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Extra: Taiju (parte 1)

Warning: este extra es para la gente que tenía curiosidad por el Taiju/Mitsuya. Es decir, NO afecta el hilo que sigue la historia porque es el pasado; si alguien no lo quiere leer, no afecta en nada que se lo saltee❣️. Continuaremos con la programación normal la semana que viene, ahre

Traducción: esta es la comfort zone de Mitsuya, así que quien lo bardee acá se va bloquea2. 🤺🤺

No iba a escribirlo, pero me llegaron muchos mensajes en las últimas semanas pidiéndolo o con curiosidat al respecto, y como yo siempre escribo lo que se me sale del ovario izquierdo, pues dije fuck it.

Warning 2: me ha quedado más largo que mi carrera, así que tuve que dividirlo en dos partes, y aún así siguen siendo dos partes mega largas.

Wreck my plans,
That's my man

Era una tarde diferente, y no supo si era por el aroma que arrastraba la brisa de estío, o si se debía a un vago presentimiento. Sin embargo, en el momento en el que se sentó en un banco maltrecho junto a los barrotes de los columpios y sus hermanas echaron a andar, consiguió discernir en la humareda de sus percepciones, que aquel día sería una patada que lo echaría de su monotonía.

Aquella sensación se asentó en su corazón con firmeza al escudriñar el ambiente. Su mirada acarició los árboles a su alrededor, delineando los columpios y los toboganes, y encarando la lejanía. Empero, su alma dio un brinco al encontrar en su retrato de tarde veraniega, a Taiju, cruzado de piernas y echando humos en una banca. Su mirada, sin embargo, contrarrestaba sus aires malhumorados, dotándolo de un aura azulada al perderse entre las hojas que se llevaba el viento, ensordeciéndose del eco de las risas y la cotidianidad de las charlas que adornaban aquel lugar.

Le dedicó más de una mirada que descansó entre duda y duda, sorprendido de que Taiju no notase la curiosidad de sus ojos aguijonearle.

Supo entonces, en el momento en el que sus piernas se movieron hacia aquella banca alejada de los juegos, que Taiju sería aquel quiebre en su monotonía; en aquel momento, y para toda la vida.

Se sentó a su lado con lentitud y chocó sus rodillas. Fue en ese instante en el que Taiju abandonó su estado ensimismado para notar su presencia. No obstante, no le miró; fue como si esperase que Mitsuya estuviese ahí en un afán de una curiosidad que debía ser sepultada, y deseando que aquella intriga se socavase con un mero silencio espectador.

—¿Qué se siente la soledad? —fue la manera en la que comenzó aquello. Poco conveniente y de poco tacto, mas no era más que la manifestación de la más grande de sus dudas.

Taiju suspiró en resignación al percatarse de que tendría que optar por una interacción, ya fuese una positiva o una ahuyentadora. Estuvo al borde de mandarlo a la mierda, mas lo pensó dos veces. Supuso que prestarse a una charla banal no le vendría mal; no obstante, con aquel inicio derrapado, supo que no sería una conversación digna de temas baladíes.

—Es lo que me merezco —le respondió tajante—, pero no está tan mal.

—Quizás te lo merezcas, sí —asintió, posando sus manos en sus rodillas mientras observaba a sus hermanas en los columpios—, pero es un acto de redención necesario. ¿No te parece?

—Yo no creo en esas cosas —le dijo, levantando su mano enorme para negarle—. He aprendido mi lección, me he alejado de ellos y les he dejado en paz. No es que eso arregle una mierda, pero es lo que puedo hacer. Sin embargo, no pretendo reformarme como tal ni pasar a ser un tipo nuevo. La violencia no lo es todo, y hasta ahí llega mi cambio.

—Ese era tu único gran defecto, al final del día —le dijo con una sonrisa, mirándole por vez primera—. Si cambias eso, todo lo demás también lo hará. Te guste o no.

Taiju le dirigió una mirada de sorpresa; era, quizás, la primera persona que se había sentado a hablar con él al respecto y que le regañaba mientras le apoyaba. Sus ojos se expresaron una gratitud y una contención que no podrían ilustrar nunca ni en sus más bellos escritos ni encontrar en la más dulce de las canciones. No obstante, era la curiosidad la que se alzaba sobre todo lo demás en las pinturas de aquellos ojos, imperante e imposible de no apreciar.

—Eres muy extraño, Mitsuya.

—¿Por qué lo dices?

—Creo que puedo comprender por qué mi hermano pequeño estaba encaprichado contigo —soltó.

—¿Sí? —curioseó, ligeramente incómodo—. Dime por qué.

—Porque tienes este complejo de héroe de meterte donde no te llaman —le respondió, extraviando su mirada en el cielo una vez más—. Ya sabes, esa necesidad de sanar el ala rota del pajarito que se arrastra en el marco de tu ventana.

—Un pájaro que no vuela no puede ser libre, y volverá a lastimarse —le respondió—. Y la libertad es hermosa y digna de proteger, ¿no lo crees?

