El aniversario de Judy Monroe
—¿Seguro que irás? —le pregunto una vez más a Max, mi novio.
Bueno, en realidad no es mi novio, o, realmente, no sé si lo sea. Verán, llevamos un par de meses teniendo un montón de salidas a distintos lugares en la ciudad; en cada una de esas citas, nos besamos y, de vez en cuando, nos tomamos de la mano. Eso es de una pareja de novios ¿no? Aunque no tenga lo haya confirmado, yo lo considero como si lo fuera, y me ha prometido ir a mi show de aniversario.
No, no estamos de aniversario, la que está de aniversario soy yo, mejor dicho, Judy Monroe está de celebración, lleva cinco años en la escena drag, sirviendo realeza, elegancia y coquetería en cada una de sus presentaciones. Tras esa femme fatale está Luther Callaghan, un chico pansexual que ha tomado la escena nocturna como una forma de vida y de sustento, claro, porque esos recibos no se pagan solos.
¿Por qué Judy Monroe? Pues, ya saben, Judy Garland y Marilyn Monroe, dos iconos para la comunidad y no quiero explicar por qué lo son, eso tienen que averiguarlo ustedes, yo solo quiero remitirme a contar el momento exacto en que no tuve esperanza y un suceso en el camino, me hizo pensar lo contrario y replantear mi forma de ver la vida y comprobar que aquello de «mantén pensamientos positivos», surte gran efecto en cualquier escenario.
—Ahí estaré —responde, y me da un beso fugaz, para luego desaparecer cuando llega el metro.
Quedan un par de horas para el show, pero la ansiedad que se apodera de mí, es algo que no puedo controlar. Judy me ha acompañado por cinco años, me ha dado grandes momentos felices, me ha ayudado a salir de deudas; se ha convertido en mi templo de relajación, y ese refugio que necesito para dejar a un lado esa caótica vida de la que a veces no puedo huir.
Me dirijo hacia el centro de la ciudad, lugar donde se encuentran las mejores tiendas de telas, y es que adoro ir en cada oportunidad, las posibilidades que tienes a la mano son infinitas. ¿La razón? Adoro coser, desde que era un pequeño de ocho años, me sentaba con mi mamá a verla arreglar ropa y crear atuendos nuevos; hasta que, llegada la adolescencia y aprovechando que estaba solo en casa, decidí practicar lo que había aprendido con solo observarla en silencio, y cree un vestido negro divino que mantuve escondido debajo de la cama, si lo hubieran encontrado, hubiera sido mi fin; después vinieron más y, al cabo de unos meses, decidí hacerle frente al asunto y decirle a mis padres que era un gay, que amaba vestirme de mujer, pero jamás de los jamases me convertiría en una. Eso sí, pegaron el grito al cielo, pero al final, no tuvieron otro camino que aceptar a su hijo el raro. Unos años después encontré mi verdadero camino.
Sucede que, a veces, cuando estoy viendo telas, con solo ver texturas se me ocurren miles de ideas para nuevas creaciones y esta noche no es la excepción, he creado un vestido verde divino inspirado en el que usó Julianne Moore en el Festival de Cannes de 2019 y estoy segura de que será una sensación ante la audiencia.
El tiempo se pasa en un parpadeo y siempre salgo con un par de telas bajo el brazo, que quien sabe cuando me ponga en modo creativo, pero como digo en más de una oportunidad: siempre es un buen momento para comprar telas. Es lo mismo que sucede con los libros, una vez a la semana voy a mi librería preferida y regreso a casa con un par de títulos entre las manos; y es que cuando no estoy comprometido con el personaje, me dejo envolver por una lectura, sin embargo, esta semana ya hice mi botín de nuevos libros.
Luego llamo a mi hermano Logan, quien seguramente está en algún lugar del mundo; adoro su trabajo, aunque no podría hacerlo, de alguna forma, me parece desgastante. A mis padres los llamo en las mañanas, sobre todo a mamá, hablamos cada mañana un par de minutos y luego me pongo con mis tareas diarias. Para navidad viajo hasta la casa familiar, si bien en una ocasión pasé las fiestas con mis amigos, no se compara con el ambiente que surge en torno a la familia, es diferente y tiene una magia peculiar, pero muy especial.
Logan me dice que se encuentra en Japón y que ha sido una experiencia maravillosa, aunque desconoce el idioma, no se ha dejado vencer por eso. Por primera vez lo envidio, desearía estar en un templo japonés en una ceremonia del té, con un kimono de geisha para hacer el momento más fabuloso. Suspiro por todas las aventuras que me cuenta y me alegra que disfrute de ello y le saque el máximo provecho.
Finalmente estoy en casa, un pequeño apartamento muy cerca del bar que se ha convertido en un segundo hogar: Sonicá Baluarte, un lugar con decoraciones retro que hace sentir como si estuviésemos en los años ochenta, su música es variada y es el lugar más popular que existe para la comunidad, además, siempre hacen competiciones y eventos divertidos. La tarde se me va viendo series, después de todo es el último viernes de noviembre.
Unos minutos más tarde, llego a Sonicá Baluarte. No soy la única que se presentará, hoy varias de mis compañeras que harán un show fenomenal, pero seré yo quien cierre la noche. Ya saben, lo mejor para el final. Además es un día especial porque todos saben que estoy de celebración, así que será una noche para recordar.
En el espejo del camerino veo un rostro alargado de piel cremosa, una nariz aguileña, labios bastante gruesos y unos ojos marrones rasgados que me dan un aire de asiático, todo cubierto de maquillaje; aunque sin peluca y sin pestañas postizas.
