20 de diciembre.
Resumen: Cuando la vida se está escapando de las manos de Ash, se encuentra en un lugar que sólo puede describir como el limbo. Y, a diferencia de lo que la biblia pudiera intentar decirle; no hay un dios ni un demonio listos para recibirle, en cambio- está él mismo.
Pareja: Menciones, nada más. Muchos Ash, y muchos Eijis.
Advertencias: Crack. Era un género que escribía muchísimo antes, pero nunca en este fandom, la idea llegó a mi cabeza y de pronto tuve deseos de intentar hacer algo con eso. Se supone que mi crack siempre es comedia, pero mi comedia es mala, mala con ganas. Aun así, ¡veamos que tal!
Segundo, puede ser algo confuso de leer. Nuestro Ash protagonista, será escrito como normalmente lo es. Los demás Ash, siempre tendrán la cursiva en sus nombres, para evitar confusiones.
Lo primero que Ash sintió, fue frio.
Frio, e increíbles ganas de dormir.
Por ende, había cerrado los ojos, dejando que su cuerpo cediera ante el descanso, como no había hecho hacía muchos días. Dejando que lo último que sus ojos pudieran enfocar, fuera la pulcra caligrafía de Eiji; manchada con su sangre y sus lágrimas.
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Cuando despertó, se encontró nuevamente en una biblioteca. Sin embargo, la disposición de los muebles no era igual. Empezando con que los estantes parecían haberse multiplicado, y que ahora sólo había una única mesa, donde él acababa de despertar.
Sintió los ojos pesados, así como la cabeza ligera.
Le tomó exactamente cinco segundos el recobrar por entero la conciencia.
Y, luego cinco más, para notar dos cosas.
La primera, que ya no sentía la tibieza de su propia sangre caer por uno de sus costados. Confundido, incluso se molestó en levantar su manchado suéter, intentando buscar algún tipo de cicatriz. Sin embargo, no había nada. Las únicas pruebas de que hubiera sido apuñalado, siendo las copiosas manchas carmesí oscuro que ahora manchaban mucho de su traje.
Y, la segunda.
Que la carta de Eiji había desaparecido.
Se puso de pie de golpe, haciendo que la silla en la cual hubiera estado sentado cayera hacia atrás. Una sensación de incontrolable desesperación invadiendo su cuerpo, mientras desesperadamente buscaba ese pedazo de papel, sin éxito alguno.
—No puede ser...
Murmuró, cuando finalmente la calma hubiera llegado a su mente, dejando que su cuerpo descendiera hacia el suelo de la pequeña biblioteca, sus ojos dando una última escaneada por el lugar, en un fútil intento de sentir que no se estaba dando por vencido.
Sin embargo, nuevamente; no encontró nada.
Su mano regresó al lugar de su herida, como intentando corroborar algo.
Ya no sentía dolor. De hecho, tampoco frío, ni sueño.
Ya no sentía nada.
Cierto, se recordó. Se había dado por vencido.
Vaya.
Pensó; aquello no debería causarle aquella sensación de profunda sensación de vacío, ni de pena.
—Supongo que no podía llevarme nada a la otra vida, ¿no?
Preguntó, aún si nadie allí podría responderle.
Ash recordaba los viejos sermones que había recibido de niño, en los servicios de la vieja iglesia protestante de Cape Cod, a los cuales Griffin le llevaba, donde hablaban de lo temporal del cuerpo terrestre, y del olvido eterno que les tocaba a las almas una vez cruzaran al reino de los cielos.
Ash no quería olvidar. No la carta, y no a Eiji.
Así que, quizá era una suerte; que de existir- definitivamente él no terminaría en el cielo.
Esperó un par de momentos más, esperando que algo pasase. Sin embargo, al nada cambiar en su entorno; terminó poniéndose de pie, y revisando el lugar donde había terminado.
Los libros eran extraños, algunos viejos, y otros más nuevos. Todos conservados de diferentes maneras, con lenguajes que Ash no conocía, y con otros que, apenas podía reconocer.
Algunos parecían enciclopedias, y otros estaban escritos a mano.
