The Ice Palace.
Resumen: Sing creía que el amor podía tener dos caras muy distintas, y era algo que había vivido en carne propia durante esa semana, más de una vez. En sus charlas con Ash, donde el amedrentado lince parece sólo saber decir que vienen de mundos diferentes; y con las que tiene con Eiko, quien parece increíblemente decidida a eliminar cualquier barrera que los pueda separar.
Pareja: Ash/Eiko (fem!Eiji)
Advertencias: Genderbender de nuevo, porque no pude evitar hacer una mini continuación a lo que pasaba en el anterior one-shot (aún si dije que las historias no tendrían relación una con otra, quién me entiende).
Sing observó la carta en sus manos y la figura de Eiko en la silla frente a él.
La presionó con cuidado, antes de regalarle una sonrisa, que esperaba pudiera transferir confianza.
La biblioteca. Bien, eso no estaba muy lejos.
Confiaba lo suficiente en sus piernas como para que lo llevaran hasta allí antes de que el vuelo de Eiko e Ibe estuviera en sus horas de embarque, y ya nadie pudiera alcanzarlos.
—No te preocupes—le aseguró—me encargaré de que la tenga.
Eiko, desde su lugar, dejó que sus labios se curvaran suavemente, mientras lo más cercano a tranquilidad que Sing le hubiera visto en esos últimos días finalmente le saludaba, haciendo que él mismo sintiera un poco del inconmensurable peso de conciencia que lo había estado atormentando; se desvaneciera también.
—Gracias, Sing.
El muchacho hizo una señal con la mano, que intentaba emular la forma de una pistola; mientras le guiñaba un ojo, haciendo que su amiga riera.
—Para lo que necesites.
Se giró entonces, dispuesto a emprender su camino. Sin embargo, tan pronto su mano hubiera tocado la manija de la puerta, la voz de Eiko lo detuvo.
—¡Sing!
Llamó, y cuando el mentado regresó su mirada hacia ella, había algo extraño plasmado en su expresión. Sus labios temblaban, y la mirada en sus ojos parecía decirle que había un gran debate en su fuero interno: como si no supiera si debía hablar, o callar.
—¿Eiko?
Preguntó él, mientras elevaba una ceja, y guardaba la misiva en su chaqueta.
La muchacha se mordió los labios, tomando aire.
—No...—dijo entonces, dejando escapar una aparente tensión que se había construido en sus hombros, sus labios volvieron a dibujar una sonrisa; que no se parecía nada a la anterior. En cambio, parecía enmascarar algo que Sing conocía muy bien: Congoja—No pasa nada.
Sing no creyó ni una sola de esas palabras.
—... ¿Segura?
Instó de nuevo, equilibrándose sobre sus talones, mientras una de sus cejas se elevaba y su rictus cambiaba a uno claramente dubitativo. Eiko no era las de callar, o al menos, eso es lo que había aprendido durante sus largas y tendidas charlas previas al ataque a la mansión Golzine. Ya que siempre se había mostrado dispuesta y capaz de hacer respetar su opinión, aún si nunca antes hubiera estado en medio de algo como una guerra de pandillas, y mucho menos una contra la mafia.
Empero, Eiko sólo le aseguró que todo estaba bien, y que tuviera cuidado al ir a buscar a Ash.
Sing se limitó a fruncir la nariz, para luego asentir.
Todo aquello había ocurrido hacía sólo unas horas, si Sing no tenía el sentido del tiempo alterado. La última expresión que Eiko le hubiera regalado, con una sonrisa que parecía pelear por ocultar la duda y el miedo aun grabada en su mente, distando por completo de la que ahora tenía.
Esa sonrisa, calmada y compuesta, distaba por entero de lo que Sing creía ella debería estar sintiendo.
Tomó aire nuevamente, acomodándose en la silla y removiéndose de rato en rato, claramente nervioso y sin sentirse del todo capaz de poder enfrentar la mirada de Eiko.
—Entonces tú...
Empezó, dejando que las palabras murieran en su garganta. Sus ojos de pronto encontrando el sin fin de números titilando en los monitores en el pequeño cuarto de la clínica como la cosa más interesante del mundo, aún si no podía entender por qué estaban en esos lugares, o qué decían.
Eiko sólo asintió con parsimonia.
—Sí, estoy embarazada—afirmó con tranquilidad, y Sing no pudo evitar aclararse la garganta, mientras pensaba que no podía ser posible que tan solo tres palabras pudieran hacerlo sentir así de avergonzado. El niño ni siquiera tenía relación con él, por amor a Dios—Casi doce semanas, dijo el doctor.
Sing sintió el aire atorarse en su garganta, mientras su respiración entrecortada hacia que sus labios se partieran a la mitad.
—Esos son...—Dijo, mientras hacía cálculos mentales—¡Casi tres meses!
Cuasi gritó, sus ojos viajando raudos hacia la figura de Eiko, comenzando a examinar su vientre, aún si una parte de su subconsciente parecía gritarle que eso no era para nada educado.
—No lucías...—empezó a decir, mientras su lengua trastabillaba con las palabras, al tiempo que su mente regresaba a los acontecimientos sucedidos en el túnel del metro abandonado, la cantidad de veces que habían estado cerca de un disparo de bala. Y, finalmente, al proyectil que sí había logrado impactar contra la muchacha—tú no... yo no... Dios mío, yo no lo sabía.
Terminó soltando con voz contrita, mientras una de sus manos cubría sus labios en un movimiento casi reflejo.
Eiko, desde su lugar en la cama, sólo estiro sus manos para tomar la suya, en un fútil intento de calmarlo.
—Tranquilo—le pidió, con un tono suave—Yo... yo tampoco sabía, en ese momento.
Confesó, mientras su rostro parecía luchar por mantenerse sereno.
—Ibe-san casi se desmaya cuando el doctor le dio la noticia—dijo, con una pequeña sonrisa en los labios—Después no sabía ni como mirarme a la cara.
Completó, con una risa que Sing no sentía sincera.
No era raro, pensó.
Después de todo, Sing tampoco estaba muy seguro de cómo mirarla en ese momento.
Eiko pareció entender el silencio que siguió, pues sólo suspiró un poco más, mientras perdía su mirada por una de las ventanas, donde lo único que les saludaba era el cielo despejado.
—...Aún no estoy segura de cómo voy a decírselo a mis padres.
Murmuró, y Sing dio un pequeño salto en su lugar, observándola con incredulidad.
—... ¿Planeas conservarlos?
Las palabras salieron de su boca antes de que Sing tuviera tiempo suficiente para procesarlas en su mente. Eiko, por su parte, mutó su expresión a la de una de completa sorpresa, mientras giraba el rostro para verle extrañada.
—... ¿Qué?
Sing sintió sus mejillas arder, la vergüenza que ya se hubiera estaco construyendo en la base de su estómago, de pronto bullendo hacia sus mejillas, coloreándolas sin que pudiera hacer algo para evitarlo.
No era como si él fuera extraño al concepto del aborto, ni mucho menos.
Algunas de las novias –o, bueno, las mujeres- de algunos de los chicos de su pandilla habían recurrido a ellos en el pasado. E, incluso, una de sus tías más jóvenes también, cuando se hubiera enterado que el novio que acababa de conseguir era, de hecho, un hombre casado.
—Yo...—Empezó Sing, sin estar seguro si debía disculparse. Eiko, por su parte, sólo le regaló una mirada complicada. Una que le recordaba muy bien a la que tenía cuando parecía sopesar sobre pedirle el favor de su carta—No tienes que decirme... si aún no sabes la respuesta—Continuó entonces, intentando sonar más maduro de lo que se sentía—Sé que esta clase de cosas no se deben tomar a la ligera ... y eso.
Completó mientras se rascaba la mejilla con el dedo índice, sintiendo que había fallado en su intento.
Al menos, logró hacer a Eiko sonreír.
—Gracias, Sing.
Le dijo, mientras sonreía.
Él le devolvió el gesto, al tiempo que escuchaba la puerta corrediza abrirse a sus espaldas, y el particular sonido de los zapatos de las enfermeras al chocar contra el piso de la clínica.
