7. Me gustas, Baji-san
I've got seven women on my mind
Four that wanna own me
Two that wanna stone me
One says she's a friend of mine
Aquel viernes por la mañana, Chifuyu se despertó enérgico, lozano y, ante todo, nervioso. No había visto a Baji desde la declaración improvisada del día anterior; una vez acabada la hora del almuerzo, Baji optó por entregarse a unas buenas siestas en la azotea, y cuando Chifuyu salió en su búsqueda en el cambio de hora, ya se había escapado de la escuela.
Cuando salió de su hogar para buscar a Baji, se sorprendió gratamente al encontrarle afuera, esperándole, listo para partir.
Chifuyu no se había permitido olvidar los sucesos del día previo, por lo que los nervios le acariciaron la nuca durante todo el trayecto hasta su clase. Solo cuando Baji se separó de él para dirigirse a su aula, fue que encontró una paz transitoria.
Sin embargo, aquel sosiego era fingido y le exaltaba la larga duración de la clase, cuando solo deseaba que llegase el recreo para volver a ver a Baji. Cuando estaba a su lado sudaba cual cerdo, y cuando se encontraba lejos de él ansiaba verle. Chifuyu estaba hecho un torbellino alarmante.
La campana sonó con una extrema lentitud ante sus oídos. Tomó su almuerzo con frenesí, ignoró a las personas que se habían acercado amablemente a saludarle y pasar el rato, y voló hacia donde solía encontrarse con Baji. No obstante, su corazón brincó en desilusión al percatarse de su ausencia; lo primero que llegó a su cabeza a través del raciocinio fue que él, en medio de su patatús, había salido escandalizado y su apremio había sido tal que llegó antes de lo usual.
Sin embargo, al pasar unos cuántos minutos y no ver rastro de Baji, se extrañó. Y, ciertamente, le dolió.
Tú no te declaras un día y al otro me plantas.
Decidió, entonces, ir a buscarle. Quizás y se había quedado luego de clases por algún reprobado. No sería la primera vez y, lógicamente, tampoco la última.
Se encaminó con paso gelatinoso y unas mejillas sonrosadas que denotaban su molestia, batiendo los brazos a los lados de su torso. Empero, cuando ya se aproximaba a su lugar diana, disminuyó su velocidad y retomó su postura de desinterés. Con las manos en los bolsillos de su pantalón, fisgoneó por la puerta abierta del aula de Baji, mas al no verle allí, su alma cayó al piso una vez más. Efectivamente, le había plantado.
La incógnita que circundaba la enloquecida mente de Chifuyu era la del porqué. Pese a su ardua búsqueda, no lograba dar con la respuesta a por qué Baji le había plantado. Debía haber una buena razón.
Que estuviera en detención era la más factibles si analizaba las posibilidades; no obstante, no se daban durante la jornada, sino al final. Que fuese al baño era aún menos probable si se tenía en cuenta que Baji se jactaba de su vejiga de acero y nunca iba.
Comenzó a caminar sin rumbo por la escuela; quería enfadarse con él, mas no era posible. Solo anhelaba estar a su lado y almorzar con él. No se categorizaba dentro del tipo de personas que fuese a vetar todo por orgullo, y menos aún cuando se trataba de Baji.
Sus pasos lo guiaron hasta un sector al aire libre que se encontraba entre dos de los edificios del lugar, siendo su atención cautivada por la curiosidad que le generó el cotilleo de un par de muchachas, quienes observaban a ojo vivo la situación a unos pocos metros de ellas. En el momento en el que persiguió con su mirada lo que curioseaban ellas, el rubor furioso fue sustituido por una lividez de aquellas que le paralizaban el corazón. Y que dolían.
A un lado del pasillo techado que conectaba ambos edificios, sobre el césped y en soledad, se encontraba Baji con las manos en los bolsillos; solo le veía la espalda, mas el porte, el cabello y la figura eran inconfundibles para él; frente a él, a un par de metros de distancia, una omega.
Chifuyu, al ser un beta, poco y nada era lo que podía detectar con si olfato, mas la conocía. Era, casualmente, una compañera de Baji que en más de una vez había hecho demostraciones abiertas de su interés por él.
Aquellas chicas que grababan cada detalle y palabra debían de ser sus amigas, y debían de estar alentándole desde aquella distancia. Chifuyu había visto aquella situación muchas veces, tanto en la ficción como en la realidad, y sabía lo que acontecería. El corazón se le estrujó.
Desde una ocasión en la que Baji se presentó despeinado y sin sus lentes por haber llegado tarde, la mitad de la escuela había caído a sus pies. Sabido era que era un alfa, y se cotilleaba a lo largo de los pasillos que era un miembro de Touman. Y eso, ciertamente, calentaba más.