—La libertad tiene muchas caras.

—Sí, como todas las cosas —le respondió—. Pero si eso no es suficiente, déjame decirte que un pájaro con el ala rota no puede retornar a su nido, y por ende no puede volver con su familia.

En ese momento, Taiju bajó la vista a la tierra y giró su rostro hacia él para esbozar una sonrisa, una de aquellas que proclamaba una derrota, de aquellas que decían me has ganado esta.

Cuando Mitsuya le vio sonreír de manera sincera por vez primera, sintió sus propias palpitaciones, que el aroma del viento se enriqueció y que el cantar de los pájaros era más primoroso que de costumbre. La simplicidad que se expresó en sus miradas y sus palabras gratificó el encuentro al punto de hacerles sentir en casa. Le devolvió la más auténtica de sus sonrisas.

Pero es el hermano de Hakkai.

—De cualquier forma —alegó Taiju, quitando sus ojos de aquel rayo de luz que le hipnotizó por medio segundo—, no se puede volver a un nido que nunca existió.

Siguieron charlando cotidianidades hasta que el viento se fortaleció y el atardecer se aproximó a pique. Mitsuya llamó a sus hermanas para abrigarles y decirles que ya era hora de irse a casa. Se levantó, le agradeció a Taiju por la buena charla y se dispuso a irse, mas cuando le dio la espalda, su voz le frenó al par de pasos.

—Espera, yo... —carraspeó Taiju—. ¿Puedo volver a verte?

Mitsuya se volteó y le observó con cautela. Taiju se había parado e iba a palparle el hombro para que no se le escapase, mas al encontrarse cara a cara con él, se enderezó y guardó su distancia, avergonzado por su visible desesperación. Mitsuya se mantuvo sin pestañear y con la boca ligeramente abierta ante la sorpresa de aquello. Sin embargo,  careció de la fortaleza necesaria para eludir el sentimiento de regocijo que le abrasó las tripas en aquel momento.

—Seguro —le sonrió.

—¿Mañana por la noche? —le soltó de sopetón. Suspiró, quebrantado por su actitud, y se sorprendió al desviar la mirada y chocarse con la mirada penetrante de las hermanas de Mitsuya.

—¿Qué?

—Quiero decir, que vayamos a comer algo —le respondió, fingiendo un desinterés inexistente—. Si te apetece.

—¿Que me invitas a cenar, me dices? —le consultó entre risas—. Claro.

—¿Me darías tu número? —le preguntó, apenado al punto de no desear mirarle el rostro—. No me malinterpretes, es para arreglar esto, debido a que no tengo idea de dónde vives ni nada.

Mitsuya rio una vez más y le dio su contacto. Se despidieron frente a Mana y a Luna, quienes observaban la situación con recelo detrás de las piernas de su hermano.

La noche siguiente llegó más rápido de lo esperado, y Mitsuya se sorprendió a sí mismo aguardándola con ansias, ojeando el reloj cada cinco minutos entre movimientos repetitivos de sus rodillas.

—Lo siento, Taiju, tendrá que ser rápido —le dijo luego de saludarle—. He dejado a mis hermanas cenando, y pueden quedarse solas un rato, pero no tardarán mucho en necesitarme.

—Me lo imaginé —suspiró—. Por eso elegí un restaurante a un par de manzanas de aquí.

—¿Quién diría que serías tan atento? —le dijo burlesco, mas otorgándole una sonrisa lo suficientemente cálida como para alborotar la frialdad que expelía el cuerpo de Taiju.

—Cállate y camina. 

La velada se dio con soltura, tomándola como una descarada continuación de la conversación que llevaban la tarde anterior, conectando un día con el otro y una sonrisa con otra. Sin embargo, Mitsuya tuvo la osadía de preguntar a media cena.

—¿A qué se debe, entonces, esta invitación?

—¿A qué se debe que tú te me hayas acercado? 

—Eso ya te lo he respondido ayer.

—Entonces, tú sabes por qué te estoy invitando. 

—Lo que quiero saber —aclaró—, es si tu arrepentimiento es lo suficientemente grande como para dejar que yo me acerque a ti luego de la última navidad —"¿qué ha pasado con ese hombre que se alzaba con orgullo?" fue lo que se preguntó a sí mismo—. Fui guiado por la curiosidad, mas me esperaba otra respuesta de tu parte.

—¿Quieres que te obsequie con mi sinceridad? —le cuestionó—. No hay nada en este momento ni en esta circunstancia de mi vida que despierte mi interés ni me motive. No tengo una pandilla que me mantenga ocupado, ni hermanos que dependan de mí. Tampoco tengo fuerza que me llene de soberbia ni peleas que me proporcionen entretenimiento. En esta noche, tener a un idiota que ha conformado el equipo de mi decadencia, sermoneándome por aquello que no deseé escuchar en su momento, es de lo más interesante.

—¿El equipo de tu decadencia? —le preguntó sonriente, apoyando su mejilla en su puño y ladeando su cabeza—. Esa es una gran acusación. 