Y, por si aquello no hubiera sido suficiente, la voz de una mujer que anunciaba a todos los presentes que era momento de colocar la medicina.
Sing agradeció mentalmente su llegada, mientras se ponía de pie. Era su señal para irse.
—Volveré mañana, ¿sí? —prometió, mientras su expresión se relajaba—¡Tienes que descansar!
Eiko le regaló una sonrisa, mientras asentía y le prometía que lo haría.
Giró sobre sus talones y se dispuso a salir en silencio, empero, cuando su mano tocó el pomo de la puerta, algo lo hizo girar la mirada. Sing se quedó un par de segundo más observando a la muchacha frente a él, mientras la enfermera comenzaba a preparar un par de jeringas, y revisar los monitores y el frasco con líquido que lentamente goteaba hacia una vía endovenosa.
—Oye... Eiko...
Musitó, lo suficientemente fuerte como para que fuera escuchado en la habitación, pero no lo suficiente como para considerarlo su tono de voz normal.
Su amiga giró hacia él, y la enfermera le dedicó una mirada que claramente le decía que su paciencia para con él ya estaba alcanzando su límite.
Sing sintió su garganta cerrarse un poco, antes de preguntar.
—... ¿Es de Ash?
Su única respuesta fue el silencio.
Silencio que se extendió por unos largos segundos, haciendo que Sing sintiera deseos de hacer de menos su cuestionamiento; pues estaba seguro que aún si el niño lo fuera- esa clase de información no es algo que Eiko quisiera decir en voz alta, por un motivo u otro.
Por vergüenza, quizá; pues todos ya intuían la clase de relación que ambos sostenían.
O, por desconfianza, también.
Pues ella misma había sido consiente de los alcances que más de una persona había tomado para lastimarla, y por extensión, a Ash.
Aún si pensar que de pronto se había visto exento de la pequeña lista de personas a las que Eiko podría confiarle esa clase de secretos, parecía dejar un punzante dolor den la base de su estómago, que Sing no se creía listo para comenzar a analizar aún.
Redirigió su mirada hacia el pomo de la puerta, sólo para ser interrumpido por la clara voz de Eiko, cuando finalmente lo hubiera girado.
—Sí.
Respondió, con simpleza.
Sing sintió su corazón perder un latido.
—Oh...—Musitó, el caudal de pensamientos que hubieran estado asaltando su mente deteniéndose de pronto—Entiendo.
Dijo, antes de salir del lugar.
Cuando Ash abrió los ojos, había pasado exactamente media semana desde el incidente en la biblioteca. Y, aún si algunos podrían decir que era una cantidad de tiempo considerable, Sing aún estaba intentando poner en orden las piezas de la historia en su cabeza.
Cómo es que, después de participar en una acalorada charla con Ash, quien parecía más una pared irresponsiva que el hombre que Sing alguna vez hubiera conocido, había terminado chocando con los otros miembros de la pandilla del muchacho, quienes –después de explicarles lo ocurrido con Ash- sólo le habían dedicado sendas miradas que reflejaban decaimiento y comprensión por partes iguales, antes de instarlo a ir con ellos, y darle una última despedida a Eiko.
Le había seguido al segundo nivel del corredor que llevaba a la zona de embarque, y cuando al fin hubiera visto la figura de Eiko siendo llevaba en una silla de ruedas, habría utilizado toda su fuerza para llamarle por su nombre, para mentir.
En nombre de Ash.
Y, no era como si Sing fuera alguien particularmente religioso o creyente. Ya fuera por sus raíces culturales, o por la falta de interés de su familia americana de guiarlo en alguna clase de camino eclesiástico. Empero, la rapidez con la que el celular de Max había sonado, después de que él dijera esas simples palabras, le había dejado pensando si no se trataba de alguna clase de castigo divino.
No mentirás, decía uno de los mandamientos, después de todo.
Esa parte en sus recuerdos era un poco borrosa, pues Sing recordaba la sonrisa de Eiko mutar en una mueca de confusión, al tiempo que el rostro de Max parecía perder todo rastro de sangre en su tez. Asintiendo repetidamente, mientras Ibe no dejaba de preguntar qué estaba ocurriendo.
Sing recordaba haber visto a Eiko batallar por ponerse de pie, aún con las palabras de los dos hombres que la acompañaban, su propia voz haciéndose más alta a medida que pasaban los segundos y Max mantenía su secretismo.
Aunque la frase que había desatado el caos, Sing había sido capaz de escucharla perfectamente.
—Es Ash.
Había dicho, y parecía que sólo esas palabras habían sido suficientes para hacer que el infierno se desatara.
Eiko nunca le había parecido alguien de contextura delicada. Y, cuando se hubiera enterado que antes la muchacha era deportista, aquello había parecido hacer perfecto sentido en la mente de Sing.
Verla en una silla de ruedas, incapaz incluso de dar un par de pasos sin ayuda, era difícil de asimilar, pero Sing entendía que era por su seguridad. Sin embargo, en ese momento, parecía que la herida nunca hubiera existido.
Que la silla de ruedas estuviera de adorno, y que Eiko nunca hubiera tenido problemas para caminar.
Pues, se había puesto de pie con rapidez, avanzando a zancadas hacia Max, mientras hacía un sinfín de preguntas, de las cuales Sing sólo había podido distinguir un: Dónde. Qué. Cómo.
Al menos, antes de que lo siguiente hubiera llamado su atención.
El sonido de un grito.
Y la visión de sangre en el suelo.
Antes de que Ibe hubiera intentando hacer que Eiko regresara a la silla.
Lo siguiente que fungía como memoria clave en la memoria de Sing, era el sonido de la ambulancia, haciendo su camino hasta el lugar, y que él y los muchachos de la pandilla de Ash, habían tenido que seguir al vehículo desde una prudente distancia, aún si todos ellos estaban entrando en pánico al mismo tiempo.
Ibe había sido el único en entrar junto con Eiko, mientras Max se había detenido afuera, haciendo llamadas con la expresión más agravada que Sing le hubiera visto en toda esa mañana.
Sing había sido el primero en preguntarle qué pasaba. Y, el periodista, tras fruncir el ceño y presionar el pulgar y el índice contra el puente de su nariz, le había respondido en la voz más contrita que tuviera:
—Apuñalaron a Ash en la biblioteca.
Sing había sentido el mundo detenerse.
Y, lo siguiente, había sido casi como una experiencia extracorpórea.
Pues, antes de que sus labios pudieran articular la mentada pregunta de: ¿Quién?, su respuesta había llegado a modo de una llamada de celular.
Lao.
Lao había sido encontrado por un par de transeúntes, que alarmados por el rastro de sangre que el moribundo hombre parecía dejar, habían llamado a una ambulancia, que lo había trasladado a una clínica a varias manzanas de allí.
A la misma donde habrían llevado a Ash después.
El camino de la mano de Max había sido incómodo, por decir lo menos, con ninguno de ellos profiriendo palabra alguna. Sing, agradecía el silencio, pues no creía ser capaz de proferir ninguna sílaba, no cuando su mente parecía estar siendo golpeada por sendos oleajes de emociones. Cada uno más fuerte que el anterior.
Miedo.
Preocupación.
Tristeza.
Enojo.
Una vorágine de sensaciones que no había hecho sino convertirse en un tifón, al tiempo que los ojos de Lao se abrían, después de varias horas pasada su cirugía de emergencia.
El reloj marcaba las dos de la mañana cuando eso había pasado, y si lo que Sing escuchaba era verdad, apenas le estaban terminando de pasar el segundo paquete globular a Ash, varias habitaciones abajo en el pasillo.
—¿Por qué hiciste eso?
Había sido lo primero que Sing le había dicho a su hermano. Su voz demasiado severa y falta de emoción, quizá; porque si Sing dejaba que tan sólo un poco de la marea que invadía su pecho se mostrara, se volvería un río imposible de detener.
Lao le había mirado con fervor, desde la cama.
—¡Porque te estaba cuidando!
