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15. ¿Sigue saliendo con Seishu Inui?

Forgetting all I'm lacking
Completely incomplete
I'll take your invitation
You take all of me now

Mitsuya empujó el gran portón de madera, oyendo el crujir del mismo y sintiendo la intensidad de las luces de la iglesia darle de lleno en el rostro. El eco de sus pasos y del peso de la puerta retornando a su lugar por su propio peso le sobrecogieron. Se frotó los brazos al percatarse de que la iglesia estaba más fría que la vereda, y recordó por qué nunca volvió a pisar ninguna. Hacía un tiempo desde que la misa había terminado, y lo sabía porque ya no había ni siquiera un monaguillo rondando el lugar. Sin embargo, había una sola persona orando en un solemne silencio frente al altar, al final del pasillo en el que estaba parado, justo en el medio de las dos filas de bancas alineadas. A sabiendas de que su presencia ya había sido percibida por el delator sonido de la puerta y la confluencia de los ecos, se recostó sobre el portón, a la expectativa.

Mientras escrutaba la arquitectura de aquella iglesia con sus detalles dorados, comenzó a sentir escalofríos recorrerle la piel y enfatizarse en sus piernas, y no pudo discernir si era por el frío, por los nervios, o por la ansiedad. A pesar de que deseaba creer que se trataba de las tres simultáneamente, al detener su mirada en la espalda de la persona que rezaba cabizbaja, su nerviosismo se incrementaba con locura y opacaba todo lo demás. Al notar la familiaridad de aquellos colores, de aquel mismo vitral que se alzaba detrás del sagrario, lejos de recordar la navidad anterior, las remembranzas que llegaban a él eran de la última vez que la visitó meses después, y lo contento que estaba.

Cuando oyó el amén por el que tanto había aguardado, le atacó el desasosiego dentro de sí, un destemple sin precedentes, inhábil de reconocer si estaba verdaderamente preparado para aquello, comenzando, dubitativo, a replantearse su decisión. Sin embargo, los pasos posteriores a las plegarias no condujeron hacia Mitsuya, sino que se perdieron entre los inmaculados colores de las bancas para detenerse en una de las del fondo y ser reemplazados por el sonido de un cuerpo sentándose.

Pasaron unos segundos de puro silencio en los que Mitsuya sentía que su respiración estaba siendo demasiado intrusiva, que le regañarían por alborotador, por tajar el silencio de velorio que ni siquiera los vendavales interrumpían. No obstante, en cuanto estuvo a punto de sentirse agobiado, oyó aquella voz que podía ponerle de rodillas con solo decir su nombre.

—Takashi —soltó, con lentitud, como si hubiese practicado decirlo una y otra vez, cual estudiante en capilla. Pese a haber ignorado a Mitsuya al sentarse, sus plegarias se habían interrumpido de sopetón al sentir su aroma hacer acto de presencia detrás de él. Aunque más de diez metros les habían estado separando en ese entonces, podía reconocer su olor con una dolorosa claridad. Podría reconocer su aroma desde una distancia muchísimo mayor, incluso, mas las pesadas estructuras de la iglesia le resguardaban del exterior.

—Taiju —dijo en respuesta, liberando sus inseguridades en el eco que le secundó.

Respiró profusamente como si le acabasen de otorgar permiso para ello y sintió la relajación colarse en él de a poco. Dio los primeros pasos desde que se había recostado en el portón y encabezó su caminata parsimoniosa hacia la banca en la que se encontraba quien sería su acompañante aquella noche. Mirando al frente, hacia el crucifijo que se ostentaba frente al vitral, se sentó a su lado. Deseaba verle la cara, mas respetaba las costumbres religiosas de Taiju, y si él aún necesitaba orar en silencio a su lado y venerar con la mirada, no le forzaría a que posara sus ojos en él.

—Has vuelto a fumar —aseveró Mitsuya con calma en cuanto el aroma de las feromonas de aquel alfa penetró su nariz, agriándola con el remanente olor del tabaco.

No importaba cuánto tiempo pasase, el aroma de Taiju siempre lograba calmarle, y le deleitaba por más que se añejara progresivamente por el paso, no solo de los meses, sino de los vicios.

—Fue cuando me dejaste —se excusó, con los ojos clavados en el frente. Su voz sonaba calma—. ¿Qué pretendías que hiciera? Eras tú quien me escondía los paquetes y me sermoneaba.

—Me haces sentir como una madre diciendo eso —le respondió con solemnidad.

—Eres un omega muy maternal —le respondió—. Siempre creí que era una lástima que no desearas hijos —le confesó—. Pero si no serán míos ya no es un conflicto que me involucre a mí.

—Mi voluntad al respecto sigue siendo la misma —declaró, negando con la cabeza.

—Si tienes hijos con él, ¿qué les dirás? —le cuestionó—. ¿Tu tío la tiene más grande? ¿Tu tío me hacía ver las estrellas?

—¿Por qué le diría algo así a cualquier niño?

—Tú sabes que yo no tengo idea de cómo tratar con niños.

—Lo sé bien.

Se mantuvieron en un silencio en el que cada uno se concentró en sus propias manos, en el ambiente, en sus piernas. Había demasiadas cosas para decir, mas ninguno sabía por dónde empezar.