Era esa la razón por la que no le sorprendía en lo más mínimo aquella situación. No era la primera persona en declarársele ni sería la última. Y si bien Baji jamás se había puesto en pareja con ninguno de esos valientes seres, sí les había parado la bola y les había otorgado un par de citas o había acabado por acostarse con ellos.
Aquella ida y vuelta constante y habiendo presenciado sus ligues tantas veces, se percató tristemente de que su vida tenía un antes y un después: antes de Baji y luego de él. Antes de tener el placer de conocerle, deseaba ser un alfa con todas sus fuerzas, debido a las reglas imperantes respecto a las jerarquías. Cuando le conoció, el hecho de ser un beta se minimizó y dejó de ser una molestia. Y cuando se enamoró de él, se lamentó no ser un omega.
Porque le lastimaba no estar hecho para él; le hería el conocimiento de que jamás podría ser marcado por él y que, por ende, nunca llegarían a esa romantizada e inexorable conexión espiritual que conllevaba el vínculo y la relación entre un alfa y un omega. A su vez, que Baji renunciase a ello para estar con un beta que nada de eso puede ofrecerle, le parecía ridículo cuanto menos.
Porque, al final del día, Chifuyu estaba enamorado del amor y de las historias asquerosamente cursis. Deseaba vivir cuanta fantasía vergonzosa y empalagosa podía ofrecerle la vida, y de la misma manera no deseaba ser él quien le arrebatase esa chance a Baji.
Incluso aunque supiese que a él no le importaba ni en lo más mínimo el romance.
Con las piernas tartamudeando, permaneció junto a aquel par de jóvenes que ni siquiera notaron su presencia. Que a Baji se le declarasen era más que natural para Chifuyu; incluso a él se le habían declarado en un par de ocasiones. No obstante, no lo había presenciado ni una sola vez. A su vez, que la primera vez fuese al día siguiente de que Baji germinó en él una esperanza brutal, era sumamente doloroso.
No había forma de que Baji fuese en serio. Lo sabía.
Se dignó a escudriñar aquel momento aunque le hiriese en lo más profundo de sí. Si se iba en aquel momento, alimentaría los malentendidos y se devoraría la mente en su silencio. Asimismo, era un espectáculo que necesitaba presenciar.
Observado por tres pares de ojos, Baji, plenamente consciente de la razón por la cuál le habían citado con una voz temblorosa, miraba a la persona frente a él con ternura.
Porque a Baji, como buen matador Casanova que era, el brillo en la pupila de una muchachita prendada de él, le conmovía hasta la estratosfera. Lejos de lo frío y cruel que podía mostrarse ante sus enemigos o lo cerrado que podía ser con desconocidos, era sumamente comprensivo en ese tipo de situaciones donde la gente le abría su corazón con esperanzas.
Pese a su reputación de malandro y patán, no disfrutaba de ser un desconsiderado con los sentimientos ajenos.
—Yo... bueno, yo quería hablar contigo, Baji-san —le dijo ella.
El aludido le hizo un gesto alentador con la cabeza para que continuase. Ella se armó de valor, suspiró y exclamó:
—He oído que ya no andas viendo a nadie y que rechazas citas —soltó, entregada—. Sin embargo, he estado clavada en ti por tanto tiempo, que ya no sé qué hacer al respecto. Ahora que se aproximan las vacaciones de invierno, no hay rumor que me detenga por más bajas que sean las posibilidades —confesó, cerrando los puños—. Me gustas, Baji-san.
—Lo siento —respondió, negando con la cabeza. Si bien detestaba pedir disculpas, aquel tipo de circunstancias despertaban una gran lástima dentro de sí—. Es verdad lo que has oído. Me he retirado del mercado, al menos por el momento. Ojalá sea para siempre.
Los ojos de Chifuyu, a la lejanía, se abrieron impávidos.
—¿Podrías, al menos, decirme por qué? —le preguntó en un tono ecuánime. Si sentía ganas de llorar, nadie lo sabía—. Por favor.
—Ya te imaginas por qué —le respondió, adulzando su voz. Ladeó su cabeza con pena—. No pretendo lastimarte diciéndolo explícitamente.
—¿Estás...?
—Lo estoy.
—¿Estás en pareja?
—No aún.
—Comprendo.
—No eres tú, querida —le respondió, impresionando a Chifuyu con la ternura de sus palabras. Era un Baji que él no conocía—. Créeme que si yo no tuviese a esta persona incrustada en mi mente hace tanto tiempo, tendrías la oportunidad.
—Si esta persona bendecida por la fortuna ha pisado tan fuertemente en tu cabeza por tanto tiempo, ¿qué te ha cambiado ahora? —le preguntó, en búsqueda de un vano consuelo.
—Ahora esta persona lo sabe —le respondió—. Y le he prometido mi vida, aunque no lo sepa.