Le habría dicho, con su discurso apañado por el sonido del oxígeno siendo bombeado a través de una mascarilla que cubría demasiado de su rostro.
—¡¿De qué?!
El rostro de Lao se había deformado en una expresión de incredulidad, y quizá, incluso de dolor.
—¡No iba a dejar que te matara, Sing!
Y Sing apenas había tenido tiempo para intentar internalizar eso.
Antes de que la ira se desvaneciera, siendo remplazada por la profunda incredulidad, y el vacío.
—Él...él no me quería matar, Lao...
El rostro de su hermano se había desencajado, en una expresión de duda, al tiempo que el propio cuerpo de Sing había caído, pesado y sin fuerza, sobre la silla a su lado.
Al tiempo que Lao le pedía una explicación, y el continuo movimiento de su cuerpo hacía que las máquinas que estaban conectadas a él, comenzaran a sonar, como en alarma.
Aquello había sido suficiente para que Sing regresara a la realidad, pidiéndole a su hermano que se calmara, al tiempo que una enfermera llegaba lista para ver cuál era el problema.
Sing no había podido dormir esa noche, ni la siguiente.
La vergüenza crepitante llenándole, y haciendo que le fuera imposible ver a Eiko, o tan siquiera preguntar por Ash.
Aún si Max le había escrito constantemente, e incluso llamado, cuando muchas de sus misivas hubieran quedado sin contestar, utilizando la voz más paternal que tuviera, preguntándole por su hermano, y por él mismo.
Sing no tenía muchas palabras para el hombre. De hecho, no tenía muchas palabras para nadie.
Y, Max había parecido ser rápido al captar eso, pues, tras un corto intercambio de palabras que parecía no iba a llegar a ningún lado, le había preguntado.
—¿Quieres saber qué le pasó?... A Eiko, digo.
Sing no había tenido que pensar mucho para responder. Aún si parte suya aún le recriminaba, que no tenía derecho a esa información.
—Sí...
Y, la respuesta, hacía sido ... shockeante. Por decir lo menos.
Sing había visto embarazos antes.
Es más, dentro de la pandilla, al menos tres de los chicos habían embarazado a sus casi novias sólo en lo que llevaban de año.
Pero, escuchar esa palabra y el nombre de Eiko en la misma oración, había sido... completamente inesperado.
Casi como si de pronto Max hubiera dejado de hablar inglés, pues Sing sólo había sido capaz de captar dos de cada diez palabras que el hombre le hubiera dicho después.
Algo de descanso en cama.
No poder viajar.
Y, las tres palabras que se hubieran grabado en la mente de Sing como fuego: Amenaza de aborto.
Después habría entendido ya, que Max había prometido encargarse del papeleo en la embajada, pues al tratarse de una gestante estaban siendo mucho más lenientes con su situación, aun si ahora se encontraba sola, pues Ibe había tenido que regresar a Japón, quisiera o no.
Ash, por su parte, había sido internado con un nombre falso y para despistar a la policía, Max había pedido su traslado inmediato, tan pronto hubiera estado estable. Era una clínica mucho más alejada del centro de la ciudad, y mucho más lejos de donde Eiji estaba internada.
Sin contar que, las visitas para Eiko, estaban estrictamente restringidas. Ya fuera por su situación, o por su estado migratorio.
—Quieres ir a ver a tu amiga.
Le había dicho Yut Lung, días después de haberle visto con la mirada perdida, en una de esas reuniones, donde Sing esperaba pudieran hacer algo para enmendar el desastre en el cual se había convertido su territorio, pero en las cuales no podía poner ni siquiera la mitad de su concentración.
—Sí...
Había confesado él, haciendo que el líder Lee le observara largo y tendido, con una mirada que era difícil de descifrar.
Sing no sabía si estaba buscando arrepentimiento en esa mirada.
Pero no encontró nada.
Aún si, al día siguiente, el mismo Yut Lung le había dicho que le había conseguido un pase especial, y que lo utilizara con sabiduría.
—Haz lo que sientas que es necesario que hagas.
Le había dicho.
Y quizá había sido eso.
Esa frase, y el temple con el cual Yut Lung se lo había dicho. Como si hubiera peleado mucho consigo mismo para hacerlo, lo que le había llevado finalmente a ver a Eiko, después de tantos días.
Y, también, lo había llevado allí ahora.
De pie, frente a la gran puerta blanca, con Max detrás de él, dándole un par de palmadas en la espalda, mientras le animaba, diciéndole que Ash ya estaba listo para recibir visitas.
—Adelante, chico.
Ver a Eiko había sido incómodo, porque Sing se había sentido profundamente avergonzado; como si supiera de un secreto del cual no tenía derecho a enterarse. Y, en parte, creía que había tenido razón.
Él sabía que Eiko era una chica, pero nunca la había visto como a una, o al menos, como a las chicas que solían frecuentar los círculos cercanos de su pandilla.
Eiko no era un prospecto para novia.
Era una compañera de armas, como todos los que sangraban junto a Sing. Era otro miembro de su pandilla. Era una camarada. Era una amiga.
Y, verla en una cama de hospital, había destrozado todos los esquemas previos que Sing hubiera podido hacerse de Eiji. Allí, sola, ella lucía completamente frágil, y Sing había creído, al menos por un segundo, que quizá así era como Ash solía verla, cuando ponía tanto énfasis en velar por su seguridad, aún si ella era la primera en aceptar tomar la primera línea si se trataba de proteger la vida del lince se tratase.
En cambio, el impacto de ver a Ash había sido distinto.
Sing lo recordaba en muchas facetas. Como el hombre frío y calculador, que luego de insultar su habilidad no le había matado, después de su fallido intento de vengar la muerte de Shorter. El confiable líder, que no había tardado más de dos minutos en organizar a un conjunto de pandillas distintas para rescatar a sus compañeros atrapados por las manos de Golzine. Al animal hirviente en ira, salvaje de sed de sangre en el que se había convertido al momento de acabar con la vida de los que habían lastimado a Eiko. E, incluso, como la persona que había preferido salvarle la vida antes que el material que había batallado tanto por conseguir, ese que al fin habría podido acabar con todos los peses gordos que los habían estado persiguiendo.
Ash, ciertamente, era un hombre multifacético.
Y Sing había encontrado algo que admirar en todas ellas.
Así que, verlo tan meditabundo y destrozado, le llenaba de un vacío que le hacía difícil el poder sostenerle la mirada.
Ni siquiera lo había visto así después de la partida de Eiko, tras el disparo y la intervención de Blanca. Ya que, en ese tiempo, parecía más una intocable estatua, vacío de emociones. Alguien que no dudaría en apuntarte con un arma y disparar, si decías las palabras incorrectas.
En cambio, el Ash que le saludaba ahora, parecía privado de cualquier clase de voluntad, siendo esta cambiada por alguna clase de peso, que parecía caer sobre el como una espada de Damocles.
Lista para matarlo en vida.
Sing se acomodó en su lugar, parado junto a la cama, mientras observaba al muchacho.
Ash no le devolvió la mirada, en cambio, sus ojos fijos en la unión de sus manos sobre el cobertor de la clínica. Cada una de sus muñecas prendad a una vía, con diferentes inscripciones en la gasa que los sujetaba.
Y, aún si Ash no había dicho una sola palabra, Sing creía que podía ser capaz de escuchar la retahíla de pensamientos que de seguro le estaban invadiendo en ese momento. Pues, aun sí estaba seguro de que no debía haberlo hecho, le había preguntado a Max si la carta que Ash tenía consigo en ese momento, decía algo sobre el bebé.
—Max me dijo que los médicos podrían darte de alta pronto—Dijo entonces Sing, en un fútil intento por acabar con lo incómodo del ambiente—Eso es bueno, ¿no?
Ash simplemente asintió un poco, Sing apretó los labios.
—...Me dijo que te quedarías con él, también—puntutó—Mientras te recuperas.
Ash suspiró cansinamente.
—Eso lo decidió él por su cuenta.