Había, incluso, unos llenos de dibujos infantiles.
No pudo evitar fruncir el ceño, mientras guardaba todos los ejemplares que hubiera tomado.
Continuando con su andar, encontró un pasillo.
—¿Hay alguien aquí?
Preguntó al vacío, y su única respuesta fue el silencio. Se cruzó de brazos, intentando analizar su situación.
La interpretación del limbo que daba la biblia, recordaba Ash, era mucho más parecida a la de un gran río de fuego que expiaba los pecados al quemarlos, y volverlos ceniza. Mas no así una habitación vacía.
Quizá, pensó entonces, era sólo su mente intentando hacer sentido de lo que estaba viviendo en ese momento.
O, al menos, eso creyó- hasta que un sonido llegó a sus oídos.
Voces. Eran voces.
Se puso en guardia, pegando su espalda contra la pared más cercana, mientras su mano viajaba a su cadera, sólo para recordar al segundo siguiente que, de hecho, ya no cargaba con ninguna clase de arma.
Chasqueó la lengua con fastidio, intentando racionalizar.
Dudaba que lo que sea que estuviera con él en ese espacio pudiera hacerle algo. O, al menos, algo que le importase en ese momento.
Ya fuera un limbo bíblico, con espantosos ángeles. O, uno metafórico, lleno de sus propios demonios.
Ya estaba muerto, después de todo.
O, al menos, muriendo.
Y con esa realización, Ash pudo notar que, de hecho, ya no le tenía miedo a nada.
Soltó un suspiro quedo, mientras dejaba que su cuerpo se relajara. Avanzando tranquilamente hacia el lugar de donde podía escuchar que las voces llegaban. En el corredor, pudo observar pequeños signos de vida, juguetes desparramados en el suelo, y un par de prendas que parecían haber sido abandonadas sin miramiento alguno.
Incluso, había notado Ash, que había migajas de comida.
Bueno, pensó entonces, quizá incluso los demonios necesitan con qué distraerse.
Finalmente, al final del corredor, le saludó una puerta.
Tomó el mango con cuidado, y tras un segundo de dilación, abrió la puerta, listo para encontrarse con el desastre, manteniendo el continuo semblante impasible que siempre le había caracterizado.
Sin embargo, lo que le saludó, fue otra cosa.
Algo que hizo que la sorpresa invadiera su rostro, incapaz de esconderse.
En la habitación había un grupo de hombres, que tan pronto le vieron, se quedaron en silencio.
No eran ángeles, ni tampoco demonios. Aún si muchas de las personas que hubiera conocido en su vida, los podrían haber calificado en una u otra categoría.
Pues, de hecho, quienes le saludaron, era un grupo de él mismo.
Ash sentía que estaba inmerso en una extraña clase de sueño, o quizá una alucinación, causada por la pérdida excesiva de sangre.
Así, sentado como estaba, en un amplio y cómodo sofá, mientras el resto de Ash que allí se encontraban, le miraban fijamente desde distintos puntos de la habitación.
Las últimas ¿horas? De su vida habían sido –interesantes, por ponerlo de alguna manera.
Y, si aquello era sólo un intento de dar sentido al intrincado proceso de la muerte por parte de su agonizante cerebro, Ash al menos debería darle crédito por ser imaginativo.
Ya que, uno de los hombres allí presentes, ante su clara sorpresa y sorna al llamarlos heraldos de la muerte y puntuar que, de verdad, tomaba a una clase particular de enfermo el imaginarse a sí mismo como un mensajero del más allá, se había tomado el tiempo de explicarle que, al parecer; ese era un espacio donde muchos él se habían juntado, sin saber el cómo, ni el porqué.
Y que, aun habiendo buscado por horas, no habían podido dar con una salida.
Sin embargo, y quizá ante sus continuas quejas –ya que claramente nadie quería quedarse allí, sin poder volver a casa, una voz ominosa se había dejado escuchar. Pidiéndoles sólo una cosa:
"Conversad"
¿Por qué? Había sido la siguiente pregunta, claramente. Dicha con diferentes tonos.
