22. Koko es ese tipo de ex-novio
I showed you my hand and you still let me win,
And who I was to say this was meant to be?
The road that was broken brought us together
And I know you could fall for a thousand kings,
and hearts that would give you a diamond ring.
When I fold, you see the best in me
—Porque ya sabes, el catorce de marzo es un día cursi, y no es que yo sea un romántico empedernido —le dijo Draken mientras se restregaba el dorso de la mano por la frente para limpiar el sudor—. Sin embargo, aunque quieras al gallo matar, no dejará de amanecer. El día llega, y hay que sobrevivir.
—Ni me lo digas —masculló Inui frente a él, limpiando el otro lado del auto en su la comodidad de su overol.
Habían pasado la entereza de su día en el taller, trabajando de aquí a allá. Era catorce de marzo, y ninguno exhibía un gran júbilo al respecto.
—¿De qué te quejas tú? —le cuestionó Draken, humedeciendo el paño en sus manos en la cubeta a su lado—. Acostumbrado deberías de estar a estas cursilerías, además de que tienes toda la pinta de que te encantan.
—Sí, bueno, no es mi caso este año —le confesó. Torció los labios antes de morderse la mejilla—. Koko no me ha obsequiado nada el catorce de febrero. Yo sí, sabes, pero él reaccionó como "oh, ¿ya es San Valentin?".
—Bueno, no creo que haya sido tan desinteresado —alegó Draken, defensor del diablo—. Quizás, tiene una sorpresa para ti hoy.
—Lo dudo.
La frialdad y la decepción en el tono de Inui fue capaz de callar a Draken, quien, por el momento, no supo qué más decir.
No obstante, Inui se percató de la incomodidad que generó su reacción, por lo que decidió romper el silencio con aquello que le atormentaba desde la navidad.
—¿Sabes algo de Mitsuya y Hakkai?
—¿Por qué te importa eso? —le cuestionó entre risas—. Todos estamos hablando de eso a lo animal. Tú también has resultado un chismoso, Inupi. No te tenía así. Nosotros podemos hundirnos en el chisme por metiches, pero tú eres el prototipo de hombre que aún se respeta. Al menos, para mí.
Si cabe la remota posibilidad de que Mitsuya aún ame a Taiju, ¿qué puedo esperar yo de Koko?
—Solo es una mera curiosidad —murmuró.
—No tengo idea; ya me he perdido con ello. Solo creo que Mitsuya está forzándose a esta mierda con él —le dijo—. Siente que le debe algo a Hakkai por lo que su corazón desea, y está intentando compensarlo pese a no estar consciente de ello. Porque no lo está; hablo con él y aún así no se percata de nada.
—Yo no comprendo del todo a Mitsuya, y por ende no pongo mis manos al fuego por él —comentó, distante. Pese a que él había preguntado, aquel tema le ponía de los nervios—. No importa lo que digas, yo sigo estando del lado de Hakkai.
Es decir, de mi lado.
—Eres libre de hacer lo que quieras —le dijo—, si al fin y al cabo es la vida de ellos. En algún momento ambos se percatarán de la situación a la que se han atado, y sufrirán.
—Lo que le pasa a Mitsuya es la consecuencia de sus propias decisiones estúpidas —le tajó, como si hubiese tenido aquello atravesado en la garganta—. ¿Y por qué no se lo dices? Te ahorrarías un dramón.
—¡Lo he intentado! —exclamó, encogiéndose de hombros—. Se lo he intentado decir en muchas ocasiones, pero cada vez que hablamos, me charla de lo maravilloso que es Hakkai y de lo mucho que lo aprecia, y cada vez que traigo a Taiju a colación, se enfada. "Ese tema es del pasado, ¡ya déjalo!" me dice. Verdaderamente, se está convenciendo de esto. No está consciente del daño que está generando ni hacia él mismo ni hacia los demás; solo está encabezado en remediarlo todo.
—Me gustaría decir que quizás sea bueno que se convenza si eso logra que corresponda a Hakkai, pero no es así —se lamentó Inui—. El amor no es algo de convencerse o no. Sin embargo, ¿quién dice que eres la voz de la razón? Quizás te equivocas. Tal vez Mitsuya sí está enamorándose de Hakkai aunque sea contra todo pronóstico, y tú estás ahí saboteándoles. Un poco de fe, hombre.
Draken le miró solemne y contempló su expresión. Su mente quedó trabada en la primera parte de su línea.
—Esto tiene que ver con Koko, ¿no es así?
—Si, según tú, Hakkai no logra llenar el vacío que dejó su hermano en Mitsuya, ¿qué puedo esperar yo? —musitó, bajando la mirada, incapaz de siquiera negarlo. La frialdad en su voz denotaba que ya se venía sintiendo así durante toda la conversación pese a su tono. No obstante, Draken le oyó—. Y si Mitsuya consigue convencerse de que le quiere aunque quizás no sea así, ¿qué puedo esperar yo, más que un amor lábil y penas?
—Oye, ¡no lo sé! —exclamó Draken, sintiendo aquella alarma roja—. Tú me preguntaste del chisme y yo lo largué.
—Tienes razón —asintió.
—Pero no lo comprendo, ¿por qué no rompes con él, si es que te hace tanto daño? —le cuestionó. Se dio cuenta de su fatalismo y se corrigió—. O, bueno, ¿por qué no hablas con él?
