento, ni siquiera el sufrimiento, que lo equivalga.

—Eres un idiota —le sonrió—. Pero si es así, aprovechemos estos días, al máximo; lo que tenga que durar, y lo que puedas soportar. Yo me quedaré.

Estando Mitsuya recostado en su pecho, Taiju persistió en sus caricias en la cabeza, con un gesto que denotaba su protección; era algo que Mitsuya le hacía con frecuencia, y que a él le avergonzaba; lo hacía camuflándolo con una actitud desinteresada. Acarició por un buen rato hasta que la posición de sus dedos separando las raíces provocó que posara su mirada felina sobre él, y tuvo que ver dos veces para cerciorarse de que sus ojos no le engañaban.

—Mitsuya, ¿qué carajo? ¿Tienes tatuada la puta cabeza?

Luego de aquel celo compartido, se unieron más que nunca; luego de haber cruzado juntos lo más precioso y de haber encontrado el epítome del placer de la intimidad, funcionaban como uno solo. A diferencia de Baji y Smiley, para quienes el sexo era la moneda de cambio, Mitsuya sentía que había superado todos esos parámetros. Poseía la certeza absoluta de que ninguna relación sexual ni propia ni ajena podía compararse a lo que sentía cuando se entregaba en cuerpo y alma a Taiju; y sentía asimismo que nunca encontraría ese sentir en nadie más.

Una vez que dieron aquel paso, la confianza fue prácticamente absoluta y comenzaron a dormir juntos, uniendo un par de futones. Dado que Mitsuya no podía ir seguido al departamento de Taiju a dormir, era este último quien se quedaba a dormir. Irónicamente y contrastando con su apariencia y su actitud arisca usual, Taiju era sumamente entregado al dormir con él; se le pegaba como una garrapata y, pese a su enorme tamaño, era él quien dormía en el pecho del otro la mayoría de las veces aunque sus piernas quedasen completamente fuera del futón; le gustaba oler su aroma y sentir su presencia, y cuando Mitsuya se levantaba, él se despertaba inevitablemente.

Otra costumbre que desarrollaron fue la de cocinar en compañía. Taiju era un peligro en la cocina, por lo que él jamás volvió a prender una hornalla luego de quemar el desayuno que había querido hacerle a Mitsuya en una ocasión única. No obstante, cuando este último cocinaba, Taiju estaba ahí a su lado, comentándole cosas o solo siguiéndole con una mirada abundante en cariño. De vez en cuando, se tomaba la osadía de tocarle mientras Mitsuya realizaba los quehaceres allí, claramente provocando que los dejase a la mitad.

—Taiju —gimió, sintiendo sus rodillas torcerse y temblar. Tragó duro e hizo acopio de fortaleza para hilar las palabras—. Mis hermanas están despiertas, maldito.

—Están mirando su programa favorito a esta hora; no se lo perderían por nada en el mundo —susurró en su oído—. Además, solo estoy jugueteando contigo. No es como si te estuviera partiendo en dos contra la mesa. Eso va para más tarde.

—Eso no ha sonado muy cristiano de tu parte —alegó, reprimiendo un quejido en cuanto sintió que una de sus manos tiraba de uno de sus pezones y la otra se metía en sus pantalones.

—Soy cristiano, sí, leo la Biblia cada día, soy un fiel creyente y voy a misa seguido —reconoció taimado, incrementando el ímpetu en sus toques y sumergiendo su nariz en el cuello de Mitsuya, embriagándose con su aroma y sus jadeos, y anhelando penetrar su glándula omega con sus colmillos—. Pero eso no significa que me van a controlar, ni que van a dictaminarme qué puedo hacer y qué no.

Mientras Mitsuya se retorcía en sus brazos, Taiju seguía provocándole.

—Te quejas, pero tus feromonas me están rogando que siga —susurró una vez más, con una sonrisa arrogante—. Dime tú qué quieres, Mitsuya. Si me dices que te suelte, no te tocaré.

El aludido siguió, sintiendo el aliento de Taiju en su nuca y respaldándose aún más en los brazos ajenos, puesto que sus piernas le vendían segundo a segundo.

—No he dicho que no lo quiera —gimoteó, a la par que quebró las caderas hacia atrás, frotándosele.

Taiju gruñó y apretó su agarre en ambas manos, procediendo a proporcionarle unas caricias aún más sugestivas que antes y a mayor velocidad. Sin embargo, en el momento en el que Mitsuya echó la cabeza hacia atrás para largar un suspiro y mirarle intensamente desde allí, aferrándose a sus manos en una súplica para que se mantuviese la cadencia, oyeron lo que no deseaban oír.

Dos pares de pasitos yendo a trote desde la habitación hacia la cocina.

Taiju soltó a Mitsuya y este último le empujó hacia atrás para que se sentase a la mesa en el comedor.