—¿A qué viniste? —le preguntó—. La última vez que me acompañaste a la misa del domingo te dormiste y baboseaste todo el hombro de mi camisa. Así que a misa, dudo.

—Lo intenté, y lo sabes.

—Claro que lo sé —asintió—. Pero ni siquiera pude arrodillarme cuando fue el momento porque te ibas a caer.

—Lo recuerdo, me lo recriminaste toda la tarde.

—Hasta que lo remediaste arrodillándote tú por la noche —la vulgaridad le salió con tanta naturalidad que pareció salir de la boca de un mismísimo hereje.

—¿Así hablas en la casa del Señor? —le respondió con sorna.

—Poco faltó para que lo hiciéramos en la casa del Señor en otra ocasión.

—Tienes razón —admitió—, pero yo no soy religioso.

—¿Estás seguro? —le cuestionó con una sonrisa socarrona, volteándose a verle por vez primera. Sus ojos felinos resplandecían bajo el centenar de lámparas y le gritaban que le había extrañado—. Si eres un maldito ángel.

Mitsuya no pudo evitar devolverle una sonrisa cargada de afecto, sintiendo la calidez en su pecho en medio de aquella iglesia que le helaba la piel.

—¿Así ligas ahora? —le cuestionó, agraciado, bajando la mirada.

—Inocente de ti creer que he intentado ligar estos últimos meses.

—Si esa es tu manera de sonsacarme información, yo tampoco he estado con nadie en este tiempo —respondió Mitsuya.

—¿Ni con él? —preguntó con una curiosidad matizada con dolor, devolviendo su mirada al frente. Sabía que Mitsuya había aprendido en poco tiempo a leerle con la mayor de las facilidades, por lo que si le miraba en aquel momento no le enseñaría más que una penosa vulnerabilidad—. Quiero decir, me dejaste por él, ¿no? Así que supuse que algún día le darías alguna oportunidad. Te admiro.

Había olvidado que Taiju nunca mencionaba el nombre de Hakkai.

—Es por eso que he venido.

—No quiero oírlo —le cortó de repente, indicándole con la mano, como si acabase de percatarse de que carecía aún de la fuerza suficiente como para soportar eso.

Mitsuya no podía evitar adorar las manazas de Taiju; más allá de ser absurdamente enormes, eran una fuente de recuerdos para él. La navidad anterior, las veces que habían disfrutado del cuerpo del otro, las veces en las que Taiju ocultaba su rostro para que no notase su tristeza.

—Ya lo sabe —dijo de una vez.

—¿Lo sabe? —le preguntó con sorpresa; no obstante, no se giró hacia él—. Apuesto a que lloró como un bebé.

—Así es —suspiró.

—¿Lo sabe todo?

—Así es...

—¿Sabe que la primera vez que fumaste fue conmigo?

—Y la última —añadió Mitsuya—. No lo sabe.

—¿Sabe él que te gustaba delinearme los tatuajes con los dedos, o de la veces que nos dormimos en el sofá?

—No —negó, acongojado—. Deja de enredarme en los recuerdos, Taiju. Haces esto más difícil para mí.

—Discúlpame —le respondió—, es lo único que me queda.

Desconocía si era por la navidad, por la nostalgia del reencuentro o por la tristeza de la pérdida y la lejanía, mas Taiju tenía una actitud más sentimental de lo usual. Si bien Mitsuya era la única persona a la que le había abierto su corazón para mostrarle sus arrepentimientos y sus penas, no lo hacía a menudo, y ciertamente no solía mostrarse tan dulce y afectivo con él. Todo en su presencia traslucía que le extrañaba. A Mitsuya se le apretaron las tripas y largó un suspiro.

—¿Me acompañas afuera? —le preguntó Taiju.

Mitsuya asintió y se levantaron con parsimonia. Salieron uno detrás del otro por una puerta lateral y lo primero que sintieron fue el gélido viento de invierno golpearles en el rostro con fiereza.

—La razón por la que he vuelto a fumar al final del día eres tú, lo sabes —le dijo, resguardándose en su abrigo cual tortuga en su caparazón.

—Lo sé.

—No eres alguien fácil de superar, Takashi —admitió, sacando la cigarrera que guardaba en un bolsillo interno de su saco—. Me enseñaste a quererte, pero nunca me preparaste para dejarte atrás pese a que era la crónica de una muerte anunciada. Eso es una mierda.

—Yo tampoco la he pasado de lujo estos meses —objetó, reteniendo el aire en su pecho.

—Pero lo lograste —le dijo—. Lograste dejarme atrás. ¿Verdad?

Tuve que hacerlo —largó el suspiro con voz queda.

—Ya veo —asintió, comprendiendo perfectamente su sentir. 

—Sabes, Koko sabe lo que pasó entre nosotros —le dijo Mitsuya, desviando su atención antes de que cayesen en un silencio comprometedor—. ¿Tú le guardas rencores?

—¿Kokonoi? —le preguntó—. No, no le guardaría rencor a un pobre diablo —negó con la cabeza mientras guardaba la cigarrera en su chaleco—. Hay más posibilidades de que yo te supere a ti antes de que él supere su pasado.

—Quizás.

—¿Acaso sigue saliendo con Seishu Inui?

Mitsuya asintió, y Taiju le dirigió una mirada de esas de ya te lo digo yo, sonriendo de medio lado, altanero.

