Alcanzar un sueño
Las calles desprendían un halo de terror e incertidumbre, había llegado la temporada favorita de Luther y su gran amigo Otis, quien, al igual que él, también hacía drag; se hacía llamar Paloma y llevaba muchísima trayectoria y años de experiencia en las tarimas de diversos bares y discos de la ciudad, también, había ganado varios certámenes y su nombre era reconocido entre toda la comunidad. Casi era tratada como un ícono entre su público y, con casi cuatro décadas encima, aún tenía la energía de un niño de ocho años, lo que daba como resultado unos performances maravillosos.
Había llegado octubre a la ciudad y, tanto ellos, como el resto de sus amigos y amigas de la comunidad, sentían como si hubiese llegado la navidad; aunque, no podía negarse que esta temporada también era amada por la parejita de mejores amigos.
Junto con la llegada de la época, también había aparecido para Luther una oportunidad grandiosa para subir un escalón más en su carrera como artista, porque, después de todo, así sentía; aunque todos sus conocimientos fuesen desarrollados de forma empírica. Y, si bien llevaba pocos años de trayectoria, tenía una meta y estaba dispuesto a cumplirla.
—Pero..., ¿y si no les gusto? —preguntó con congoja, mientras caminaba con Otis entrelazando sus brazos.
—Lo harán —contestó su amigo, regalándole la mejor de las sonrisas—. Eres un artista, ¿no es así?
—Sí, cariño, pero tengo tantos nervios y no precisamente porque se haya bajado la temperatura.
—Es cierto.
Iban arrebujados con gruesos abrigos y con gorros de lana. Además, Otis llevaba uno guantes que coordinaban perfectamente con su vestimenta, pues era una persona bastante friolenta. Habían decidido ir al sector comercial desde temprano en la mañana, pues buscaban lo mejor en decoración para la gran casa de su mejor amigo, que había heredado de sus padres, y, también, para el pequeño apartamento de Luther que compartía con un niño revoltoso.
—Dios, es que no dejo de pensar en la audición —soltó Luther, de pronto.
—¡Relájate! —chilló Otis, como si de un regaño se tratase—. Vinimos a eso, ¿no?
—Sí, sí, lo sé —se defendió el aludido—. Buscar adornos y almorzar juntos, como si fuera un domingo cualquiera.
—Pero no es domingo, sino lunes —apuntó Otis.
Luther asintió. Pronto, en la distancia, pudieron divisar el comercio que estaban buscando y el error había sido de Otis, quien había indicado al taxista el destino de forma equivocada y tuvieron que caminar tres cuadras a pie para llegar al sitio correcto. De cualquier forma, no le importaba, y el mayor de ellos bromeó con un: «esto es cardio y nos sentará bien para nuestras piernas».
En alguna oportunidad, Luther había entrado al gimnasio, primero, con la excusa de tonificar su cuerpo y mejorar su salud; un par de meses después, se dio cuenta que era demasiado esfuerzo y disciplina, y sí, era una persona responsable y disciplinada, pero no en esa área, luego siguió yendo un par de días, sin embargo, en estas ocasiones, la excusa era ver hombres musculosos y sudorosos, lo que ponía su libido como una montaña rusa. Llegó a un punto en el que pensó, que eso no era buena idea y que hacerse el que entrenaba no le ayudaría a encontrar al amor de su vida, ni tampoco tonificaría su cuerpo, ni mejoraría su salud.
En momentos como ese, pensaba en aquellos momentos hermosos que vivió con Max, había sido una pena que se dieran cuenta que eran incompatibles y que su relación solo se basaba en ser buenos amigos, aunque no se podía negar que, a veces, les surgía el deseo de besarse y tener detalles lindos el uno al otro, pero con el tiempo, se dieron cuenta que su vínculo no sería duradero y que preferían conservar la amistad, y lo habían hecho con tiempo, pero no se podía negar que Luther se alcanzó a enamorar.
Aunque ya había pasado mucho tiempo de eso —un año para ser exactos—, había momentos en los que pensaba qué hubiera pasado si la relación hubiese tomado otro rumbo y hubieran seguido siendo novios, o, «una pareja sin etiqueta», como le había mencionado Max en una ocasión y eso le hizo reír.
—¿En qué estás pensando, cariño? —le preguntó Otis—. Andas como en la estratósfera y no justamente por la entrevista esa que tienes, hasta sonreíste y todo.
Habían entrado a una tienda de artículos de fiesta, buscando la decoración para ambos hogares y, mientras inspeccionaban el lugar, habían descubierto una pareja de chicas revolviendo el estante de las pelucas; aunque, seguramente se trataba de alguien como ellos: una pareja de mejores amigas. Tomaban una peluca, se la ponían, hacían poses divertidas, tomaban fotos y soltaban carcajadas como su broma personal.