Sing apretó los puños, incapaz de seguir aguantando sus deseos de preguntar. Y, optando en cambio por algo que Shorter le había enseñado antes, ir siempre a por la yugular.
—Pero también me dijo que... no quieres ver a Eiko.
Aquello si pareció ganarse una reacción de Ash, quien sólo movió los hombros levemente, casi imitando el movimiento que traería la risa.
—Ha...—jadeó—A Max de verdad le gusta hablar, ¿eh?
Sing apretó los puños.
—¿Por qué?
Ash no le dijo nada.
Sing intentó presonar.
—Ash...—repitió—¿Por qué?
El mentado sólo bajó más la mirada, luciendo cansado.
Sing tomó aire.
—Dijiste que eran de mundos diferentes... y que nunca podrían estar juntos—repitió, intentando recordar exactamente qué palabras había utilizado Ash, esa tarde en la puerta de la biblioteca, al tiempo que sus propias palabras regresaban a su mente, como una gran bofetada. Recordándole que le había gritado, preguntando si no tenía nada que decir, desesperado al saber que, al menos en su corazón, había demasiadas palabras no dichas entre dos personas que, Sing de hecho, quería muchísimo—... Estabas intentando convencerte a ti mismo, ¿verdad? Eso es lo que siempre haces... Eso de fingir frente al resto, o al menos, eso dice Eiko.
Ash apretó los dientes. Sing no dejó que la tensión que parecía crecer en los hombros del convaleciente lo amilanara.
—Pero tú... corriste a verla...—razonó, recordando las palabras de Max, y las de su propio hermano—Es más... ¡pediste ayuda!
Ash lo detuvo entonces, cortando su hablar con una simple pregunta.
—¿Cómo está ella?
Sing se quedó en silencio un segundo, parpadeando confundido.
—¿No te lo ha dicho Max?
Ash rio sardónicamente, con un tono completamente apagado.
—No me he atrevido a preguntar...
Musitó, y Sing sintió su garganta cerrarse.
—Por qué... luces... ¿avergonzado?
Sing usualmente no se habría permitido hablarle así a Ash. Pero, arriesgar la vida por alguien, y que te salven en respuesta, hacía eso con la gente. Los hacía cercanos.
Ash volvió a reír, con la cadencia de un moribundo.
—¿No es obvio?
Preguntó, girando al fin el rostro, y mirándole con los ojos de un hombre que parecía haberlo perdido todo.
Sing negó lentamente.
—Tal vez sólo soy muy tonto...
Ash dejó que sus comisuras cayeran.
—Porque le acabo de arruinar la vida.
Sentenció, al tiempo que una de sus manos cubría su rostro, y los mechones de cabello rubio caían sobre esta, cubriendo su expresión.
Sing sintió su estómago atarse en nudos, con la imagen de Eiko atacándolo repentinamente, la suavidad con la que una de sus manos descansaba sobre el vientre que Sing aún juraba ver plano.
De una manera, que parecía indicar cualquier cosa, menos lo que Ash acababa de afirmar.
Sin embargo, Sing no pudo decirle eso.
En cambio, optó por dar un paso hacia atrás, mientras se acercaba a la puerta.
—Sal de aquí pronto, ¿sí? —pidió—Para que al menos puedas dejarle decidir a ella si haz arruinado algo, o no.
—Ven aquí, chico duro—Dijo Max, al tiempo que se pegaba a uno de sus lados, ayudándolo a mantener el equilibrio—con cuidado.
Ash gruñó por lo bajo, pero no lo hizo a un lado.
Su alta había llegado con lentitud tal, que Ash la había sentido casi como tortura. Si bien esa no era la primera vez que hubiera estado internado en un hospital, se encontró con que ahora que no había nada esperándolo después, su mente había decidido iniciar una contienda contra ella misma.
Ya que, sin guerras, sin peleas, y sin enfrentamientos; su mente sólo tenía lugar para dos cosas.
La carta, y Eiko.
Max había cumplido con su palabra, esperándolo con su viejo auto y una maleta de ropa nueva, listo para llevarlo a su departamento tan pronto los doctores hubieran dicho que ya estaba listo para continuar su descanso en casa.
Casa.
Ash dudaba que tuviera una de esas.
Además, le habían ofrecido unas muletas, que Ash había rechazado categóricamente, haciendo que el médico le dedicara una mirada contrariada, para luego mirar a Max –su padre- quien le había asegurado al galeno, entre muchas risas nerviosas, que su hijo sólo era un cabezón, y que definitivamente le conseguirían lo que necesitara.
Ash se habría podido reír.
Había sobrevivido heridas peores sin ayuda de nadie.
Lo había hecho, una y mil veces.
Y, otras tantas, con ayuda de Eiko.
Quizá era que ya se había acostumbrado a eso último, que al dar un paro fuera de la camioneta de Max, hubiera sentido cómo su cuerpo se rendía sobre su propio peso, haciéndolo trastabillar.
—Qué patético...
Musitó, haciendo que Max bufara.
—Eh, deberías agradecer—Puntuó, mientras buscaba las llaves en sus pantalones, sin aparente éxito—Los doctores dijeron que estuviste a punto de entrar en shock hipovolémico.
Y, por la expresión severa que decora el rostro de Max, Ash pudo suponer que las palabras de ese grupo de doctores realmente lo habían asustado. Ash chasqueó la lengua, listo para recordarle que no era la primera vez que perdía una cantidad inhumana de sangre. Empero, no tuvo tiempo de articular; pues la puerta ya se había abierto.
Desde el otro lado, Jessica ya había abierto la puerta. Detrás de ella, el pequeño Michael pareció detener su juego, su pequeño rostro iluminándose tan pronto los reconociera.
—¡Papá! ¡Ash!
Gritó, soltando lo que Ash identificó como un guante de baseball, para correr y abrazarlo por la cintura.
Ash sintió el impacto del golpe, y tuvo que respirar un segundo, antes de dibujar una sonrisa calma en sus labios.
—¡Michael! ¡Cuidado!
Reprendió Jessica, pero Ash negó con vehemencia, mientras sus manos acariciaban el rizado cabello del muchacho.
—Está bien...—Aseguró, suavizando su mirada, y hablando con dirección a Jessica. Tomó el pequeño cuerpo del pequeño en sus brazos, y así como en aquella visita a Los Ángeles, lo cargó en brazos—Hola, Michael.
Saludó, mientras dejaba que los brazos del pequeño se enredaran en su cuello.
—Te extrañé mucho, estaba preocupado.
La sonrisa de Ash se amplió, aun si podía escuchar a Max intentar pedirle a su pequeño que bajara.
—También te extrañé.
Michael tenía muchas preguntas para él, y aun si Ash estaba más que dispuesto a mantener la buena cara, y responder cada interrogante de su pequeño hermano; Jessica fue mucho más rápida, ignorando los intentos de Max por bajar al pequeño y tomándola ella misma en brazos, asegurándole a ambos que tendrían todo el tiempo del mundo para ponerse al día a la hora de la cena.
Michael había hecho un pequeño puchero, pero ante la mirada aguda de su madre, finalmente había cedido.
Max, por su parte, había dirigido a Ash hacia la habitación que habían preparado para él.
Era un cuarto pequeño, con una cama, una mesa de noche, y un closet.
—Disculpa por lo apresurado—Dijo Max, mientras dejaba su maleta en una esquina—Jess y Michael se estaban quedado aquí, y apenas pude acomodar el cuarto de huéspedes, ya que usualmente no tengo a nadie de visita.
Se excusó.
Sin embargo, Ash pudo notar el barniz en los muebles.
Todos eran nuevos.
Una pequeña sonrisa se pintó en sus labios.
—Sabes que no tendrías que esforzarte tanto...
Max sólo se elevó de hombros, al tiempo que su figura se apoyaba contra el lindel de la puerta.
Ash se acomodó en la cama, y; ya sin Michael presente, se permitió suspirar, dejando que su cabeza cayera un poco.
—Jess ya debe estar preparando algo para comer—Puntuó su padre—Debes estar un poco harto de la comida de hospital para este punto, ¿no?
