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~Capitulo 14~

El hechizo localizador que tenía la moneda llevó a Elías a un depósito abandonado en las afueras de Berlín. El muchacho intuyó que el lugar debía estar resguardado con encantamientos de protección y ciertas líneas de orden, por lo que tomó suma precaución al acercarse.

En sus años de entrenamiento con el señor Nuttley, había aprendido a desestabilizarlas. Tomó su varita con determinación y comenzó a recitar conjuros para destruir las protecciones de la zona.

Una vez dentro, se encontró en un pasillo frío y poco iluminado. Caminó sigilosamente con su varita en mano a la vez que observaba en todas las direcciones. Intentó escuchar voces, gritos, algún sonido, pero no oyó nada.

«Espero no haber llegado tarde», pensó preocupado. El castaño temía que Bach hubiese terminado con la vida de Giselle, por lo que apresuró el paso para encontrar la habitación donde la muchacha se encontraba, o al menos la estancia donde estuviera el alemán.

Giró a la derecha y al final del nuevo pasillo notó que por la rendija de una puerta salían destellos de luz. Podría haber alguien dentro. Caminó lentamente hasta posicionarse frente a ella y con su varita apuntó y conjuró:

—¡Bombarda!

La puerta salió despedida por la explosión y Elías quedó frente a frente con un Bach sorprendido.

—¡¿Pero qué?!

—¡Expelliarmus!

La varita de Bach saltó de su mano y Elías se estiró para atraparla. El alemán le regaló una sonrisa llena de desdén.

—¿Dónde está?

—¿Quién? —Bach se sentó en su escritorio mientras el joven seguía apuntándolo con la varita.

—No te hagas el estúpido.

—Oh, la muchacha, sí —en su rostro apareció una mueca de fingido pesar—. Pues ya está muerta. Debo admitir que me sorprende que hayas vencido a Amadeus. Te subestime un poco, ¿sabes?

—No solo lo vencí, lo mate. Y a ti te pasará lo mismo.

Elías apuntó con mayor firmeza a Bach. El músico lo observaba confiado y con una sonrisa en el rostro.

—¿Lo mataste? Vaya... ahora estoy más sorprendido. ¿Cómo lo hiciste?, ¿qué sentiste?

Elías lo observaba confundido.

—Yo... yo —tartamudeó, esas preguntas lo habían tomado por sorpresa— ¡Espera! ¿Acabo de decirte que maté a uno de tus compañeros y me preguntas qué sentí?

Bach se lanzó a reír.

—Muchacho, me impresiona tu ingenuidad. ¿Compañero? Son todos prescindibles —movió una mano con desdén—. Aquí nadie es compañero de nadie. Yo trabajo solo, ya te lo he dicho.

»Estos especímenes no son más que herramientas, desechables cuando ya no son útiles —el alemán seguía sonriendo—. Y si a Amadeus lo venció un niñato que tiembla y habla de más cuando debería asesinar a la persona que busca, pues merecía morir por inútil.

Elías aún apuntaba al hombre, pero su mano empezó a temblar.

—¿No puedes hacerlo? Vamos, sabes que quieres. Piensa en tu padre, en tu madre. En ese muchacho, en la bonita de Giselle. Todos muertos por mí. Sabes que quieres asesinarme.

Elías observaba furioso a aquel nefasto tipo. No entendía como él, quien era el que lo amenazaba estaba intranquilo. Bach estaba a punto de ser su víctima, y aun así no dejaba de sonreír.

—No puedes, y por eso eres débil —volvió a hablar—. En la jungla el más grande se come al más pequeño, y tú, querido amigo, eres carnada para peces.

—¡Depulso!

Elías salió despedido hacia delante por un impacto que recibió en su espalda. Su varita y la de Bach salieron disparadas y el alemán aprovechó para tomarlas. Elías intentó reincorporarse para ver quien lo había atacado: una muchacha con pelos colorados y una cara conocida.

—¿Tú? —acomodó sus gafas— Pero él...

—¿Te dijo que estaba muerta? —Giselle, ahora pelirroja, soltó una carcajada— Te lo dije en mi casa: has lo que sea para sobrevivir.

—Tu hermano. ¡Murió por ti!

—Mi hermano murió porque no supo entender la regla, el más grande se come al más pequeño. El ingenuo perece, el astuto sobrevive.

Elías observaba al suelo desesperanzado.

—Owww, pobre niño —Giselle se acercó hasta estar cerca de su rostro— ¿Acaso te habías enamorado de mí? ¿Rompí tu corazón? —La joven soltó una carcajada en su cara— Madura, tonto. Esto no es un juego, jugaste a ser el matón y te encontraste con las personas del mundo real. Bach —giró su rostro hacia aquel hombre— ¿Cuánto nos pagaran por tener a este muerto?

—Lo suficiente para irnos de este mugroso país.

—¿Entonces lo hacemos ya?

—Tranquila corazón, aunque me gustas más cuando tienes esa impaciencia por sangre. Diré al señor Devon que ya lo matamos, así nos envía el dinero. Pero voy a divertirme un poco antes con él —observó al castaño—. Tus agallas me han impresionado, tu ingenuidad aún más. Te voy a mostrar un poco de realidad antes de terminar con tu inútil vida —hizo un encogimiento de hombros—. Tómalo como un premio, o un regalo. Como prefieras —se dio vuelta hacia Giselle y luego de succionarle la boca le dijo—: llévalo a la sala de tortura.

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