—Porque Koko es ese tipo de ex-novio que jamás quieres tener —le respondió—. Y no sabe comunicar sus sentimientos ni sus inquietudes.
—Eso no es excusa —respondió—. Además, tú no eres quién para hablar de comunicación, cuando vienes aguantando este calvario por quién sabe cuánto.
—No, no es excusa y no soy el indicado —aceptó con un suspiro agotador—. Sin embargo, yo le quiero. Le quiero mucho, muchísimo, al punto de temer perderle, ¿sabes? —a pesar de las adversidades que se albergaban en su corazón, cuando su mente se centraba en Kokonoi, sus labios esbozaban una sonrisa y sus ojos presumían de un brío efímero y revelador—. Cuando le veo sonreír aunque sea una rosa venenosa, cuando soy testigo de sus maldades y presencio su inteligencia y perspicacia, no puedo evitar pensar en lo afortunado que soy de tenerle, de ser alguien para él. Si es que lo soy, claro.
Siguió trabajando sin percatarse de la mirada perpleja de su compañero.
Grande fue la gratificación en la sorpresa de Mucho al abrir la puerta y encontrar a Smiley con unas cajas de pizza frente a su puerta.
—Las cervezas las pones tú porque yo no las puedo comprar.
—En verdad, yo tampoco puedo.
—No, te falta un mes y monedas, pero con esa pinta que te cargas pasas por uno de veinticinco, fácilmente.
—Tú no deberías ni poder tomarlas —se burló en respuesta. Sabía que lo que se le había sido dicho era una verdad absoluta, y ciertamente jamás había sido un problema para él.
—Me gusta el sabor de la cerveza contigo.
—A ti te gusta ponerte ebrio.
—Solo en algunas fiestas —alegó—. Además, ¿a qué se debe esa mirada pasmada? El catorce de febrero acepté tu propuesta. Es mi deber cumplir hoy.
—No recordaba que fueses un hombre de compromisos.
—No —contestó, contemplando su mirada—, no lo soy.
Mucho sonrió de medio lado y se deslizó para que su invitado no-invitado pasase. Y cuando este pasó bajo el arco que formaba su brazo recostado en el marco de la puerta, se detuvo y se volteó hacia él, como si esperase algo. Una bienvenida; quizás unas palabras por parte del host, quizás una palmadita en el lomo cuando pasase; quizás un agradecimiento escueto. Sin embargo, en aquel momento de una emoción inmerecida, lo único que atinó a hacer Mucho fue bajar el brazo para tomarle de la barbilla y estirar el cuello hacia abajo para besarle. Un beso corto y cálido pese a la frialdad de sus labios. No era nada fuera de serie; le había besado miles de veces, y con el tiempo se fueron acostumbrando a trasladarlo de la cama a la cotidianidad. Sin embargo, saludarse con un beso era una novedad. Una barrera más que se derribaba entre ellos.
Si eso no era una bienvenida para alguien que le había elegido entre un buen manojo de personas para pasar el catorce de marzo, las ideas se le habían agotado.
Smiley pareció satisfecho, porque devolvió su vista hacia la sala y se encaminó hacia ella a paso alegre.
Y Mucho, que no era ningún idiota y ningún adolescente quinceañero en negación, supo reconocer en aquel momento en el que permaneció de pie junto a la puerta escrutando la espalda de Smiley, que había perdido la cabeza.
—No puede ser.
—Claro que sí, Chifuyu, es mi turno de dar el discurso romántico —le sonrió con la mayor de sus galanterías, esas sonrisas de comercial que arrojaba a diestra y siniestra. El buqué de flores en sus manos le brindaba el aspecto de galán de novela—. Agradece que no me he traído los mariachis.
Chifuyu no sabía si reír o llorar.
—Lo que sí agradezco es que mi mamá esté trabajando —le respondió, mitad nervioso por la situación; mitad relajado por la ausencia de su madre. Se moriría de la vergüenza. Se hizo a un lado con las piernas cual gelatina, y continuó—. Pasa, por favor.
Baji hizo su entrada triunfal, inundado en orgullo. Chifuyu estaba aterrado, con las pintas que se llevaba hasta parecía dispuesto a pedir matrimonio. Sus feromonas indicaban a los gritos su exaltación.
—¿Por qué tanta emoción, Baji-san? —tanteó el terreno.
—Porque, de todas las confesiones que he recibido los catorce de febrero, es la primera vez que puedo corresponder a una —soltó, realizando un ademán de victoria.
Chifuyu no pudo evitar que aquello le revolviese la tripa con dulzura. Aquello le ablandó.
—Eso es algo bello de escuchar —le dijo, sentándose en el sofá de la sala.
Baji le siguió, mas no se sentó. Se paró frente a él y le ofreció el ramo una vez más; en esta ocasión, con las pintas de un gallardo total. Chifuyu lo tomó con las manos sudadas y una mirada embelesada.
—Bueno, te me he declarado tantas veces que me quedo sin palabras —inició sin problema alguno—. Sin embargo, aunque las palabras se repitan, el sentimiento es el mismo, quizás más intenso que la última vez.
Chifuyu amplió su sonrisa hasta que las mejillas le dolieron, y las palpitaciones se hicieron presente.