—¡Hora de jugar a la peluquería!

—¡Al salón de belleza!

Exclamaron las niñas, depositando sus platos vacíos en la mesa junto a Mitsuya, quien luchaba por mantenerse de pie, sosteniéndose de la encimera. No obstante, este, al observar la cara de pánico de Taiju, sentado con las rodillas pegadas, se desarmó a carcajadas.

—¿De qué te ríes, hijo de...? —masculló, mas se rectificó al ver la mirada de advertencia de su pareja—. De tu agraciada mamá.

—Me río de tu karma —le contestó entre risas. Acto seguido, se enfocó en sus hermanas y les propuso—. ¿Por qué no van a buscar mientras las cosas? Quiero decir, el cabello del gigante este no va a cepillarse solo.

Sus hermanas asintieron con frenesí y echaron a corretear hacia la habitación, atropellándose entre sí.

—Ahora, ponte tú a pensar en abuelas hasta que se te baje eso.

—Con pensar en tu amigo Takemichi alcanza para que se me baje hasta el inframundo —respondió, adornando su rostro con una mueca de repulsión absoluta.

Ciertamente, Taiju había aprendido a lidiar con las hermanas de Mitsuya. No podía afirmar que gozaba plenamente de su compañía, mas podía jurar que no las despreciaba en absoluto. En contraste con las primeras veces que las vio en las que huía de ellas, había encontrado la resignación luego de un par de oportunidades; y aunque al principio le dolía verlas debido a que eran la prueba viva del fracaso que había sido como hermano mayor, con el tiempo aquello fue mutando hasta arrancarle alguna que otra sonrisa. El amor que había desarrollado por Mitsuya era lo suficientemente fuerte como para conseguir que viera en ellas el reflejo de su dulzura y lo viese como una oportunidad de aprendizaje, y no la tristeza de sus propios hermanos y una pena de su pasado. 

Una de aquellas noches que habían apreciado en dulce compañía, Mitsuya se despertó a causa de unos movimientos lábiles y repetitivos junto a su cuerpo. A sabiendas de que provenían de su pareja, se sorprendió ligeramente al percatarse de que éste estaba levemente alejado de él y dándole la espalda. Le miró de reojo y no pudo discernir nada. Profirió unas palabras adormiladas, mas no recibió respuesta. Supuso que debía de estar soñando, mas no cesaba su inquietud y aquel evento no era frecuente, por lo que se sentó en el futón y, pese a tratarlo, no logró avistar su rostro, por lo tanto, suspiró y se paró para rodear la cama y arrodillarse junto a él. Cuando por fin pudo verle, se percató de que estaba llorando.

Abrió la boca con sorpresa y se inclinó sobre él y dejó salir algunas sutiles feromonas para contenerle al notar que, pese a tener lágrimas acumuladas en los ojos, estaba dormido, tomándole del hombro con una ternura indecible. En cuanto hizo aquello, los movimientos automáticos de Taiju se detuvieron y su respiración comenzó a regularizarse paulatinamente. No bastaron más que unos segundos para que este abriese los ojos, se apoyase sobre sus codos y se moviese con frenesí al notar la ausencia del cuerpo de Mitsuya junto al suyo.

—Así que tú también lloras —le susurró Mitsuya a su lado, obsequiándole una mirada acaramelada. Acto seguido, le acarició el pómulo con la mano libre y le besó los párpados para que aquellas lágrimas desapareciesen.

Taiju le escudriñó en silencio, tratando de comprender lo que acababa de acontecer. Cuando lo entendió, desvió la mirada y se echó en el futón de nuevo.

—Hacía varias semanas que esto no me sucedía —fue su explicación, esperando a que Mitsuya se alejase un poco para poder frotarse los ojos con violencia.

—¿Con qué sueles soñar? —preguntó Mitsuya, irguiéndose para estirar su pierna y acomodarse a horcajadas sobre Taiju. Posó sus manos sobre su pecho desnudo y sintió sus brazos rodearle las caderas en un abrazo.

—Con mi familia —le respondió sin tapujos. Si su lado más vulnerable había salido a la luz, no le quedaba más que abrirse ante Mitsuya—. Con mi madre. Con Yuzuha llorando día y noche luego de su muerte. Con él desorientado, lo suficientemente pequeño como para recordarla a duras penas. Estoy seguro de que debe recordar más la tristeza de Yuzuha en aquel entonces que la sonrisa de nuestra madre.

—No estoy seguro de que Hakkai recuerde a su madre —se sinceró—. Sin embargo, Yuzuha me ha hablado mucho al respecto. Y creo que no se trata solo de que la extrañe, sino que si ella hubiese estado, las cosas no habrían terminado de la manera en que lo hicieron.

