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5. Chifuyu, las cosas como son

Patience's my enemy
Loving's my friend
It's harder to leave with my heart on my sleeve
Than to stay and just pretend

—Vamos, Chifuyu, las cosas como son: la escuela es una mierda —declaró Baji—, y tú caerías a mis pies si fueses un omega.

¿Solo si fuese un omega? Se preguntó Chifuyu a su lado.

—¿Tú lo crees? —le preguntó mientras engullía el bocado que le correspondía.

El viento corría en la azotea de la escuela y acariciaba las hebras oscuras de Baji, despeinándolo. El sol se cernía sobre ellos en aquel almuerzo, uno más de los que atesorarían para toda la vida. Chifuyu se sonrojaba y soltaba risitas cada vez que un mechón de pelo se le metía en la boca mientras intentaba comer su almuerzo. Baji maldecía soltarse el cabello, y Chifuyu lo agradecía.

—No lo creo; te lo aseguro —contestó altivo, con aquella sonrisa confianzuda que enaltecía sus colmillos y que tanto le gustaba a Chifuyu.

—Lamentablemente para ti, Baji-san, no lo soy —sonrió en devolución, robándose otro bocado que ya estaba fuera de su jurisdicción, para cederle a Baji el platillo de fideos.

—¿Lamentablemente? —le cuestionó, tomando el platillo entre sus manos y acomodando los palillos de manera instintiva—. Me encantan los retos, Chifuyu, no te preocupes.

—¿Eso qué significa? —le preguntó, disfrutando de aquel momento sagrado que solían compartir y que tanto le fascinaba. Podía vivir la vida degustando peyoung yakisoba junto a Baji.

—Significa que te has ganado la maldita lotería —afirmó, sumamente seguro, con la boca llena y las mejillas infladas.

—Hoy estás teniendo más delusiones de lo normal, Baji-san —se rio, sintiendo el cosquilleo en su abdomen que hacía su aparición cada vez que Baji le halagaba—. Estás hecho todo un galano, un donjuán con cualquier persona que te pase por al lado.

—¿Por qué desprestigias mis artilugios de conquista? —le espetó, tragando y entregándole el platillo para que comiese.

—Porque si yo me he ganado la lotería por que tú te has fijado en mí debido a que te gustan los retos, ¿cuántos millonarios hay ya en Shibuya, si te has volteado al pueblo entero? —le cuestionó, más sonriente que antes.

Era consciente de los cientos de ligues de Baji, mas él era más que feliz caminando a su lado; el amor para él iba mucho más allá de la intimidad, el compromiso y la reciprocidad. Podía quererle y anhelarle sin recibir nada por su sincerísimo amor.  Hasta cierto punto, claro estaba, porque no había ojos enamorados que disfrutasen de ver a su interés amoroso revolcarse en la fuente de las impurezas con medio pueblo.

Aunque no lo supiese, a Baji le gustaba su sonrisa más de lo que a él le gustaba la suya, tan efusiva y repleta de ternura.

—Espera, yo esto ya lo conozco, ya lo he oído, espérame... —dijo, mientras fingía recordar algo que se había perdido en los senderos de su cerebro. Una vez que el foco del armario de sus recuerdos intelectuales se encendió, continuó—. Esto se llama calumnia. No lo digo yo, eh, lo dijo mi profesor de lenguas.

—¿Calumnias, dices? —le cuestionó con la ceja elevada y una sonrisa reluciente.

—No lo digo yo, lo dicen las aburridas ciencias —se defendió, gestualizando su desprecio con un movimiento de la mano.

—¿Por qué estoy calumniando, dices tú? —le preguntó. No podía evitar carcajearse con cuanta tontería decía Baji.

—No, ¿sabes qué estás haciendo? —le cuestionó, elusivo—. Me estás difamando.

—Vaya, pero si estás aquí pelando el diccionario entero, rey —se burló, levemente sorprendido del dialecto que manejaba Baji cuando quería.

—¿No lo ves? Te lo digo yo, soy un hombre de cultura y versado.

—¿Ese examen es el que has reprobado? —le preguntó, entre risas.

—Diablos, sí.

—En fin —reasumió Chifuyu—. ¿Por qué he de estar difamando yo a un hombre tan versado y digno representante de la cultura?

—Porque andas por ahí desperdigando información errónea y ofensiva a los tipejos que trabajan en tu cabeza —le respondió—. ¿Yo, ligar con todo el pueblo? Medio pueblo y estamos hablando el mismo idioma.

—Muy bien, lo siento —le respondió—. Medio pueblo.

—Ahí nos entendemos, Chifuyu —le dijo, devorando los últimos bocados—. Y que haya coqueteado con medio pueblo no significa que toda esa gente tenga mi aprecio. No todo ligue aquí es millonario, ¿de acuerdo?