—Con el tiempo que he tenido para pelearme con mis propios pensamientos, la necedad ya no forma parte de mis principales rasgos —declaró—. No estoy en posición de decir que no me he ganado a pulso lo que he vivido, ni de decir que no deseo escucharte esta vez; porque, aunque no lo creas, me he acordado de ti en estos últimos meses, y he pensado "ese tipo me dijo demasiadas estupideces, pero en muchas de ellas había razón". 

Y, ciertamente, Mitsuya le transmitía muchísima paz; su aroma, su presencia, la parsimonia en su mirar, la delicadeza de su sonrisa. Aunque no lo pretendiese en lo más mínimo, su compañía había hecho el estruendo suficiente para destruir el silencio en el que la soledad había sumido a su vida. Y aunque aquellos pensamientos nunca fuesen a salir de su boca, le estaba agradecido a su manera. Deseaba fervientemente aferrarse a aquellas nuevas emociones que Mitsuya había llevado a su vida, y por ello le había invitado aquella noche, para que aquella vívida belleza durase cuanto pudiese prolongarla. Si por él fuese, volvería a invitarle la noche siguiente, y la siguiente a la misma. No obstante, no se volvería un perro insistente. 

—No necesitas justificarte ante mí —le respondió—. Puedo percibir tu sentir, y si tú me afirmas que estás arrepentido, yo te creo, Taiju. Quien eres hoy es el resultado de tus acciones del pasado; quien seas mañana, será el resultado de tus acciones de hoy. Yo no soy partidario de crucificar a alguien por sus errores del pasado, mientras que no se repitan.

—Tampoco habría oportunidad para que se repitiesen —aseguró—. De la manera más retorcida posible y ni siquiera por mérito propio, he logrado que se fortaleciesen lo suficiente como para alzarse contra mí. Me arrepiento de los medios, pero no de los resultados. Incluso aunque volviese a mi estado más primitivo, ellos me detendrían y me asesinarían sin dudarlo, y es el único orgullo que me queda de ello. 

—Yo estoy orgulloso de ellos también —coincidió—, incluso aunque yo no he logrado nada, al igual que tú. E incluso estoy orgulloso de mis hermanas, por tener un hermano cobarde que las abandonó en una ocasión de debilidad.

—Qué miserables hermanos mayores, ¿eh?

—Así es —asintió, sonriendo con timidez, recordando la vez que había conocido a Draken y había recibido una bofetada de su madre. 

Fue en aquel momento en el que se sintió comprendido de alguna manera; la carga que tanto él como Taiju habían tenido que llevar en sus espaldas, la manera en la que ambos se arrepentían y ambos habían errado en sus responsabilidades. Aunque fuesen situaciones que a simple vista pecaban de diferentes, la gratificación de sentirse comprendido era inevitable. Porque aunque contase con el apoyo de sus amigos y la confianza de Draken, ninguno de ellos conocía lo que conllevaba su rol de hermano mayor, de sacar adelante a una familia y tener que ponerse al volante a tan temprana edad. Pese a que veía lo que Taiju había hecho como una atrocidad y era consciente de la gravedad de los hechos, sintió que una faceta más de ellos se conectaba de alguna forma. 

Mitsuya le sonrió. comprendido y dulce, y dio por coronada una de las noches más bonitas de su repertorio de recuerdos; quizás la primera de todas de aquel verano las que se grabarían a fuego en él.

Al día siguiente, preso de la ansiedad que le generaba el no saber cómo proceder con Taiju, decidió mandarse a una muerte segura y llamarle. Su contacto persistía en su teléfono, por lo que excusas le faltaban. Decidió que, luego de semejante noche y tan fascinante conexión, devolverle el gesto era lo mínimo que podía otorgarle. 

Gracias por entenderme, Taiju.

En cuanto oyó la voz de Taiju al otro lado de la línea, dio un sobresalto; y en cuanto se estremeció al percatarse de que sonaba cautivadora en demasía, recordó un hecho que había minimizado: Taiju era un alfa. Mitsuya era un omega que se había adecuado a la situación y cuya costumbre era codearse con alfas en todo momento, y en ningún momento, por más volátil que se encontrase, o por más deseoso y próximo a su celo que estuviese, se había sentido atraído por ninguno de ellos de ninguna manera. Si tuviese que elegir un alfa de su entorno que fuese de su agrado, elegiría por descarte a Draken. Sin embargo, no era más que ello: un descarte. 

Sin embargo, Taiju le había llamado la atención desde la primera vez que le vio; decir que le había atraído era una mentira, y decir que le había gustado lo era aún más. Había sido un alfa que le había llamado la atención, nada más y nada menos. Aún así, él nunca había sido del tipo que se dejase llevar por sus deseos carnales ni que priorizase su libido por encima de sus responsabilidades, por lo que había aislado la idea y la había congelado. No obstante, en aquel momento en el que oyó la voz ronca de Taiju al otro lado de la línea y rememoró la noche anterior, su cuerpo se sobrecogió de una manera que se le hizo innegable el hecho revolucionario de que Taiju se había convertido en el primer alfa en atraerle.

