La ciudad
El ruido de la carreta, trastabillando en las rocas y el polvillo del camino de desvanecía ya. Y cada vez más mientras se alejaba. Entonces Inti tomo el valor de asomarse, e inclinándose, tomo las ropas. Se mudo silenciosamente, terminando, un rubor se le subió precipitadamente. Porque las prendas, si bien modestamente bonitas. Salía un aroma a carne y manzanas añejas, del que estaban impregnadas. A Inti le abría el apetito, y reflexionando sobre su glotonería, se avergonzó. Se encamino a la ciudad.
Pasando el portón, anduvo rato entre las calzadas sin saber a donde iba. Porque un olor llevaba a otro. Intentando hallar comida, se perdía. Un fuerte olor a tomillo le encaminaba y se sorprendía luego desorientado por el suave incienso que era como brisa del lugar. Ya estaba nervioso, sujetando el sonar de sus tripitas con ambas manos y su resto de orgullo. Cuando vio unas mesas tras unos cristales. Chocó y encontró la puerta, aturdido, ingreso en aquel recinto.
Las luces entibiaban el lugar. Desde la cocina se traspasaba al comedor olores humeantes. Inti miraba y miraba lo que mascaban otros comensales y todo se le antojaba. Busco una silla quiso sentarse. Su cara formo un ¿porque? cuando los nudillos con violencia, chocaron su piel. Un tipo, de músculos cobrizos y oliente a trigales, había le asestado en cara un puñetazo. Viendo a su joven victima caer, hasta resbalarse por las baldosas. Satisfecho, no intento golpearle mas; sonrió, como rudo campesino. Y se fue.
-Que persona más cruel - dijo uno.
- Nadie comprende a los obreros - añadió otro- el calor les aturde.
Un recién llegado le tendió la mano y le ayudo a pararse. Inti se sacudió los pantalones, y tocando sus bolsillos, noto que le faltaba el artefacto. Una mueca le corroyó el rostro, había pensado en cambiar la bolita azul; para afianzar en trueque una comida o un bocado. Volvió sobre sus pasos sobre aquel campesino, con urgencia hambrienta.
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