Cazadora de brujas
En aquel reino vivía una pareja y estaban desdichados porque la mujer no podía dar a luz, a pesar de haber tenido una gran cantidad de oportunidades.
Mientras seguían los intentos, junto a la casa de la pareja, había un frondoso árbol de rambután, sus coloridos frutos rojos tenían un relleno blanco con un sabor dulce y fresco, con un toque acido; era delicioso y muy adictivo, tanto así que la mujer cuando iba hacia el castillo para cumplir con su trabajo de sirvienta del rey, llevaba un par de frutos para comer en el camino. Tal vez fue cosa del destino o por obra de aquella exótica fruta, pero la mujer finalmente quedó embarazada.
A pesar de su estado, esa costumbre de comer la fruta se volvió una adicción, al punto de obligar a su marido a trepar el árbol para bajar los frutos que estaban lejos del suelo; con tal mala suerte que, en una de aquellas ocasiones, la dueña del árbol —que era una poderosa bruja—, se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
—¿Cómo te atreves a robar los frutos de mi árbol? —se quejó la mujer, su cabellera azabache ya pintaba algunas canas y un par de arrugas se vislumbraban en su rostro.
—Lo siento —se disculpó el hombre—. Lo hice por mi esposa, no puede parar de comer esa deliciosa fruta.
—Devuélvelas o llévate las que quieras, pero si lo haces, cuando nazca tu hijo me lo tendrás que entregar; de lo contrario...
El hombre estaba muy nervioso, sentía que no podía decepcionar a su esposa, pero al final terminó por aceptar las condiciones de la mujer.
Llegó a casa con las frutas y su mujer las comió con gran entusiasmo; sin embargo, el temor embargaba al hombre y no tuvo más remedio que confesar lo que había sucedido con la bruja.
—No puedes volver a comer esas frutas —afirmó, ella le miró con curiosidad y esperó por la explicación—. Serás las últimas que comerás porque he condenado nuestro destino.
—¿A qué te refieres? —preguntó ella, intrigada.
—A cambio de las frutas que te he traído, debo darle nuestro hijo o hija a esa anciana, ella es la dueña del árbol.
—Pero...
Aquella afirmación dejó a la mujer sin palabras, no podría hacer eso, pero de no cumplir, seguramente recaería un terrible hechizo sobre ellos. Unos meses más tarde, el bebé que tanto habían anhelado tuvo que ser entregado a la bruja. Era una niña muy hermosa que recibió el nombre de Raquel.
La bruja hechizó su casa para que nadie se diese cuenta de la bebé y la crio como si fuese de ella, hasta que Raquel cumplió trece años y fue llevada a una torre alta por donde solo se podía acceder por una ventana. Continuamente la visitaba para alimentarla y pasar tiempo con ella; al principio la ayudó un hechizo, pero entre más envejecía, su poder se hacia más débil por lo que tenía que optar por otra opción.
Conforme la niña se estiraba —propio de su edad—, su pelo también crecía a una velocidad alarmante y, gracias a esto, usó su cabellera para que la bruja la visitara como comúnmente lo hacía.
—¡Raquel, suelta tu cabello! —le avisaba la mujer para poder llegar hasta la habitación.
Un día, cuando Raquel recién cumplió dieciocho años, pensó que estaba en una edad para valerse por su propia cuenta, de descubrir el mundo, había vivido en esa torre por mucho tiempo; no obstante, no tenía idea de cómo escapar de su madrastra. Así pasó varios días pensado en una forma de huir, pero a su mente no llegaba nada.
—¡Raquel, suelta tu cabello! —pronunció una voz femenina, pero era diferente a la de su madrastra.
La chica se asomó por la ventana antes de lanzar su melena y encontró a una chica; probablemente de la misma edad que ella, de una melena rubia recogida en una apretada trenza, de ojos oscuros y unos labios muy finos. Era demasiado preciosa y Raquel sintió algo que nunca antes había sentido, así que mandó su cabellera al suelo para que la desconocida trepara; si bien se arriesgaba a morir en manos de esa nueva cara, no le importó hacerla subir.
—¿Quién eres? ¿Cómo me encontraste? —preguntó Raquel.
—Me llamo Maeve y soy una cazadora de brujas —se presentó la desconocida—. El otro día pasé por aquí y vi como la anciana te llamó. ¿Acaso eres su prisionera?
—No —contestó—, es mi madrastra y vivo aquí porque me está protegiendo, no sé realmente de qué, pero me ha cuidado por años.
—¿Y no te gustaría salir y descubrir el mundo? —quiso saber Maeve.
Sí, quiso decir Raquel, pero su voz se vio interrumpida por la llegada de la bruja.
—¡Raquel, suelta tu cabello!
—Es ella, ¡tienes que esconderte!
Por primera vez, Raquel experimentó el temor, lucía tan nerviosa que no sabía cómo actuar. Sin tiempo que perder, lanzó su cabellera por la ventana. Cuando su madrastra llegó, no encontró nada, todo lucía como siempre.
—¿Todo en orden? —preguntó la mujer—. Te ves muy nerviosa.
—Sí, todo está bien —contestó Raquel—, solo es el hambre que me tiene muy ansiosa.
—Pues te he traído unos deliciosos pastelillos que horneé —manifestó la anciana y, de la cesta que llevó, sacó la comida.
Raquel comía con presteza, la bruja olisqueaba la habitación, como si se tratara de un sabueso, pero a simple vista no notaba nada extraño, sin embargo, sabía que algo sucedía.