Pero es el hermano de Hakkai. 

Charlaron un rato en el que Mitsuya tuvo la audacia de invitarle a verse una vez más, cosa que Taiju estuvo muy lejos de declinar. Sin mayores escrúpulos, este último le pidió verle más temprano que la vez anterior, a lo que Mitsuya le explicó que aquel día debía llevar a sus hermanas al parque una vez más debido a la promesa que les había hecho la noche anterior a cambio de que le dejasen salir con él. Taiju, entonces, accedió a acompañarles si Mitsuya se lo permitía.

La sorpresa de Mitsuya, sin embargo, fue notable. Era más que evidente de antemano que Taiju no sabía lidiar con niños, pero la manera en la que evitaba a las hermanas de Mitsuya era catastrófica; no las ignoraba, mas eludía cualquier tipo de trato innecesario con ellas, y cuando una de ellas amenazaba con aproximársele o siquiera le miraba, él miraba a Mitsuya como si le rogase que hiciese algo para salvarle de aquel calvario, y pese a que este último se limitaba a carcajearse con ganas inicialmente, con el paso de los días se percató de que no se trataba exclusivamente de que a Taiju no le agradasen los críos y no supiese relacionarse con ellos de ninguna manera, sino que podía ver en su mirada que le incomodaba ver en ellas el reflejo de sus propios hermanos.  

A partir de aquella tarde, las visitas entre ambos se convirtieron en una actividad diaria. Taiju era invitado a su casa cada día y solía quedarse hasta altas horas de la noche, tan solo charlando, o muchas veces limitándose a ayudar a Mitsuya con algún que otro quehacer, sin exigirle ni una mirada a cambio, simplemente observándole obrar y admirando cada novedad que aprendía a su lado, siendo, particularmente, que Taiju era un inútil en las tareas domésticas. Solía también llevar comida y bebidas para agasajar sus momentos dorados con él a la hora de la merienda, y disfrutaba de su compañía a niveles indecibles. Comenzó, además, con su permiso, a buscarle luego de clases para volver juntos y pasar el resto del día el uno junto al otro. 

Su relación, por lo tanto, se fue profundizando con el día a día a una velocidad fulminante, con asentimientos compartidos, charlas nocturnas, sonrisas cómplices y risas furtivas. Taiju era bienvenido en ese hogar, y se aferró a ello con capa y espada.

Una de aquellas tardes en las que Taiju pasó a buscarle luego de clases y Mitsuya correteó hacia su encuentro con alegría, al llegar a su hogar, Taiju le consultó si podía pasar a su baño. Él era de ese tipo de personas que detestaba utilizar retrete ajeno, por lo que Mitsuya no pudo evitar darle un asentimiento suspicaz.

No obstante, su intuición no le dejaba quieto, ni por el permiso que pidió Taiju, ni por su manera de andar, por lo que al pasar un buen tiempo en soledad, no se vio capaz de tolerar su intriga por más tiempo. Se aproximó a la puerta del baño y golpeó con la delicadeza de sus nudillos.

—Taiju, ¿estás bien? —consultó, mas al oír unos quejidos luego de un desganado, agregó—. No estás bien. ¿Necesitas algo?

—Sí, necesito que me dejes en paz por este rato —le gruñó, a la par que daba un pisotón de dolor contra el suelo.

—Mis sentidos me dicen que no estás haciendo nada que yo no pueda ver, así que voy a entrar —le gruñó de vuelta.

—Haz lo que se te salga de los huevos.

Y así hizo. Mitsuya abrió la puerta con lentitud y coló la cabeza, solo para no sorprenderse al ver a Taiju parado frente al espejo.

Sin embargo, sí se sorprendió de verle sin camiseta. No pudo eludir el pensamiento inminente de que, más allá de cómo pudiese llevarse con él, le calentaba de sobremanera. Suponía que, al ser un omega, era la naturaleza misma la que dictaba que la presencia de un alfa de ese calibre le alterase. Porque Taiju encarnaba el estereotipo del alfa más primitivo, siendo dominante, agresivo, gigante, fuerte y de excelentes aptitudes de supervivencia, como su excelente olfato. Por lo tanto, suponía Mitsuya en medio de un calor aplastante e inevitable, que era más que razonable que sus más primigenios instintos saliesen a flote en reacción. Y más aún si lo tenía servido en bandeja frente a él.

Pero es el hermano de Hakkai.

No obstante, cuando se bajó de las nubes, se percató de lo que Taiju estaba haciendo.

—¿Qué son esas heridas, Taiju? —le cuestionó, espantado, tomándole del brazo después de pegarse a él en dos pasos largos—. ¿Cómo no me lo has dicho? Yo...

Sin embargo, su discurso preocupante fue interrumpido por un débil capirotazo en medio de la frente.