—Por supuesto que no; nuestra madre era un ángel —soltó antes de suspirar—. Siempre vi a Yuzuha como mi antítesis. Ella era fuerte y, pese a haber sido quien más sufrió la muerte de nuestra madre, nunca tuvo problemas en demostrar abiertamente su dolor, y siempre estuvo para él, siempre lo protegió y estuvo para él como yo nunca conseguí estar —soltó—. Yo siempre quise hacerlo fuerte a toda costa y utilizando cualquier medio a mi disposición, pero ella quería hacerlo feliz y se sublevaba en todo momento, contrariando mis órdenes y volviéndome loco. Sin embargo, mi soberbia y mi creencia de "soy el hermano mayor, este es mi trabajo" jamás me permitió escucharla, ni mucho menos compartirle mi dolor por nuestra pérdida.

—¿Has pensado en ello durante todos estos meses? —le consultó, mimando su piel—. Me causa gracia la expresión sublevar, como si una familia fuese un puto sistema.

—Siempre creí que una familia estaba obligada a estar unida y que imperaba una jerarquía —le explicó—. Por eso me hervía la sangre cada vez que me desobedecían, y me enervaba que fracasasen y fuesen, a mis ojos, débiles. Sin embargo, necesité una paliza para comprender que al final del día nunca formé una familia, y que había errado. Y ahora que conozco otra familia, me llena de ira notar cuánto he errado —suspiró, clavando sus ojos en el techo mientras le palmeaba la cadera—. Sin embargo, no es solo ira, sino la calidez de sentir un hogar. Eso es por ti.

—No me digas eso —negó con voz lastimera, enternecido—, por favor.

—Yo nunca tuve amigos de verdad como los tienen mis hermanos, ni tampoco conté con el tiempo para intentar tenerlos —soltó—. Yo tenía colegas, socios, enemigos y seguidores; pero nunca una mano amiga. Tampoco me había enamorado —carraspeó—. Por eso me hervía la sangre cada vez que me desobedecían o ponían a sus amigos por encima de nuestros lazos de sangre, porque no lo comprendía. "¿Qué nos queda, si no es la familia, y qué puede ser más importante que ella?" me preguntaba, furibundo. Sin embargo, en este momento de mi vida, he acabado por entender que la familia pasa por otros tipos de mierdas y cursilerías pomposas, y que el hogar de uno puede ser incluso una sola persona, ni siquiera un lugar.

El sobrecogimiento que atacó a Mitsuya le enmudeció.

—Esa noche de la pelea de navidad, sentí la desesperación absoluta —comentó—. Si bien siempre esperé a que Hakkai se fortaleciese lo suficiente como para detenerme, fue apabullante sentir el resentimiento que habían acumulado por mí. No digo que no me lo merezca; todo lo contrario, me merecía esa mierda y más, pero chocarte contra la realidad de que has hecho las cosas mal toda tu vida, y de que había otras maneras, es algo que te arrastra a un desasosiego sin precedentes.

—Te entiendo enteramente, Taiju —le consoló—. Sin embargo, eso se ha terminado.

—Quizás, pero te veo ahora y pienso que siempre hubo otras maneras y que siempre las habrá —le confesó—. Te miro y me cuestiono qué he hecho toda mi vida, cuando con solo tu compañía se aleja de mí cualquier ápice de violencia y dolor. Medito y me digo "pero si no es necesario", cuando la realidad es que jamás lo fue.

Maldita sea, Taiju, ¿por qué me dices esto?

—En ocasiones, en estas últimas semanas, sueño contigo —le reconoció Taiju con solemnidad—, pero esas no son pesadillas. Son verdaderos sueños.

—Yo nunca sueño —admitió Mitsuya—, normalmente estoy tan cansado que duermo de un tirón sin soñar, y mucho menos tener pesadillas—. Pero si lo hiciera, estoy seguro de que también soñaría contigo.

—¿Por qué?

Porque estoy enamorado de ti hasta las trancas.

—Porque sí —se encogió de hombros, acariciándole los tatuajes del pecho—. Eres quien ha estado a mi lado en todo momento en estas últimas semanas, quien me acompaña y me alegra los días.

—Lo dices como si fuera un gran mérito de mi parte, cuando soy yo el más beneficiado.

—Pocas personas se prestarían para pasar sus tardes observando a alguien cocinar, limpiar y cuidar de sus hermanas en una pequeña casita y que, además, no tiene tiempo —le dijo—. Teniendo miles de opciones, te quedas con la más aburrida.

—Me quedo con la persona más paciente y abnegada que hay —le respondió, acariciándole los muslos—. Con alguien que tiene un corazón enorme y que aún así me congratula con su maldito tiempo y compañía, Takashi.

El corazón de Mitsuya saltó en su pecho haciendo acto de presencia, y su omega interior chilló. Aún sentado encima suyo, desplazó sus manos para ponerse pecho con pecho con Taiju, y le besó, mimándole las mejillas. Taiju no tardó en devolverle el afecto, presionándole contra sí al abrazarle con fuerza mientras le devoraba. Porque así era; les fascinaba besarse, tomarse y tenerse, debido a que era la única manera en la que podían expresarse sus sentimientos y pronunciar aquello que no se animaban con la voz.