Ash asintió con lentitud.
—Gracias...
Max se removió en su lugar levemente. Él siempre había sido directo al momento de decirle las cosas, así que, para que alguien como él pareciera tardar un par de segundos más en pensar el cómo formular sus preguntar, le hacía creer a Ash que lucía peor de lo que se sentía.
—Sabes que no puedes huir para siempre, ¿verdad?—terminó por soltar Max, sonando un poco más como el viejo al que Ash estaba acostumbrado.
—No estoy huyendo.
Replicó, haciendo que Max apretase los labios.
—Bueno—concedió—tampoco puedes hacer...—Sus manos se estiraron hacia él, señalándolo completo—Esto que estás haciendo ahora.
Ash se permitió sonreír con sorna.
—¿Por qué no? —preguntó, con tono punzante—Sé de al menos un centenar de personas que han hecho lo mismo.
Alejarse de sus responsabilidades. Darles la espalda. Ignorarlas.
El padre de Skipper. El suyo propio.
La mirada de Max se tornó triste entonces.
—Yo también...—admitió—Pero también sé que tú no eres así, Ash.
Sentenció, antes de salir de la habitación, cerrando la puerta.
Ash observó el espacio vacío un momento, antes de dejar que su cabeza se hundiera más.
Su mente siendo invadida de pronto por la imagen de su madre, una figura sin rostro que abandonaba a una pequeña manta que no paraba de llorar, en los brazos de un hombre claramente incompetente, sólo para que este mismo, le pasara la antorcha del pequeño bulto lloroso y lastimero a los brazos de otro niño, quien, con cuidado nada propio de un menor, lo pegaba a su pecho, como una promesa de que ahora debía crecer mucho más rápido. Pues ninguna clase de pedido o súplica haría que alguno de esos dos regresase, sus espaldas haciéndose pequeñas motas de polvo a la lejanía.
—Griffin...
Musitó, al tiempo que la imagen de su hermano mutaba por la de Eiko. Ella, que nunca había tenido los ojos severos de su padre, ni siquiera la mirada cambiante que a veces le imaginaba a su madre, sino una completamente llena de comprensión y dulzura.
Muy similar a la de su hermano.
Sus manos delgadas y largas tomando al pequeño, acunándolo a su pecho, deteniendo su llano.
Y, aún si no podía imaginarse junto a ella. Tampoco podía ver su propia espalda alejándose.
—¿Tú también creerías que no soy así?
Eiko tuvo que parpadear un par de veces, mientras la enfermera que acababa de revisarla, terminaba de guardar toda la indumentaria que hubiera utilizado. Su mano derecha, aun latiendo levemente adolorida por el cambio de aguja.
—¿Sing...?
Preguntó, mientras el muchacho frente a ella, se removía nervioso en su silla, como si no estuviera completamente seguro de qué expresión poner frente a ella. Eiko analizó su rostro, y; al menos, pudo distinguir un poco de ira, así como un poco de vergüenza.
—Sing...—Volvió a llamar, estirando su mano con cuidado, y rozando la del muchacho, quien sólo le devolvió la mirada—Así que Ash se fue de la casa de Max.
Repitió, analizando la noticia que le acababa de contar.
El mentado sólo pudo asentir, al tiempo que bufaba.
—Ese imbécil...—masculló—Salió en la noche, sin que nadie lo notara...cómo es que puede moverse tan rápido, sigue en recuperación.
Eiko no pudo evitar sonreír levemente, aún si no había motivos para hacerlo.
Después de todo, ella sabía cómo.
Había visto a Ash superar cosas que harían que cualquier persona normal estuviera postrada en cama, alejada del mundo por meses, sin mucho problema. Actuando como si las heridas profundas no fueran más que simples rasguños. Como si las cicatrices no pesaran, y como si su cuerpo fuera incapaz de cansarse.
Era en ambas partes admirable y descorazonador.
Ella siempre había querido que Ash detuviera un poco las revoluciones a las que parecía correr su estilo de vida. Que le pusieran un alto a las cosas que hacía, y que pudiera descansar de escapar de las cosas que parecían atormentarlo.
Es lo que siempre había querido.
Y, saber que ella ahora, era de alguna manera parte de esa última categoría, dolía más de lo que debería.
—Entiendo—aseguró, mientras un pequeño suspiro abandonaba sus labios.
—Eiko...
Ella intentó dibujar una sonrisa de tranquilidad, no queriendo alterar más aun a Sing.
—Me alegra saber que está bien...—Dijo, y-antes de que Sing pudiera interrumpirla, continuó—¿Sabes, Sing? Estuve pensando mucho...bueno, no hay otra que pueda hacer aquí, después de todo—admitió, con una voz suave. La enfermera que la hubiera estado atendiendo pareció entender el ambiente, pues se retiró sin mucha ceremonia, cerrando la puerta detrás de ella.
Ella continuó.
—Durante todo este tiempo, lo único que quería era poder salvar a Ash... aunque nunca estuve muy segura de qué...—su voz se mantuvo suave, casi como si susurrara—al final, llegué a la conclusión de que quizá; quería salvarlo de su destino...
Terminó por confesar, al tiempo que su mirada se unía a la de Sing.
—Que pudiera entender que uno puede darle forma a su vida y a su futuro...
Pues era lo que Eiko siempre veía en sus ojos...
Esa alma indomable que se negaba a doblegarse...
Apretó los labios.
—Cuando escuché que había sido apuñalado... tuve miedo...—Susurró, mientras sus brazos se aferraban a su figura, casi sin quererlo—No... me aterroricé...
Dijo, observando profundamente hacia los ojos de Sing, quien parecía ya querer apartar la mirada.
—Porque creí que las garras de su destino lo estaban alejando forzosamente de la vida...
Y de mí
Habría querido decir.
—Pero Ash sobrevivió... Lo hizo, Sing... tiene otra oportunidad... Para poder elegir su destino
Señaló, con su voz tomando un tono mucho más esperanzador. Aún si al mismo tiempo pudo sentir como sus ojos se nublaban.
—Es lo que siempre quise...
Jadeó, la última sílaba rompiéndose antes de que pudiera abandonar sus labios, y una pequeña y traicionera lágrima cayendo por su mejilla.
—Así que no debería pensar que es triste... que elija no querer vivirlo conmigo...
La imagen de Sing se hizo borrosa frente a ella, pero tras parpadear, pudo notar que los labios del muchacho temblaban.
De sus ojos, también, un par de gruesas lágrimas caían.
Y, por la expresión que portaba el muchacho, Eiko sabía la razón del mismo.
La cólera.
Eiko se limpió con presteza, antes de estirar sus manos, haciendo lo mismo con Sing. Sus largos dedos limpiando los rastros de agua de sus mejillas, al tiempo que lo hacía hacia ella, pegándolo a su pecho para un abrazo.
—Pero qué pasa...—preguntó, utilizando el mismo tono que recordara a su madre utilizar, cuando durante los días más cercanos a su lesión, Eiko se negara a tan siquiera abandonar su habitación. Era un tono conciliador. Uno que prometía, en silencio, que todo estaría bien—No es razón para llorar.
Aún si ella misma, volvía a sentir el ardor nacer en sus ojos.
Ash había encontrado refugio en el departamento de Alex.
No era un lugar particularmente grande, pues sólo tenía dos habitaciones. Empero, era seguro, y estaba ubicado en el centro de la ciudad. Así que, aún si era pequeño, y las paredes eran tan delgadas que uno podía escuchar con facilidad qué era lo que los vecinos hacían, para Ash era el lugar perfecto.
Había aparecido en su puerta a la mitad de la noche, encontrando a Alex tonteando con una chica, a quien tuvo que sacar con celeridad, tan pronto le hubiera reconocido.
—No sé si sea el mejor lugar para esconderse, jefe.
Le dijo el muchacho, mientras Ash dejaba que su cuerpo cayera en la cama que habían armado de manera muy precaria en la habitación que Alex no utilizaba.
Su ceño se frunció, odiando el sonido de esa palabra.
Esconderse.