—No me toques —le respondió, solemne—. No tienes que preocuparte por esto. No ha sido nada, y tampoco te incumbe.

Pese sus cruentas palabras, su voz no se mostraba agresiva ni despectiva. Su semblante era el de un hombre honesto.

—¿Cómo que no me incumbe, cuando te han hecho este daño?

El cuerpo de Taiju estaba repleto de tajos por todas partes y moreteado en algunas.

—Ningún corte es profundo, han sido roces —le dijo—. Unos idiotas de una pandilla cuyo nombre ni siquiera recuerdo me tenían la bronca por haberlos destrozado cuando fui el jefe —se burló, lavando una herida en su costilla—. Eran muchos monos, pero nada que no pudiese solucionar. Te pones así conmigo porque no los has visto a ellos —dijo antes de dejar salir una risotada.

—¿Tú no has...?

—Que no, no te horrorices. No he matado a nadie —le dijo, revoleando los ojos—. Además, yo jamás caería tan bajo como para utilizar un arma.

Mitsuya asintió como quien dice te creo, mas frunció los labios y negó con la cabeza.

—Podrías haberte bañado para desinfectar esas heridas —le soltó la reprimenda—. O al menos, pedirme ayuda.

—No me dio el tiempo —alegó, oprimiendo el algodón en una de las heridas mientras largaba un pequeño siseo adolorido—. Fue un rato antes de que salieras de clases; si hacía eso, habría llegado tarde.

—No es como si yo no hubiese comprendido la situación —respondió, aproximándosele una vez más.

—No digo que no la hubieses comprendido, Mitsuya —le dijo—. Pero tú me habrías esperado, ¿verdad? —al ver de soslayo su asentimiento tímido, agregó—. Habrías esperado un buen rato ahí, como un tonto plantado. No quería que eso sucediera.

Mitsuya dibujó una sonrisa agradecida en su rostro, sintiendo un cosquilleo en su abdomen. Lo atribuyó, sin embargo, a que tenía hambre.

—Iré a preparar algo para comer en lo que terminas eso —le propuso.

—Tengo para rato aquí.

—Taiju, hazme el favor de darte una ducha.

—Me ducharé cuando llegue esta noche a mi casa.

—Dúchate ahora. Te ahorras tiempo y te aseguras de que tus heridas sanen bien —le pidió, osándose a tomarle del antebrazo. Era la primera vez que se detenía a tocar su piel a través de la yema de sus dedos, y no de sus nudillos. Se estremeció entre aquel toque impulsivo y la cercanía, dejándose envolver por el aura de Taiju, quien le miraba absorto—. Por favor.

Taiju respiró hondo y asintió, resignado.

—Está bien —le dijo—. Pero mira que encimarme ropa sucia luego de bañarme es un acto repulsivo de más.

—Tómate tu tiempo —le dijo—. Lavaré tu ropa mientras tanto, si estás de acuerdo.

Taiju le miró mientras pasaba el trozo de algodón por otra herida. Recordó las ocasiones en las que había golpeado a sus hermanos por no lavar los uniformes a tiempo, y se mordió la mejilla, enfadado consigo mismo.

—No es necesario —negó, meditando que Mitsuya destacaba la facilidad de las cosas; provocaba que hasta la mayor de las adversidades se redujese a una nimiedad, solo con escucharle o con oler su aroma.

—Sí lo es —le dijo—. Ve a prepararte ahora. Te traeré algunas cosas mientras me llevo esto —decidió, tomando la camisa que descansaba en el suelo.

Mientras se encaminaba a lavar la ropa, Taiju permaneció en su lugar, observándole anonadado, maravillado por la manera en la que Mitsuya lograba que hiciese lo que le pidiese, solo con su dulzura y su buena voluntad. No pudo eludir el sentimiento de arrepentimiento que le asaltó una vez más.

—Tanto que podía haber aprendido de ti si te hubiese conocido antes —murmuró para sí.

 Aprovechando que las hermanas de Mitsuya seguían en clases, Taiju llegó a la sala una vez acabó su baño, con los mismos pantalones que había llevado aquel día, con la toalla rodeándole el cuello y el torso en desnudez plena. 

Mitsuya le invitó a sentarse a su lado en el sofá derruido de su sala, enseñándole los aperitivos listos. Taiju tomó la invitación y se sentó a su lado, abrumándole con su aroma y su presentación.

—¿Tus heridas no te duelen? —le consultó Mitsuya, perdiéndose en el camino tortuoso que se marcaba en el pecho de Taiju, extraviándose entre los tatuajes, los tajos y la piel. 

—Que no.

—Tu puedes llorar si algo te duele —le soltó—. Lo sabes, ¿verdad?

Yo no lloro, idiota.

—Puedes hacerlo —le dijo—. Tú has hecho la mierda que has hecho y has malogrado a tu familia por reprimir tus sentimientos y tu dolor en lugar de compartirlo con ellos, y toda esa basura ha desembocado en odio y violencia.