Pero es el hermano de Hakkai.

Aquel pensamiento provocó que Mitsuya cortase el beso, girando el rostro. Una vez hecho aquello, se deslizó hacia abajo para reposar su cabeza en el pecho ajeno.

—¿A qué te refieres cuando hablas de un verdadero sueño? —curioseó—. Cuando hablabas de soñar conmigo lo mencionaste.

—Ya sabes, uno que posiblemente jamás se cumpla —le respondió—. Algo verdaderamente onírico e inalcanzable.

—Como ¿qué?

—En este momento no me acuerdo, sabes...

—Qué mentiroso eres, Taiju —se burló con una voz rebosante en dulzura—. Sin embargo, los sueños bonitos, o inalcanzables como los llamas tú, siempre son manifestaciones de los deseos.

—¿Tú crees?

—Sí —le dijo—. Tal vez es por eso que me gustaría saber qué sueñas conmigo, qué deseas de mí.

—Son tonterías —negó con la cabeza, sumamente reacio a contarle.

—¿Algún día me comentarás qué es lo que sueñas?

—No vale la pena comentarte sueños que no van a cumplirse.

—Si es así, tampoco vale la pena que sueñes —murmuró—. Pero aún así lo haces. A su vez, nunca sabes lo que sucederá.

—Yo no elijo soñar —negó—. Si pudiera, no lo haría. ¿Sabes qué? Me gustaría que cambiásemos de lugar. Desearía dejar de soñar, y que tú supieses lo que se siente.

—A mí me gustaría soñar —le dijo—. Soñaría contigo y te lo diría, sabes.

—¿Qué soñarías?

—Lo mismo que tú sueñas conmigo.

—No sabes lo que sueño yo.

—No, pero sé que sentimos las mismas cosas —soltó, acariciándole los cabellos. Sintió una mano de Taiju apretar su cadera en respuesta a la bandada de emociones que lo abordaron. Se levantó ligeramente para deslizarse y alcanzar el rostro ajeno una vez más; juntó sus narices y, al posar sus ojos en los de Taiju, le obsequió la mirada más preciosa y devota de todas, como si le clamase lo mucho que le quería—, y sé que estaríamos conectados a través de los sueños también. Es inevitable que deseemos lo mismo del otro, aunque no sepamos qué es.

Taiju, en aquel momento, se sintió abrumado. Oprimió aquellos muslos con fiereza e hizo fuerza con su pierna para voltear a Mitsuya, colocándose arriba suyo, con las piernas ajenas adornando sus caderas.

—Estás hablando demasiado —le dijo, atestado de sentimientos incapaz de procesar.

—Tú callas demasiado —alegó Mitsuya, envolviendo el cuello de Taiju entre sus brazos—, y seguirás perdiendo cosas mientras te sigas tragando tus emociones.

Taiju le observó por unos segundos de atención pura, mirándole como si buscase grabar aquellas palabras en la corona de su cerebro.

—Lo tendré en cuenta —respondió, siendo aquellas las últimas palabras de aquella conversación que jamás olvidarían, consolidando aquella noche con un beso.

Hubo ocasiones también en las que Mitsuya acompañó a Taiju a la misa dominguera.

A pesar de que Mitsuya jamás había ido a una misa cristiana, le entusiasmaba la idea; no solo por la curiosidad que invocaba una nueva vivencia, sino por conocer otro aspecto de Taiju. Era una fantasía para él el verle arreglarse para el evento, ataviándose con ropa formal, observando hasta el último botón acomodarse en su ojal, perfumándose y acomodándose el cabello frente al espejo; el observar la desaparición de aquellos tatuajes que tanto le fascinaban bajo una tela de lo más elegante. Era, sencillamente, un espectáculo valioso de más.

En el momento en el que arribaban al lugar, Mitsuya se limitaba a seguir al pie de la letra lo que Taiju hiciese y dijese, desde las oraciones hasta los salmos.

Al momento de orar, Mitsuya le tomó la mano y nunca le soltó, ni siquiera cuando salieron de la iglesia, ni cuando, más tarde, desdibujaron el camino hasta la casa de Mitsuya.

—No te apetece soltarme, ¿verdad? —le interpeló una vez finalizado el evento, ya en la acera.

Debido a que habían acudido a la última misa del día y había pasado más de media hora de que había concluido, no quedaba ni concurrentes ni transeúntes.

—Por supuesto que no —le dijo Mitsuya—, y menos cuando te cotoneas a mi lado en ese traje.

—Tú también te ves muy bien.