"Me gusta escuchar a la gente"
Les había respondido la voz, no sin antes asegurarles que el tiempo en ese espacio y en el exterior ocurría de manera distinta, así que no importaba cuánto se tardasen.
Tenían todo el tiempo del mundo.
Ash, por supuesto, no había creído ni una sola palabra de aquello. Así que, desestimando la opinión y advertencias de sus otros él, había emprendido camino para buscar una salida.
No estaba del todo seguro de qué podría significar una en un limbo. ¿el paso definitivo a la otra vida? Quizá.
Quizá.
Y, si bien sabía que, de seguro, otros habrían querido alargar sus rezados de tiempo en el mundo de los vivos, Ash no tenía tal deseo. Los recuerdos de la carta de Eiji aún seguían vivos en su mente, las letras frescas grabadas en su retina, y los sentimientos que estas le habían traído ardiendo en el corazón.
El sentirse amado, sin ninguna clase de condición.
Quería que aquello fuera lo que lo acompañara en sus momentos finales.
Y no pensaba cambiarlo por un par de horas observando su propia y aburrida cara.
Sin embargo, y aún si creía que ya se había desplazado una buena cantidad de metros, de vez en vez podía escuchar su propia voz hablarle desde lo que suponía, era esa habitación.
"Vas a perder el tiempo"
Le decía, sólo para ser seguido de un:
"Es lo mismo que le dijimos al resto, déjalo que continúe"
Ash simplemente se habría limitado a bufar con desenfado, ignorándolos.
Dedicó su tiempo a buscar, entonces. Empero, mientras los minutos se hacían horas, y estas pasaban; la tranquilidad que en un inicio le hubiera invadido en la silla de la biblioteca, pronto comenzó a desaparecer, dejando lugar para la ansiedad y la desesperación.
La calidez profunda de las palabras de Eiji, que se habían cernido sobre el como una suave manta desapareciendo, para que la realidad- que tomaba un tono herrumbroso, como el de su propia sangre, crepitara sin miramientos hacia su mente.
Pues ya no eran solo las palabras de un sonriente Eiji, que siempre tendría los brazos abiertos para él, llenándolo.
Sino, en las de las manos de Eiji, escribiendo en la carta, depositando todo lo que nunca le había podido decir en esas palabras.
Era su anhelo, siendo entregado como confidencia a Sing, para dársela a él.
Era la imagen de su amigo, sólo y esperanzado, observando la puerta de entrada del aeropuerto, a alguien que nunca llegaría.
Aún si Eiji estaba esperando su respuesta.
Finalmente, y siendo derrotado por su propia conciencia, terminó regresando al salón; donde el resto de Ash parecían esperarlo.
—¿Satisfecho? —Le había preguntado el Ash que lucía más como él, de no ser por la ropa; mientras le regalaba una sonrisa pagada de sí misma—Te dijimos que no había salida.
Ash simplemente había rodado los ojos, mientras se cruzaba de brazos, y dejaba que su cuerpo cayera en el sofá.
—Maleducado.
Le había respondido su claro intento de doppelganger. Junto a él, había un Ash mucho más pequeño. Era un niño. O, al menos, significativamente más joven. Si sus cálculos no le fallaban, no debería pasar de los quince años.
Eso había logrado que su estómago se retorciera un poco.
E, intentando ignorar la molesta sensación, había mirado mucho más al fondo, donde había otras tres personas. Un niño, nuevamente, quien le miraba con la expresión más dura que le hubiera visto a un infante, desde la suya propia. –aun si decir eso, parecía ser redundante- junto a él, le flanqueaban dos adultos. Un Ash que parecía estar bastante falto de sueño, por las nada sutiles bolsas bajo los ojos que cargaba. Y, un Ash que parecía tener un par de años extra encima, si el largo de su cabello y la manera en la que los centímetros extra lo hacían parecer una torre en medio del resto de presentes en la habitación.
Cinco pares de ojos, todos posados en él.
Bueno.
Pensó Ash entonces.
Si no puedes vencerlos...
—Y...—Dijo, logrando que el Ash que le hubiera hablado antes lanzara un silbido nada disimulado, mientras se burlaba, diciendo que al parecer este también sabe hablar— ¿Qué se supone que hagamos aquí?