—¿Quién carajo te crees para hablarme así, Mitsuya? —le preguntó, visiblemente fastidiado. Sus ojos se clavaron en su acompañante sin piedad. Sabía perfectamente que las palabras ajenas tenían la razón absoluta, mas aquel desplante le quedaba enorme a ambos.

No obstante, Mitsuya rio.

—¿Mitsuya? Si yo te llamo Taiju, tú puedes llamarme Takashi —le dijo, devolviéndole una mirada cargada de ternura, como si fuese inmune a la odiosidad del trato distante y áspero de Taiju.

—Llamarte por tu nombre es una muestra de confianza que no poseemos —alegó—. Tú me llamas por el mío porque eres un confianzudo.

—Quizás —asintió, esbozando una sonrisa—. Pero me gusta tu nombre, te sienta muy bien.

—¿Porque soy gigante? —le cuestionó con un tono risible.

—Pues sí —le contestó—. De cualquier manera, estás conmigo cada día y hasta has estrenado mi ducha y te paseas encuerado por mi casa —objetó, encogiéndose de hombros—. Si eso no es confianza para ti, ¿qué es?

—La confianza debe ser plena o no lo será —respondió—. Cuando confíe en ti, si es que lo hago, será de corazón, y lo sabrás.

—A este paso, no tardarás mucho en confiar en mí —aseguró.

Se miraron en silencio y sintonizaron sus sonrisas, cómplices y transparentes.

—Sabes, yo casi nunca estaba en casa —le admitió Taiju súbitamente, practicando su honestidad—. Al menos no el último año que estuve con ellos. Por ello, esto de estar aquí cada día es algo nuevo.

—¿Te molesta?

—Si me molestara no lo haría.

—Hay otras maneras, entonces, de decirme que te gusta estar conmigo —le arrojó sin piedad.

—Yo no he dicho eso —carraspeó.

—¿Entonces, para qué lo has dicho? —le cuestionó, burlón.

—Eres un grano en el culo.

—Me aprecias, a que sí.

Se sumieron en un silencio que podía ser disimulado por el compromiso de comer lo que tenían frente a ellos, mas sus silencios no solían ser incómodos. Cuando Taiju se cerraba sobre sí mismo, Mitsuya rompía el hielo con alguna sandez, o incluso disfrutaba fastidiarle adrede. Sin embargo, en aquel momento, no fue él quien se deshizo del silencio.

Claramente me gusta estar contigo —soltó sin mirarle—. Pero no te emociones, que te lo digo únicamente para que no creas lo contrario.

—Jamás hubiese creído lo contrario —le respondió, sonriente, con el corazón galopando en su pecho.

—Bien.

Pero es el hermano de Hakkai.

Y una de esas noches en las que se desplegaban sus charlas nocturnas, en el silencio sepulcral en el que las hermanas de Mitsuya descansaban y sus risas debían reducirse a susurros y sonidos guturales, Mitsuya se sintió obnubilado ante la fiereza con la que sus latidos le atravesaban el pecho al oír reír a Taiju. Sus vellos se erizaban al recibir una mirada cómplice de soslayo de aquellos ojos felinos, los cuales, aquella noche, pecaban de atractivos.

Con las comisuras de los labios adoloridas de tanto sonreír, su corazón saltó con violencia en el momento en el que Taiju, entre juego y bromilla, le palpó el hombro a Mitsuya y le atrajo hacia sí en un acto de camaradería, de aprecio. La cercanía acabó por reventar el último ápice de cordura que restaba en su sistema.

Pero es el alfa que quiero.

Fue un instante, un reflejo. Un movimiento instintivo.

Ensambló su mano al contorno de la mandíbula de Taiju, por debajo de su oreja, y se abalanzó hacia él hasta que sus labios colisionaron. No vaciló ni se dejó amedrentar ante la idea de qué reacción podía obtener por parte del otro; su mentalidad siguió el camino opuesto, seguro de que Taiju sentía la misma necesidad que él, y que lo tomaría ahí mismo. No se trataba de leer señales ni de coqueteos, sino de saber que aquel era su lugar, y que aquella conexión sublime era sentida con la misma intensidad por ambos. Él lo sabía.

Y no se equivocó ni un poco.

Taiju, quien había previsto cada movimiento desde que percibió las intenciones de Mitsuya en su mirada entregada, no tardó en corresponderle y tomarle de la cintura para atraerle hacia él. Desconocía la sensación provocada por la suavidad de unos labios, mas sentía que podía acostumbrarse a ella; y pese a su ignorancia al respecto, sus maneras habían encontrado su camino, y sus labios se amoldaban con precisión a la inexperiencia y a la ternura de los de Mitsuya.