Chifuyu posó su mano sobre sus labios, conmocionado ante lo que oía. Sus piernas temblaron aún más y el color invadió su rostro en un contraataque.
—Sabes, siempre supe que un omega nunca tendría suerte contigo —le respondió, bajando la mirada y esbozando una sonrisa en nombre de la amargura que le había invadido—. En algunos aspectos, eres tan diferente a los demás alfas que es tu destino imbatible que se enamoren de ti.
Baji soltó una risa coqueta, bajando la voz, y se acercó a ella de un paso. Posicionó su mano sobre la mejilla ajena y le propinó una caricia antes de acomodarle el cabello por detrás de la oreja.
Chifuyu se sonrojó hasta el inframundo por la descarada intimidad que manejaba Baji en cualquier lugar y momento. Agradeció infinitamente que Baji no ligara frente a él; más allá de herirle, le asesinaría con la vergüenza que sentiría.
—Te has tomado el tiempo de conocerme —le respondió, galante. Sus ojos, entrecerrados; su sonrisa, incitadora, enseñando sus colmillos con sutileza—. Eso es muy bello de tu parte. Los enamoramientos superfluos y vacíos me confiesan a diario, mas unas palabras como estas las oigo con poca frecuencia.
Ella se deshizo bajo su toque, clavando sus ojos en él con plegarias.
—Te he admirado por tanto tiempo, que es lo mínimo que te debo —le contestó, tomándole de la mano.
En aquel momento, la oleada de sensaciones maravillosas que recorrían a Chifuyu se estancaron. La situación se estaba tornando incómoda para sus ojos. Por lo tanto, una vez comprobada la veracidad de las palabras de Baji, abandonó el espectáculo.
Aquella tarde habían vuelto separados. Chifuyu no estaba muy dispuesto a charlar con nadie, e inapetente para ver a Baji. Había llegado y se había echado a leer sus mangas y, como era de esperarse, se enfrascó en los mismos y leyó un buen rato. Su concentración se quebró cuando el timbre sonó; como su madre no estaba, tuvo que abrir de mala gana.
No obstante, su mala cara se trastornó cuando vio las heridas en el rostro de Baji frente a su puerta.
—Chifuyu, ¿serías tan amable de dejarme pasar, o es que está la bruja?
—Que no llames así a mi madre, Baji —le respondió, haciéndose a un lado y apremiando al recién llegado para que pasase y le bendijese con explicaciones.
—Lo siento. Si ella me llama delincuente de cuarta, es lo mínimo que le debo —respondió, con paso cansino.
—¿Qué demonios te ha sucedido? —le cortó el hilo de la conversación, mientras correteaba al baño para tomar el botiquín.
—Había como diez desgraciados allí, esperándome a la salida —le contestó, echándose sobre la primera silla que encontró—. Le reventé la cabeza a cada uno de ellos, pero fui descuidado y me comí un par de tortazos de más.
—¿Diez? —le preguntó Chifuyu, llegando a su lado mientras rebuscaba en el botiquín—. Has reventado a más tipos en menos tiempo.
—Sí, mi número va mucho más arriba que eso, pero me desacomodaron las ideas cuando mencionaron a la señorita que se me confesó hoy, sabes —le dijo—. Mira que me he tirado hasta a muchachitas que tenían novios, y me han buscado por eso mismo —se sincericidió—, pero esta chica de hoy no era novia de nadie, y yo ni siquiera le había respirado cerca. Aquel payaso solo era un resentido que no sabe tomar un no.
—Tirarte gente con pareja está muy mal —respondió, con la mente clavada en ese concepto—. Es inmoral y deshonesto.
—Tranquilo, que la única persona con novio que me tiraré de ahora en adelante serás tú —le respondió, a sabiendas de que había actuado desconsideradamente en más de una ocasión.
—Yo no tengo novio —le respondió, bañando un trozo de algodón en agua oxigenada antes de frotarlo sobre las pocas heridas.
—Porque aún te quedan un par de días con catorce años —le respondió, vivaz y sonriente. Chifuyu le apretó el algodón con más fuerza para que borrase aquella sonrisa taimada hasta que le oyó chillar—. Oye, he venido aquí para que mi madre no viera mis heridas, no para que me abras otras.
—¿Y luego? —le cuestionó, ignorando sus quejas. No obstante, apaciguó su toque.
—Pues, a partir de ahí ya lo tendrás —le respondió, todo confianza—. A los quince años comienza la edad de consentimiento legal en Bajilandia. Bueno, solo porque tengo dieciséis. Si tuviera más años, esa edad legal aumentaría también, lo sabes, ¿verdad?
—¿Bajilandia? —le preguntó, incrédulo. Allí sus facciones se relajaron y no pudo evitar reírse.
—Así es. La edad legal para montar motocicletas es esa.
