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Primer Amanecer Del Año


El color opaco del sol de un nuevo año hacía de la mañana un grato sentir en la morena piel de Ethari. Los traviesos rayos se colaron entre esas cortinas de color menta que se balanceaban al compás de un frío y gustoso viento, acariciando de igual manera al elfo que reposaba en su lecho bajo las sábanas. Ethari formó una mueca aún con los ojos cerrados, intentó conciliar de nuevo el sueño y con su diestra, aseguró que su pareja estuviera compartiendo el descanso.

El murmullo de los pájaros que se posaban por las ramas de los árboles, como si pesaran demasiado para trozarlas, fue el último recurso que lo obligó a abrir un poco los ojos.

—¿Uhm? —carraspeó con la ronca voz que se le formaba por las mañanas. De poco en poco fue abriendo sus ocres ojos, esperando encontrarse con Runaan durmiendo.

El tiempo que su vista tardó en acoplarse a la nitidez fue el justo para pensar que no lo despertaría, que lo dejaría dormir y ya de paso, lo observaría un buen rato jugando con sus largos cabellos platas. Palpó con su mano de nuevo el lugar donde Runaan debería de estar, esperando acariciar su pecho desnudo o tal vez su rostro. Al no sentir ni uno ni lo otro, se levantó y observó la ausencia de su compañero.

—¿Otra vez, Runaan? —preguntó a la nada, ahora con una voz más suave pero varonil. Se pasó una mano por su cabellera, acariciando de paso sus cuernos.

Ethari solía dormir desnudo y más en esa ocasión, la noche anterior no habían salido con los suyos a despedir el año. Runaan le había propuesto pasar la noche juntos; disfrutar sus cuerpos que tanto se extrañan en el día; conocer de nuevo los límites de la locura y la pasión que sólo el amor puede mostrarles entre jadeos y desvaríos.

Estudió la habitación con su mirada, sólo para estar seguro de que Runaan no estaba o se había caído de la cama. Una vez se aseguró de su soledad, sonrió, no estaba molesto por amanecer solo y con dolores en las caderas. Ya se estaba acostumbrando al horario de Runaan por las mañanas, aún si horas antes tenían intimidad, eso no era pretexto para romper con la costumbre que tenía arraigada desde que se conocieron.

El de mirada ocre estuvo por salir de la cama en completa desnudez cuando las puertas del lugar se abrieron de golpe y una pequeña elfa de unos ocho años entró corriendo con una enorme sonrisa. Movía de arriba abajo los brazos y sin más, se lanzó de un brinco a la cama cayendo en las piernas del mayor. Las risas de los dos se alzaron y Ethari la tomó de los cabellos.

—¡Ethari, Runaan! —gritaba la niña, como todos los días siendo una alarma para la pareja—. ¡Buenos días, debemos desayunar!

—Buenos días, mi niña —dijo Ethari tirando con ternura de las mejillas de Rayla—. Pero al parecer hoy llegas tarde, Runaan se fue otra vez.

—¡No hagas eso! —exclamó la niña entre risas queriendo escapar de las manos de Ethari. Cuando estuvo libre, se arrastró por la cama hasta quedar encima de la almohada de Runaan—. ¡Ah, es cierto! Hace dos lunas me dijo que hoy íbamos a entrenar.

Ethari levantó una ceja cruzándose de brazos. Algo le decía que Runaan no estaría contento en ese momento.

—¿Me estás diciendo que faltaste otra vez a sus lecciones? Rayla —dijo Ethari manteniendo su postura responsable—. Si tu misma le pediste que te enseñara esas cosas ¿Qué pasó ahora?

La menor rodó los ojos, balanceándose de un lado a otro. Detestaba que Ethari intentara ser como Runaan, tan preguntón y responsable. Ese Runaan era todo un gruñón, Ethari no debía ser así.

—Sí, yo le pedí, lo sé —arrastró su joven voz con cierto tono de fastidio—. Pero jamás pensé que comenzaríamos con la salida del sol. ¡Yo quiero dormir bien!