—Y mira que yo tengo un pasado del cuál no estoy orgulloso —rio con amargura, golpeteando la punta del cigarrillo mientras dejaba que el humo se perdiese frente a él.

—Has pedido perdón a tu manera y excomulgaste a la violencia de tu vida —le dijo, posando su mano derecha con delicadeza sobre el antebrazo ajeno. Ciertamente, ninguno de los dos necesitaba recordarse mutuamente que lo que había sucedido en esa familia fue completamente errado, y menos cuando Mitsuya se lo había dicho tantas veces en el pasado—. Ya no tienes que condenarte por el pasado de esta manera; de nada te sirve, ni a ti ni a ellos. Lo que ha pasado ahí es algo que los tres deben dejar atrás, con tiempo y ayuda.

—Hay más cosas de las cuáles me arrepiento —le dijo, desviando el tema y procurándose serenidad bajo el tacto de Mitsuya que le estremecía tanto como antes, incluso más debido al tiempo que habían estado distanciados—. Como de no haberte marcado cuando me lo pediste.

—Estaba en celo cuando te lo pedí —alegó con solemnidad.

—Por eso no lo hice —respondió, calmo—. ¿Te arrepientes de habérmelo pedido?

—No, ni me arrepiento ni me retracto de haberlo hecho, porque en su momento lo deseé —confesó—. Pero me alivia que no haya sucedido. El aprieto habría sido peor.

—¿Aprieto? —le cuestionó, herido—. Seguiríamos juntos.

—Sí, seguramente —asintió—, pero yo habría perdido a Hakkai sin duda alguna.

—Y eso es inadmisible, ¿eh? —ironizó, dándole una calada a su cigarrillo.

—Así es —admitió Mitsuya, meneando la cabeza.

—De cualquier forma, podíamos haberlo hecho y podía responsabilizarme yo al respecto —le propuso irónico, entre risitas congeladas, dándole otra calada a su cigarrillo—. Ya sabes, como soy el hijo de puta, si me echas la culpa él no se sorprendería. ¿Taiju, marcando a un omega sin su consentimiento? Qué novedad.

No digas eso —le respondió, quebrantado—. Tú no eres eso.

—Sí, bueno, nunca he hecho nada de eso, y sé que dirás "has cambiado, no te acuses de esa manera" —imitó en su alegato, dejando que su mirada se perdiese en la nieve que caía frente a ellos con una delicadeza de la que él carecía—. Tú no me has cambiado una mierda. Yo estoy cambiando porque he tocado fondo. Y he sido yo quien ha querido aprender de lo que tú me mostraste.

—Lo sé —le sonrió—. Una persona no cambia a no ser que lo desee ella misma.

—Así es —asintió—. Yo quise... quise aprender de ti y adaptarme a ello, para que no te alejaras de mí. Para no espantarte como a mi propia familia —soltó con el corazón en la garganta—. Porque tú creíste en mi puta redención cuando ni siquiera yo lo hacía. Aunque el cambio surgió de mi propia voluntad, no fue para mí; quise hacerlo por ti, para ser un tipo digno de pararse a tu lado —le dijo, mirándole de soslayo. Suspiró y acotó bajo la mirada estupefacta de Mitsuya—. Qué miserable, ¿eh? Esto de que me hayas hecho abrir mis sentimientos es un asco.

Mitsuya frunció los labios y bajó la mirada apenada. Posó su mano en su pecho y sintió que la ventisca se había puesto más agresiva sobre su piel.

—¿Y cómo están tus...? —arrojó Taiju; mitad por curiosidad, mitad intento de salvar la conversación—. Tus... bueno, ya sabes.

—¿Mis hermanas? —completó, rezando por olvidar lo que acababa de oír—. Están bien. Han preguntado por ti muchas veces.

—¿Sí? —preguntó, disimulando una pequeña ilusión en sus ojos, incapaz de mirarle.

—Pues sí, ya no tienen a quién hacerle peinados —se le burló, largando unas risitas por primera vez en ese rato en el que la incomodidad se situó en su pecho.

—Esas enanas me han arrancado unos cuántos cabellos —respondió—. Les he tenido paciencia porque son como tú, pero en miniatura. Quiero decir, aborrezco a los niños, pero ellas son una parte de ti, sabes, y eso... y yo no puedo odiarte a ti. Me entiendes.

—Me imaginé —volvió a reír con delicadeza—. Yo siempre te entiendo, Taiju.

—¿Y qué les has dicho?

—¿De qué? —dudó al preguntar.

—Cuando te preguntan por mí, ¿qué les dices?

—Nunca les respondo —confesó Mitsuya luego de unos segundos de silencio—. Nunca compartí mi tristeza con nadie. Me limito a sonreírles.

—Tú no has hecho nada malo —le dijo al abrumarse por la culpa que expresaba Mitsuya en su voz, atreviéndose a apoyar su mano sobre la ajena que le sostenía el antebrazo, brindándole todo el apoyo que podía darle, incluso si caía él en el camino—. Tu único error fue creer que podías ayudar a ambos lados: al hijo de puta y al que ha sufrido. Nunca debiste acercarte a mí. Yo lo sabía, y aún así te lo permití.