Tan afortunado.
—La última vez me dijiste que los detalles románticos no eran lo tuyo, pero que te gustaban —continuó, aproximándose a él para inclinarse ligeramente y tomarle la mano. Sus ojos, feroces, se clavaban en él, acompasando aquella intensidad con una sonrisa repleta de afecto—. No me importa lo que tú quieras darme, yo lo tomaré. No es necesario que me los des, mas yo me aseguraré de darte todos esos detalles que tanto anhelas y que tanto te apenan. Voy a ser tu fuerza siempre, Chifuyu; aquello que no puedas conseguir, te lo daré o te ayudaré a que lo hagas.
Chifuyu hervía.
Aún tomándole de la mano, Baji se sentó a su lado para abrazarle y, en el atrevimiento, olfatear su cuello. Chifuyu se sintió una presa previa a ser devorada. No obstante, no tenía queja alguna al respecto. Simplemente, comenzó a suspirar.
—¿Cómo puedes hacer todo bien? —le cuestionó entre estremecimientos.
Baji sonrió triunfante. La victoria se desplegaba en cada uno de sus colmillos.
—Me encantas, Chifuyu, no es tan complicado cuando las cosas son de esta manera —respondió, con la confianza aflorando de sí—. Puedo seguir toda la tarde, pero si lo hago, querré comerte a besos. Y si tu madre llega a la mitad, me aplastará la cabeza de un golpe. O peor aún, llamará a la policía, así que, por ahora, tengamos una tregua. Ya tendremos el cumpleaños de Koko para bajarte la luna en la playa.
La mirada de Mikey relucía con interés y gratitud.
Eso era lo que había estado esperando: ver a Draken sudando la gota gorda en nervios, apretándose las manos, acomodándose insistentemente el mechón suelto detrás de la oreja y liberando involuntariamente feromonas que revelaban su vulnerabilidad. El impertérrito Draken boqueando frente a él, con las palabras enervándole la lengua y danzando vívidamente sobre la misma.
—Definitivamente, estoy agradecido de haber dado el primer paso —le soltó luego de un silencio incompleto que se había alargado más de la cuenta.
Draken suspiró y se golpeó la frente.
—Lo lamento —le respondió—. Jamás he hecho esto.
—Pues no, en teoría no te has confesado a nadie —asintió. Sus ojos se clavaron en la profundidad de la honestidad de los ojos de Draken—. ¿Verdad?
—El aroma que largas cuando te pones celoso me enloquece —le confesó, sonriendo de medio lado y afinando el olfato—. Así que te agradecería que te lo guardaras, porque esto está cada vez más difícil.
—Ya veo —fue lo que maquinó su boca. No obstante, su mente anotaba otra, y esta se traslucís en su sonrisa victoriosa.
—De cualquier manera, no hablaba de una confesión —retomó lo anterior, surcando el sector cursi de la conversación y la fecha misma—. Me refería a abrir mis sentimientos en sí, sabes.
—Sí, la verdad es que eres un tipo nefasto para eso.
—¿Con qué cara me dices eso? —le recriminó—. Intentas cargar con todo tú solo, maldito egoísta.
—Bueno, ¡solo era una acotación —exclamó, levantando las manos y enseñando las palmas para demostrar su inocencia—. Tú sigue nomas.
—¡Bueno! —exclamó como quien se motiva a sí mismo. Acto seguido, inhaló y exhaló con lentitud para recuperar su postura parsimoniosa usual. No obstante, cuando iba a pronunciar palabra alguna, su lengua se torcía nuevamente—. Carajo, no entiendo cómo Baji hizo este tipo de cosas tantas veces.
—Yo tampoco —le respondió, encogiéndose de hombros. Su contestación fue absolutamente sincera.
Con aquella honestidad brutal, Draken rio. Aquello le dio la fuerza.
—Me dijiste que no estabas para mediocridades el mes pasado, y yo juré que te patearía el trasero en esto, pero tal parece que las palabras verdaderamente no son lo mío.
A diferencia de Baji, conquistador nato, Draken se mantenía rígido. No se acercaba a Mikey ni por asomo. Simplemente hablaba cual congresista en aula magna, con las manos en los bolsillos. Cada tanto, como mucho, se rascaba la nuca.
—Sin embargo, el cuero me alcanza para decirte lo mucho que me gustas, lo mucho que me has explotado la cabeza —continuó—. No importa de la manera que sea, siempre estaré a tu lado. No hay cosa que no me fascine de ti, sabes, en todo aspecto.
Mikey sonrió dulcemente, mas al oír el silencio que prosiguió a aquello, elevó una ceja.
—¿Eso es todo?
—¿Qué más esperas?
—Qué falta de romance —masculló—. Eso ha sido cortísimo. Bello, pero cortísimo.
—Si esto fuera una novela, y solo si lo fuera, te diría que la autora ha estado escribiendo las últimas ocho horas sin descanso; ha dejado esta parte para el final y ya quiere terminar y dormir —le respondió, escogiéndose de hombros—. Esa sería mi respuesta. Eres la primer persona a la que le he abierto mi corazón, tenme paciencia.
—Qué excusa tan patética, Kenchin —se quejó sonoramente. Acto seguido, armó la trompa.