—Ves a esas chicas? —Señaló Luther con la boca.
—Sí —afirmó Otis—. Adolescente fuera de control.
—Me acordé de Max —confesó—. Un día hicimos algo parecido, pero fue para navidad, nos probamos unos gorros de elfo lo más de adorables y gorritos de Papá Noel... —Suspiró.
—Pero eso se acabó y ahí ya no hay nada.
—Hay algo, mi querida Paloma mensajera y se trata de una sencilla amistad, ¿puedes creer que sigamos hablando? Después de... Tantísimos meses.
—Es de no creer, mira esa brujita —expresó Otis y la señaló con una mano—. Ay, se vería preciosa en la puerta de la entrada.
—Pues llévala.
—Sigamos mirando antes de comprar.
Y así fue, recorriendo cara centímetro de aquella tienda, y luego otra y otra. Hasta que, finalmente, se pasaron las horas tan violentamente que no se percataron de que ya había pasado tanto tiempo. Iban ataviados de bolsas como si hubieran hecho la compra de navidad y no decoración propia de Halloween, y es que para Luther el primer año celebrando esas fechas en su apartamento, de ahí que estuviese con tanta emoción por comprar todas esas cosas que llevaba dentro de las bolsas.
Muchos rincones de la ciudad ya llevaban la decoración propia de la época y esa situación hacia que Otis se sintiera ansioso por no haberlo hecho con antelación; aunque solo había pasado un par de días. El mes apenas empezaba, pero se sentía extraño y fuera de sí; sin embargo, la explicación a todo ello era que había tenido muchas ocupaciones y eso imposibilitó el no haberlo hecho antes.
Se fueron un par de horas decorando la casa de Otis y otros cuantos más en el apartamento de Luther, y tanto el uno como el otro, se habían ofrecido sin rechistar, ya que habían gastado casi toda la mañana buscando los objetos de decoración; así que no importaba gastar un poco más de tiempo, poniendo cada cosa en su lugar. Por otro lado, quine compartía el apartamento con él, no se encontraba.
—¿Y te irás dragueada? —preguntó Otis, con cara de consternación.
—Por supuesto —contestó—. Si voy a una audición de artistas, debo ir como tal, que sepan que Judy Monroe encandilará el escenario, pero sin dejar de lado que Luther Callaghan está detrás de ella, tú entiendes; si la aceptan, aceptarán a Luther y él podrá con cualquier cosa que se interponga en el camino.
—Ay, me haces sentir orgullosa —pronunció Otis—. Como una mamá de su hija, aunque yo no sea tu drag mother, ni tu mamá biológica, aunque me asusta que te rechacen por ir así vestida.
—Todo irá bien, y es lindo que lo menciones, nunca tuve una madre drag, ni siquiera tuve alguien que me guiara; todo lo hice por mi cuenta y, así no seas mi madre, eres el mejor amigo y amiga que alguien puede tener.
—Pensé que la habías dicho lo mismo a Bobby. —Otis levantó una ceja de forma retadora.
—Sí —se excusó Luther. Adoraba a quien personificaba a Amatista, así que no podía discutir ese tema—, es mi mejor amigo y amiga, pero tú eres el número dos.
—No me gustan los segundos lugares —se quejó su amigo, quien tomó una peluca y comenzó a peinarla para evitar tomarse el comentario demasiado personal y para no profundizar en ello, pues seguramente se desataría una guerra.
—Te adoro y lo sabes, ¿no? —Luther tomó el mentón de Otis para que le sostuviera la mirada.
—Sí, pero... —Un nudo se formó en su garganta—. Eso sonó horrible, ¿recuerdas la cara que puse al quedar en segundo lugar para el Reina Sonicá 2019?, pues se sintió casi lo mismo.
Sonicá Baluarte, hacía un certamen anual para la comunidad drag, en donde condecoraban a la mejor reina y, aparte de ganar una corona y un cetro, ganaban un precio en metálico.
—De acuerdo, te propongo algo —dijo Luther para remediar la situación—. Si quedo en las audiciones, te invito a lo que quieras comer en ese restaurante elegante que siempre mencionas... El... ¿cómo se llama?
—El conde langosta —contestó Otis, soltó una risa nerviosa y se tapó la boca con una mano—. Dios, estás adentrándote en terreno peligroso y que esté gorda no quiere decir que me puedes comprar con comida, estoy segura que puedes hacerlo mejor, reina.
—Deseo una sartenada de langostinos con cebolla caramelizada, acompañada de aguacate y mango —expresó Luther imitando la voz de su amigo—, con una discreta copa de vino tinto —concluyó y soltó una carcajada.
—¡Eres una perra habilidosa! —exclamó el otro y le lanzó la peluca que tenía entre sus manos a la cara y también se unió a la risa.
