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7

—¿Pero de dónde sacaste esa ropa? ¿Acaso eres un vagabundo? —Vernon no pudo evitar poner los ojos en blanco ante las quejas de su padre. El chico iba vestido con una de las camisas de bandas que Chan le había regalado antes e incluso aún podía sentir la fragancia del chico rubio colarse en su nariz. —O peor aún, ¿te volviste pandillero o algo así? ¿Cómo le explicaremos esto a la prensa?

—Si, hola. He estado bien, gracias por preguntar, papá.

El hombre hizo una mueca y se acercó a Vernon de manera cautelosa. Medio acomodó los cabellos despeinados de su hijo hasta que creyó que el chico se ve medianamente decente.

—No te atrevas a reprochar nada —le advirtió —. No estás en ningún derecho de hablar después de lo que hiciste.

—No hice nada.

—Escapaste el día de tu boda, ¿eso te parece "nada"? —el castaño no alcanzó a defenderse cuando su padre ya lo estaba arrastrando hasta otra de las salas del palacio. —No puedes seguir escabulléndote por ahí cuando algo no te parece. Tienes responsabilidades que atender. Ahora, entrarás ahí conmigo y pedirás una disculpa a la señorita Ryujin por dejarla plantada en el altar, después tú solo arreglarás el compromiso. La próxima semana convocaré una rueda de prensa y explicaremos todo este malentendido.

Ambos entraron por fin al salón y se encontraron con dos rostros conocidos. La madre de su prometida y su prometida, en cuestión, quien estaba sentada en una silla acolchada y balanceaba sus pies.

—Lamento tanto esta situación. Hansol está realmente avergonzado por sus absurdas acciones —explicó el rey con una sonrisa y le dio un codazo casi imperceptible a su hijo para que se excusara.

—Ah, si. Lo siento, Ryujin.

La chica alzó sus hombros. —Está bien.

—Estos chicos de ahora —se quejó el rey —. ¿Cómo mantendremos la paz del reino así? —El hombre rechinó los dientes y la madre de Ryujin soltó una risa discreta limitándose a seguir al rey fuera de la habitación.

Mmm, supongo que debemos quedarnos aquí por un rato hasta que nuestros padres crean que nos hemos reconciliado, o algo así.

Ryujin asintió en concordancia. —Supongo lo mismo. ¿Aún nos casaremos?

Vernon vaciló. Llevó su palma hasta su nuca y se rascó con lentitud.

—No —respondió, pero aquello parecía más una pregunta que una afirmación.

Ryujin sonrió y se levantó de la silla que ocupaba. —Cool. Le diré a mamá que ambos nos negamos al compromiso, espero que también puedas llegar a un acuerdo con tu padre.

Vernon también sonrió. —Trataré lo mejor que pueda.

—Se está tardando demasiado. —Seungkwan se calló de inmediato ante la intensa mirada del hombre frente a él. No le agradaba, todos en el palacio eran demasiado estrictos, lo reprendían como si fuera un niño incluso cuando hablaba.

Chan sujetó la mano del pelirrojo con más fuerza. Cuando Seungkwan lo miró se alzó de hombros, dándole a entender que tampoco sabía lo que debían esperar.

Apenas habían llegado, Jeonghan los había encaminado hasta una de las salas y los había dejado abandonados ahí junto a un par de guardias. Jeonghan también se había llevado a Mingyu a la cocina, alegando que necesitaba conocer el lugar si deseaba trabajar ahí.

¿Desde cuando Mingyu también era cocinero? Bueno, aquellos solamente eran detalles, Seungkwan estaba preocupado por Vernon. El príncipe había sido escoltado lejos de ellos hace mucho, y los pensamientos catastróficos de Seungkwan no hacían más que ponerlo nervioso.

—¡Esto es inaudito, Hansol! ¿Cómo se te ocurre que...?

El rey guardó silencio cuando las puertas de la sala fueron abiertas. Vernon estaba a su costado, con la cabeza gacha pero con una mirada desinteresada.

Seungkwan alzó su palma a la altura de su cara en un impulso, pero cuando estaba a punto de agitar su mano en forma de saludo, Chan apresó su muñeca y lo hizo inclinarse junto a él.

—Papá, ellos son Seungkwan y Chan —los presentó el castaño —. Estoy saliendo con ambos.

El rey sonrió amablemente, tan fingido y tenebroso que Seungkwan terminó dando un paso detrás de Chan.

—Es un placer conocerlos —aseguró el hombre, y Seungkwan tragó en seco —. Hansol ha hablado bien de ambos, sin embargo es de mi pesar pedirles que se marchen de...

—No se van a ir —interrumpió Vernon, con la voz tan firme que su padre alzó una ceja con curiosidad; pocas veces su hijo se oponía a él de manera tan decidida.

—No le haga caso, su alteza. Podemos irnos en cuanto usted lo desee —aseguró Chan, tratando de evitar a toda costa la mirada de reproche de Vernon.

—Ah, ya veo. Lee Chan, ¿no es así? —indagó el rey, como si de pronto hubiera recordado algo. —No hacen faltas las formalidades —mencionó entonces dando una sonrisa genuina a Chan que desapareció tan pronto se encontró la asustada figurilla de Seungkwan detrás —. Hablaremos de esto más tarde, Hansol —advirtió hacia su hijo —. Mientras tanto siéntanse cómodos, consideren este palacio como suyo mientras arreglamos este pequeño asunto.

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