Lejos de lo que creía que sería su primer beso, Mitsuya sintió mucho más que ello; mucho más que lo que le prometían la prosa y la televisión. Si hubiese tenido una lista con los clichés que se describían en un primer beso, los habría marcado a todos y hasta habría agregado más. Los temblores, las cosquillas en el abdomen, la burda sensación de presenciar fuegos artificiales y el corazón golpeando su pecho como si buscase destrozar sus costillas y salir volando. Supuso en aquel momento que esa miscelánea de sensaciones sería única del momento, irreemplazable, por lo que decidió guardar cada parte dentro de sí, por temor a olvidarla alguna vez. La atesoró con recelo en su alma, sin saber que aquella sensación no era exclusiva de su primer beso, sino exclusiva de su primer amor, y que la sentiría una y otra vez mientras estuviese con Taiju.

Por un automatismo guiado por la situación, ambos se dejaron caer el uno sobre el otro sutilmente para acortar distancias. Mitsuya aprovechó la ocasión para deslizar su brazo libre por el cuello de Taiju, y este último se inclinó ligeramente al notar el esfuerzo del otro por mantenerse a su altura. Se besaron un buen rato en el que el silencio de la noche era únicamente interrumpido por el sonido del contacto y suspiros ahogados.

Incapaz de soltarse, sus labios se unían una y otra vez; algunas veces de manera más intensa, y otras veces sintiéndose lentamente. Pese a ser la primera vez de ambos, no deseaban parar ni por vergüenza ni por inseguridades. En el momento en el que incursionaron en el beso y sus lenguas se rozaron, Mitsuya gimió y se estremeció, aferrándose más a su cuello. Taiju se limitó a apretujar su cintura con ambos brazos, como si buscase recordarle. Así es, aquí estoy.

No pasó mucho más tiempo en el medio antes de que, entre beso y toqueteo, Taiju le tumbase sobre el respaldo y se posicionase sobre él.

Taiju se había reprimido hasta cierto punto puesto que no tenía idea de lo que era un tacto cariñoso; deseaba desatar su lujuria y tocarle a su antojo, mas necesitaba demostrarle su afecto asimismo. Sin embargo, desconocía cómo hacerlo sin dañarle. Toda su vida había demostrado su aprecio de la peor manera posible, y desde el momento en el que lo aprendió a las malas, se sintió incapaz de demostrarlo en absoluto. Sus manos vacilaron y se mantuvieron al margen, incluso aunque Mitsuya frotaba sus piernas bajo él.

Porque todo lo que Taiju quería de verdad, lo rompía o lo perdía. Y en aquel momento que tuvo a Mitsuya entre sus brazos, rezó por jamás perderlo.

Mitsuya se detuvo unos segundos al percibir su duda, puesto que pese al poco tiempo de verse que contaban, la manera en la que lograba comprenderle y sentir sus emociones más humanas, era asombrosa. Su omega interior velaba por el alfa que quería. Con una de sus manos le acarició el mentón e hizo que le mirase, y con la otra tomó una de las manos de Taiju para besarla.

—Unas manos que han hecho tanto daño pueden hacer el amor también —susurró, fundiendo su mirada con la suya.

Los ojos de Taiju se expandieron y sus labios se hicieron una línea delgada.

—No estoy seguro de eso.

Mitsuya reafirmó su agarre sobre aquella mano y la deslizó por su pecho hasta llegar al borde inferior de su camisa, para pasarla por debajo de la misma. Entre el tacto de aquella mano con la piel de su pecho y la mirada atenta de Taiju, se sentía extasiado. Sus feromonas comenzaron a colarse en la habitación y el calor de su cuerpo aumentaba a galope.

Taiju tomó, entonces, la batuta de la situación. Sintiéndose borracho, borracho de sí mismo, de Mitsuya, borracho de ellos, afianzó su toque bajo su camisa. Desplazó su mano de lado a lado, con un tacto que cobraba confianza con cada centímetro de piel que recorría. Su respiración se agitaba paulatinamente al percibir el aroma de Mitsuya que le gritaba que siguiese. 

—Despréndete la camisa, Mitsuya —susurró sobre sus labios, sin obsequiarle muchos segundos en el medio para que replicase.

Sin embargo, Mitsuya no precisaba otorgarle respuesta alguna, debido a que su cerebro estaba abocado a obedecer toda orden que saliese de los labios de su alfa.

Sin dudar, sus dedos sucumbieron ante los deseos de su espíritu, desabotonando su camisa a una velocidad digna de conmemoración, con su mirada clavada en la de suya.

Una vez que Taiju sintió su mano sin ninguna tela encima que complicase sus movimientos, bajó la mirada para apreciar aquella piel tersa y cálida. Fue como si de repente pudiese ver su calidez y todos los colores de la misma. Siguió su recorrido mas admirando la vista, y cuando se atrevió a toparse con los pezones, Mitsuya arqueó la espalda. En aquel momento, Taiju retornó a sus labios, besándole con una fiereza mayor, como si acabase de entrar en confianza y acabase de recibir un permiso; uno que, en verdad, había tenido desde hacía bastante tiempo.

Utilizó su mano libre para acariciarle la espalda, acercándole aún más a su cuerpo, atreviéndose a devorarle sin la menor pena, satisfaciendo su instinto más y más al saber que estaba logrando complacer a su omega.