—Tú has obrado muy mal, lo sé, y ha sido terrible para los tres, particularmente para ellos dos —coincidió—. Pero no has hecho un daño irreversible. Ellos sanarán; tienen amigos que los adoran, se tienen el uno al otro y ellos mismos fueron quienes lograron acabar con esa hórrida situación. Han perdido una infancia y a un hermano, pero les queda una vida para sanar y ser felices, y yo confío en que será así, y quiero estar ahí para ellos —le dijo—. No estoy desvalorizando su sufrimiento en absoluto; al contrario, jamás lo haría, puesto que sé lo que han sufrido, pero sé asimismo que lograrán dejarlo atrás. Sin embargo, comprendes lo que quiero decir.

—Yo tampoco he tenido una infancia como tal ni he tenido tiempo de ser un niño —respondió, con la mirada perdida y la voz tomada por remordimientos y rencores sin remitente—. Así que no puedo saber qué es lo que les he arrebatado. Pero es algo que siempre deseé tener, así que puedo comprender ahora lo grave que fue. En cierta manera, siempre supe que lo que hacía estaba mal, por supuesto, pero no es como si hubiese tenido unos padres que me frenasen y me diesen una buena y merecida patada en el culo para rectificarme. Fue la única solución que encontré a los siete u ocho años para manejar la situación —suspiró. Mantuvo una postura silenciosa durante unos segundos en los que su cigarrillo se fue deshaciendo—. En la escuela todo el mundo me obedecía porque me temía, y me trataban como a un rey porque nadie pretendía ser mi enemigo por mi enormidad y mi fuerza. Supuse, entonces, que la única manera de mantener las cosas bajo control era a través del miedo y la fuerza bruta, y el odio por la pérdida de mi madre solo lo fomentó aún más, pero esto ya lo hemos hablado tú y yo, de alguna manera u otra. Así el asunto acabó por írseme de las manos y convertirme en un bastardo. No justifica lo que he hecho ni pretendo victimizarme como un cobarde que no asume la responsabilidad, pero así de mierda fueron las cosas.

—No lo justifica, pero eras tan pequeño —se lamentó, compungido—. Era lógico que ciertas cosas te llevasen a tan errados pensamientos. Es por eso que, aunque has cometido atrocidades, al final del día los tres son unas víctimas. Ellos por sobre todas las cosas, claramente, que no tenían culpa alguna de que tú no supieses manejar la situación.

—Así es —suspiró, dándole una profunda calada a su cigarrillo—. Si te hubiese conocido cuando niño, quizás hubieses evitado esto. Tú eres un buen hermano mayor, y tampoco has tenido una infancia plena. Quedarse en casa a cumplir con labores que no le corresponden en lugar de salir a jugar no es bueno para ningún niño —dijo—. Si bien tú no tuviste que soportar la muerte de una madre, tú tampoco has tenido la vivencia de tener una como tal. Y aún así, tú no tomaste las riendas de la misma manera en que yo lo hice. Ojalá te hubiese conocido muchísimo tiempo antes, por un millón de razones.

—Si nos hubiésemos conocido cuando niños, me habrías molido a golpes igual —le respondió entre risas—, pero eso también lo hemos hablado ya.

—Muy posiblemente —continuó, golpeteando el cigarrillo para que cayesen las cenizas—. Pero tú no me habrías dejado solo, porque ese es el tipo de persona que eres tú. Le habrías salvado a él sin siquiera conocerle.

—Quizás, pero de nada sirve seguir lamentándose —contestó—. Hay que seguir adelante, por más difícil que sea y por más ayuda que puedan necesitar. Lo que quiero aclararte es... que yo no me arrepiento de haberme acercado a ti, y que yo creo que nadie que esté auténticamente arrepentido merece que le den la espalda. Comprendo que Hakkai no pueda perdonarte si es así, y está en todo su derecho, pero yo sí podía brindarte mi compañía.

La noche de repente se enmudeció por un instante, uno cómodo, necesario y ambiguo.

Gracias —murmuró—, Takashi.

Aquello había sido enorme. Ellos nunca se habían dicho que se querían, ni lo mucho que se habían enamorado del otro en su momento. Jamás se habían agradecido. Sus sentimientos habían sido implícitos en todo momento; ninguno dudaba de que era correspondido, mas ninguno poseía certeza alguna tampoco. Ni siquiera cuando se despidieron.

En medio del silencio que sucedió a aquel momento intenso, sonaron las campanadas de la medianoche, y se oyó el alboroto de algunos jóvenes y parejas que pasaban por ahí, saludándose por ser veinticinco de diciembre.

—Mira, si ya es medianoche —señaló Mitsuya, aún tomándole del brazo—. Feliz navidad, Taiju.

El aludido retuvo el aliento ante aquello y giró su rostro hacia él en medio de las pequeñas y pasajeras algarabías.

Feliz navidad, Takashi.

Se miraron el uno al otro en un silencio que contrarrestaba las alegrías ajenas a ellos, y supieron que aquellos momentos felices les quedaban lejos. Taiju cesó el contacto de sus ojos que se romperían a ese paso, y retiró su mano para alejarse de Mitsuya.

—En su momento no lo noté —reconoció, sintiendo el cigarrillo moribundo bailar en sus temblorosos dedos. Sus labios tiritaban y camuflaban su dolor con la fría ventisca—, pero con cada día que sucede me he dado cuenta de que te amé todo este tiempo. Incluso ahora, y seguramente mañana también.