Ash, el Ash que lucía mayor que todos allí, se limitó a frotar la parte trasera de su cabeza, como si hubiera estado haciéndose la misma interrogante todo ese tiempo.
—Ya lo había mencionado, ¿no? Conversar. Eso es lo que dijo la voz.
Ash sólo pudo suspirar.
—Está bien—Dijo entonces—Conversar.
Y era así como había terminado en esa situación.
Cuando el último de los Ash hubiera finalizado de contar su historia de vida. O, mejor dicho, dado un breve resumen de dónde venían, pues Ash estaba seguro de que nadie realmente necesitaba resaltar los detalles o pormenores que –suponía- ellos ya conocían. Aún si sus dos versiones más jóvenes no habían podido evitar poner sendas caras de desasosiego y sorpresa, al escuchar un par de cosas que hubieran sido dichas durante las presentaciones.
Dejándole como único pendiente, a él.
Y Ash, francamente, no sabía ni por dónde empezar.
Su vida, suponía; había empezado igual que la del resto. Y repetir la historia de un niño huérfano, que vaga en las calles, parecía ser sólo una pérdida de tiempo en ese momento.
Su mente aún daba giros, entre hablar sobre su época con su hermano, o pasar directamente a la vida con su pandilla, cuando pudo notar algo.
Ash, el Ash que había contado que ahora vivía en departamento de la ciudad de Nueva York, trabajando como un cajero de supermercado, y quien había sido el primero en replicarle sus intentos de buscar una salida, le miraba con intensidad de cazador.
O, mejor dicho, miraba su abdomen.
Su mano se movió con rapidez, intentando cubrir su costado; pero era muy tarde, pues el otro Ash ya había hablado.
—¿Cómo te dejaste apuñalar allí?
Ash pudo sentir el cúmulo de miradas girar rápidamente hacia una sola parte de su anatomía, mientras él no sabía si reírse porque su mente parecía haber acentuado los sentidos de los sentidos de los presentes, o maldecirse por hacerse tan increíblemente insoportable.
Otro Ash se unió de pronto a la conversación, dando un paso hacia adelante, mientras cubría su boca al bostezar.
—Esa es una herida de principiante—Dijo, y Ash no pudo evitar dedicarle una mirada dura—¿Qué? —Preguntó, ofendido—Parece hecha por un asaltante cualquiera.
Ash se limitó a cubrirse mejor, mientras desviaba la mirada.
—Cierren la boca.
Musitó, haciendo reír a una de sus versiones más jóvenes.
—Vamos, déjenlo hablar...—Dijo entonces otro Ash, el que parecía tener más años, mientras dejaba su lugar apartado del grupo, haciendo que Ash estuviera listo para replicar.
Cuando notó algo.
Delgado pero brillante, en la mano de aquel hombre.
—... ¿Por qué tienes un anillo en tu dedo?
Ash, el Ash que hacía tan solo unos momentos le había explicado, como si fuera lo más natural del mundo; que en su universo la gente parecía haber evolucionado en un extraño híbrido de lo que él sólo podía calificar como lobos había tenido el atrevimiento de mirarle como si fuera un idiota.
—Porque estoy casado, duh.—explicó, mientras agitaba los dedos de su mano izquierda—Sólo me estás confirmando, que realmente, hay versiones de mí mucho más lentas. Eso es una pena.
Ash sintió su mandíbula caer.
—... ¿Con quién?
Ash, el Ash que tenía ojeras y, al parecer, manchas de comida seca en la camiseta habló esta vez, sonando particularmente arto.
—Tú... tú tienes que estar bromeando.
Ash escaneó la habitación rápidamente, como intentando encontrar a alguien que pareciera compartir su sorpresa; pero sólo encontró sendas miradas que parecían juzgarle.
El Ash que estaba casado, suspiró.
—¿Con quién crees? —preguntó, sonriendo con gracia—Vamos, te dejaré adivinar.
Ash frunció la nariz.
—Yo no me quiero casar.
Uno de los Ash más jóvenes rodó los ojos.