—Si lo deseas, lo tendrás, pero todo depende de la audición —mencionó, devolviendo la peluca a su lugar.
—Si quieres que olvide lo que dijiste, me tendrás que invitar al conde langosta, así no te elijan, es mi última oferta.
—Oye, eso no se vale.
—¿Lo tomas o lo dejas? Es mi última oferta y soy una persona de palabra.
—Trato hecho —contestó Luther y estrecharon las manos.
Así como pasaron las horas haciendo la decoración de octubre, también se pasó en un parpadeo mientras Luther lucía sus mejores galas: un vestido dorado de tirantes, una peluca negra y pomposa, joyería que daba la fantasía de ser de oro y unos tacones negros que había guardado para una ocasión especial. Además, su maquillaje era demasiado sutil.
—Bien, ¿qué tal me veo? —preguntó Luther.
—Como una estrella de cine —dijo Otis—. Ay, hasta me dan ganas de echarme para atrás y olvidarme del conde langosta, pero te ves increíble y sé que los conquistarás, también sé que no puedo entrar, pero estaré dando un paseo cerca y, en cuanto tengas respuesta, iré volando, sea cual sea el resultado.
—Dios, otra vez los nervios están... —Un pitido en su teléfono celular le indicó que el carro que había pedido estaba a un minuto de distancia—. Ya llegó el Uber, vamos.
Salieron del apartamento de Luther, subieron al vehículo y dejaron que los llevaran a su destino. Como había indicado Otis, él se quedaría dando un breve paseo por la zona en la espera del resultado de la audición, llevaba un morral con ropa de cambio para Luther cuando terminara su entrevista, pues, aunque se sentía como una diosa, no podría soportar tanto tiempo andar con vestido, peluca, tacones y varios kilos de maquillaje.
Una vez en el lugar, el vehículo traspasó la zona de seguridad, no sin antes dejar a Otis en la entrada, quien prometió estar pendiente de su teléfono celular para tener novedades sobre la audición. Luther sonrió por todo lo que le rodeaba, se sentía como un niño en una dulcería; aun si no pasaba la entrevista, el hecho de haber presentado, suponía una gran hazaña cumplida.
Pagó a la chica del Uber, quien resultó ser bastante amable y le deseó mucha suerte. Según las indicaciones que le habían enviado por correo electrónico, debía presentarse en el set de grabación número cuarenta y ocho, pidió indicaciones a un hombre de seguridad y allí llegó, recordaba que la audición era libre, así que estaba completamente seguro de hacer un maravilloso monólogo de uno de sus personajes favoritos de Shakespeare.
Nunca se imaginó dentro de las oficinas de Sony Pictures, pero ahí estaba, probando suerte; con los nervios recorriendo cada centímetro de su cuerpo, pero con mucha ilusión y buenas expectativas. También, sabía que quedar a la primera, era muy complicado, aun así, iba caminando con la frente en alto y con una sonrisa que cubría todo su rostro. Ni siquiera pensó en estar en Hollywood, lo máximo que se imaginaba era, dando un tour guiado porque sabía que cada día hacían de esos, pero ahí se encontraba y no estaba dispuesto a dar marchar atrás.
—¡Santo Dios! —exclamó, al verse rodeado de tantas personas.
Había tanto hombres como mujeres; altos, bajos, gordos y flacos, incluso, vio a un tipo disfrazado de payaso y le resultó una idea divertida y, aquel temor que llevaba desde que se bajó del Uber, se disipó al verse rodeado de tanta gente y varios murmullos que iban y venían, también encontró a algunos que ensayaban antes de deslumbrar en el escenario.
—Atención, por favor, ¡pongan atención! —habló una mujer, llevaba ropaje común y un chaleco que la identificaba como parte del staff del estudio—. Se llamará por orden alfabético de acuerdo a su apellido, e ingresarán por esa puerta. —La mujer señaló a su izquierda y continuó con su intervención—. Como verán, son muchos de ustedes, por lo que solo tendrán máximo dos minutos para impresionar al director.
Los murmullos aumentaron y, poco a poco, comenzaron a llamar a uno por uno. Veinte minutos más tarde, llegaron a la letra c, el tumulto de gente se volvía más pequeño y eso significaba que en cualquier momento le llamarían. Seguramente los que se presentaban salían por otra puerta, pues ninguno de los que entraban, salían por el mismo lugar.
—Carter Fiona, adelante —pronunció la mujer de hacía unos minutos, la cual llevaba un sujetapapeles entre sus manos.
Dos minutos más tarde, fue el turno de Luther.
—Callaghan Luther, puede seguir.