Mitsuya valoró inmensamente que no le insinuase que volviesen a darse una oportunidad ni que le presionase de manera alguna, puesto que eso significaba que respetaba su voluntad y asimismo demostraba un interés de su parte por Hakkai, debido a que poseía la certeza absoluta de que si no se hubiese tratado de él, Taiju le hubiese buscado una vez más. Era lo mínimo que, a su parecer, le debía a su hermano.

—Taiju —sonrió con el mayor de los afectos; no se trataba precisamente de que le llenara de plenitud el hecho de oír esas palabras que en su momento deseó profundamente, sino de que Taiju tuviese el valor de decírselo. Lo que le estallaba de felicidad era el verle siendo la persona que siempre quiso ver en él, puesto que el amor, para él, se trataba de un crecimiento y aprendizaje mutuo y constante, y lo que presenciaba en aquel momento era la prueba de ello, el fruto de haberle querido tanto—. Nunca necesité oírlo para saberlo. Yo...

—¡Y yo también le amo! —exclamó Hakkai, llegando a trote a la escena, como el héroe de turno de la conveniencia.

—Pero mira nada más, si ha llegado el cobarde llorón —dijo Taiju, sonriendo desazonado y cabreado de que su tiempo con Mitsuya hubiese acabado tan prontamente. Arrojó su cigarrillo y lo apagó con la punta del mocasín.

Para su sorpresa, no había llegado únicamente él, sino su propia hermana. Se miraron por un instante fugaz antes de que Taiju desviara la mirada para observar a Mitsuya en busca de apoyo moral, mas en las miradas que intercambió con su hermana no había más que un desconocimiento del uno del otro, y pena. Yuzuha, lejos de estar indignada por la situación de aquellos tres, se sentía apabullada; incapaz de entrometerse, le partió el alma que sus hermanos tan queridos se reencontrasen en semejante situación. Ella había estado al tanto de lo que había pasado entre su hermano mayor y Mitsuya mientras duró, mas no intervino de ninguna manera porque sabía que aquello no le correspondía; sus sentimientos batallaron incansablemente, entristeciéndose por el dolor que sentiría Hakkai, y alegrándose por Taiju, porque conocía muy bien a Mitsuya, y sabía que era el tipo de persona que necesitaba en su vida. No le dio el corazón para decidir entre ambos, cuando era un asunto que no le involucraba a ella.  A su vez, no podía seguir protegiendo a Hakkai como si siguiese siendo el niño de sus ojos; debía soltarle la mano de una vez. Ella juntó sus manos y permaneció al margen. 

Cuando Taiju dio una vista panorámica reconoció a varios miembros de Touman arribando al lugar, mas quedándose a muchos metros de donde estaban ellos, como si, verdaderamente, hubiesen ido solo a observar, o a cuidar que no fuesen a repartirse golpes. El lado bueno de aquella vergüenza, supuso, era que no podían oír nada desde ahí. 

—¿Quién diría que volveríamos a estar los cuatro juntos aquí exactamente un año después? —soltó Mitsuya junto con un par de risillas nerviosas—. Mira, que faltan Chifuyu y Takemichi. ¿Quieren llamar a Koko e Inupi? Le diré que traigan el fierro...

—¿No te ha bastado con arruinar todo para mí? —le escupió Hakkai a Taiju—. ¿Tenías que meterte aquí también, sabiendo lo importante que era?

—Deja de lloriquear —le tajó—, que él y yo ya no estamos juntos. Lo único que te diré es que espero no enterarme de que le estás haciendo daño, con esa manipulación emocional de primera que te estás tirando; no puedes mentir frente a un mentiroso.

—Yo no soy un manipulador como tú, y si lo fuera, ¿qué? —le escupió, empecinado en demostrarle a Mitsuya que Taiju nunca cambiaría—. ¿Qué piensas hacer al respecto?

—Romperé el maldito silencio que estoy manteniendo por ti y por él.

—¿Qué silencio? —le increpó—. ¿Que puedo tener a Taka-chan porque me lo cedes, dices? Nadie te ha pedido que hagas una mierda por mí, y tampoco necesito tus favores.

—Por supuesto que sí me estoy haciendo a un lado —le gruñó, cerrando los puños.

—¡Basta! —exclamó Mitsuya, interponiéndose cual colegiala que intenta separar a los burros del aula. La desesperación producto de no tener ni la más pálida idea de cómo proceder comenzaba a hacer estragos en él.

Draken, ¡tenías un solo puto trabajo!

Si tan solo supiese que Mikey era equipo Hakkai dentro de aquel trío, y que había sido él quién le había vendido. Más que haberle ayudado, había hecho un daño.

—¡Peleemos! —exclamó Hakkai, ignorando brutalmente a Mitsuya. Aquel asunto era uno de honor.

Sabía, con la cabeza en frío, que jamás vencería a Taiju en un combate, mas en aquel momento irradiaba ira y decepción. A su vez, aquel asunto estaba dejando a Mitsuya de lado cada vez más; no deseaba hacerlo por él como prioridad, sino por sí mismo, empeñado en recuperar un poco de su amor propio como alfa. Incluso aunque le reventasen, el hecho de que fuese capaz de hacerle frente a Taiju, le parecía demostrarse a sí mismo una valía mayor que la que había sentido en todos esos últimos días. 