—¿Qué implica ser millonario, entonces? —le preguntó, a la expectativa de qué idiotez podía recibir.

—Implica que tienes a tu disposición a semejante semidiós, para mirarlo y tocarlo cuando quieras —respondió, con una sonrisa socarrona que se acompasaba a la viveza en su mirar.

—¿A este semidiós no lo han embarrado ya cientos de pútridos mortales? —rebatió.

—¡No! —negó, fervientemente—. Bueno, sí, pero no todo ese grupo de mortales tiene mi favor. Además, lo he dicho claro: a su disposición para mirarlo y tocarlo cuando quieras.

—Yo aún no he tocado nada —le dijo, bajando la voz ante el rumbo que aquello estaba tomando.

—Eso no es mi culpa —le respondió—. Pero el derecho lo tienes, y es más, hasta puedes pedir bis cuantas veces desees. Eso es lo que te diferencia de los demás.

—Me halagas, Baji-san —le respondió con tintes de timidez, riendo a carcajadas mientras rebuscaba con sus palillos en el platillo que Baji había dejado a un lado, prácticamente vacío.

—Aprovecha eso —le dijo, guiñándole—, que para tu cumpleaños te regalaré un cupón de atención exclusiva mía. Para ti no tendrá expiración.

Y Chifuyu se desternilló de la risa ante ello. Le generaba una fascinación sin igual la facilidad que cargaba Baji para sacarle risas y rubores a diestra y siniestra. Le causaban mucha gracia, además, ese tipo de situaciones en las que le cohibía con sus coqueteos y le halagaba a más no poder. Sabía que no era nada definitivo y nunca se lo tomaba en serio, mas le gustaba sentirse de esa manera bajo el hechizo de sus palabras. A su vez, se reía puesto que era aquello o morir de vergüenza

—Claro que sí —le respondió, sarcástico.

—¡Pero si es verdad! —exclamó—. ¿Cuántas mortales rechacé en tu cumpleaños?

—Bueno, varias, he de decir —se rio dulcemente. Acto seguido, como si hubiese olvidado enteramente el tópico principal, tomó provecho de la idea que arribó a su mente para alejarse de aquellas aguas peligrosas, sus risillas menguaron y su semblante se tornó pensativo—. Oye, Baji-san, hablando de mi cumpleaños... ¿Mikey está bien? Sé que ya se ha reunido con ustedes y todo, pero su comportamiento fue sumamente extraño esa noche. No quiero meterme donde no me llaman, pero me preocupé.

Baji lo observó, analítico y dubitativo por un segundo. Tomó aire y adoptó su postura despreocupada una vez más.

—Bueno, Mikey es una caja de sorpresas —se encogió de hombros—. Es como la maldita caja de cuerda de donde puede salir un payaso o un puñetazo.

—Es una comparación bastante peculiar —le felicitó.

—Pero acertada.

—No me cabe duda —asintió, solemne.

—Así que, pues, no te espantes. Si algo relevante le estuviese pasando ya lo sabría yo —le restó importancia—. O Draken, bueno, que es mucho más probable.

—¿Draken? —repitió—. Bueno, supongo que tienes razón. Draken y él son como uña y carne.

—Como nosotros, Chifuyu, maldita sea —se rio, echándose hacia atrás y sosteniéndose con sus brazos estirados en el mismo sentido.

—Claro que sí, Baji-san —le dio la razón, sintiendo la calidez en su pecho mientras adoptaba una postura más erguida y con las piernas cruzadas—, pero me entiendes. Ellos dos prácticamente son un matrimonio de setenta años.

—Te daría la razón, pero los matrimonios de setenta años ya no follan —le dijo—. Yo no pondría las manos al fuego por estos dos.

—¿Por qué lo dices? —curioseó.

—Bueno, a Mikey le gusta Draken —soltó, ensimismado—, o eso creo.

—Bueno, Draken es un buen chico —razonó, acompañando su convicción con movimientos suaves de su cabeza—. Ha de ser un buen amigo.

—No me has entendido —negó—. A Mikey le gusta.

—Oh —se sorprendió, sonrojándose—. Lo siento.

—Vamos, Chifuyu, avíspate un poco —le regañó—. Estamos hablando de sexo y tú me sales con amistad.

—Pero Mikey es un beta, ¿no? —aportó, repentinamente. Se sentía un ridículo cuando no lograba seguirle el rollo a Baji, por lo que trató de desviar el foco de atención.

—Eh, sí, si mi memoria no me falla... —respondió, mirando hacia la pared frente a ellos, esquivo.

—Eso lo hace más sorprendente —continuó, asintiendo con la cabeza—. Es por eso que yo no lo había imaginado.

—¿De qué hablas? —le increpó, frunciendo el ceño, a sabiendas de que oiría una burrada.