—Es temporal.
Respondió entonces, mientras Alex sólo se rascaba la parte trasera de la cabeza, y le ofrecía algo para comer.
Ash, por su parte, negó la oferta categóricamente, acomodándose mejor.
—Sólo... necesito estar solo.
Pidió.
Para recuperar fuerzas.
Alex, desde la puerta, le miró dubitativo. Su rostro de pronto gritando a todas luces que tenía algo para decirle. Sin embargo, y a pesar de que los años de ser su segundo al mando pesaban fuertemente en el libro de Ash, Alex se había limitado a asentir, dejando la habitación y permitiéndole dormir.
.
Cuando Ash abrió los ojos, fue gracias al aroma de la comida. Ya era hora de cenar nuevamente.
Un par de golpes sonaron a la puerta, y tras sentarse en la cama, Ash le permitió pasar.
Alex traía un contenedor de comida china, y una soda de dieta en la mano.
—La cena, jefe.
Anunció.
Ash asintió, antes de ponerse de pie, y acompañarlo a la sala de estar. Era estrecha, como la de las múltiples casas seguras que Ash tenía en la ciudad. Frente a ellos, la televisión e antena sintonizaba el noticiero, aún si ninguno de los presentes le prestaba verdadera atención.
—Los chicos están preocupados por usted—empezó Alex, cuando ambos ya iban por la mitad de la comida. Ash tuvo que felicitarle mentalmente, había tenido más autocontrol del que creía—Pero no dije nada. Sólo que se había comunicado conmigo, y que se pondría en contacto con nosotros de ser necesario.
Ash sonrió ligeramente, mientras dejaba su recipiente de comida en la mesa.
A veces, creía, no le daba a Alex el suficiente crédito.
Había habido una razón por la cual el joven Ash, incapaz de confiar en nadie, lo había escogido como su segundo al mando.
Y, desde ese día, nunca lo había decepcionado.
Alex sabía cómo era él. Qué clase de cosas solía pensar, o qué clase de cosas era capaz de hacer.
Lo había llegado a entender en un nivel estratégico, y confiaba tanto en su tino y liderazgo, que nunca lo había cuestionado sobre nada.
Al menos, hasta ahora.
—Pero... Si hay algo que yo quisiera saber...
Musitó. Ash se llevó la lata de soda a la boca, dando un pequeño trago.
—Dispara.
Pidió, enfocando su mirada en él.
Alex pareció tomar valor.
—... ¿No sería mejor si estuviera ahora con Eiko?
Cuestionó.
Ash, en su lugar, se apresuró a responder con tono cortante.
—Alex.
Había límites que Ash nunca le permitiría a nadie cruzar.
Eiko, era uno de ellos.
Sin embargo, Alex no se amilanó.
—Lo digo en serio, Ash—afirmó, haciendo particular hincapié en su nombre, de una manera que Ash conocía bien.
Ya que el muchacho lo utilizaba cuando no hablaban como miembros de la pandilla. Si no como dos amigos.
—No te cuestioné cuando desapareciste, a pesar de que te dijimos sobre la despedida que estábamos organizando; porque soy tu amigo y respeto tu privacidad, pero...
Soltó, deteniéndose cuando pareció batallar demasiado con las palabras.
Ash, quien mantenía un rictus solemne en el rostro, le ayudó.
—¿Pero?
Alex pareció luchar por aire.
—Eso fue antes de saber...
Ash presionó.
—¿Saber qué?
Alex cerró los ojos, sólo un segundo.
Su tono recuperando la fuerza tan pronto los abriera de nuevo.
—Saber de la condición de Eiko, Ash.
El mentado no pudo evitar reír.
—¿No eran ustedes los que siempre murmuraban sobre nuestra relación? —preguntó, con un claro deje de sorna—¿O eran los de la pandilla de Caín? O, no, Creo que eran los de Sing—continuó, mientras actitud completa demostraba que estaba a la defensiva—¿De qué se sorprenden?
¿De que realmente soy tan malo como todos pensaban?
—¿De que de hecho, si soy como cualquier otro pandillero de pacotilla?—preguntó, dejando la lata sobre la pequeña mesa frente a ellos, con más fuerza de la necesaria—¿O de que sí soy de esos que se acostarían con la primera chica que se acerque a él?
Terminó, observando a Alex como si le retara.
Su amigo, se mantuvo en silencio un segundo, antes de poder responder.
Y, cuando lo hizo, su tono no vaciló.
—Claro que no...—Dijo, dejando todo lo que tenía en las manos, al tiempo que su mirada parecía estar cargada de algo que Ash odiaba: la pena—Ash... Caro que no... no lo digo por eso.
—¿Entonces?
Alex pareció sopesarlo un momento, antes de continuar.
—Lo digo porque... entendía que antes no quisieras verla, de verdad lo entendía—afirmó—Porque recordaba tu rostro, Ash. Cuando le dispararon...—susurró, como si aún hablar de eso pudiera considerarse un tabú—También todas las cosas que hiciste para mantenerla lejos.
Ash giró el rostro, su mano presionándose con fuerza contra ella misma.
—Y también... que ella no te dijo nada para no preocuparte...
Sus uñas se clavaron en su palma, en un fútil intento de disipar las palabras de Alex, alejándolas de su mente.
Alex entonces subió su tono, abandonando su lugar a su lado y arrodillándose frente a él, evitando así que su mirada se perdiera.
Capturando sus ojos con los propios, con un brillo que Ash ya había visto antes.
Uno de pura determinación.
—Pero también recuerdo que me hiciste jurar que no dejaría que nada le pasase mientras tú no estabas—sentenció—¿lo recuerdas? Cuando salimos de la casa de Golzine.
La mano de Alex se volvió un puño, golpeando el lugar donde se suponía estaba su corazón.
—Y lo he cumplido, Ash. Cada vez que no estabas...
Dijo, antes de dejar que la dureza de su rostro cayera, revelando lo segundo con lo que Ash odiaba que lo mirasen: preocupación
—Pero ahora sí estas aquí, Ash...—le aseguró, y Ash pudo sentir su propia mirada suavizarse, al menos por un segundo—Ya estás aquí...
Ash se quedó con Alex lo suficiente como para sentir que su fuerza había regresado.
Había tardado más de lo que imaginara en un inicio, o fuera esperado. Después de todo, la falta de apetito y de sueño a la que su cuerpo se estaba enfrentando, hacía que todo el proceso de recuperación fuera aún más tardado.
Y, las pocas noches que llegaba a conciliar el sueño, se veía atormentado por pesadillas, que lo despertaban con mudos gritos, y copioso sudor en la frente. Y, esta vez, no había nadie durmiendo a su lado a quien pudiera ver, en un intento de aferrarse a la realidad.
Siendo en cambio, la nueva protagonista de sus pesadillas.
Después de todo, la idea de Eiko no podía abandonar su mente. Su imagen deformándose de la dulzura con la que solía verle por una expresión llena de odio y asco. Llenando su inconsciente de imágenes de su amiga, acercándose a él con la misma calma de siempre, solo para tomarle en brazos y susurrarle que ya se había encargado de sacar cualquier rastro que él pudiera haber dejado en ella.
En su cuerpo, o en su vida.
Para después alejarse de él, mientras le repetía que el sólo verle ya la hacía sentir sucia.
Al tiempo que el Ash que vivía en sus sueños, le gritaba que no se fuera.
Empero, el Ash despierto, gozaba de más tino. O, al menos, el suficiente como para saber que rogar no era una buena idea.
Aun si había pasado todas las noches de esa última semana parado en un lugar oculto frente a la clínica, observando con anhelo, la habitación que creía era la de Eiko.
Así como de una mejor capacidad para ignorar las miradas preocupadas de sus compañeros, o las palabras de Alex, que aún resonaban en su cabeza, como un eco perpetuo que parecía haber decidido convertirse en su nuevo atormentador.
Aun cuando ya se hubiera mudado del departamento de Alex.
E, incluso, cuando el silente memorándum de no hablar sobre Eiko pareciera haber hecho su camino a todos los miembros de su pandilla.