El aludido solo sonrió con dulzura ante aquella actitud. Le enternecían ese tipo de momentos junto a él, escuchando sus risas y sus caprichos. Contempló la belleza de Mikey una vez más y se acercó a él para acomodarle el cabello con delicadeza. No obstante, su acompañante fue más rápido; antes de que llegara a alcanzarle, le tomó de la mano y tiró de él. Cuando Draken cayó hacia el frente, Mikey se paró y le envolvió en un abrazo.
—Maldita sea, Mikey, era más fácil pedirme un abrazo —exclamó ante la celeridad de los eventos.
—Prefiero hacerlo a mi manera —le respondió con la voz lábil, debilitado por tener su nariz hundida en el pecho de Draken, enamorado de él y de su aroma.
—Siempre haces todo a tu manera, Mikey —murmuró en respuesta. En medio segundo dejó de lado lo que acababa de suceder y se enfocó en él, en la persona a la que no tardó en envolver entre sus brazos.
Mientras abrazaba a Mikey y se obnubilaba por su aroma, pensó en Inupi y se preguntó si habría resuelto sus problemas.
Inui llegó a la frialdad de su casa una vez terminó su turno. Las ventanas encortinadas, el silencio de funeral y la ausencia de sus padres que se desvivían adrede en el trabajo solo eran un aditivo a su día a día. Ni él quería verles a ellos, ni ellos a él ni entre sí.
Mientras se descalzaba en la entrada, notó la presencia de los zapatos de Kokonoi, y dentro de ellos la copia de la llave que le pertenecía. Las palabras de Draken hicieron estragos en él.
Una vez que atravesó la sala, soltó su bolso en el camino. Examinó el lugar de lado a lado, a la expectativa; sus ojos recorrieron la mesa del comedor, la cocina, el suelo. No había rastro de que se hubiese equivocado con lo que había dicho. Suspiró antes de meterse en el baño para darse una ducha, puesto que con el día atareado que había tenido, aún podía sentir el sudor recorrerle el cuerpo.
Cuando salió ya vestido con la ropa que solía dejar en el baño, tomó valor para que la última esperanza no le explotase en la cara. Abrió la puerta de su habitación y le vio. No pudo reprimir el último suspiro ni evitar la torcedura de su boca con disgusto. Con desilusión.
Ahí estaba Koko, acostado en su cama, con las piernas pegadas en la pared y una revista en sus manos. Al oír el sonido, torció su cabeza hacia la puerta.
—¡Eh, Inupi! —exclamó a modo de saludo, devolviendo su mirada al papel en cuanto concluyó la primer palabra—. Hasta que has llegado. Ya me aburría.
Inui murmuró un hm en respuesta mientras ingresaba a su habitación. Dio una última vista panorámica para terminar de confirmar que Koko no había preparado nada para la fecha. Se mordió la mejilla y se sentó en su cama, recostando su espalda en la pared, junto a las piernas de su pareja. Se mantuvo en silencio por un rato, con la indecisión y sus inseguridades volteándole la cabeza. Koko, inmerso como estaba en su lectura, no fue el responsable de romper aquel silencio. Ciertamente, Inui comprendió que ni siquiera se había percatado de su incomodidad.
—Bueno, te aburrías, ¿no? —intentó quebrar el hielo con un reclamo disfrazado de pregunta.
Kokonoi lo notó instantáneamente, girando sus ojos para otorgarle una mirada de soslayo, inspectora y desafiante. No obstante, leyó a Inupi y suspiró antes de soltar la revista para ladearse en la cama, apoyando su pómulo en la palma de su mano.
—Sí —confesó—, pero puedo ver que tus intenciones de hacer algo son nulas.
Inui le observó. El color celeste de sus ojos transparentaba sus sentimientos al punto de que era posible vislumbrar cada decepción en la claridad de sus iris. Sus malhumores y sus dolores siempre flotaban en aquel manto, mas sus esperanzas, tanto las rotas como las briosas, eran las que abarcaban la mayoría del espacio.
—No es como si quisiese hacer algo hoy.
—Pues, no. Nadie tiene ganas de nada un maldito martes —coincidió. Intentó irse por la tangente una vez más—. ¿Jugamos al Monopoly?
Inupi chasqueó la lengua.
—No, Koko, porque tú quieres apostar dinero de verdad, y yo estoy seco.
Kokonoi se rio y tomó su último intento de fuga. Se enderezó en la cama para acercarse al otro sosteniéndose sobre sus rodillas. Ladeó su cabeza y le obsequió una sonrisa ladina. Se desplazó hasta chocar sus rodillas contra las piernas de su pareja. Una vez allí, levantó una de las suyas para sentarse a horcajadas sobre él. Enroscó sus brazos alrededor de su cuello e hincó su nariz contra la de Inupi. Exhaló sobre sus labios con sutileza y clavó sus ojos en aquellos que tanto le gustaban.
—Eso último habrá que comprobarse —susurró. Le acarició la nuca con una mano, a sabiendas de que aquello le estremecía. La otra mano se deslizó por el pecho de Inupi, colando los dedos en los orificios entre botón y botón de su camisa.