—Bueno, un beta y un alfa...

—Que eres bien tonto, te digo.

—¿Por qué? —le preguntó, como si el amor de su vida acabase de revelarle que era un terraplanista.

—A mí qué me importa si eres beta o un omega de alta cuna —le tiró en toda la cara, visiblemente enfadado.

—No estamos hablando de mí, Baji-san.

—De cualquier manera —reasumió Baji, ignorando aquello. Si seguían aquella ruta se irían a los guantazos—. No tengo la certeza de que le guste, solo lo sospecho; él no me ha dicho nada.

—Tú tienes un buen instinto, Baji-san —le reconoció—, así que yo te creo.

—Así es —asintió, orgulloso—. Por eso no me cabe duda de que, con amor o no, acabarán tirando tarde o temprano.

—Posiblemente, más temprano que tarde —le dijo, observando a su alrededor.

—Quién pudiera.

—Pero, Baji-san, tú lo haces —alegó, sonriendo con pudor—. Bastante a menudo.

—Patrañas —descartó como quien no quiere la cosa—. Ya han pasado sesenta y tres días desde la última vez, pero ¿a quién le importan los números?

—Pues, parece que a ti.

—No, no, para nada —le respondió—. Siempre quise saber lo que se siente ser Mikey.

—¿Mikey? —le preguntó, incapaz de captar lo que quería decir.

—Ya sabes, un virgen de dieciséis años —soltó, descarado.

—¿Y por cuánto tiempo más pretendes ser Mikey? —le respondió, desacreditando sus palabras con sorna.

Hasta que tú me abras las piernas.

—No lo sé —negó—. En general, me he aburrido del sexo frívolo y desapegado.

Chifuyu luchó por contener la carcajada, mas sus labios se entreabrieron antes de dejar escapar un soplido jocoso.

—¿De qué te ríes? —le preguntó, indignado.

—Lo siento, es que no me lo creo —le contestó, sintiendo sus hombros saltar de lado a lado con sus risas.

—¿Cómo que no?

—Baji-san, no te has tirado a mi hermana solo porque no tengo una —le respondió, risueño—. Y si no te tiras a mi madre es porque es ilegal.

—Mira que tu madre está muy bien, eh —se sinceró. Sincericidio.

—Baji-san —le reprendió. Seguía riendo, mas la imagen mental le acalló las risas ligeramente—. No espero nada de ti y aún así logras decepcionarme.

—Lo siento, pero oye, es porque se parece a ti, Chifuyu —intentó argumentar.

—¿Eso justifica? —le preguntó, aún más incómodo que antes.

—Es que eres el único a quien le puedo mencionar a la madre —se encogió de hombros—. Mikey y Draken no tienen. ¿Kazutora? Hasta me regalaría a su madre con tal de no verla. ¿Y la mamá de Mitsuya? Nunca la he visto.

—No es excusa —se rio nuevamente, sabiendo que tenía razón.

—No es mi culpa que tú y tu madre sean igualitos —se excusó igualmente.

—¡Baji-san!

—De todas formas —retomó el tema—, el sexo es algo que se disfruta más cuando es con alguien a quien se quiere —respondió—. O bueno, así dicen los cursis.

—Yo coincido —confesó—. Bueno, si es que se puede tomar en consideración la perspectiva de un virgen.

Aquella palabra le revolvía las tripas a Baji y le ponía a mil. El deseo de ser su primera vez y la certeza absoluta de que lo sería, le hervían la sangre desmesuradamente. Le generaba una fascinación sin par la idea de que Chifuyu fuese tan inmaculado en todo aspecto, y le provocaba unas ganas sobrehumanas de apoderarse de ello hasta la raíz.

—No veo motivo para desopinar a un virgen —la mismísima palabra le erizaba los vellos de la piel.

—Muy bien —tomó aquello como el pie para soltarse—. Yo no creo esas cursilerías de que deba ser una ocasión especial y demás sentimentalismos, pero sí considero que debe ser con alguien que te guste. Es una situación de intimidad suprema, de vulnerabilidad y cariño. Bueno, al menos la primera vez, ¿no?

Baji se sintió contrariado; por un lado necesitaba reír de la sarta de cursilerías que acababa de oír, y por otro lado deseaba fervorosamente llevar a cabo toda aquella sarta de cursilerías con él.

—¿Tú lo ves desde la perspectiva de los cursis? —le preguntó, pecando de inocente, al no obtener respuesta por parte de Baji.

—Aún no me he tirado a quien quiero, por lo que no puedo contar con ese conocimiento —se soltó, contra todo pronóstico.

—¿Aún no?

Baji negó con la cabeza.

—¿Por qué no? —curioseó—. ¿Te han rechazado?

—¡Ja! —fue su clamo en respuesta—. Como si esas cosas pasaran.

