No es un hechizo de amor
¿Alguna vez te has sentido insignificante? ¿Que eres un ser poco atractivo, con gran cantidad de defectos y unas pocas virtudes, un tanto infantil, pero con cierto tipo de encanto que llega a empatizar con quien te rodea?
De esta forma se sentía Eldrian, un elfo artesano de Londe; hogar donde habitan muchos seres como él, con múltiples talentos y que se consideran como una familia. Por momentos, Eldrian pensaba que, a pesar de sentirse parte de algo, simplemente no podía encajar, y muchas veces le costaba abrirse a los demás habitantes y congeniar con los suyos.
Londe es uno de los tantos lugares del gran reino Lonegrin, donde reina la familia St. Clair, los cuales han gobernado desde antaño y cuyo gobierno ha pasado de generación en generación. La aldea es fiel reflejo de la relación que tienen los elfos con la naturaleza: sus casas se ubican en la copa de los árboles, aunque hay algunas que están construidas junto a los troncos.
Las casas que están sobre las copas se conectan mediante puentes, y se llega a ellas por trozos de madera que se adhieren a los troncos, simulando ser escaleras. La vida en Londe es tranquila, sin embargo, a veces llegan uno que otro trol buscando hacerse a un botín o un ogro gruñón que se divierte haciendo estragos, por lo que los elfos vigilantes tienen que sacar sus dotes de guerreros para defender la aldea. También es un lugar colorido, lleno de flores y plantas frutales, además, tienen una biblioteca pintoresca muy cerca del lago Zilef.
Ante la llegada de Riven, un elfo de otro reino, Eldrian se sintió intimidado por su presencia. Era alto, de porte musculoso, que contrastaba con su rostro cuadrado, el cual enmarcaba unos ojos negros como la noche, una nariz regordeta y unos labios finos. Sus cejas también eran pobladas y una de las orejas puntiagudas llevaba un pequeño aro, lo cual le daba un aire de rebeldía y atractivo. A su llegada, fue designado para formar la guardia élfica; aquellos quienes se encargan de vigilar la aldea y defender las barricadas.
De vez en cuando, lo veía entrenar; se cruzaban a la hora de comer y, aunque solo compartían el saludo, su presencia lo intimidaba bastante. Unos días más tarde, de admirarlo a la distancia, descubrió que le atraía más de lo que podía imaginar. En el pasado, le llamaba la atención otros elfos, pero eran sensaciones temporales y pasajeras. Lo que sentía por Riven iba más allá de eso, algo demasiado profundo que no podía describir, pero que le llenaba su corazón de un calor familiar.
—Estás ensamblando mal eso —le dijo Amel, su mejor amigo y un elfo que forma parte de los maestros de la magia, aquellos quienes tienen magia relacionada con los elementos o variaciones de los mismos.
Y tenía razón. Con la llegada de Riven, estaba más distraído que nunca, no podía dejar de buscarlo con la mirada, admirar sus movimientos y suspirar cada vez que sus músculos se tensaban mientras entrenaba o hacía una acción cualquiera. Y, aunque Amel no fuese un artesano como Eldrian, pasaba mucho tiempo con su amigo, y conocía muy bien su rutina y forma de trabajar.
—Lo siento, me distraje —se excusó Eldrian.
—Eso pude ver —señaló su amigo con un aire divertido—. Hay alguien que te tiene así, ¿me equivoco?
No había forma de mentir, cuando Eldrian lo hacía, se le coloreaban las orejas y le daba picazón en su nariz, lo que hacía que se delatara en más de una ocasión.
—S-sí —confesó finalmente. —No tienes que decirme de quién se trata, pero te puedo ayudar a afrontarlo —dijo Amel—. Claro, si es que quieres hacerlo; aunque te aconsejaría que lo hicieras, de lo contrario, seguirás perjudicando tus tareas y no queremos accidentes por algún elemento mal ensamblado.
Si bien Amel no era supervisor de los artesanos, sabía que su afirmación tenía algo de razón. Como uno de los elfos creativos que había la aldea, su labor no solo se centraba en crear armas o escudos, también fabricaba joyas y elementos que eventualmente se volverían mágicos.