—¿Y si quieres dormir tan bien como dices —dijo el mayor riéndose—. Por qué vienes tan temprano a levantarnos? Niña, te estás contradiciendo.

—¡Ya Ethari! —respondió Rayla frunciendo su entrecejo, haciendo de sus mejillas dos mohines—. Tengo hambre, ¡¿algún problema?! Además... Quería sorprenderlos.

—¿Sorprendernos o molestar a Runaan cayendo encima de él? —preguntó burlón echando su cabeza para atrás, encogiéndose de hombros—. Bien, tu ganas, ya no te voy a preguntar cosas obvias. Ve a la cocina y ahora te alcanzo, ¿Qué quieres desayunar hoy?

Rayla saltó de la cama, ese era Ethari, su mejor amigo y cómplice en más de una desobediencia. Le recordaba mucho a su papá, quien la defendía o compartía los regaños que su mamá le imponía. Soltó una risa, no sólo por la idea que el orgullo le traía el pensar que sus padres pertenecían a la guardia del dragón, sino porque le dieron a escoger qué comerían esa mañana.

—uhm... —pensó elevando la mirada, bailando en su posición de un lado a otro frente a la cama. Se llevó su dedo índice a su labio inferior—. Bueno, antes de irse, mamá solía hacer su propia sorpresa de baya lunar... ¡Me gustaba mucho!... Pero...

Como un fantasma, una sombra melancólica corrió en la expresión de la niña. Si bien estaba orgullosa de presumir a sus padres a sus amigos, eso no suplantaba ni un poco la necesidad que tenía en ocasiones de escuchar a su madre, o de reír con los chistes malísimos de su padre. Bajó la mirada, sintiendo ya la humedad en la misma antecesora a las amargas lágrimas.

—¡Pero ahora conocerás mi propia sorpresa de baya lunar! —interrumpió Ethari los pesados pensamientos de la niña, quien levantó la mirada ahora con un brillo de emoción—. ¿Quieres probarla? No por nada Runaan adora cómo cocino. Acá entre nosotros;—susurró confiándole uno de sus mayores secretos—. Runaan cocina tan feo que cuando lo hace, debo fingir que está rico para no herir sus sentimientos. No le digas, ¿Me lo prometes?

Rayla inmediatamente asintió con una sonrisa de oreja a oreja, como si fuera un pequeño demonio que no conoce el significado de una promesa.

—Puedo intentar no decir nada —le dijo con cierta duda. Ethari la conocía, era una pequeña chismosa de primera—. Pero bueno ¡Ya quiero probar esa sorpresa! ¡Ya sal de la cama, no seas un flojo!

—Ya voy, estoy en eso —rió Ethari sentándose en la cama, cubriendo la parte inferior de su cuerpo con las sábanas—. Bueno, vete a menos que quieras un ataque de cosquillas.

Hasta donde Ethari pudo percatarse, Rayla ya había escapado corriendo y gritando un "No" alargando la "o" mientras reía. Estando por fin solo, soltó unas pequeñas risas viendo ahora la ausencia de la pequeña elfa. No podía creer que con tanta facilidad y en poco tiempo le había tomado un gran cariño a Rayla, a tal punto de ver en ella esa hija que siempre soñó tener con Runaan. ¿Qué pensaba? ¡Rayla ya era su hija! Y cuidaría de ella tanto como para tener a sus verdaderos padres lejos de la amargura de la preocupación.

El elfo se quedó unos minutos mirando a la nada, reflexionando lo hermosa que era su vida y lo satisfecho que estaba después de tanto sufrimiento en su juventud. Mientras entonaba una suave melodía se levantó de la cama, dejó caer la tela que lo cubría y corrió a colocarse sus típicos pantalones perlas, sus botas y mangas, tomó su chaleco favorito. Estaba por partir cuando recordó algo faltante, se asombró de haberla olvidado, tomó la bufanda que en otro tiempo Runaan le había regalado y se la enrolló por el cuello y, después de ver su reflejo en el espejo, salió del lugar acomodándose el cabello.