Asintió con su cabeza y cruzó la puerta. Se halló ante un teatro común y corriente, pero la presión se sentía en el ambiente; tenía deseos de salir corriendo y olvidarse de todo ello, no obstante, aquel silencio que primaba en el lugar, se vio interrumpido por el ruido que causaba sus tacones con cada paso que daba. La tarima estaba iluminada por una potente luz blanca y un hombre en primera fila con un montón de papeles entre sus manos, esperaba su llegada.
—Por favor, preséntese y realice lo que tiene preparado —indicó el hombre, con una seriedad que helaba la sangre.
Mientras se hacía un lugar en la tarima, puedo ver que a su derecha había más papeles descartados que a la izquierda, seguramente ahí se encontraban los elegidos.
—Mi nombre es Luther Callaghan —se presentó y sintió su voz un poco quebrada, carraspeó por unos segundos y continuó—, tengo treinta y un años, soy artista drag desde hace siete años, me presento en los escenarios como Judy Monroe, ya sabe por Judy Garland y Marilyn Monroe, en fin, he ganado algunos certámenes, aunque eso no tiene mucha relevancia en este momento, supongo, todos mis conocimientos sobre presentarse ante un público lo he aprendido de forma empírica, no he tomado ninguna clase de actuación, pero aprendo rápido y..., preparé un monólogo de Desdémona, esposa de Otelo.
—Excelente elección, comience —indicó el director.
Luther carraspeó una vez más y bajó su voz unos decibeles para que sonara un poco femenina.
—¡Ah, Yago! ¿Qué puedo hacer por recobrar el cariño de mi esposo? —profirió Luther, ayudándose de sus brazos para darle mas vida al personaje que interpretaba—. Buen amigo, ve con él, pues, por la luz del cielo, no sé cómo le perdí. Lo digo de rodillas: si alguna vez pequé contra su amor por vía de pensamiento o de obra; si mis ojos, oídos o sentidos gozaron con algún otro semblante; si no le quiero con toda mi alma, como siempre le quise y le querré, aunque me eche de su lado como a una pordiosera, ¡que el sosiego me abandone! Mucho puede el desamor, mas aunque el suyo acabe con mi vida, con mi amor nunca podrá. No puedo decir puta; me repugna la palabra. Ni por todas las glorias de este mundo haría nada que me diera un nombre así.
—Muy bien —habló el hombre y dio dos secos aplausos—, gracias por presentarse, puede salir por esa puerta —dijo el hombre y señaló hacia su derecha.
Antes de retirarse, pudo darse cuenta que el papel que sostenía entre sus manos, lo ubicó en el montón de la derecha. Sí, seguramente la habían rechazado y sentía grandes deseos de llorar, pues un vacío se instaló en su pecho.
Al cruzar la puerta, sacó su teléfono celular de su pecho para darle la noticia a Otis y sintió una mano apretando su hombro. Volteó a mirar para ver de quién se trataba y encontró a una mujer de rizos pelirrojos, cachetes rechonchos y ojos ambarinos que desprendían amabilidad.
—¿Tuviste audición con Roberto? —preguntó la mujer y Luther no pudo pronunciar ni una palabra, ni mover la cabeza ante la sorpresa—. No te aflijas, a él no le gusta el mundo drag, cada año se presentan una o dos y a todas las rechaza. —Extendió su mano para entregarle una tarjeta personal—. Me llamo Cristina Spencer y si tu sueño es brillar en Hollywood, conmigo lo conseguirás, tengo un papel que grita tu nombre, llámame el viernes y te cuento un poco más.
—Gracias, ¡muchas gracias! —respondió Luther, quien poco a poco iba asimilando lo dicho por aquella mujer.
Tomó la tarjeta que le había extendido y la observó, era una tarjeta blanca como la nieve con letras negras brillantes que señalaban su nombre y una descripción «directora de cine», además de su número de teléfono y correo electrónico, más una dirección física. Cuando levantó la cabeza para agradecerle una vez más, Cristina había desaparecido de su visión.
Con su celular en una mano y la tarjeta en la otra, llamó a Otis y le contó todo lo sucedido en los últimos minutos, sin darle tiempo a su amigo siquiera de decirle dónde estaba.
—¡Qué suerte tienes! —indicó Otis, cuando al fin tuvo oportunidad de hablar.
—Probablemente —indicó Luther, sin dejar de sonreír—. De cualquier forma, siento que tengo un chance de alcanzar mi sueño y no lo pienso desaprovechar.
—¡El conde langosta nos espera, pequeña Judy! —coreó su amigo con gran emoción.
—Touché —contestó Luther, cortó la llamada y guardó su teléfono en el sostén que cubría sus senos falsos—. El conde langosta nos espera, Judy Monroe —se dijo para sí mismo y comenzó a caminar rumbo a la salida, sin parar de sonreír.
Miró una vez más la tarjeta sin disminuir la caminata y luego suspiró.
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