—¿Pasa algo? —preguntó Raquel, con las mejillas llenas de comida.
—Percibí algo extraño, pero tal vez es solo mi imaginación, ya estoy muy vieja —respondió y volvió a olisquear el lugar—. Como sea, ya tienes dieciocho años, así que por primera vez te llevaré al exterior, pero solo será un paseo corto, una chica como tú no puede pasar mucho tiempo en el exterior, hay mucha maldad allá afuera.
Raquel no tenía palabras que decir, ansiaba la libertad, pero recordaba a su visitante y siendo una cazadora de brujas, seguramente acabaría con su madrastra porque sabía que ella usaba magia. ¿Qué tanto le dolería perder a la mujer que la crio prácticamente toda su vida? Sus recuerdos no llegaban tan lejos y no sabía si había tenido un padre, tampoco se molestó en preguntarle a la mujer porque sabía que tenía un temperamento fuerte.
—Bien, tendremos que posponer la salida para mañana, parece que va a llover —dijo la bruja, tomó la cesta vacía y se situó cerca de la ventana.
Raquel no debatió ante su propuesta, teniendo más tiempo, podía pensar mejor las cosas; soltó su cabello para que la mujer regresara a su casa y nuevamente apareció la intrusa.
—Me escondí entre tu ropa —confesó Maeve, señalando el ropero.
—Muy bien hecho, y sí, deseo salir de aquí, pero no se me ha ocurrido nada hasta el momento, siempre fui feliz en este lugar y nunca pensé en... escapar.
—Pensaré en algo y vendré mañana antes de que te vayas con ella o después de que regreses, tendré que pensarlo claramente.
Raquel sonrió, a pesar de que era una idea descabellada, Maeve le proporcionaba tranquilidad y seguridad. Y, si bien aquella mujer le brindó alimento y un lugar donde dormir, la realidad era que no sentía amor por ella, solo respeto y un tanto de temor. Sí, se sentía como una prisionera y lo peor era que no sabía porqué estaba en ese lugar.
—Hay maldad allá afuera —decía su madrastra, una y otra vez, pero seguía sin entenderlo.
La mañana prometida llegó, la mujer pidió a Raquel que soltara su cabello y esta obedeció. Al llegar, vio cómo su madrastra tenía una gran cantidad de cuerdas bajo el brazo.
—Con esto podremos bajar —afirmó y, una vez en el suelo, con una daga cortó el largo cabello de Raquel—. Y ya no regresarás, sé que piensas en traicionarme, lo pude oler en ti, no sé que traes entre manos, pero me encargaré de eso.
La bruja lanzó un polvo sobre Raquel y esta cayó desmayada, sin tiempo para reaccionar.
Cuando Raquel abrió los ojos se vio rodeada de verde. Estaba en un espeso bosque que nunca antes había conocido. De hecho, nunca supo cómo lucía el exterior. Ante sus ojos, el panorama era precioso, se había percatado de que se estaba perdiendo de la belleza del mundo y que la bruja la había abandonado en un lugar desconocido. seguramente se había dado cuenta de la presencia de Maeve y, ahora, estaba destinada a la suerte.
Caminó por varias horas hasta que llegó a un río, tomó un poco de su agua cristalina y descansó sus pies. Mandó sus manos a su cabeza y su melena —que antes era rubia— ahora era de pelo negro y muy corto, se sentía extraña, pero liberada. No sabía qué hacer, así que optó por quedarse junto a ese gran manantial y esperó hasta ver a alguien que pudiera ayudarla; sin embargo, no veía a ninguna persona.
Unos días más tarde, Maeve la encontró, le contó que la buscó en todos los rincones y no podía hallarla por ningún lugar, también le manifestó que había acabada con su madrastra, siendo una cazadora de brujas, era su deber exterminar a todos esos seres. Un vacío se hizo presente en Raquel, pero después estuvo más tranquila, como si la hubiesen liberado de un peso que había cargado por varios años.
—¿Quieres acompañarme en mis aventuras? ¿Te gustaría ser una cazadora de brujas?
Aquellas palabras se sintieron como un remolino que arrasaba con su cabeza. Ella, ¿una cazadora de brujas? Nunca en su vida se preguntó cuál sería su destino o qué quería ser cuando saliera, jamás se atrevió a cuestionarse sobre la vida, si acaso estaba consagrada para ser una princesa o vivir en esa vieja torre por la eternidad; pero tenía una oportunidad de elegir, por primera vez tenía la opción de trazar su camino.
—Sí, gracias —contestó Raquel y le estampó un beso a Maeve en la boca.
No sabía que había sido eso, solo sintió como si una fuerza invisible la hubiese impulsado.
—Me has besado —dijo Maeve.
Así, Raquel había descubierto los besos, pero también había descubierto el amor, aunque todavía no sabía que se llamaba así, pero un cosquilleo que se escondía en un rincón de su pecho, le hacía pensar eso y con el tiempo descubriría que podía seguir alimentando esa sensación y que podía explotarla de diversas formas. También supo el significado de la libertad, algo que le habían arrebatado desde muy pequeña.
Gracias a Maeve, pudo ver el mundo con otros ojos y soñaba con erradicar la maldad de la que tanto hablaba su antigua madrastra. Raquel también sentía que esa mujer nunca había sido su madre, sabía que sus verdaderos padres estaban en algún lugar del reino y juntas se encargarían de encontrarlos. Luego, juntas continuarían cazando brujas, hechiceros y diversos monstruos. Con el tiempo, se convertirían en unas heroínas.
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