—Tienes razón —afirmó Eldrian—, y podría decirle, pero..., no sé cómo vaya a reaccionar, además, de hacerlo, debe ser de una forma única y original.
—Hazlo con magia —sugirió su amigo—. Yo sé que no todos los elfos tienen magia, unos cuantos tienen talentos con los que sobresalir ante los demás, en Londe, todos aportamos un poco con nuestra mágica personalidad y, sobre todo, sabes que somos como una gran familia, nos ayudamos y nos escuchamos a cada momento, por lo que no tendría que ser tan complicado hacérselo saber, los elfos somos dulces por naturaleza, incluso los que son guerreros.
—Es más complicado de lo que imaginas.
—En ese caso, tendré que ayudarte —dijo Amel y sonrió.
—¿Cómo? —Si bien parecía una idea descabellada, confesar lo que sentía, no podía desaprovechar la oportunidad de que su amigo lo ayudara, sobre todo, porque usaría su magia para algo desinteresadamente.
—Se me ocurre que puedes usar piedras, Eldrian, busca unas que sean muy llamativas y yo me encargaré de expandir un poco de mi magia sobre ellas.
—Pero... —Aunque sonaba muy llamativa la idea de su amigo Amel, no podía imaginarse cómo haría para que se enterara de que habría un mensaje para él en aquel lago—. ¿Cómo hará para encontrar las piedras?
—También te ayudaré con eso, le diré que necesitan de su ayuda en el lago, claro, si puedes decirme de quién se trata de lo contrario, tendremos que pensar en algo más.
Aquella afirmación hizo que un escalofrío recorría la espalda de Eldrian, sabía que entre la comunidad élfica, era común que las relaciones sentimentales se dieran entre elfos y elfinas, pero había muy pocos casos en la historia de Lonegrin donde entre dos elfos o entre dos elfinas lograban formar un lazo romántico y él sería de ese poco porcentaje, si es que Riven aceptaba sus sentimientos.
—Es... Es... —Eldrian titubeaba con nerviosismo, si le costaba decirle de quién se trataba, era un hecho que exteriorizar lo que sentía por él, era mucho más complicado—. Ri-Riven.
—Oh —Amel estaba sorprendido, pero después sonrió, no podía negar que el guerrero de la guardia élfica era atractivo y con una personalidad peculiar, pero muy interesante—. Es genial, te ayudaré a que puedas decirle lo que sientes.
—¿No te incomoda? Y, a propósito, ¿cómo hechizarás las piedras?
—No —respondió Amel—. Me parece grandioso, además, conozco la leyenda de amor entre Ulric y Finrod, es la más famosa, y después de ellos, vinieron más historias. En nuestro tiempo, no sería extraño ver amor entre elfos o elfinas, simplemente es amor. Por otro lado, cada piedra contendrá una palabra, debes sumergirlas en el lago y luego crear un camino que lleve al lago, sabrá que son las piedras encantadas porque cuando las toque, desprenderán una pequeña luz de colores y sentirá atracción, no es un hechizo de amor, pero es algo muy parecido; cuando llegue a su destino, el mensaje se revelará como un conjunto de burbujas pequeñas que formarán lo que quieras decirle, solo debes susurrarle a las piedras lo que quieres que Riven deba saber. En marcha.
Eldrian asintió. Era un manojo de nervios, pero debía enfrentar sus miedos; romper esa barrera, significaba que estaba saliendo de su zona de confort, y si podía expresar sus sentimientos a Riven, podría enfrentar cualquier cosa.
Vio como Amel recitaba unas palabras sobre las piedras y las pasaba de una mano a otra. Una vez hechizadas, Eldrian se dirigió al lago, con la esperanza de tener el tiempo suficiente para dejarle el mensaje y no fallar en su intento.
El lago Zilef no quedaba muy lejos de la aldea, era un camino de unos doce minutos; aquel gran cúmulo de agua, era una gran ayuda para todos los elfos y elfinas y le daban distintos usos, además de facilitarles ciertas tareas. Contaba con una extensión de un kilómetro y medio, y alrededor de este habitan gran cantidad de árboles y animales silvestres.