—¿Tu crees? —le preguntó, deteniendo el paso para soltarle de la mano y colgarse de su cuello, sosteniéndose en puntillas de pie. Taiju inclinó un poco la cabeza para sentirle cerca—. No era necesario que me compraras algo tan caro.

—Lo dices como si tú no te merecieses todo, idiota —le respondió, desviando la mirada. Mitsuya sonrió inmensamente—. De cualquier manera, tú sabes que el dinero no es gran problema para mí, luego de lo que ganamos con los Black Dragons; he invertido un poco y guardado otro poco, y les he dejado a mis hermanos otra parte. Tengo lo suficiente para sobrellevar bien este último tiempo de preparatoria que me resta, seguir invirtiendo y darme lujos —le explicó—. Y agasajarte a ti es un lujo para mí en este momento de mi vida.

Ciertamente, no había mentiras en aquella afirmación. Mitsuya era lo único que tenía en su vida, lo único que adoraba con locura y que no pretendía dañar jamás; sentía que le debía todo de sí, que desde su alma hasta lo más carnal de su existencia le pertenecía a él. Era el amor que precisaba para percatarse de cuanto mal había hecho y cuánto podía mejorar, y aquel cambio de perspectivas y el sol que posó sobre el desierto de su vida, era invaluable.

—Dices cosas tan bonitas a veces —le respondió, acariciándole la nuca—, que me lastima mucho pensar en la idea de que se tenga que terminar.

—No es necesario que pienses en ello cada vez que estamos juntos, Takashi.

—No puedo evitarlo —se lamentó, soltándole del cuello para posar sus manos sobre su pecho, y su frente sobre las mismas. Largó una exhalación eterna que ilustraba todo su hastío.

Y a Taiju le dolió. Le dolió hasta el hueso. Le dolió porque le quería, y porque estaba sufriendo a su lado.

No supo qué decirle. Reafirmando su dificultad para expresarse y comunicarse, falló en su búsqueda de palabras para consolarle, para clamarle que no debía cargar con ello; podía comprender íntegramente su sentir y acompañarle, mas no podía expresarlo en palabras. Su omega sufría en su compañía y desconocía cómo proceder al respecto, y aunque supiese que no era auténticamente su responsabilidad, sentía el peso de que una persona más que él apreciaba padecía por su culpa.

Abrazó a Mitsuya tomándole de la cintura con una mano y y de la nuca con la otra, apretándole contra sí.

Mitsuya reconoció, entonces, la congoja en el lúgubre aroma de las feromonas de Taiju, y levantó la mirada hacia él. No necesitaba cruzar palabras con él para comprender perfectamente cómo se sentía y el porqué de sus preocupaciones. Levantó la mirada para ver que tenía los ojos cerrados, avergonzado y lamentable. Se colocó en puntillas de pie y le besó. Un beso breve, cauto y dulce.

—Yo soy más que feliz contigo —le sonrió una vez que captó su atención—. Te lo digo únicamente para que no creas lo contrario.

Taiju se estremeció bajo la intensidad del cariño que le profesaba Mitsuya.

No mediaron más palabras. Estando a un lado de la iglesia, Taiju oprimió a Mitsuya con su agarre y le besó, buscando que este encontrase la respuesta en sus labios, en sus muestras de afecto más salvajes, puesto que era la única manera que había descubierto de plasmarle su amor y su contención.

Mitsuya se prendió de su cuello como si su vida dependiese de ello, dejándose armar y desarmar bajo aquellos labios, y como solía suceder, no tardaron mucho en pasar a besos más profundos y entregados. Taiju fue moviendo a su pareja lentamente, paso a paso destartalado, hasta la pared cercana a una entrada lateral de la iglesia donde no había ni un alma circundando. Empujándole con delicadeza, la espalda de Mitsuya tocó la fría pared y un leve quejido se escapó de sus labios. Taiju aprovechó esa brevedad para seguir movilizándole hasta que alcanzaron la puerta del lugar, abriéndola sin medio cuidado, avanzando de manera que Mitsuya caminase de espaldas, prendido de su cuerpo y trastabillando por la incoherencia en sus movimientos, tanto por la falta de concentración en cualquier cosa que no fuese su alfa, como por el ímpetu de sus movimientos atolondrados.

Taiju lo posicionó contra la pared una vez más; no tenían ni el menor interés en la comodidad, solo deseaban privacidad, y sabían que allí, en aquel sitio gélido y en plena oscuridad, no quedaba nadie más que la luz de la luna que se colaba por los ventanales.