Aún entonces.
Había cosas de las que simplemente uno no podía escapar.
Y Ash lo pudo comprobar, cuando dentro de uno de sus escondites, una conversación llegó a sus oídos.
La voz de Bones resonaba con emoción, casi como la de un niño.
—¡Ayer le dieron de alga a Eiko!
Le escuchó gritar, haciendo que su paso se detuviera, a menos de tres metros de la entrada a la sala.
Les había pedido ser despertado en dos horas, pero el sueño le había eludido lo suficiente, como para después de diez minutos, saber que intentar dormir de nuevo no tendría éxito.
El silencio que le siguió a la declaración fue casi sepulcral, casi como si los muchachos esperaran que él apareciera de la nada, listos para dedicarles una de sus miradas que claramente pedían silencio.
Ash habría reído con gracia de su propia estupidez.
Pero ya era muy tarde para un cambio de actitud.
Y, también, muy tarde para que Ash pudiera admitir que, de hecho, sí se moría por preguntar.
Alex fue el siguiente en animarse a preguntar, con claro asombro.
—¿La fueron a ver?
Kong soltó un murmullo apreciativo.
—Algo así—confesó—Bones lo exigía. Aunque las enfermeras nos dieron unas miradas nada agradables.
Otro de los muchachos rió.
—Bueno, si van luciendo así...
—¡oye!—replicó Kong, antes de que una pequeña batalla verbal se desatara.
Sin embargo, Ash no los estaba escuchando a ellos.
Sino a Bones. Quien, después de un rato, continuó con su historia.
—Ahh, tenía la barriguita más linda del mundo—le escuchó decir, ya sin cuidar del tono de su voz—¡Y ya se le nota!
Porque- ella aún...
¿Por qué?
¿Por qué aún tenía al bebé con ella?
—Y, ¿Dónde está ahora? Quizá podríamos ir a visitarla.
"¿Sabes, Ash?"
La voz de Eiko resonó en su mente, de la misma manera que hubiera hecho ese día en el ferry, camino a la ver al profesor Dawson, aún si su viaje nunca había podido culminar.
—Se la llevó Max lobo
"Yo creo que tu madre debió amarte muchísimo"
Le habría asegurado la muchacha, mientras le sonreía suavemente.
Ash, con el rostro ligeramente compungido, se había atrevido a preguntar.
"Entonces... ¿por qué?"
Con palabras que no había terminado de decir.
"¿Por qué lo crees?"
Y, con una respuesta que Eiko no había alcanzado a dar.
"Porque es un bebé nacido del amor"
Ash gustaba de presumir de ser más cauto que su versión inconsciente. Alguien con más control de sus emociones, y un mejor entendimiento de lo que podía y no podía tener.
Sin embargo, en ese momento, no había podido detenerse. Entrando de golpe al salón, y creando un silencio sepulcral.
—Je-jefe...
Fue lo primero que salió de los labios de Alex, quien se había quedado petrificado en su lugar; al igual que el resto de su pandilla.
—Tenemos que hablar.
Sing dio un par de saltos en la puerta, intentando mantener el ritmo que había tenido gracias a trotar hasta allí.
La puerta se abrió no mucho después, revelando a un pequeño castaño, que le miraba con iguales partes de duda y decepción.
Parecía que había estado esperando a alguien más.
—¡Michael! ¡¿Qué te he dicho de abrir sin preguntar?!
Se escuchó la voz de Jessica de fondo, haciendo que Sing riera levemente, pues aquel era un buen consejo.
El pequeño, Michael, pareció entonces recordar las enseñanzas de su madre, pues se apresuró a gritarle un ¡lo siento!, antes de girar nuevamente su vista hacia Sing, y preguntar.
—¿Quién eres?
—Un amigo de Eiko—Explicó, antes de agregar—Y de Ash.
El rostro del pequeño cambió entonces, de la duda a una inconmensurable felicidad.
—¡¿vienes a ver al bebé, entonces?!
Cuestionó, haciendo que Sing sintiera sus mejillas colorearse de golpe.
—Eh...—Musitó con confusión—Bueno—intentó de nuevo, mientras sus manos se aferraban a la gran bolsa que traía consigo—Vine a ver a Eiko.
Explicó, aún su ahora su mente sólo tenía una cosa presente.
El bebé.
Su salvación llegó en forma de Max, quien venía repitiendo lo mismo que había dicho su esposa, deteniéndose sólo cuando su figura captara su vista.
—¡Oh, Sing! ¿Viniste a ver a Eiko?
El mentado asintió un par de veces, y Max se dirigió al pequeño, pidiéndole que regresara con su madre, para ayudarla con la cena.
Michael parecía más que feliz de obedecer.
Sing, por su parte, esperó hasta que Max lo invitara a pasar, siguiéndole a través del pasillo. Incapaz de pelear con la sensación de incomodidad que hubiera quedado en el ambiente desde el día del accidente.
Algo que Sing creía, no se iría, todo el tiempo que Ash no estuviera.
Empero, había cosas más importantes que esa. Así que, y tras ganar un poco de valor, presionando la gran bolsa que hubiera traído; se atrevió a preguntar.
—Max... ¿pasó algo con el bebé?
El mentado se detuvo de golpe, girando el rostro y parpadeado con duda.
—No, ¿por qué preguntas?
Sing se apresuró a explicar.
—Michael dijo que ya podíamos, ¿verlo? —preguntó, al tiempo que su mente hacía las cuentas. Aún tenía más de quince semanas para esperar.
Y, sólo entonces, algo pareció encajar en la mente de Max.
—¡Oh! Este pequeño...
Musitó, al tiempo que buscaba su teléfono. Para después, acércalo hacia el rostro de Sing, mostrando una filmación.
Era el video de una ecografía.
Una ecografía con la forma de un bebé.
Sing sintió sus sentidos replicar.
—¿Ese es...?
Preguntó, al tiempo que Max reía con gusto, asintiendo sin parar.
—Y eso no es todo, mira—explicó, adelantando el video, hasta un par de colores rojo y azul, que danzaban rítmicamente.
El sonido de un pequeño tambor llegó desde el teléfono, mezclado con una voz que decía.
"Ese es el corazón"
Sing sintió que perdía el aire.
—...su corazón.
Max tenía una sonrisa llena de orgullo.
—Sí. Fuerte y sano. Aún con tantos sustos que nos ha dado este pequeño...—aseguró—Eiko lloró un poco al verlo, ¿sabes? Y yo también, pero no se lo digas a nadie.
Sing, quien de pronto sentía ganas de llorar también, prometió que no lo haría.
—Eiko aún sigue con descanso parcial en cama. Así que, si intenta levantarse o hacer algo; detenla, ¿si?—Pidió Max—Ella puede ser muy terca a veces.
Sing asintió, pues había conocido esa faceta suya de primera mano.
Max abrió la puerta entonces, haciendo que Eiji saltara en su lugar, sólo por un momento.
—¡Max, Sing!
Dijo Eiko, mientras intentaba acomodarse. Sing, desde su lugar, se detuvo un momento.
Max, quien había notado el cambio en su postura, se apresuró a darle un par de palmaditas en la espalda, anunciando que iría a ayudar en la cocina, y le extendía una invitación a Sing.
Antes de abandonar la habitación.
Dejándolos solos.
Sing supo entonces que tenía que acercarse. Tomó valor, presionando la bolsa entre sus manos, y avanzando hasta el borde de la cama, donde Eiko le esperaba con una sonrisa.
Una que parecía resaltar lo alto de sus pómulos, y lo rosa de sus labios.
Sing sintió el nerviosismo invadirle.
—Te vez...brillante.
Optó por decir entonces, haciendo que Eiko parpadeara confundida, mientras tocaba su rostro.
—¿Te parece? —Cuestionó ella, mientras sus dedos tocaban su rostro.
Sing se apresuró a asentir. Había estado cerca a algunas embarazadas en el pasado, pero era la primera vez que se detenía a ver detalladamente a una.
Era verdad, ese dicho popular.
Realmente brillaban.