Inupi inhaló profundamente y sus manos comenzaron a temblar con ligereza, deseando autonomía para tomar a Koko por las caderas. Y les dejó que lo hicieran, puesto que no había remedio para ello, ni mucho menos tenía la fortaleza para desdeñar los toques lascivos de su pareja; no por una cuestión de lujuria, sino porque gozaba de ser su persona elegida, su figura de placer y el centro de su atención.
Sin embargo, no pudo eludir los sentimientos que le invadieron, aquellos mismos que le habían guiado hasta ahí y le habían amargado el día. Le conocía muy bien, como dos compañeros de vida que se habían tenido por tantos años. Sabía que Koko estaba evadiendo la situación. Por eso mismo volteó el rostro cuando iba a ser besado, y sus manos agarraron esas caderas con fuerza para frenar sus movimientos y alejarle unos centímetros.
—No, Koko —le dolió. Le hirió que estuviese al tanto de la situación y que aún así buscase erosionarla con sus besos vacíos. Arrugó el rostro con pena, aún sin mirarle—. No era esto lo que yo quería hoy.
Koko elevó las cejas y entreabrió los labios ante la impresión. Se echó hacia atrás y se apoyó sobre sus brazos, posicionando sus manos en el colchón.
—¿Qué te sucede? —pese a parecerse a una increpación, era una pregunta que desbordaba intriga.
En aquel momento, Inupi se terminó de desarmar. Era como esos momentos en los que se tragaba el llanto hasta que alguien le preguntaba si estaba bien, donde su reacción consecuente era quebrarse. Abrió la boca y respiró por la misma un par de veces antes de soltar palabras.
—Yo creí que luego de olvidarte el catorce de febrero, intentarías devolver o acompañar el gesto el día de hoy —soltó, con la voz tomada—. Sin embargo, sigues actuando con un desinterés apabullante. Sigues ignorando aquello que te he marcado que me da alegrías, y sigues olvidando compromisos y fechas importantes. Si tan poco te importa todo esto, solo dilo.
Kokonoi frunció el entrecejo, aún más anonadado, para acabar de separarse de él y levantarse de la cama. Inupi le imitó y se paró frente a él, cruzando sus brazos.
—Inupi —le dijo, largando un suspiro prolongado, haciendo acopio de fuerzas para lo que acontecería—. Tú sabes que soy un asco con las palabras románticas y el cariño expreso, pero si hay algo que yo no haría bajo ningún punto de vista sería perder mi valioso tiempo con alguien y soportar estos planteos, solo por lástima o despecho. Eso deberías saberlo.
Era aquella su retorcida manera de decirle que le quería. Inui lo captó, mas discrepó.
—Es que eres tan buen mentiroso, que no sé qué pensar —sollozó, sosteniéndose los codos y clavando sus uñas en los mismos. Su entrecejo fruncido y sus labios siendo frenéticamente mordisqueados por sus dientes, le daban una imagen penosa de más y provocó que el rostro de Koko se torciese en una mueca de disgusto.
No existía una combinación de palabras posible que quebrase a Kokonoi, por lo que lo que le repugnaba de sobremanera no era la acusación de Inui, sino su expresión excesivamente adolorida. Su rechazo se balanceaba entre los sentimientos apesadumbrados que le generaban ver a su pareja así, y la inmensa incomodidad que sentía al estar en presencia de gente en llanto y no saber qué hacer.
Por lo tanto, optó por su indiferencia.
—Lo sabías cuando me pediste que fuera tu pareja. Esas dudas se resuelven antes, no casi dos años luego. Me tomaste así; no puedes acusarme de ello ahora.
—No es una acusación —aclaró—. Es un factor que acepté y que ahora mismo me genera demasiados conflictos.
—Bueno, lo ideal es cerciorarse del talle antes de comprar el zapato.
—¿Cómo puedes ser tan cínico, cuando tú sigues estancado con Akane?
Aquello desestabilizó a Kokonoi, que le miró con una sorpresa irrepetible. En sus ojos, además, naufragaba la decepción. Se esperaba cualquier acusación menos aquella que era una verdad a medias. Se mantuvo en silencio y con los ojos bien abiertos por unos segundos en los que analizó su siguiente movimiento. No obstante, se decantó por lo más inusual: la sinceridad. No solía mentirle a su pareja, y en un punto de declive tan crucial no podía arriesgarse a mentir.
—No, Inupi —reconoció, recuperando la compostura, tanteando el terreno. Se mantuvo en un silencio sepulcral, con su mirada postrada en el otro, ecuánime—. No he superado lo que ha sucedido con Akane.
—Lo sabía.
—Sin embargo, el que menos lo ha superado eres tú —le acusó, solemne, sereno luego de retomar el control de la conversación. Sus pestañas bateaban con una lentitud imperiosa. Su mano no temblaba.
—¿Yo?
—Claro que sí —respondió inmediatamente—. Eres tú quien menciona a tu hermana cada vez que el viento cambia de sentido. "Akane esto" y "Akane aquello" cada vez que me ves abstraído más de dos minutos. ¿Cuál fue la última? Ah, déjame, ya recuerdo: "puedes vivir una vida sin pensar en Akane" —le imitó sin gracia. Acto seguido largó un suspiro exhaustivo y posó la palma de su mano en su frente. Cerró sus ojos y liberó su voz una vez más—. Suéltalo de una vez. Si no lo sueltas tú, no pretendas que lo haga yo.