—¿Entonces?

—Aún no he tratado de realizar ninguna movida directa —contestó, enderezándose y moviendo sus manos para darse a entender. Sus ojos, atrevidos.

—Oh, ¿y qué esperas? —le preguntó, animándole—. Lo haces y luego me cuentas.

—Es que esa persona parece no tener ni la más puta noción de que me gusta —le dijo, súbitamente cabreado.

—¿En serio? —le respondió, en sorpresa—. Qué torpe debe ser.

—No te das una idea de lo imbécil que puede ser —gruñó.

—¿Qué tanto?

—Lo suficiente como para no darse cuenta que se lo están diciendo de frente —le rabió—. Que se lo estoy diciendo de frente.

Los labios de Chifuyu se entreabrieron, anonadados, y sus ojos se desorbitaron. Comenzó a boquear como pez fuera del agua y se dejó caer sobre su espalda. Era la primera vez que Baji le coqueteaba hasta ese punto, y sinceramente le había tomado de improvisto.

—Por Dios, ¡Chifuyu, no te desmayes! —exclamó, levantándose de golpe para arrodillarse a su lado.

—Qué acabas de decir —logró articular con la mirada perdida en el cielo. Pedirle que mirase a Baji era un imposible.

—No aún, pero una vez que pase tu cumpleaños, te conquistaré —continuó, expandiendo su sonrisa, desconociendo que lo único que estaba consiguiendo era alborotar aún más al pobre joven caído.

—¿A mí? —no puedes conquistar unas tierras que ya posees—. ¿Por qué?

—Y pues porque me gustas —le respondió, encogiéndose de hombros—. Ya sabes, como Draken a Mikey. Así. Y es la primera vez que alguien me gusta de esta manera, así que ya te lo he dicho: te has ganado la maldita lotería.

—Bueno, tú... yo... tú también me gustas, Baji-san, pero esto es demasiado —balbuceó intempestivamente, nervioso y lengua floja, posicionando sus manos sobre su rostro, apenadísimo. Baji rio con dulzura a su lado—. Déjame respirar. Hace frío y tengo miedo.

—Tranquilo, no haré nada al respecto todavía, pero quiero que ya lo tengas presente —le respondió, apaciguando las aguas, satisfecho y victorioso—. Ni siquiera lo tomes como una declaración como tal, porque no lo es. Solo hazte a la idea de que Keisuke Baji te conquistará, porque te quiere de esa manera.

Las piernas de Chifuyu se separaron y se deshizo el cruce cuando el temblor le recorrió de pies a cabeza. Su corazón latía desenfrenadamente y, definitivamente, Baji sería la causa de su ruina.

Draken se encontraba tumbado boca arriba en la cama de su habitación, incapaz de reaccionar e inhábil para proferir respuesta alguna.

Repasó las palabras de Mikey una y mil veces, azorado. Se cubrió el rostro. Agradeció en su fuero interno que Mikey se hubiera ido al acabar aquella declaración que, más que parecer una confesión, presentaba mayores similitudes con una declaración de guerra.

Le había dejado con la boca abierta y se había ido con una sonrisa victoriosa, un caminar elegante y, Draken no supo si fue la primera vez que lo notó o si era una nueva implementación ajena, con un movimiento de sus caderas tan sutil como atractivo. Y lo agradeció, puesto que no tenía respuesta para obsequiarle más que su propia impresión y un rostro abobado.

Pese a negarse a admitir que le gustaba Mikey, no negaba que le atraía. Siempre había sido así. En aquellos momentos eso solo se reforzaba progresivamente y le apabullaba.

Lo que más le desesperaba era que un rato antes había recibido una llamada de Mikey. Le había pedido que realizase una reunión para esa misma tarde; no tenía idea de cuál era el objetivo de aquel pequeño encuentro repentino, mas no indagó en ello tampoco. Había pasado solo una noche desde que le había visto, mas las ganas que tenía de verle y dejarse aturdir por su imponente belleza una y otra vez eran sublimes. Y a su vez le ponía de los nervios el tener que afrontarle tan pronto.

La mejor solución siempre sería mantenerse estoico y parco, debido a que si le daba a Mikey una soga de la cuál tirar, este la arrancaría de raíz; obedecerle y reconsiderar la propuesta exenta de decoro que se le había sido otorgada.

Sin embargo, Draken sabía perfectamente que, más que ser una propuesta o una declaración de guerra, era un vaticinio. Mikey siempre obtenía lo que quería, y Draken no era quién para oponerse a ello.

Acabo de volver y ya me están reventando, pero hoy aprobé (sí, un hermoso sábado). Si alguien quiere saber las patologías del pulmón, que llame a otra persona porque yo ya me las olvidé.

Mucho amor para ustedes❣️

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