Las personas entran y salen del camerino; comparto un par de palabras con algunas, mientras me concentro en terminar la tarea de encarnar a Judy Monroe.
Tras el espejo, aparece un chico moreno de pelo al rape y unos ojos azabache que reflejan una gran felicidad, también es drag y se está alistando para su presentación en el escenario. Se hace llamar Amatista y aparte de reflejar felicidad, también refleja angustia. Algo está buscando.
—¿Has visto una faja negra? —pregunta.
Compartir camerino con Amatista es maravilloso, la adoro, es el mejor amigo gay que una persona puede tener, pero a veces se vuelve tan desesperante que dan ganas de tirarlo por el balcón del bar. Dos seres desordenados no pueden convivir en un mismo espacio.
—Por supuesto —respondo y señalo el único baúl de la habitación.
—¡Ah, no lo recordaba! —exclama y se acerca hasta el baúl a buscar lo que ha perdido—. Por cierto, después de mí, te toca.
—Rómpete una pierna —le digo.
—Eso es para el teatro —me protesta, mientras le da un par de retoques finales a sus labios que lucen tan rojos como la sangre.
—Entonces déjalo todo el escenario, excepto tu peluca...
—Porque ya sabes que somos profesionales —me interrumpe para que ambas voces suenen al unísono.
Le sonrío y, como alma que lleva el diablo, desaparece.
—¡Asegúrate de quedarte luego de la presentación! —grita, antes de que se pierda.
Frente a mí, se despliega un montón de maquillaje que en minutos previos estuvo en un hermoso neceser, pero por la premura del asunto.... ya se imaginarán; después organizaré el desorden, cuando el show haya terminado.
Vuelvo al espejo para dar los toques finales: ponerme una peluca y vestirme. El tiempo pasa tan rápido que me hace alucinar. Es ahora cuando los nervios se apoderan de mi cuerpo y vuelve a mi mente Max. ¿Habrá llegado? ¿Estará en primera fila? Suspiro sin despegar los ojos de mi reflejo.
Me veo por última vez con una sombra de tristeza que no se puede borrar, la peluca rubia en ondas me hace ver como una diosa; el vestido verde que me he puesto le da a mi cuerpo esa sensualidad que irradia una estrella de cine; todo es una hermosa fantasía.
Camino hasta la tarima del escenario, Rubí, la estrella del bar y quien ha sido la presentadora de la noche, está en el centro, sosteniendo el micrófono.
—Y lo mejor para el final —dice Rubí—, y no, no soy yo, por supuesto, es la preciosa y talentosa Judy Monroe, quien hoy cumple cinco años en la escena drag y les promete un show fabuloso.
—Gracias, linda —respondo y tomo el micrófono.
Luego las notas vibrantes de Papa don't Preach de Madonna, se hacen cada vez más fuertes. Una luz blanca viene del techo desde diferentes ángulos, y va bailando de un lado a otro; los aplausos y gritos de la gente, hacen que una fuerza imbatible me invada; sin embargo, él no está. Max no ha llegado y eso me llena de una profunda tristeza. Después continúa el beat de The Power of Love de Céline Dion, pero no hay señales de estar ahí, preparé un show maravilloso para cautivar a la audiencia, pero también a él. Mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas, más que todo porque la melodía refleja un aire de nostalgia y, si no estuviese haciendo lipsync, seguramente mi voz ya se hubiera quebrado.
«Pensamientos positivos» me dice una parte de mi mente. Los gritos y aplausos no cesan. El show está por terminar, comienzo a pronunciar las primeras líneas Can't Take my Eyes off You de Gloria Gaynor y mantengo mi mente tranquila, finalmente, Max hace presencia en primera fila, sacude su mano como saludando y luego lanza un beso imaginario que hace que en mi rostro se dibuje una sonrisa.
—You're just too good to be true, can't take my eyes off you —pronuncio mientras lo señalo y él también logra soltar una gran sonrisa y sus mejillas se tornan rosadas.
El publico estalla en aplausos y él es parte de todo eso. Después de varias piruetas en el escenario y de entregarme por completo a cada una de las canciones, bajo al escenario para saludarlo.
Lo envuelvo en un abrazo y él me aprieta con sus torneados brazos, me siento en un lugar seguro y cálido, y más feliz que nunca. Pongo mi rostro entre su cuello y aspiro su fragancia maderosa que es su sello característico.
—¡Feliz aniversario, Judy! —pronuncia, cuando nuestros cuerpos se separan.
—Pensé que no vendrías —respondo—. Me alegra tanto verte.
—Siempre cumplo mis promesas y me tardé un poco porque hubo un accidente en medio del camino.
—¿No tomaste el metro?
—Vine en taxi para llegar a tiempo y... —Alza los hombros—. Llegué un poco tarde, qué pésimo novio soy. Por cierto, te ves fabulosa en verde —continúa y me da un beso rápido en los labios.
Sus palabras me hacen sonreír y me abalanzo hacia él para darle un beso más apasionado, al que decide corresponder.
—Gracias —digo al separarnos—, espera, ¿dijiste novio?
Max asiente y muestra sus dientes en una sonrisa, como un niño que acaba de hacer una travesura.
—¿Por qué nunca dijiste que somos...? —pregunto y muevo mi dedo índice para señalarlo a él y a mí.
—¿Acaso necesitaba hacerlo? —Y alza una ceja.
Suelto una gran carcajada y lo arrastro hasta la barra para beber algo. Allí me encuentro con varias amigas y amigos, quienes me felicitan por el show, y Max no duda en participar de la charla. Su presencia es un soplo de tranquilidad, y siento dentro de mí que una nueva Judy ha nacido y promete quedarse una larga temporada.
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