—Tienes razón —musitó Inupi, bajando la mirada. Se mordisqueó los labios que temblequeaban sin darle tregua, y de la misma manera sonó su voz—. No obstante, no es como si yo eligiese sentirme de esta manera. No puedo evitar sentir que estoy llenando un vacío y que los zapatos me quedan enormes. A su vez, acabas de reconocer que no la has superado. ¿En qué me convierte eso?
Su garganta obstruida por el llanto inminente provocaba que su mirada patinara hacia el techo. Si veía a Koko a los ojos cuando afloraban sus más intensas aflicciones, se desharía en llanto.
—¡En nada, Inupi! Que yo no supere mis viejos momentos de debilidad no significa que no te quiera, y mucho menos que no te respete en lo más mínimo —le dijo—. Yo siempre voy a quererla, pero no de la manera en la que crees. Ella siempre tendrá un lugar en mi corazón.
Si cabe la remota posibilidad de que Mitsuya aún ame a Taiju, ¿qué puedo esperar yo de Koko?
Las lágrimas se abarrotaron en sus ojos con una pena capaz de sumergir su corazón en un vórtice profundamente negro y espeso.
—Siento que...
—Yo no me arrepiento hoy de haberte salvado —le interrumpió, buscando que así se refrenase el llanto que ya era anunciado.
—¿Qué? —le preguntó, bajando los ojos hacia él con la esperanza en la pupila.
—No me arrepiento, Inui. En su momento y por años me lo lamenté, sin embargo, hoy ya no —le dijo en un sincericidio. Se percató de cómo el rostro de Inui se retorció con dolor, mas su franqueza era incansable e inevitable—. No obstnte, no puedes pedirme que olvide lo que ella ha significado para mí, ni puedes desvanecer de mí todo el dolor que he acarreado durante todos estos años —negó, hastiado, permitiendo que algunas de sus debilidades viesen la luz en su mirada—. Tú tienes que aceptar que yo tengo un pasado y que tengo mis propios fantasmas. Porque eso no determina lo que tenemos ahora, ni los posibles futuros que podemos elegir.
—Necesitas resolver tus problemas antes, Koko —fue la respuesta que finalmente le dio. Cada palabra fue acompañada por una lágrima, cada una nacida de un borbotón que brotó de sus ojos, que ya no daban abasto.
—La adolescencia es dura, y la terapia, cara.
La voz quebradiza y el ardor en las mejillas de Inui parecían tangibles para Kokonoi. Miraba a su pareja y percibía cada pequeño trozo de su alma flotando frente a él y resquebrajándose aún más con cada lágrima que encontraba su cauce en aquellos ojos tan claros e inmaculados. Porque siempre había sido capaz de leer a Inui con la mayor de las facilidades; cada beso denegado, cada abrazo ausente, cada fecha olvidada y cada acto de frialdad había manchado con saña aquella mirada que brillaba impoluta y devota tiempo atrás. Y Koko lo vio todo, presenció la decadencia absoluta de la misma.
No obstante, ante el silencio imperturbable de Inui en respuesta a su comentario, le respondió con honestidad sin denotar su entera culpabilidad.
—¿Tengo cosas que resolver conmigo mismo? ¡Por supuesto que sí! —soltó Koko en una exclamación de obviedad. Levantó su mano y con toda la saña apuntó su dedo contra Inui—. Pero tú también.
—¿Yo caigo en todas las mismas bolsas que tú?
—Piénsalo detenidamente —le dijo—. Estás acusándome de algo creado, orquestado y representado por tus inseguridades.
—Oh, ¡vamos! —exclamó en respuesta. Su bello rostro, enrojecido y bañado en lágrimas en aquel momento, se mostraba a sí mismo como un resto vacío del hombre que podía ser. Fruncido el ceño, fue su turno de levantar la mano para apuntar—. ¡Tú sabes que no es así, y que si mis inseguridades han llegado a este punto han sido con bases fundadas!
—Quizás —reconoció, mirándole con una seriedad repentina—. Sin embargo, al final del día no acaban de ser fruto de tus cavilaciones. He sido un novio pésimo y lo reconozco, pero eso no guarda relación alguna con tu hermana. Lamento que te sientas de esta manera, pero no es mi culpa.
—¿Cómo dices?
Koko vaciló antes de abrir la boca. La mueca de Inui delataba que se encontraba al borde del quiebre; la misma mano que había usado para acusarle, se había posado en su pecho con angustia; su boca ligeramente abierta, adornada con las comisuras de los labios por los suelos. Su cabeza se ladeó con la esperanza de haber oído mal. Kokonoi, por primera vez, se sintió dolido por la situación.
Estaba consciente de lo terrible que era como pareja. No obstante, el romance no era una parte de su persona. No le gustaba ni le interesaba en lo más mínimo; incluso aunque sabía que Inui lo deseaba fervientemente, debido a que podía ser frío y por momentos inexpresivo, mas Inupi no era más que un cordero con piel de lobo: era sumamente sensible, dulce y tenía los ojos de un niño soñador que necesitaba aprecio. Koko se sentía incapaz de darle esa pizca de ternura y romance que él anhelaba. Cada tanto lograba arrancar de la aspereza de su alma algún gesto de dulzura que conmoviese a Inui y le distrajese de la basura que tenía a su lado, mas no era suficiente. Un beso de año nuevo no era suficiente.