Le soltó por una brevedad que pareció insanamente larga para deslizarse por el cuello de Mitsuya, besándole y acabando prisionero de su olor, más invasivo que antes. Cuando sus inhalaciones se hicieron profundas y más duraderas, hizo un acopio de valor para alejar la nariz y mantener sus colmillos en su lugar, ensañándose con su pecho hasta arribar a sus pezones, abocándose a ellos sin vacilar. La manera en la que Mitsuya se tapó los labios solo provocó que mordiese el que tenía bajo su poder, reprimiendo en el mismo los mordiscos que deseaba depositar en otros lados. A pesar de que sus acciones eran instintivas y guiadas por el placer, sintió el calor azorarlo cuando Mitsuya enredó sus dedos en sus cabellos para presionar su cabeza contra su pecho e incitarle a seguir.

Y cuando comenzó a haber una diferencia sutil pero evidente en las feromonas de Mitsuya que habían comenzado a abundar en la habitación, Taiju frenó en seco y soltó sus pezones para mirarle desde ahí, para apreciar el bellísimo retrato que era Mitsuya con los labios entreabiertos y el rostro sonrosado. El rostro de un omega entrando en celo.

—Será mejor que me vaya —le dijo, enderezándose en el asiento con una lentitud que denotaba su renuencia.

Sin embargo, Mitsuya le tomó la mano.

—¿Estás seguro? —le preguntó entre jadeos, procurando normalizar su respiración. Sus ojos, implorantes.

Ciertamente, Mitsuya estaba lo suficientemente consciente como para saber que deseaba aquello y consentirlo; no obstante, también estaba lo suficientemente embriagado por la lujuria de un celo naciente, como para saber que no correspondía ni el lugar ni la situación para ello.

Taiju tragó duro ante aquel pedido, mas se paró de un movimiento brusco al sentir que comenzaba a dejarse cautivar por la dulzura del aroma de aquellas feromonas. Una dulzura de esas capaces de hacerle agua la boca.

—No, maldita sea —suspiró, tapándose la nariz y la boca—, pero tengo que irme.

Se zafó del agarre de Mitsuya con un movimiento lento y en dos pisotones llegó a la entrada, donde había dejado su abrigo junto a sus botas. Mientras se alistaba y le daba la espalda le habló nuevamente:

Pero si tú necesitas pasar tu celo con alguien —aclaró, parándose y tomando la perilla de la puerta entre sus manos—, medítalo, si puedes, y llámame. Dejaré todo y vendré a buscarte.

Mitsuya asintió, y dejó escapar una gran exhalación en el momento en el que oyó la puerta cerrarse. Supuso que en soledad su celo tomaría el curso normal pese a haberse adelantado brutalmente, y que soportaría la estadía hasta que pudiese ir al burdel de Draken y que, por supuesto, no necesitaría compañía alguna; se clavaría unos supresores o inhibidores y llegaría. En el peor de los casos le pediría a Draken que le llevase hasta ahí.

Sin embargo, lo que no esperó era que, lejos de ser como sus demás celos, sufrió oleadas incansables durante toda la madrugada, más intensas que nunca, y que ningún medicamento le generaba efecto alguno. Con el temor de que sus hermanas despertasen y le viesen en aquel penoso estado, se cubrió con parches que inhibían su aroma y comenzó a barajar las posibilidades para sobrevivir aquello. 

Sin embargo, las vueltas que dio y las batallas que se libraron entre su consciencia y su desesperación, resultaron en él montado en la motocicleta de Taiju el mediodía siguiente, habiendo notificado a Draken de que le tocaba hacerle el favor usual. Taiju tenía las narices tapadas y le había llevado aún más supresores y parches con la justificación de que, en palabras suyas, le partiría cual queso antes de atravesar la puerta si sentía su aroma antes de que llegasen a su departamento. 

No hubo mucha parla en el medio, ni mucho menos arrepentimientos, ni negaciones ni irresponsabilidades. Fueron tres días en los que Taiju se ahogó en las feromonas de Mitsuya y luchó fervientemente contra sus propios deseos de marcarle, incluso con la petición explícita por parte de su pareja. Tres días en los que marcó y se apropió del cuerpo de Mitsuya hasta el hartazgo, conociendo cada uno de sus puntos de placer, en los que se amigó con sus gemidos y con sus propias emociones, tan ambiguas como devotas. Se habían entregado el uno al otro, y la manera en la que Mitsuya le besaba y le sostenía entre risas y mimos en los momentos de lucidez plena en la que descansaba de sus oleadas, solo lo reafirmaba.

Tres días en los que aprendió a reconocer que lo que más adoraba del sexo con él era que se trataba de la única manera que poseía de expresarle aquello que no podía poner en palabras, el único momento en el que los remordimientos no podían alcanzarle ni aunque atravesasen todas sus barreras. Tres días en los que se percató de que Mitsuya se convertiría en el amor de su vida, o en la peor ruptura de su vida. 


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