Sin contratiempos bajó unos peldaños, llegó a lo que era su cocina para encontrarse a Rayla muy bien sentada en una silla especial para ella que la aproximaba más a la mesa. Ni bien sus divertidas miradas se encontraron, la pequeña lo recibió dando golpes en la mesa, pedía a gritos y con un ritmo inusual comer de una vez.

—¡A desayunar, a desayunar! —entonaba Rayla jocosamente.

—Ya, bien, vamos a desayunar —dijo Ethari alcanzando dos platos tallados en madera, unos cubiertos de la misma materia. Uno lo colocó frente a la pequeña y otro en un lugar vacío, pues volvió sus pasos a una pequeña mesita llena de frutos raros y especias extrañas.

A la sazón y con determinación tomó un plato hondo que él mismo había hecho en un día de ocio. Lo enjuagó mientras escuchaba las peticiones de Rayla.

—No le pongas salsa por favor, no me gusta —le pidió intentando ver qué era lo que tanto hacía a sus espaldas.

Aquella petición no le fue tan difícil de cumplir, a Runaan tampoco le gustaba la salsa y por tanto, era muy extraño ver algo así bajo ese techo. Con su izquierda se hizo lo que parecía ser una hortaliza. La picó y más tarde comenzó a agregar más cosas que ni la misma Rayla conocía el nombre.

Al cabo de un rato Ethari apareció en el comedor con un gran plato de su sorpresa de baya lunar. Tomó el plato de Rayla y le sirvió como para alimentar a un dragón, de igual manera se sirvió y ambos comenzaron a comer en un silencio, respetando las reglas a la hora de comer. En un momento de despiste, Ethari levantó la mirada sólo para ver que Rayla comía sus verduras y no las apartaba como era su costumbre, y una gran sonrisa de satisfacción se le pintó en los labios cuando la notó más que feliz comiendo y comiendo, sin darse cuenta que aquel platillo era famoso por sus verduras.

"Como Runaan, ella de igual manera es fácil de engañar si se pone un buen sazón a la comida. No puedo creer que ahora debo preocuparme por alimentar adecuadamente a dos elfos igual de necios" pensó divertido. Durante varios segundos tuvo la oportunidad de amar y proteger a Rayla con ese mirar que sólo un padre puede tener por su princesa.

—¿Y bien, te gustó? —le preguntó cuando ambos hubieron terminado hasta con las migas.

-—¡Cocinas muy bien! —con tan pocas palabras y dignas de un niño fue más que un buen cumplido para el elfo—. Estuvo muy rico. Es como si lo hubiera hecho mi mamá.

—Lo tomaré como un cumplido entonces —respondió agradecido inclinando un poco la cabeza.

—Pero, tengo una duda, Ethari.

—¿Qué duda? —ladeó la cabeza con tierna inocencia—. Desde ya te digo que yo no comparto mis recetas.

—No, no es por eso —dijo Rayla viendo que Ethari sumergía los platos en una cubeta con agua—. Me pregunto, si eres lo contrario a Runaan y además, sabes cocinar como mi mamá ¿Por qué lo quisiste a él entre tantos y tantas?

—Tu haciendo ese tipo de preguntas, es muy raro —contestó el mayor sospechando que Rayla ya estaba entrando a esa edad en la que es imposible ignorar ciertas atracciones. Le pareció tierna su curiosidad y de hecho, agradeció que le preguntara primero a él—. Bueno, ¿Qué te parece si lo dejamos en que a veces uno no puede controlar lo que siente? Porque eso pasó, aunque... Se podría decir que ambos nos escogimos en su momento. Ya lo vas a comprender a su tiempo, aun eres muy pequeña Rayla.

La niña no respondió, guardó aquellas palabras en su corazón con un atisbo de duda. Confiaba en Ethari y pensó que tal vez sus palabras eran ciertas, y que, como él dijo, todavía era muy pequeña para comprender lo que su corazón le decía.