A medida que le besaba y le besaba, Mitsuya se sentía desvanecer, por la situación, el fuertísimo calor, su pareja, su apariencia, el tacto impúdico y la adrenalina de una aventura de aquellas irrepetibles. Taiju le besaba y le besaba mientras le aflojaba la corbata sin un resquicio para la duda en el medio; siempre creyó que aquel gesto era erótico cuando se veía en la ficción, mas el sentir en carne propia el deseo de una persona que le tiraba de la corbata para desnudarle le enajenaba aún más. En cuanto Taiju acabó con ello, le desprendió la camisa en un dos por tres, y Mitsuya intentó devolverle el gesto, tomándole del nudo de la corbata para conseguir verle los tatuajes, mas Taiju le dominaba de una manera que no le permitía que le tocase, como si su propio placer fuese el mismo de su pareja, o como si verle dando retorcijones bajo sus manos y oír sus gemidos fuese su verdadera musa y deleite. Y ciertamente, a Mitsuya le maravillaba obedecer sus órdenes y sentirse cautivado y dominado por él, sentirse deseado de una manera tan pura e instintiva. Taiju le deslumbraba sin comparación alguna, como alfa, hombre, amante y compañero.

—Esto es una blasfemia, ¿lo sabes? —susurró Mitsuya sobre sus labios, sintiendo el sudor recorrerle la columna y la manaza de Taiju acariciarle el pecho.

—Con las luces apagadas no logro ver ni siquiera el altar, y menos desde el costado del establecimiento; con las columnas se complica aún más desde donde estamos. Nadie se preocupa por los laterales —le contestó, encontrándose de espaldas a las bancas y penetrando los ojos de Mitsuya con su propio mirar, obnubilado por la miríada de sensaciones que le golpeaban—. Además, ¿qué tiene de malo expresarme de esta manera con la única persona que deseo? Si el Señor me perdona las atrocidades que he cometido incluso en su casa, puede perdonarme que me permita darte todo de mí; es algo que va más allá de la lujuria.

Mitsuya no encontró rebate para ello, mas no tuvo tiempo de hacerlo al sentir que las manos de Taiju volvían a moverse; una bajo su camisa desprendida a medias, y otra levantándole una pierna tomándola del el muslo y apretándolo como si lo reclamase. Mitsuya comenzó a ahogar suspiros entre beso y beso, percibiendo un estallido de placer aproximarse, mas aquellos suspiros dieron paso a un gemido al sentir la dureza de su pareja contra él, sintiéndola con suma intensidad al tener la pierna elevada. Sin embargo, en cuanto se atrevió a bajar la mano para colarla por debajo de la tela del pantalón y sentirlo y masturbarlo como tanto le gustaba, se encendió una alarma dentro de sí que le hizo recapacitar pese a que tenía a Taiju devorándole el cuello.

—Espera, espera —gimoteó, golpeteando el hombro de Taiju para que le escuchase—. No tenemos... para avanzar.

—Oh —respondió como si aquella fuese la palabra mágica para destrozar el hechizo, y no el mero hecho de que estaban en una iglesia vacía. Aflojó el agarre de la pierna ajena y deslizó su otra mano fuera de la camisa—, tienes razón.

No desperdiciaron tiempo, por lo que ni se miraron; si volvían a enfocarse en el otro, acabarían en el mismo rollo; y ciertamente, lo mejor era que llegasen al hogar de Mitsuya donde pudiesen concretar el asunto, a sabiendas de que ahí no les faltaría nada. Se soltaron como si el cuerpo del otro quemase, aunque aquel concepto no estuviese tan alejado de la realidad; se alejaron ligeramente y se acomodaron las ropas con celeridad y, luego de un par de risas que no se decidían entre la pena y la desvergüenza absoluta, abandonaron el sitio como quien no ha visto nada.

En otras ocasiones de misa, sin embargo, seguían conociéndose el uno al otro a través de lo que apasionaba y regía la vida del otro.

—¿Quieres que desayunemos por ahí? —le preguntó.

—Me encantaría, pero tus hermanas despertarán pronto —le recordó—. Será mejor que volvamos.

—Tienes razón —asintió, regañándose a sí mismo por su despiste.

—De cualquier forma, apurémonos —le dijo—. No vaya a ser que te duermas mientras caminas, hijo de puta.

—Oye, oye, es la primera vez que me duermo en las misas que te he acompañado —le dijo—. Es la primera vez que venimos a la de la mañana; mis luces no han acabado de encenderse y ya tengo al coro arrullándome.

—No he podido arrodillarme, Takashi —le regañó—. Eso es grave, yo...

—Deja de quejarte —replicó, resoplando entre risitas—. Ya luego te lo compensaré.

—Lo esperaré.

—Espéralo —le dijo—. Sin embargo, quédate tranquilo, que lo de hoy no volverá a pasar.

Caminaron unos pasos más en un silencio complaciente, de esos que propician las circunstancias y las buenas charlas. Mitsuya, por supuesto, aprovechó esa oportunidad y el contexto para extinguir una de las dudas que con más frecuencia visitaban su mente.

—¿Puedo preguntar por qué eres creyente? —se atrevió a preguntarle—. ¿Hay algún motivo para que te hayas respaldado en la religión?