Increíblemente para todos, mientras Yuzuha y Mitsuya se sobresaltaron en su lugar, Taiju elevó una ceja como si acabase de oír el mejor chiste del año, perplejo y burlón, no obstante frío.

—Olvídalo. No voy a pelear por un omega que no desea ser mío —le respondió a regañadientes. Que aceptase la situación y respetase la voluntad de Mitsuya con calma no significaba que le gustase ni un poco la idea.

Cuando volteó para irse, Hakkai se desplazó para interponerse en el camino.

—Apártate —le espetó con una voz de ultratumba—. No tengo ni el menor interés en levantarte la mano de nuevo.

—Oblígame.

—No creo que quieras volver a pasar otra navidad curando heridas ni desmayado —amenazó, acercándose a él para intimidarle, pero Hakkai no movió ni un pie.

—¿Me golpearás? —le incitó—. ¿Le harás a Taka-chan lo que le hiciste en la última navidad?

—Eso no es lo único que le he hecho a Takashi, si me entiendes —soltó, impúdico. Al oír un ¡oye! por parte de Mitsuya se volteó hacia él con una sonrisa sutil y unos ojos socarrones—. Lo siento, me ha salido del alma.

—¿Cómo te atreves a hablar así de él? —siseó, chocando los dientes. Por su parte, Yuzuha seguía en silencio, asombrada de que su hermano mayor le había pedido disculpas a Mitsuya por algo tan mínimo—. ¡Peleemos!

—Si peleamos te acabaré en cinco segundos —respondió a la confrontación con desinterés—. De verdad no quiero golpearte —acotó con un suspiro exhausto, dejando que su franqueza tomase la delantera. Tomó aire en un acopio animalesco de paciencia y se masajeó la frente—, pero menos aún quiero que Takashi se sienta mal al respecto.

Hakkai se quedó estático en el lugar. Yuzuha bajó la mirada y Mitsuya se estremeció.

—¿Cómo dices?

—Si quieres, golpéame hasta sentirte mejor; no es como si me diese miedo, en absoluto —le propuso. Sus ojos eran firmes y su mirada, imperiosa; a Hakkai le costaba creer el retrato de su hermano que le había descripto Mitsuya, siendo que en aquel momento lo veía fuerte como siempre. O nunca cambió, o Mitsuya verdaderamente le ayudó a volver a ser la mejor versión de sí mismo.

—¡Taiju! —exclamó Mitsuya, pretendiendo interceder.

—Tranquilízate —apaciguó, frenándole con la mano frente a él—. No tengo ganas de dejarme golpear por un mocoso, pero si eso soluciona las cosas momentáneamente para él, que lo haga —le explicó. Se giró hacia Hakkai con la barbilla hacia arriba—. Si le dan los huevos.

A pesar de la clarísima invitación y provocación, Hakkai observó el panorama: su hermana estaba al borde del llanto en un rincón y Mitsuya sin querer mirar. Aquello fue suficiente para percatarse de que estaba perdiendo la cabeza él solo y por nada; Mitsuya no parecía haber hecho nada de lo que Mikey le había insinuado con cizaña, y aunque lo hubiese hecho, reconoció que no le correspondía reclamarle nada; aquello le había llevado a enfocarse en su hermano, y el resentimiento acumulado que cargaba con él solo se desató con ferocidad al verle junto a Mitsuya; asociando a su hermano con la fuente de sus desgracias, no podía verlo más que como un culpable en aquel momento. Avergonzado de sí mismo y sintiéndose empequeñecido una vez más por la situación, bajó la cabeza y caminó hasta pararse junto a Yuzuha, quien mantuvo su vista clavada en Taiju y Mitsuya.

—Supongo que este es el adiós —sentenció Taiju, embelesándose ante la imagen inmaculada de Mitsuya bajo la nieve y recordando por qué era su ángel. Ignoró la presencia de los espectadores, inmutable, y continuó—. Espero que no volvamos a cruzarnos, porque ahí no te dejaré ir. Esta es la segunda prueba que el Señor me pone para demostrarle mi fortaleza, pero una tercera ya es demasiado para cualquier humano, Takashi.

—Lo sé, Taiju.

—Muy bien —le sonrió amargamente, comenzando a alejarse—. Llámame cuando rompas con Hakkai. Dejaré todo y vendré a buscarte.

—¡No esperes que eso pase pronto! —exclamó Hakkai entre pataletas mientras veía la espalda de su hermano alejarse.

—Aquel circo que ha montado Hakkai me dado demasiada vergüenza ajena —dijo Mikey en un suspiro.

—No te voy a mentir —respondió Draken de la misma forma—. A mí igual. Si Mitsuya había ido a hurtadillas fue para evitar ese teatro. Además, claro, para evitar que se cruzasen. Y si te ha dado vergüenza, debería ser propia, porque esto lo ocasionaste tú y tu cizaña.

—Oye, en el momento en que vi a Mitsuya montar su motocicleta, supe que iría a la iglesia —le respondió—. Quiero decir: medianoche, navidad. Es el mismo momento de la batalla con los Black Dragons. Supe, entonces, quién se había acostado con Mitsuya —le dijo—. Necesitaba que alguien lo confirmase, solo para cerciorarme, y ¿quién mejor que Hakkai para ello? Además, de paso se enteraría de algo que fomentaría su interés; cuanto antes descubra quién es Mitsuya, mejor para él. Todos ganamos.

