(21)
Alec.
Estaba en su casa mirando la fotografía de sus padres, la cual se había quedado en la casa, sentado desde el sillón, recordando cada uno de sus movimientos, expresiones y sus palabras de cada uno que estaban torturando su cabeza, de hace días que no sabía de ellos, no recibía ninguna llamada para escuchar alguna orden como sabían hacer, se habían molestado bien feo cuando supieron que había fallado su misión, ahora estaban en una situación apretada sabiendo que tenían dos del grupo presos y podrían confesar todo los crímenes si eran torturados, pero él no tenía la culpa, el no era un asesino, no podía hacer eso cuando no estaba preparado mentalmente para tal aquello.
— Lo siento tanto.
Vio como el pequeño minino que se había adueñado de su casa caminaba hasta sus piernas buscando acomodarse ahí y dormir un rato, cerró los ojos con fuerza recordando su niñez, cuando sabían jugar con Magnus Bane y su pequeño gato, quien era un malhumorado en todo sentido, ambos se divertían con sus juegos inventados, que a veces sabían salir con rasguños por molestar tanto al minino.
— Mi príncipe, el demonio me ha lastimado— sollozó Magnus.
Ese día habían estado jugando al que el príncipe rescataba al "principito", día por medio jugaban a lo que quería Magnus y así el ojiazul podía convencer al chico de jugar a los investigadores de misterio los otros días, los dos podían coincidir en sus tiempos de juegos y se llevaban bien cuando estaban jugando un juego o el otro. El gato de Magnus era quien custodiaba al chico, mientras que el iba con una espada de cartón a enfrentarlo para poder liberar a su principito, pero todo había salido mal, el gato se había asustado y había saltado en el moreno lastimando su cara con las uñas, la cual tenía un poco afiladas, terminando en una situación donde estaba susurrando desesperado para hacer callar al niño para que no los metiera en problema con la señora Bane.
— Calla principito, yo te voy a curar todas tus heridas— dijo Alec— solo deja de llorar.
Se paró para buscar las servilletas que el moreno sabía guardar por posibles manchas, ya que era alguien que no le gustaba ensuciarse, cuando lo encontró volvió a caminar hasta el, arrodillado frente para comenzar a pasar con cuidado el papel por las heridas, no habían sido profunda solo tenía unos raspones.
— Tú eres mi príncipe Alexander, mi primer amor, cuando seamos grandes quiero estar siempre a tu lado, llegando a ser también tu príncipe así puedo salvarte.
— No, yo soy tu príncipe, siempre lo seré y tú serás mi principito.
Se dieron un casto beso, logrando arreglar aquella situación.
Sacó el gato de encima para pararse y caminar hasta la heladera, sacando una botella de vodka que había comprado días atrás en el supermercado del barrio, quería fijarse si podía sacar todas aquellas pesadillas como torturas de su mente que ya no lo dejaban vivir en paz, lo abrió dándole un trago largo dejando que aquel líquido ardiera por su garganta, apretó sus labios y entrecerró sus ojos por la reacción de aquel líquido que estaba quemando con su recorrido, quería olvidar aquellos recuerdos de su niñez, volvió hasta la sala tomando la fotografía cual estaba viendo y la tiró contra la pared molesto.
— ¿Dónde están? ¿Por qué no me guían?— musitó— Y-yo necesito su ayuda.
Su celular comenzó a vibrar, lo tomó tratando de controlar su ira, las ganas de gritar e insultar todo mientras se dedicaba a romper todo lo que estaba dentro de su casa, no podía demostrar a su hermano que estaba pasando mal momento, atendió pasando su mano por su pelo agotado por el estrés que tenía encima.
— ¿Si?
— Hermano ¿Estás bien?— preguntó el rubio— yo solo quería saber si quería tomar un helado con la familia.
— Está bien, pásame la dirección por mensaje.
Después de eso finalizó la llamada gritando para sacar su frustración, ya habían integrado a aquel chico, ese que había destruido la verdadera familia Lightwood, a su clan y no podía soportarlo, lo quería fuera, lo quería muerto, deseaba ya tenerlo lejos de todos ellos y que no pudiera contaminar a nadie más. Un ruido desde la laptop le sacó de aquel pensamiento, caminó hasta aquel aparato abriendo la pantalla viendo que se trataba de un vídeo llamada de sus padres, con los dedos temblorosos contesto, viendo en segundo a los dos adultos del otro lado de la pantalla con sus miradas serias.
— P-papá, M-mamá, yo estuve esperando por su llamado.
— Estas fuera del círculo Alexander, vuelve aquí, el jefe quiere verte— dijo Robert.
El ojiazul tragó con fuerza, no podía estar fuera, era lo único que tenía, no era capaz de soportar perder lo único preciado que tenía en su vida, comenzó a negar sintiendo sus ojos arder por la necesidad de llorar, si volvía el jefe lo mataría por todo lo que había hecho.
— Solo denme una oportunidad más, por favor, prometo no decepcionarlos otra vez— rogó el ojiazul— por favor mamá, papá yo puedo con esto.
— Ya es tarde Alexander, nosotros nos encargaremos de hacer un mundo mejor, tú ya no eres digno, tus hermanos están ayudando a que eso se extienda— ordenó Maryse— te damos dos semanas para que vuelvas, que nadie sospeche nada o te irán a buscar a la fuerza ¿Entendido?
— S-Si señora.
La trasmisión se acabó y él dejó que las lágrimas escaparan por su mejilla, solo dos semanas tenía, y no sabía que harían sus padres con sus hermanos, tenía un mal presentimiento, secó sus mejillas mientras tomaba su celular para cancelar con Jace, pero de pronto algo se vino a su mente, su padre no harían nada si Magnus Bane ya estaba muerto, debía encargarse de él antes de las dos semanas y así nada sucedería con su familia, no habría más muertes, tomó sus llaves de la mesa ratonera para tomar su viaje a donde su hermano le había dirigido.
— Está bien, debo hacerlo, esta vez debo hacerlo.
Antes de irse por la puerta, se acercó hasta un cajón del comedor tomando una botellita que había traído con él, de un veneno que había fabricado su grupo, el antídoto sólo lo tenía Clarissa Fray, donde ella se había mudado después de haber sido sacada del círculo, pero no iba a ser necesario porque esta vez no iba a rendirse, y no iba a querer salvar a aquel chico.
— En veinticuatro horas, ya no estarás más Magnus Bane.
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