Iba a cerrarse como acostumbraba, mas valoró el detalle de que Mitsuya le hubiese acompañado. Si él podía realizar semejante acto de afecto y respeto de su parte, Taiju no podía evitar devolverle su afecto a través de la manera en que Mitsuya más adoraba: abriéndose a él.

—Sí, supuse que mi madre había ido al cielo cuando murió, así que comencé a creer en ello —confesó—. Además, a medida que crecía, sabía que lo que estaba haciendo con mis hermanos estaba mal, por lo que me respaldé en la religión como si aquello me justificase. Tú sabes, Takashi, que el ser humano necesita rendirle cuentas a alguien por lo que hace. Necesita alguien que le dé la razón, le regañe y le perdone. Necesita alguien que justifique sus actos, y yo lo necesité. Si respaldaba mis pecados en Dios, quizás no estaba tan mal mi metodología. O eso era lo que pensaba.

—Comprendo —asintió—. Más de una persona piensa de esa manera.

—Era como plantearme que yo no estaba teniendo un mal día, sino que era una prueba del Señor —dijo—. No me pasan estas cosas por consecuencia de mis propias decisiones, es una prueba del Señor. Era la mejor manera de quitarme a medias el peso de una responsabilidad y creer que no era mi culpa. Es fácil ser un pecador y lavarte las manos el domingo.

—Supongo que tienes razón —asintió—. ¿No se siente bien, entonces, venir sin tener que respaldar tus pecados? ¿Cuál es tu razón para venir ahora, además de tu madre?

Taiju se detuvo para mirarle, dubitativo.

—No lo sé —le respondió—. Costumbre, creencias, respeto. Anhelos y plegarias, quizás —meditó con la mirada perdida—. O tal vez, aún hay alguna culpa de magnitudes colosales dando vueltas por mi mente. Tal vez sea la culpa de que estés pasándola mal en estos momentos a mi lado, o tal vez incluso sea un poco la culpa de disfrutar de aquello que él siempre quiso y nunca pudo vivir. No es algo que me quite el sueño como a ti, por supuesto, debido a que yo no terminaría con esto solo por él, pero definitivamente es una piedra más en mi alma, por más pequeña que sea.

—Tal vez.

Sin mayor respuesta, Mitsuya volvió a tomarle la mano y a apretarla con fuerza, deseando que aquel momento nunca cesase.

Y cuando agosto llegó para alumbrarles, también lo hizo aquel pensamiento que le había quebrantado durante todo julio.

La primera semana de agosto se había colado en sus vidas y había pasado desapercibida, mas en el momento en el que Mitsuya recibió la llamada de Draken comentándole los preparativos para la fiesta de cumpleaños de Mikey, su sonrisa se esfumó sin dejar ni un rescoldo de la misma. Sus facciones se desfiguraron con dolor y se tapó la boca. Taiju, a su lado, se espantó ante aquella reacción.

Cumpleaños de Mikey. Mediados de agosto. Veré a Hakkai.

En aquel momento, su corazón dio inicio a una orquesta de latidos agresivos que poco y nada se parecían a la belleza de las palpitaciones que le habían ensordecido durante aquel verano; eran dolorosos y vaticinaban tragedias. La culpa arremetió contra él y lo invadieron los más atroces de los pensamientos y futuros posibles.

Pero es, al final del día, el hermano de Hakkai.

—No puedo hacerlo más —le soltó de sopetón. Al ver el rostro pasmado de Taiju se tapó los ojos con violencia—. Pronto terminarán las vacaciones, y esto... esto ha sido un error. Volveré a ver a Hakkai pronto, y no puedo verle a la cara si esto sigue en pie.

Taiju tragó duro y se mantuvo en silencio unos segundos. No era nada que no hubiese sido charlado antes, mas el tener el momento ahí frente a él le había dejado sin habla. Era como el concepto implícito y flotante de "algún día te morirás", mas él no esperaba que la muerte llegase a él tan veloz y desesperada. Un día era de lo más feliz, y al día siguiente despertaba con la hoz acariciándole el cuello.

—Supongo que será mejor que no sepa lo que pasó —logró articular en medio de su estupefacción. No podía quejarse de algo que le había sido avisado por medio de vociferaciones.

—No creo que una mentira de esta magnitud se mantenga en pie por sí sola durante mucho tiempo —se lamentó—. Dejaré que lo sepa cuando se dé la circunstancia.

—Me parece bien.

—Respecto a lo que solté antes, lo que pasó entre nosotros no es un error, no lo ha sido —negó lo que dijo previamente de manera súbita, como si temiese que Taiju se llevase aquel concepto—. Pero yo... tú me entiendes.

Yo siempre te entiendo, Takashi.

—Esto es mi culpa —se lamentó—. Te metí en esto y ahora te he lastimado.