Draken le otorgó una mirada de decepción.

—Ya sabía yo que no lo hacías por Hakkai —le dijo.

—No era mi prioridad —confesó—, pero no es mentira que yo le apoyo a él, y no a Mitsuya. Y sigo queriendo que estén juntos, tampoco fue una mentira. 

—Lo sé.

—De cualquier forma —comentó para alivianar el ambiente entre ambos mientras veía el espectáculo—, ¿acabamos de presenciar un... triángulo amoroso?

—Creo que no —murmuró Draken, agachándose hacia él mas sin desviar la mirada de la iglesia—. Para ser un triángulo tiene que haber alguien que esté indeciso entre dos ¿no?

—Y, en teoría, a Mitsuya le gusta Hakkai, ¿no? —cuestionó Mikey—. No él.

—Pues, sí —respondió Draken con una convicción fluctuante—. Me dijo que que debía hablar con Taiju para cerrar el ciclo; si le soltaba una vez más era porque lo había superado.

—Bueno, suena razonable.

—Sí, lo es —respondió—. Si es que le sirvió de algo; espero que no haya recibido el efecto opuesto.

—Eso solo puede saberlo él —contestó Mikey, pensativo—. A pesar de todo, yo creo que le ha servido. Le ha dejado ir una vez más, y eso no es sencillo.

—Así es.

—De cualquier forma —razonó Mikey—, no me sorprende que vea a Hakkai como un niño luego de salir con semejante macho alfa purasangre.

—Gracias por la información, Mikey —gruñó Draken.

No obstante, a Draken se le achicó el alma en el momento en el que Mana y Luna comenzaron a tirar hacia adelante como si deseasen zafarse de su agarre, estirándole los brazos como si quisiesen salir disparadas hacia los Shiba y hacer notar su presencia, susurrándose la una a la otra.

"Míralo, ¡allá va!"

"Ya se va".

"Creo que no nos vio".

"No debe vernos desde tan alto, Mana".

—¿Quién es ese tipo? —curioseó Baji, sosteniendo a Chifuyu de la mano, parados junto con el resto de sus amigos a varios metros de a la iglesia. 

—Es el hermano de Hakkai —le explicó Chifuyu.

—¡No me jodas! ¿Él era el misterioso ligue de Mitsuya, entonces? —exclamó boquiabierto—. Asumo por esa novela que están montando allá.

—Tal parece —contestó, como quien dice "¿qué diablos he de saber yo?".

—¿Cómo demonios puede Mitsuya caminar luego de eso?

¡Baji-san!

—Y ¿por qué todos lo conocen a excepción de mí? —le preguntó con cara de pocos amigos.

—Fue una triste navidad sin ti, Baji-san —le respondió Chifuyu, atreviéndose a acariciarle el cabello con dulzura.

—¿Y dónde estaba yo? —le cuestionó, tratando de recordar él mismo lo que había hecho en su navidad, apoyando su cabeza en el hombro del otro mientras le tomaba de la cintura.

—Estudiando en tu casa porque eres un zoquete en la escuela y casi pierdes el año.

El regaño había partido de sus labios con más velocidad que con la que podía refrenarlo. No le gustaba expresarse así cuando se trataba de Baji, pero le cabreaba de sobremanera que fuese tan desastroso en los estudios. Debían graduarse juntos.

—¿Qué te has creído para hablarme así, Chifuyu? —le increpó, levantando su cabeza para mirarle ligeramente cabreado aunque sabía que tenía razón. Arrastró su mano unos centímetros arriba sobre el cuerpo ajeno y clavó sus dedos en las costillas. Chifuyu comenzó a reír descontroladamente y Baji no le soltó.

Las carcajadas de Koko eran estruendosas.

—No puedo creer que hayas tenido razón —maldijo Inupi, sacando su billetera.

—Cállate y paga, cariño —pronunció entre risotadas, extendiendo su mano hacia él.

—Es que sabes que la culpa es mía, por apostar contigo sabiendo que eres un tramposo.

—Yo no soy ningún tramposo —alegó—. Lo mío no fue más que una deducción maestra. ¿Tú crees que alguien me vino con el chisme, o tan tonto eres para creer que Taiju vino y me contó como si fuese su confidente?

—Si no fue así, entonces ¿cómo tenías tanta certeza de que Taiju y Mitsuya tuvieron algo?

—Porque las caritas más angelicales y las actitudes más santurronas son las que más ocultan —contestó con indiferencia—. Supuse que algún secreto cochino debía tener este Mitsuya. Cada vez que salía a flote algún tema de la sexualidad y el amor, su mirada escapaba y se ahogaba con su vaso de agua; particularmente los últimos meses.

—El que poco explica es porque es mucho lo que esconde —recitó.

—Exacto. Y bueno, para serte honesto, vi a Taiju en una ocasión hace un par de meses; creo recordar que fue en el centro de Shibuya. No le saludé, y puedo asegurarte que él ni siquiera me vio —comentó—. Lo noté más amargo de lo normal, con carita de circunstancia. Era la cara de un corazoncito roto; ya sabes, ese tipo de estupideces —dijo entre burlas, despreciando aquello con sus manos y un gesto nauseabundo.

—Eso no es suficiente para asegurar nada.