Y aquello, aunque él lo socavara para hundirlo en lo más profundo de su cajón de desligaduras de responsabilidad y lo ignorase, le dolía. Se decepcionaba día a día al percatarse de que tenía un ser de luz a su lado que absorbía su pestilente oscuridad día tras día; una persona llena de amor que no recibía nada de su parte, que le observaba como el oasis de su vida, cuando no era más que una boca de tormenta. Día a día cargaba con una bolsa de expectativas en su espalda que no podía llenar ni en mil años de esfuerzo. Inupi era para él lo que él mismo jamás podría ser para su pareja: todo lo que él, en sus años más inocentes, quiso ser como novio.
Sabía lo que Inupi se merecía, y sabía asimismo su propio límite. Sabía que ambos conceptos no iban de la mano; al contrario, esos caminos se habían bifurcado mucho tiempo atrás. Koko lo había sabido, mas dudaba de que su pareja también. De alguna manera, creía que Inui confiaba en él en una manera exagerada, que tenía expectativas para él y que le veía de una forma equívoca.
Sin embargo, lo que desconocía enteramente era que Inui no depositaba en él esperanza alguna ni era tan ingenuo. Inocente como no era, amaba a Kokonoi con cada gramo de su alma, aún a sabiendas de que era un demonio capaz de arruinarle la vida.
En aquel momento, ver a Inupi hecho un estropajo, despojado de su dignidad, su integridad y su serenidad tan característica, le apretujó el corazón hasta sentir el escozor de presenciar la congoja de quien se ama. Pese a su inconsciencia, se percató de cuánto daño había estado recibiendo Inui en consecuencia de su cinismo. Por aquel momento, el veneno abandonó su lengua y sus manos aunaron la fuerza a la que habían aspirado por tanto tiempo. Tragó la amargura del arrepentimiento y retuvo el aire en sus pulmones como quien sabe que ha cruzado todos los límites.
—Lo siento, Seishū, lo siento mucho —susurró antes de echarse sobre él y abrazarle. Sus manos se aferraron a su nuca y su mejilla acarició el hombro de Inui—. Lamento no ser lo que te mereces.
Deseó inmensamente que el tacto de su mejilla apretada contra su hombro o el sudor nervioso de sus dedos transmitiese aquello que le era imposible a través de las palabras. De la misma manera en que Kokonoi no creía que existiesen cosas que pudiesen ser usadas de manera bidireccional en la vida, dudaba que su boca pudiese proferir más allá de maldades. Temía decir de más y acabar hiriendo aún más a la única persona que le soportaba, aquella que ciertamente él adoraba.
Era la primera vez que le tomaba de aquella manera. Los únicos momentos en los que le abrazaba era cuando reían, cuando tenían sexo y cuando se burlaba de él. Jamás le había abrazado de esa manera, jamás había sido una fuente de contención para él.
Jamás le había acompañado ni le había valorado apropiadamente.
Porque sí, le quería, le adoraba, le necesitaba; Inui le atraía como el epicentro de su vida que, irremediablemente, era. Sin embargo, las evidencias sobre la mesa eran escasas. Sus sentimientos no se reflejaban en absoluto, y él tampoco hacía nada para que eso se enderezara.
Inupi comenzó a abrir y cerrar la boca por el temblor de su mandíbula. Si fuese visto unas horas más tarde en las calles de esa manera, cualquier transeúnte aduciría que tiritaba del frío. Sin embargo, en el calor de su departamento y de los brazos de quien amaba, tiritaba. Las ventanas estaban cerradas, y aún así el frío le asolaba el corazón. El viento no llegaba a él, y aún así los escalofríos danzaban sobre su piel, erizándole los vellos y vaciándole el espíritu. Consiguió mover su mano para alcanzar la cintura de su pareja.
—Tienes razón —musitó—. No es tu culpa que yo me sienta de esta manera. Al final del día, el que decidió estar contigo a pesar de todo he sido yo.
Koko deseó que no le dijera eso. Eran palabras de conocimiento común; ambos sabían eso, sin embargo, era mejor que quedase implícito. Exponerlo en palabras era una realización absoluta sin retorno.
Y la verdad era que ninguno deseaba darse cuenta de nada.
—La ignorancia es la felicidad irrevocable, Inupi —murmuró en su oído. Su pecho le dio una punzada, de aquellas que implican el terror a una respuesta—. Por favor, no pronuncies semejantes barbaridades en voz alta.
—Los dos sabemos que yo soy un estúpido crédulo —respondió ecuánime. Su voz había tomado el tono de la calma luego de la tempestad. Sin embargo, era aquella calma de una ciudad derruida luego de una catástrofe. No era una tranquilidad pacífica, sino la que siente el alma que ya se ha rendido—. Y los dos sabemos que eres un dios de la calamidad. Que lo diga no cambiará lo que ya se ha perpetuado en mi mente, Koko.
—Debería decir que estarías mejor sin mí, que debo irme y que no te merezco —le dijo, dolido por el tono y la indiferencia en la voz ajena—. Y todo aquello no sería más que una verdad irrefutable. Sin embargo, tampoco quiero irme. Puedo prometerte que voy a cambiar, mas mi palabra tiene menos valor que mi presencia en tu vida. Si quieres echarme de tu vida, hazlo, pero no seré yo quien tome esa decisión.