—¿De qué carajo hablas? —le espetó de manera brusca por primera vez en todo ese tiempo, quebrantando su postura parsimoniosa y resignada—. Yo decidí quedarme aquí, aún sabiendo cómo acabaría. Deja de cargar siempre con todos los muertos, como si todo fuese tu culpa. Me enerva que hables pestes de ti y te desmerezcas de esta manera. Me has dicho mil veces "vamos, no te taladres la cabeza con esos pensamientos", pero ¿y tú? ¿Cuándo escucharás tus propias palabras? —suspiró, sosegándose—. Respeto enteramente tu decisión, y no te voy a cuestionar nada al respecto porque no me corresponde en lo más mínimo, pero, por favor, no hables mal de ti. No eres un tipo de mierda por haber querido a la persona equivocada.

—La manera en la que te autoproclamas una persona equivocada y cómo no me cuestionas absolutamente nada pese a lo que ha pasado, me hace sentir que tú también te desmereces.

—Quizás un poco —le dijo—, pero con todo lo que me has dado, lo único que deseo es que estés bien con cada pedazo de mi gratitud. Y si verme te genera dolor, no hay nada que pueda hacer —suspiró, bajando la mirada.

—Ni tú ni tu imagen, ni mucho menos tu recuerdo son fuente de dolor para mí —le dijo, acariciándole la mejilla. Su mirada expelía todo aquel suplicio que alojaba en su alma; sus dilemas, sus más feroces deseos y el amor que le prometía. Sus ojos le transmitían todo aquello que pretendía que Taiju llevase consigo para nunca olvidar, exclamándole cuánto le quería—. Es la situación, mi miedo; es la inmensidad de mi alegría y mis esperanzas lo que me culpabiliza y me daña en el sentimiento ineludible de egoísmo.

—No eres egoísta por anteponer tu felicidad a la de los demás.

—Eso ya lo sé en la teoría —respondió—. Lo que me falta es ponerlo en práctica, y eso tomará mucho tiempo y sacrificios. Hoy por hoy, mi corazón y mi consciencia no están preparados para ello, y menos cuando se trata de ustedes dos.

—Ya veo —soltó una risa amarga—. Los Shiba somos un problema para ti.

—Se podría decir que sí —se dejó contagiar, profiriendo una risa agria—. Sabes, lamento haberte hecho perder el tiempo, de alguna manera.

—¿De qué hablas? —le cuestionó—. He aprendido mucho a tu lado. Cada palabra tuya quedará en mí, hasta tu aroma y esencia.

Eres lo mejor que me ha pasado, Takashi.

Se miraron de nuevo y no hubo cabida para las risas, ni amargas, ni dulces, ni verídicas ni falsas. Conectados como estaban, solo se miraban, compartiendo su dolor, declarándose mil y un amores sin siquiera abrir la boca, como si temiesen separarse sin que el otro supiese la profundidad de su afecto pese a que no la verbalizaban; y sosteniéndose mutuamente para evitar caer en el abismo. Si caía uno, caerían los dos.

—Taiju, lo siento —musitó con la voz quebrada, tomándole de la muñeca.

—¿Por mí, o por ti?

—Por los dos.

—Está bien —le respondió antes de carraspear y taparse la boca. Bajó la mirada y repitió—. Sí, está bien. Yo también lo siento.

Taiju se paró de golpe y comenzó a mirar en derredor mientras se refregaba la cara, desorientado, como si repentinamente se hubiese olvidado de dónde estaba y quién era. Lo apabulló la sensación de encontrarse en un lugar donde no era bienvenido. Como si hubiese perdido el único nido que había logrado construir en su vida. Y dolía, porque lo que se construía acompañado era más duro de romper.

Mitsuya le miró y se tapó la boca, enteramente dolido. Suspiró con lentitud, acongojado. No obstante, cuando Taiju recuperó a medias la compostura y se giró con un movimiento raudo hacia el picaporte y lo tomó, Mitsuya correteó y le abrazó por la espalda, en un último impulso de su alma.

—Cuídate, por favor.

—Tú también —le respondió, acariciando la mano que se aferraba a su cintura.

Y como el amor era triste, no se miraron una última vez.

La puerta se cerró y el aroma de Taiju comenzó a esfumarse como si jamás hubiese estado ahí. Mitsuya se dejó derretir hasta caer sobre sus rodillas, aferrado hasta la única remanencia de su olor y su presencia. No lloró; no quiso hacerlo por él ni por Taiju. Si lloraba, su convicción flaquearía y su debilidad saldría a la luz. No obstante, la opresión que violentaba su cuello y su pecho era auténtica; el omega dentro de sí se desgarraba segundo a segundo, y no pudo evitar preguntarse cuánto le tomaría sanar, o si sería posible. Lloraba por el alfa que había dejado ir, por el destino que él mismo se había arrebatado y porque, pese a la ausencia de una mordida en su cuello, había sido marcado.

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