—Por supuesto que no —coincidió—. Un buen hombre de negocios enaltece sus instintos también. ¿No lo sabías?

—Más que instinto, es una brujería que te has echado —le siseó, echándole los billetes en la mano previo a cruzarse de brazos.

—Bien hecho, Inupi, ha sido un placer apostar contigo.

—Tú de verdad lo has cambiado, eh.

—Yo no lo cambié. Él cambió solo y porque quería —respondió con calma, negando con la cabeza y rememorando las palabras de antes—. Yo solo estuve ahí para él y le ayudé en parte de su camino. La gente no cambia por otros, cambia por sí misma. El amor no cambia radicalmente a quienes aman, pero ayuda a sanar algunas heridas y a crecer como persona.

—Sí, pero eso solo sucede cuando hay alguien lo suficientemente importante para que deseen quererse a sí mismos y cambiar —murmuró, bajando la mirada—. Seguramente, ese eres tú. Habrá querido cambiar para no perderte, habrá deseado ser alguien mejor para ti.

—Sí y no. El amor romántico no es el único capaz de motivar a alguien —alegó—. Cuando yo lo encontré el verano pasado, ya no era el mismo Taiju del enfrentamiento de navidad. Y ese cambio no fue por amarme a mí, sino por el arrepentimiento de sus propios actos. Los sentimientos por una familia también influyen, aunque no le creas ni a él ni a mí. 

—Supongo —musitó, bajando la mirada.

Yuzuha miró a su hermano y comprendió que debía irse, por lo que echó a andar para ir con la pandilla de mirones. 

—Así que tú aún lo quieres —dejó salir Hakkai con un hilo de voz una vez que estuvieron solos.

—Yo siempre lo voy a querer, Hakkai —confesó—. No en la manera en la que crees, pero él siempre tendrá un lugar en mi corazón. Tú mismo lo has dicho: el primer amor nunca se olvida.

—¿A mí me olvidarás?

—A ti nunca te perderé, ¿verdad?

Y Hakkai lloró, porque le encantaba llorar. Las lágrimas que había reprimido frente a Taiju por orgullo y honor, las derramaba sin preocuparse de que Mitsuya le viera. Este último, por su parte, le sonrió con dulzura y se acercó a él para acariciarle la cabeza con la mano izquierda

Y en aquel momento en que le vio tan frágil ante él una vez más, vio de cerca lo diferente que eran ambos en todo aspecto pese a que estar tan atados. Hakkai y Taiju eran como el sol y la luna; uno brillaba por sí mismo, y el otro brillaba a costa de los demás. Uno era cálido como el día y alumbraba cada vida a su alrededor, y el otro era taciturno y gélido como la noche en su soledad.

Hakkai tomó aquella mano que le acariciaba entre las suyas y la besó con la mayor de las delicadezas y cariño. La dejó fija frente a su nariz y olisqueó el aroma de Mitsuya, sintiendo el peso de sus problemas y sus miedos abandonar su cuerpo. Inhaló profundamente para que no desapareciese de su organismo por un buen rato, queriendo sentirle cerca toda su vida.

En aquel momento, con aquel apretón de manos, se dio por consagrado el cierre que creían que ambos necesitaban. Mitsuya dio por olvidado a Taiju, y Hakkai dio por olvidado el asunto.

Se miraron y rogaron en vano que aquellas heridas no volviesen a abrirse.

¿Creían que se iba a acabar el drama acá? Pues no mijis🏃🏽‍♀️🏃🏽‍♀️🏃🏽‍♀️.

Detesto el drama y en todos mis fanfics anteriores los evité a toda costa, pero este lo estoy saboreando bien y me estoy divirtiendo, skdkaks. Este capítulo también lo vengo escribiendo hace meses, y ha quedado como mi favorito al ver el resultado de este esfuerzo.

Me gustaría aclarar que con este capítulo (y con el extra que subo el fin de semana) yo no busco justificar ni defender a Taiju, sino que esta es la perspectiva que yo tengo de él; a mi parecer, es un personaje que tiene una profundidad bastante mayor que la que la gente pretende darle, y luego de releer muchas veces el arco de los Black Dragons con detenimiento (mi favorito, por lejos), leer y armar análisis y debates con mis amigos, es lo que acabé por comprender de lo que construyó el autor luego de plantearme mis dudas de "¿cómo Taiju llegó a este pensamiento?", "¿cuál es su razonamiento?", "¿qué quiso decir el autor con esto?", "¿qué me representan sus tatuajes, y qué interpreta por este concepto?", "¿qué me dice de él y su infancia lo que le dice Yuzuha al final de la batalla?", "¿qué me dice de su personalidad el Taiju del futuro?".

Por eso me gusta, porque es un personaje que me parece bien escrito y con muchísimos puntos a profundizar y criticar, como el respaldo en la religión, el peso y el significado de la familia y la autoridad, el pecado y el arrepentimiento, la violencia y el odio reprimido, las crianzas erradas y las responsabilidades tempranas; y cómo circunstancias similares son manejadas de maneras totalmente diferentes por diferentes personas. A su vez, siento que es un personaje que sigue un arco de desarrollo demasiado lógico y comprensivo con base en todos esos puntos.

No necesito justificarme, pero me parece relevante que quede clara mi ideología

Grax x tanto, Wakui.

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