(43)
Alec.
Miraba a Magnus moverse por la cocina mientras hablaba en silencio repasando la receta del pastel, algo que hacía que el ojiazul no pudiera dejar de recordar aquel momento en su niñez, donde estaban en el mismo momento como lo estaban ahora, pero esta vez los dos estaban más grandes. Magnus aún seguía siendo un desastre para la cocina, ya tenía rastros de algunos indicios de su repostería, su pelo estaba recogido hacia atrás con una vincha para que su cabello no cayera hacia adelante aunque contenían un rastro de harina, pero ahí estaba el observando cómo su niñez se revivía.
— Cuando pruebes esto, no tendrás más ganas de haces apuestas en tu vida— dijo Magnus sonriendo.
¿Podía ser cierto? ¿Estar sintiendo aquel sentimiento semejante con un enamoramiento? Sus comisuras de sus labios no podían dejar de estar levantados, su pecho bombeaba con más fuerza cada vez que estaba cerca y cada vez que le veía no podía dejar de que los recuerdos de su niñez, de su joven enamoramiento, aparecieran de nuevo ¿Podía ser cierto? No lo sabía, pero de lo que si sabía es que no podía dejar de verle, todo lo malo que había hecho, todo el odio que sentía era disminuido, olvidado, con lo que pasaba ahora.
— Quiero verlo intentándolo, puede ser que el que caiga aquí seas tú, Magg— respondió Alec.
Sintió como la harina caía a su cara comenzando a toser, escuchando la risa del moreno, esa risa cuando hacía una travesura, podía asegurar que aquella risa no había cambiado en nada desde cuándo eran pequeños. Tirando un fingido asombro tomó una gran cantidad de harina para ir hacia Magnus, quien se había quedado quieto cubriéndose ya que no podía correr por su cojera, Alec con su mano desocupada trató de alejar las manos que estaban haciendo de escudo para insertar la harina en su cara, ambos riendo por aquella travesura.
— ¡No! ¡Alec!— decía entre risas Magnus— ¡No! ¡Esto es trampa, sabes que no puedo correr! ¡Alec!
Ambos divirtiéndose mientras se llenaban de harina. Después de unos minutos los dos respirando agitados siguieron haciendo aquella torta, esta vez Alec ayudando al moreno mientras limpiaba el desastre que estuvieron haciendo, ambos ya limpios también de su lucha de harina, su pecho dolía a aquella acumulación de emociones. Hasta que la puerta fue golpeada.
— Iré a ver, tú sigue limpiando, el bizcochuelo ya está en el horno. — dijo Magnus.
El ojiazul asintió mientras seguía en su limpieza tarareando una canción, hasta que Magnus le llamó, no dudó dejar lo que estaba haciendo para ir hasta donde estaba, viendo dos uniformados en la puerta, con poca cara de amigos y un móvil esperando afuera.
— ¿Si? ¿Sucede algo?— preguntó.
— ¿Usted es el señor Alexander Lightwood?— preguntó uno de los policías.
— Sí, soy yo ¿Ha pasado algo?
— Debe acompañarnos señor, está acusado de treinta y cinco homicidios y secuestro de un infante— dijo el otro policía— lo que deba decir dilo frente a la ley, todo lo que digas ahora puede ir en su contra.
Miró a Magnus viendo como éste le miraba sorprendido, negando, diciendo que no se lo llevarán. Pero Alec sabía que un día pasaría, vendrían a buscarle, no todo era de color de rosas después de haber matado a tantas personas, aunque en un momento se había sentido confiado que todo se olvidaría. Abrazó al moreno para decirle que llamara a Clarissa, pues ella tenía el número de Jonathan, como amigos vendría y podría ayudarle, después de eso siguió a los uniformados mientras escuchaba a Magnus llorar. No podían alejarlos de nuevo, no ahora, que todo estaba bien entre los dos.
— Los Lightwood siempre han arruinado mi vida— dijo uno de los policías— me quitaron a mi Joselyn por ser madre soltera y sus hijos han vivido huérfanos toda su vida, culpa de ellos no sé dónde están.
Alec quien iba escuchando atento trató de arriesgar con sus suposiciones ¿Y si hablaban de la misma familia de la cual él conocía? Capaz ese policía podía ayudarle a no pasar tanto tiempo en prisión, aunque lo dudaba, debía enfrentar la ley frente al juez o los interrogadores.
— ¿Hablas de Joselyn Fairchild?— preguntó interrumpiendo.
Viendo como el hombre, moreno con ojos oscuros mirándole fijo un tanto sorprendido asintió.
— Conozco a Clarissa y Jonathan, él está en otro país pero Clary está aquí. Ellos están bien.
— Luke, sabes que no podemos hablar con los prisioneros— dijo el otro hombre— tú, niño, calla.
El policía quien se llamaba Luke le miró por última vez para ir en el camino en silencio, hasta que llegaron a la comisaría donde le metieron en una sala donde estaba una mesa, dos sillas enfrentada y una ventana polarizada, había visto las bastantes películas para saber que pasaría aquí, pero si confesaba nadie entendería porque lo había hecho y podría tener cadena perpetua en un abrir y cerrar de ojos, no quería eso. A los minutos una chica juntos al mismísimo Luke entraron por la puerta para acomodarse en un lado de la mesa y él en la otra, no hablaría hasta que su abogado estuviera cerca y sabía que cuando viniera el policía iba a enmudecer, pues Jonathan a pesar de hacer los trabajos con él, aquellos trabajos sucios que solían hacer, también era su abogado, una carrera que estudió cuando se fue del lugar y sabía todo del caso.
— Muy bien joven somos la oficial Camille Belcourt y mi compañero Lucían Garroway, te haremos unas preguntas y esperamos que puedan ser respondidas sin ningún problema, primero ¿Sabes por qué estás aquí?— preguntó la mujer.
Tenía su pelo colorado entrelazado con un uniforme azul al igual que su compañero, ambos le miraban fijo esperando una respuesta, Luke estaba parado a lado de su compañera tratando de intimidarle, algo que estaba logrando a media.
— No.
— Estás acusado de homicidios y un secuestro.
— Lo siento, no hablaré hasta que venga mi abogado. — respondió.
Dando por sentado aquello viendo como los dos uniformados asentían y salían de la sala, sabían que si ponían presión sería peor para ellos, lo había visto en tantas películas además su padre le había preparado para aquello en un momento de su vida. Lo que no sabía nadie es que Alexander tenía un As bajo la manga.
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