—Te vez bien...
Aseguró, ganándose una sonrisa conciliadora de Eiko, a medida de agradecimiento.
Y, antes de que pudiera volver a verse envuelto en un indómito silencio, Sing decidió tomar el problema por delante, presionando con más fuerza la bolsa que hubiera traído, y estirándola en dirección de Eiko.
—¡p-para ti!
Declaró, tartamudeando.
Eiko, en su lugar, parpadeó confundida. Sing no desistió, y finalmente, tuvo que tomar la bolsa, sacando el contenido de su interior.
Eran pañales
Bolsas de pañales.
La expresión de Eiko parecía digna de un musero.
—... ¿Y esto?
Preguntó.
Sing sólo se elevó de hombros ligeramente.
—Son pañales—explicó—Nadia dice que es lo que los bebés más necesitan. Y. lo que más utilizan, también.
Porque lo primero que había podido hacer para alejar sus pensamientos de la búsqueda incesable por Ash, había sido eso. Hablar con Nadia, intentando imaginar que la parte de su vida que se vivía en las calles, no existía.
Que no tenía que preocuparse por la desaparición de Ash Lynx.
Que su red de información no se encontraba tan dividida a causa de la violencia en China Town, que no podía pedirles apoyo esta vez.
Que no tenía motivos para buscar al líder de otra banda criminal.
O que no tenía que pensar en la cantidad de vidas que se perdían a diario, en los espacios más recónditos del barrio chino, víctimas de la violencia inter pandillas.
Pero aún si lo trataba, no había manera de alejar a Eiko o a Ash de su ente.
Así como tampoco lo había para el bebé.
El bebé que ya tenía un corazón que latía.
—Estoy segura de eso—Ofreció Eiko entonces—Pero... ¿por qué?
Preguntó, haciendo que Sing se tensara en su lugar, elevándose de hombros al segundo siguiente.
—No lo sé...
Admitió, mientras su mirada se fijaba en la bolsa que ahora descansaba en el regazo de Eiko. La imagen de él mismo sentado en la cocina de Nadia, mientras intentaba ignorar los múltiples ojos de Shorter posados sobre él, e inmortalizados eternamente en fotografías enmarcadas.
Las manos de la muchacha recorriendo sus cabellos, diciéndole que, si tenemos algo que nos atormente, lo única manera de solucionarlo; era haciendo algo al respecto.
Algo- había dicho.
Lo que fuera, había entendido Sing.
—No lo sé...—volvió a repetir—Es que de verdad... no sé qué más hacer...
Confesó, al tiempo que la mirada de Eiji parecía mutar a una de entendimiento.
Dejando de lado los pañales, y logrando finalmente abrazar a Sing.
—No lo sé...—Musitó, hundiendo su rostro en el hombro de Eiko, y con sus brazos aferrados con fuerza a su cintura
—No tienes que hacer nada, Sing...
Aseguró Eiko entonces.
Y Sing pudo sentir sus propios hombros temblar. Pues las palabras de Eiko parecían decirle una cosa, pero su mente quería decirle otra.
Recalcándole una y otra vez la imagen de Eiko, en soledad, sin saber nada de Ash. Sin poder hacer mucho más que moverse dentro de la cama, mientras intenta sonreír.
Hablándole con dulzura, de un padre que posiblemente nunca conocería, al niño que creía en su interior.
Sing sintió su corazón romperse.
—Y entonces porque siento que si....
La esperanza y el desengaño podían ser armas realmente peligrosas.
Usualmente, porque hacían que uno cayera en la trampa de la nostalgia.
Hacían que uno extrañe a lugares y personas, cuando lo que realmente extrañabas, era como te sentías en ese momento.
Ash conocía muy bien la sensación. Lo había vivido con Cape Cod. Con su hogar de la infancia.
Muchas veces había querido volver, especialmente cuando niño, o en sus años de adolescencia, cuando el frío de la calle y la noche calara en lo más profundo de sus huesos, y no encontrara lugar alguno para guarecerse.
Solo para que, cuando de verdad lo hiciera, se diera cuenta de que lo que le hacía extrañar el lugar, ya no estaba allí.
Y que, la añoranza de su casa de antaño, no era más que una ilusión maquinada por su mente, que utilizaba los sentimientos que guardara por Griffin, como una interminable fuente de ilusiones.
Pues, al final del día; si no estaba su hermano. El piso de madera de Cape Cod, no era muy diferente al frío asfalto de un callejón neoyorquino.
Empero, Ash sabía que esta ocasión, no era como en una de esas oportunidades.
La casa de Max era pequeña, y la cerradura que tenía, muy fácil de burlar.
La puerta se abrió con facilidad frente a él, y nada pasó.
Pues, como había supuesto, Max ni siquiera se había molestado en comprar una alarma.
Cerró, intentando no hacer ruido, y llevó sus pasos a través del pasillo.
La imagen que lo saludó fue la de juguetes esparcidos, así como de un par de casacas sin colgar.
Señales de vida. De convivencia.
Aún si Ash estaba seguro de que Max se metería en problemas, si Jessica llegara a ver tanto desastre junto.
Su caminar lento lo llevó entonces a su destino, frente a la puerta del pequeño cuarto que había sido suyo por unos días.
Tragó con dureza, girando la perilla.
Y allí...
Allí estaba Eiko.
Quien, con toda la parsimonia del mundo, parecía estar completamente imbuida en su lectura. O, al menos lo había estado, hasta que la puerta se hubiera abierto.
La tenue luz de una lámpara marcaba su silueta, y Ash sintió su corazón detenerse tres veces.
La primera, al ver su rostro.
Sin una sola pizca de malicia. La sorpresa cayendo por cada uno de sus poros.
La segunda, al ver su vientre.
Que, para ese punto, ya lucía abultado.
Y, la tercera; al escuchar su voz.
—Hola Ash...
Le dijo, mientras sus piernas giraban un poco, y su figura se acomodaba a un lado de la cama.
—Hola...
Fue su respuesta, perdida de toda elocuencia.
La sonrisa de Eiko podría haber iluminado la noche más oscura.
Ella se puso de pie, y Ash ni siquiera tuvo que pensarlo, antes de correr hacia ella, colocando sus brazos como soporte de su cuerpo. Sólo para detenerse en seco al segundo siguiente.
Esperando el rechazo.
El inminente momento en el cual, Eiko decidiera, que incluso ella tenía un límite de las cosas que podía aguantar.
Especialmente de Ash Lynx.
Sin embargo, este nunca llegó.
En cambio, lo que le recibió, fueron los brazos de Eiko, envolviéndose en su figura con delicadeza.
Su voz, tenue y suave, susurrándole en el oído.
—Te extrañé...
Notas finales: Se supone que esta serie son sólo one-shots sin real correlación, pero al final del día quería hacerle una continuación; porque se enlaza con otra cosa que estaba escribiendo. Y hay algo aquí, que diferencia a este Ash de los otros que suelo escribir. Ash y Eiji tienen una fuerte tensión romántica a lo largo de la serie, pero supongo que el hecho de que ambos sean chicos hace que esto sea mucho más sutil –es decir, hay muchas escenas que de tener uno de los sexos cambiados se leerían mucho más como directas confesiones amorosas- pero al no haber ¿cómo llamarle? Ese factor, también pueden verse como una gigantesca y profunda amistad. A mí, siempre me ha gustado verlos como ambos. El problema viene si cimientas la parte física antes que la emocional –como aquí lol- a diferencia de otros Ash, que han tenido más tiempo para analizar sus propios sentires, antes de dar ese paso.
Eso sólo puede ser una receta para el desastre. La relación de Ash con el concepto de paternidad es complicada, por decir lo mínimo, deseémosle suerte al muchacho, la va a necesitar.
De paso voy notando que Sing de verdad tiene esta mala tendencia a asumir responsabilidades que no tienen que ver directamente con él. Hijo mío, que eso no es sano.
Aquí mucha gente tiene que hablar y aclarar lo que siente, definitivamente.
Si llegaron hasta aquí, ¡Gracias por leer!
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