Eldrian cumplió con los requisitos para que el mensaje se reflejara en el agua, las sumergió, vio cómo brillaron por un instante y luego volvieron a su aspecto normal; sin embargo, cuando estaba a punto de hacer el camino de piedras, un trol se apareció en su camino. No se dio cuenta de dónde había salido, pero se veía bastante furioso y fuerte; de altura, le superaba por un par de centímetros, tenía una exuberante barriga, vestía con un raído chaleco y unos pantalones enormes, los ojos negros se veían ocultos por su regordeta nariz y su ancha boca. Además, llevaba un maso entre una mano.
Él no era un elfo guerrero, pero siempre llevaba una daga, por si la situación lo requería, mas sabía a ciencia cierta que ese pequeño artefacto no le haría ni cosquillas al trol, sobre todo por la poca habilidad en batalla que poseía. Para su sorpresa, Riven llegó antes de que aquella bola de carne se abalanzase sobre él. Eldrian sonrió, el plan estaba dando resultados, sin embargo, el monstruo se hallaba entre su objetivo y el lago.
No solo la presencia del trol lo sorprendió, también lo hizo la llegada de Riven, por lo que se quedó estupefacto, de pie, frente al lago; no obstante, él sí era un guerrero, podría derribar a su oponente antes de que siquiera pudiese pestañear.
—¿Estás bien? —preguntó Riven.
El trol había sido derribado con gran presteza y Eldrian solo se limitó a ver, luego el monstruo huyó rodeando el lago para evitar más problemas.
—Sí —contestó—. Gracias.
Eldrian no se fijó en que tenía las piedras entre sus manos y las arrojó por encima de su hombro, luego soltó un gruñido por el error que había cometido. Las piedras habían hecho su magia y las burbujas revelaron el mensaje:
Me gustas, Riven, sé que puede ser extraño, pero quisiera tener una cita contigo.
—¿Qué es eso? —cuestionó el recién llegado al ver las burbujas que salían a la superficie, se acercó al lago y pudo leer el mensaje.
—Y-yo... Es que... Puedo explicarlo. —Eldrian estaba más nervioso que nunca, su plan había funcionado en un 50 por ciento y ahora lo había arruinado.
—¿Tú hiciste eso? Porque no parece que seas un elfo con magia.
Riven alzó una ceja, esperando una explicación al mensaje, aunque realmente no lo necesitaba. El elfo que tenía enfrente lucía bastante nervioso, su rostro triangular de facciones finas le hacía ver tierno y sus ojos verdes brillaban como nunca, vio como pasó una mano por su cabellera negra, seguramente encontrando las palabras correctas y esperó pacientemente.
—Tuve un poco de ayuda —contestó Eldrian, finalmente— Y..., no importa, no salió como esperaba.
—Me siento halagado, pero...
Una sola palabra fue suficiente para que el corazón de Eldrian se arrugara, no sabía si salir corriendo, golpearlo por haber llegado de sorpresa o... Sencillamente, no tenía idea de cómo actuar, ese «pero», era demasiado fuerte para que su esperanza se resquebrajara poco a poco.
—No te conozco —continuó Riven—. Nos hemos saludado un par de veces, pero no te conozco y aceptaré esa cita para hacerlo, hay algo de ti que me gusta. —Y le guiñó un ojo.
Las mejillas de Eldrian se tornaron coloradas, no tenía palabras para expresar que tenía una esperanza de que en Riven surgiera una chispa similar a la que sentía dentro de su pecho. Sonrió tontamente y se rascó una oreja e invitó al guerrero a volver a la aldea.
—Te contaré cómo llegué a Lonegrin, mientras volvemos a la aldea, ¿Te gustaría? —indicó Riven.
—Será un placer —afirmó Eldrian y se dispuso a escuchar atentamente y, en medio de la charla, se pudo dar cuenta de que ya no estaba nervioso.
El panorama se sentía fresco, tranquilo. Se auguraba días felices para ellos dos.
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