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Por las afueras

Por las afueras de la finca, un portón mal cerrado y unos arbustos. Entre el arbusto bayas, y entre las bayas una mano intrusa que ha venido a cogerlas. Toma algunas, a tientas mordisquea una "para probar" y en el labio quedan gotas del jugo. Ya no le queda duda. Están buenas y come contenta. Va con frío los nudillos de sus manos se amoratan y turban, cerrándose con cada movida y esquinazo de viento ¿habría estado mejor en la ciudad? se preguntaba, golpeando con sus botitas la bajada de calle.

Se acercaba cena de Navidad y Emilia entre historias de parientes y cenas que la ataban con lazos de sangre. Se consoló un poco y observo una, dos cosas a continuación. Que a sus manos les faltaba cuidado y a sus uñas color. Que sus cabellos no estaban bien peinados, les faltaba ese volumen artificioso que dan los spray de farmacia. Polvos y un cutis más suave.

Quiso mucho por espacio de dos tres días, a su primo. Un muchacho de sonreír clásico y goloso, que traía gorra con sol o sin sol, o no la traía cuando no. Callada, sin que le vinieran palabras a decir o alguna broma... buscando ser complaciente, apenas se separaba de la cocina para verle salir o entrar. Salía a lavar los trapos en la pileta y ya se arrepentía, pero salía el primo, pálido ante el sol tras largas horas de sueño, todavía con la mano en los ojos la saludaba, colocándose junto a ella a la orilla del lavadero. Parecía que el primo aquel buscaba a ratos: La soledad, o su celular. Pues en él ambas se confundían y ella buscaba estar a solas con él. Por más gusto de verle retozón, con los dedos dándose palmadas en el cabello rizado o con el brillo de sus lentes ocultando el filo de su nariz. Lo veía comer, limpiarse a golpecitos con la servilleta y se preguntaba porque los labios de su joven pariente estarían siempre humedecidos.

Su voz desteñida, sus gestos acentuados de confianza infantil, su espalda que se dibujaba amplia y gruesa bajo la chaqueta. Todo la encantaba, y se daba cuenta de lo diferentes que podían ser los ojos castaños. Iniciados en cálculos, más callados como profundo su mirar, cueva de meditaciones de parpadear acompasado. Cuando ella se levanto a medianoche ¡Cuánto se habían asemejado! sobrios, con una atención dubitativa de quién no sabe si le están pidiendo auxilio o le toman el pelo... parecía más verla y no escucharla.

Tres días pasando Nochebuena, se despedían. - No lo volveré a ver- pensaba, mientras lo veía en piyama y calcetines, con la cabeza reclinada en el apoyo del sofá y la vista entornada hacia el televisor. De televisor al celular, de pantalla a pantalla. Se bajaron las maletas, se tomaron manos a sazón de despedida. Subió Emilia, subió Dalmacio las mochilas al coche. Y mientras Dalmacio miraba a la lejanía, partió el coche y quedo solo. Volvió tras de sus pasos, cerró la puerta, abrió otra puerta, entró y antes de la madrugada, durmió.   

 -Incluso en los peores días, no hay algo en aquel cristal. -decía él al día siguiente, viendo la vidriera de la alacena polvosa, pero sin polvo de chocolate. - ¿Para que si no sirven los tenedores, sino para mezclar el café del dulce con la leche? No un momento, ¿podría ser yo? estoy seguro de que aquel gas de la cocina empezó a fugarse. Sin embargo...Dalmacio se alejo de la cocina de su cosa. Un mal espíritu sin lugar a dudas residía. Quiso salir del lugar pero sintió una brisa que lo mantenía quieto, solo...inalcanzable. Se aturdió y tomo el picaporte pero eso que ahora lo rodeaba lo mecía, como arrullo de gotas de brisa sobre las hojas, quitándole las ganas de salir. -Dalma!-exclamó su madre bajando-Vete ya que se hace tarde y tienes que ir a la escuela. Tiró pues de la puerta y salió.

Al subir a las colinas, antiguamente de un cerro. Dalma pretendió respirar del bueno habido aire, para calmar su estrés. Pero más que estrés era hambre de estudiante, de caminante sin desayuno, sin lugar a dudas sería un día pesado. Habían jóvenes de su clase murmurando a su llegada. Miró a su maestro que estaba humillado y con vergüenza, paso a verlo y se sentó en su pupitre. -Parvada de gaviotas-dijo molesto para sí Dalma- ¿Por qué no pude llegar más tarde? A la hora del almuerzo decidió mantener la sana distancia con las personas e irse a comer.  -Habrán sido demasiado pesados aquellos.-dijo Dalma y comió su torta.-... es que si no invitan ¿Cómo puede uno pasarla bien?- Pensó un momento y decidió dejar inconclusa su merienda para ver que le había pasado.

Una corazonada supo acertar cuando desviándose del pasillo al corredor al sótano encontró al maestro aterrado y revisó si estaba bien ¿Puede caminar? entonces no hay problema ¿Algún rasguño? Solo uno ¡Bien! ha sido justo ¿el reloj? todavía con pila y la manecilla corriendo. -Entonces profe, no queda más remedio que llevarlo a casa, porque ni yo ni usted tenemos tiempo para revisar a estos jóvenes, espíritus indomables que inexplicablemente andan tirados alrededor. Oh, mire! ese moretón me recuerda a las bayas frente a mi casa ¡Mi casa! ¡Adiós! 

-Fue un mal espíritu-decía el maestro golpeándose la frente para recuperar cabales, tomándolo por el brazo.

- Sí profe, como usted quiera, pero haga la merced de soltarme que ya me quería ir. Usted no sabe, yo le escucharía gustoso si tuviese una barrita de granola que me endulzase su relato y lo oiría con la complacencia del mundo entero! pero no la hay ¿Qué le vamos a hacer? Tome el autobús y no se me pierda ¡Nos vemos!

 Sus ojos miraban cosas borrosas, mientras se alejaba. Una extraña cosa o dos vio por momentos, cuando sintió un bajón de azúcar mientras se movía en los pasillos. Algo le daba y su cuerpo temblaba cuando trataba respirar.

- Pobre jovencito-dijo la paloma el ave de Trinidad,  salpicada de gris y manchas negras. Toqueteo los pelitos que se le enredaban -Necesitas lentes-dijo entre sonrisas. Dalma miro ¡Ah sí! era un mal espíritu.

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