En aquel momento, sus respiraciones se fusionaron y desaparecieron momentáneamente. Contuvieron el aire ante aquella mención. Podían chocar entre ellos y arrastrarse en el piso de la miseria el uno al otro, pero la idea de separarse les devoraba el alma. Aunque Koko tenía a Inupi comiendo de la palma de su mano, como había sido toda la vida, él mismo era una víctima más del encanto intrínseco de su pareja, una sin comparación.
—Sigues siendo tan egoísta y desconsiderado como siempre —le respondió—. Sin embargo, la esperanza que me dan tus palabras jamás cambiará. Puedes prometerme lo que te venga en boca, y yo te creeré.
—Porque tú sigues siendo tan idiota y noble como siempre —contestó luego de largar un suspiro descomunal.
Inui esbozó una sonrisa lastimosa, porque sabía que tenía razón.
Movió su brazo para acabar de envolver la cintura de Koko y acercarle un poco más. Este último se sobresaltó al percibir la cercanía y utilizó su brazo libre para pasarlo por debajo del ajeno y abrazarle la espalda.
—No puedo echarte de mi vida cuando por fin siento que me quieres —le confesó Inupi, acercando su otro brazo para envolverle completamente—. Es la primera vez que siento que temes perderme.
—El temor a la soledad no es un equivalente al amor —se lamentó Koko, dejándose tomar como nunca lo hacía. Inui respondió con un asentimiento lánguido—. Sin embargo, sí te quiero. Como no tienes idea.
—Cómo te cuesta decirlo.
Koko apretó su agarre en busca de apoyo para lo que diría.
—Sí, es difícil aceptar que te enamoraste de una persona luego de jurar que amarías a otra —se sinceró. Tomó una bocanada de aire y la opresión en su garganta le obligó a aplazar la crudeza—. Es como cuando una parejita se jura amor eterno y no llegan al año. Es ridículo y las promesas siempre caen en saco roto, pero ellos de verdad creyeron en sus votos de amor, sabes. Es increíble mirar hacia atrás y percatarte de cuánto quisiste y cuánto perdiste.
—Muchas cosas se pierden —asintió. Su mente divagó en las imágenes que circulaban por su mente, enseñándole caras y sonrisas que nunca volvería a ver. A pesar de sus acusaciones iniciales hacia Koko, él se aferraba igual de fuerte al pasado—. Lo importante es que no las pierdas por cobarde ni por renegarlas por un capricho.
—Qué manera de presionarme —le respondió en voz baja, largando una risa sutil—. No soy un cobarde, solo soy un poco terco. Ni siquiera la mitad de lo que tú eres —por primera vez en aquel día, se sintió capaz de realizar contacto visual, por lo que echó ligeramente su cuello hacia atrás para despegar su mejilla del hombro ajeno, y así poder aproximar sus rostros—. Además, no es algo tan nimio como un capricho. Es aceptar que lo que soñaba de niño no es lo que tengo hoy en día, pero que aún así me hace bien.
—No podría saberlo —negó, con una sonrisa incipiente bailoteando en sus labios. La mirada penetrante de Koko siempre le sacaba el aliento, aquellos ojos tan oscuros y que, en un contraste entero con los suyos, eran indescifrables, enigmáticos e insidiosos. Adivinar lo que sentía cada día y en cada momento era un misterio que ni las más escabrosas dilucidaciones de Poe podrían develar. Comenzó a intercalar su mirada entre los ojos de su pareja y sus labios—. Yo siempre te he querido a ti.
—Siempre has tenido un gusto de mierda.
—No me cabe duda.
En aquel momento se rieron y se olvidaron del drama que acababan de montar. Se rieron y se apretaron en un abrazo, afirmando lo mucho que se querían. Koko deseó poder desarrollar una mejora como pareja, e Inupi deseó conseguir creerle enteramente que no vivía bajo la sombra de su hermana.
Cuando se acabaron las risas, Koko deseó que su pareja dejase de depositar tantas esperanzas en él, e Inupi deseó que la vida jamás les ofreciese dos caminos, puesto que poseía la certeza de que Koko tomaría el opuesto.
Sin embargo, no se soltaron. Se aferraron al otro con la tranquilidad de que había una noche más que les vería juntos. Kokonoi, ni lento ni perezoso, ladeó su cabeza como en un principio y metió su rodilla entre las piernas de Inui.
—¿Podemos continuar donde quedamos antes? —se le insinuó abiertamente.
Inupi abrió los ojos, ligeramente ofendido.
—Ya te lo dije —negó con la cabeza—. No jugaremos al Monopoly.
—Entonces, ¡al póker!
—Menos.
—¿Al póker desnudo?
—El mazo de cartas está en el cajón de mi escritorio.
Me da mucha gracia que Inui sea mayor que Taiju, y que los Kawata sean mayores que Inui.
En mi mente, tengo las parejas asociadas a diferentes artistas que escucho mientras escribo.
Mis ganas de representar el kokoinu con el último disco de Miley Cyrus >>>todo.
O con TayTay, pero ella ya me representa a otra. Kokonoi es el Jake Gyllenhaal de Inupi, pero no importa.
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