—Bueno... —respondió al cabo de unos minutos en los que Ethari aprovechó para tomarla de la mano, sacudir sus ropas y salir juntos de casa—. ¿Entonces qué te gustó de ese señor amargado?

—Señor amargado, dices — rió Ethari imaginando la respuesta de Runaan antes esa acusación—. Que no te escuche llamarlo así. Y aunque no lo creas, él es el elfo más atento que he conocido, bastante tímido y a veces, como dices, un poquito gruñón.

Ni bien salieron animados de casa, se toparon con más de un elfo que les saludaba. Verlos caminar de la mano, como padre e hija se convirtió en una linda costumbre de todos y no era una buena mañana si esa hermosa familia no aparecía entre los suyos.

Siguiendo el ritmo de esa charla se adentraron a una parte del bosque en donde Rayla pasaba el tiempo jugando con unas pequeñas bolitas peludas y tiernas. En el camino la pequeña elfa se adelantaba corriendo y lo hacía tan rápido que con facilidad dejaba muy por detrás a Ethari, quien no era muy bueno en este tipo de cosas. "Por eso me dedico a la herrería" pensó con la mirada cansada. Trató de soportar esa gran caminata para por fin, encontrar la espalda del elfo que tanto lo volvía loco.

En un claro rodeado de delgados árboles y arbustos pequeños, encontraron la figura de Runaan callada en una concentración evidente. El elfo estaba sentado sobre una piedra cuando de la nada Rayla se le dejó caer por sobre la espalda arrancando de él un grito flácido.

—¡Te encontramos! —gritó la niña riendo y tirando de los cabellos de Runaan. El mayor, con la poca paciencia que nació, pronto comenzó a regañar a la niña.

—¡Rayla, pequeño demonio! —le acusó levantándose y quitándosela de encima. Ethari pareció perder presencia en ese momento—. Eres una floja de primera. Fui a despertarte y me corriste de tu habitación arrojándome lo que encontrabas.

—Así fueron las cosas, eh —interrumpió Ethari la pequeña pelea de los dos elfos.

Runaan levantó la mirada, alejando al demonio que tenía encima, se percató de la presencia de Ethari y los colores se le subieron con suaves tonos a las mejillas. El elfo gruñón que era con Rayla, era ahora un elfo tímido y bien adiestrado con Ethari.

—Ethari, amor —le dijo dejando de lado a Rayla para correr en dirección del moreno y atraparlo del mentón. Le robó un suave beso de los labios y prontamente sintió que sus energías se revitalizaban, su corazón bombeó sangre con más rapidez y un lindo sentimiento acogedor llegó a su pecho. Todo gracias a la simple presencia del elfo—. No quise despertarte tan temprano, por eso no te dije nada.

—Pero a mi si me quieres despertar con el primer canto del gallo... —masculló la niña con tono quedo.

—¡Tu te lo mereces por irresponsable! —le gritó reacio pero pronto volvió su atención a Ethari, quien soportaba las carcajadas—. ¿Cómo estuvo tu mañana?

—¿Cómo puede estarlo cuando no te tengo a mi lado? —le respondió meloso, rodeando las caderas de Runaan y no satisfecho, le robó un beso más—. Aunque entiendo que te gusta venir a meditar y entrenar, todas esas cosas.

—Cosas aburridas... —volvió a murmurar Rayla.

—¡Cosas aburridas que hoy tendrás que practicar el doble! Por haber arruinado mi mañana —le gritó de nuevo y pronto volvió su atención a Ethari:— Lo siento mucho, de verdad... ¿No quieres quedarte con nosotros un rato? Podrías vernos o quizá ir a recolectar algunos frutos de las cercanías.

Ethari aceptó con la excusa de buscar esos dichosos frutos, aunque la verdad es que pasó la mañana sentado observando y deleitándose con la imagen de un Runaan practicando con esas dagas que le fabricó hace tiempo. Rayla hacía de todo para seguir los pasos de Runaan, incluso había tomado dos ramas de árbol que simulaban ser dos cuchillas.







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