—Yo ya monto motocicletas, pero te agradezco.
Baji rio. Aquel día estaba más risueño, divertido e inquieto. Por ese motivo, al sentir que Chifuyu no le estaba tratando con la mayor de las delicadezas como acostumbraba, se quejó con simpatía.
—¿Por qué tan arisco, Chifuyu? —le preguntó con gracia—. Un poco más y me metes el algodón por la nariz. Este bello rostro debe prevalecer, y lo sabes.
—Oh, Baji-san, te he admirado por tanto tiempo —remedó, enrojeciéndose por su propia actitud, frunciendo el ceño, soltando aquello que le cruzaba la garganta con persistencia—. Yo también te admiro y te he admirado, y te conozco bien. Lo sabes, ¿verdad?
Baji expandió sus ojos con violencia y se carcajeó descaradamente frente a él.
—¡No puedo creer que seas celoso, Chifuyu! —le dijo entre sonoras carcajadas, sobándose el abdomen.
—¡Quédate quieto, que te echaré agua oxigenada en el ojo!
—Eres tan malditamente adorable —le dijo, aún riendo, al borde de las lágrimas—. No me imaginaba que habías estado presente en aquel momento.
—¡No es gracioso! —le respondió, cruzándose de brazos a su lado.
Baji se irguió en su asiento y le miró, sonriéndole ampliamente, aún sorprendido. Se rio un par de veces más y le tomó de la cintura, tomando ventaja de que se encontraba sentado para reposar su cabeza en el pecho de Chifuyu mientras le apretaba contra sí, disponiendo una pierna a cada lado del cuerpo parado a su lado.
—Te quiero tanto, Chifuyu.
—Yo también te quiero, Baji-san —respondió, sumamente alborotado por aquellas palabras. Era la primera vez que se lo decía; pese a jamás dudar de ello, era la vez primera.
Tal vez, solo tal vez, se debía a que era la primera vez, asimismo, que Baji le abrazaba y le tomaba de esa manera, tan íntima y cariñosa. Porque era la vez primera que escondía su rostro de él de esa manera.
—Aún así, a mí nunca me miras y me sonríes de la manera en que lo haces con esas personas —le dijo, deseando verle la cara, rememorando la actitud ajena—. ¿Por qué?
—Justamente por eso —le dijo, aún con la nariz hundida en el torso de Chifuyu, abrazándole con más fuerza—. Porque te quiero. A ti no puedo mirarte ni cuando te lo digo, porque la mera visión de lo lindo que eres me pone los nervios de punta como nadie más lo hace. Me vulneras de una manera que no te haces una idea.
Chifuyu apoyó una mano en el hombro de Baji, y la otra sobre su cabello, para acariciarle con afecto.
—Y pensar que ayer me has dicho sin pudor alguno que me conquistarás, y ahora estás hecho un ovillo —le respondió, agraciado, confortándole.
—Puedo coquetearte de frente y declararte estupideces todo el día —le dijo, olfateándole con necesidad—. Pero cuando se trata de abrirme y profesarte mis más sinceros sentimientos, es tan difícil.
—Lo sé —le contestó, gozando de aquel bello momento que le había dado. De aquella hermosa persona que le había traído el destino.
—Y no te preocupes por esas declaraciones y mis coqueteos —le comentó—. Me despedaza el alma tener que rechazar a quienes se me confiesan, porque, vamos, han hecho un acopio de valor enorme para echarme la cara. Les trato de esa manera porque es lo único que puedo darles a cambio. Esa dulzura es mi regalo de despedida.
—Lo comprendo, Baji-san —asintió, solemne. Comprendía su punto y, ciertamente, no sentía más que lástima por aquella señorita—. No me molesta que coquetees con nadie, pero creo que hoy la mano se te ha pasado un poco. ¿No lo crees?
—Quizás —sonrió, sintiendo el corazón latirle con brusquedad ante lo que le preguntaría a continuación—. ¿Puedo... decirlo de nuevo? —murmuró contra su abdomen.
—Por favor —aceptó, casi en una súplica.
—Te quiero, Chifuyu. Te quiero mucho.
Ah, me acabo de dar cuenta de que nunca comenté por qué elegí que Chifuyu fuera un beta. La respuesta es muy simple, y es verosimilitud. Se supone que los omegas son la minoría de la minoría, demográficamente hablando. A su vez, los alfas también conforman una minoría, pero una bastante mayor que los omegas.
Entonces, que hubiese tres omegas juntos y que en cada una de las parejas principales hubiese un omega era mucha conveniencia y mucha casualidad. Que Chifuyu fuera beta era necesario para que fuese realista dentro de lo posible. A su vez, aporta al tema de sus inseguridades y cumple con el concepto de que Baji va en contra de la marea.
Nada más que eso, mucho amog<3
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