—Esa no era la pregunta—Puntuó entonces Ash, el Ash que ciertamente tenía apenas quinces años, quien les había dicho que nunca había pisado Nueva York, y que, de hecho- Norteamérica misma le quedaba a un par de vuelos de distancia. El Ash que, de acuerdo a lo que les había dicho, aún tenía a Griffin presente en su vida, el que aún era el mejor amigo de Shorter, y el que tenía como mayor preocupación el no querer seguir estudiando, ni entrar a la universidad.
Uno de los Ash –junto al otro pequeño- por quien todos allí parecían haberse controlado al momento de hablar.
El Ash que ya estaba casado, sólo se elevó de hombros entonces, mientras tomaba su anillo con la mano derecha, y le daba un par de vueltas con los dedos.
—Puedes jugar al secretismo y a la disuasión todo lo que quieras—Dijo, sonando en partes iguales suave y solemne—Pero si realmente somos la misma persona; sabes que sólo hay alguien con quien nos podríamos casar.
Ante tal declaración, el rostro de muchos en la habitación se deformó un poco, con algo que Ash sólo podría describir como vergüenza.
Él mismo sintió su rostro arder, sólo por un segundo; antes de apretar sus puños y suspirar, intentando que la imagen de la cara de Eiji se alejara de sus pensamientos, pues esta; últimamente, solía venir acompañada del sonido de un revolver, disparando contra él.
—Y supongo que ustedes también saben que casarse no es algo que la gente como nosotros haga—contraatacó entonces, observándolos a todos con detenimiento—O más bien pueda, o deba hacer.
Aquello pareció bastar para callar a los adultos del lugar, haciendo que sus rictus mutaran a expresiones serias.
Sin embargo, también pareció animar a otro de los pequeños a hablar.
Ash, el Ash que menos se había explayado al momento de explicar su vida; dictando únicamente que era un estudiante, y que vivía junto a sus muchos hermanos en una gran casa, dio un paso adelante; luciendo extremadamente desafiante, para alguien tan pequeño.
—¿Por qué?
Preguntó, con sus grandes ojos observándolo a profundidad.
Ash frunció el ceño, mientras una de sus manos viajaba hasta el puente de su nariz, intentando alejar la tensión a punta de masajes.
—¿Por qué?
Volvió a repetir el pequeño.
—Porque así es el mundo, niño.
Respondió, intentando no sonar demasiado duro, preguntándose si a esa edad realmente era así de insufrible.
Ash le devolvió una mirada llena de ira.
—¿Por qué?
Volvió a preguntar, con un claro tono amenazante en cada sílaba, mientras sus pequeños puños se apretaban a sus lados.
Ash ya se sentía arto.
"Porque soy un asesino".
Habría querido decir.
"Porque la gente como yo, probablemente merece estar varios metros bajo tierra; donde no pueden lastimar a nadie, y no en un altar"
También.
—Porque no soy un buen partido.
Dijo en cambio, coronando la frase con una sonrisa socarrona. Al tiempo que, se preguntaba, si tan siquiera valía la pena intentar ser amable con alguien como él, sin importar la edad.
Después de todo, Ash Lynx siempre había estado podrido. Ya fuera su versión adulta, la del adolescente que corría como líder de pandilla, o la de un joven él, a quien la grase de bebé aún no parecía dejarle del todo.
—Y, porque por Eiji, soy capaz de dejar mi egoísmo atrás.
Agregó finalmente, intentando darse un poco de seguridad.
El pequeño lo miró con duda entonces, como si intentara unir los cabos en su declaración. Finalmente, pareció llegar a un veredicto, cruzándose de brazos, y colocando una expresión que sólo podía ser descrita por una palabra: puchero.
Se dio la vuelta con rapidez, y tras caminar hasta lo más lejano del cuarto, se dejó caer lentamente contra el respaldo de un librero, sentándose en el suelo.
—Eres un idiota.
Musitó, lo suficientemente alto como para que todos lo escucharan.
Y, como si aquello fuera un extraño hechizo, pareció desatar la siguiente hola de preguntas; esta vez, conducidas por el Ash que parecía necesitar unas muy largas horas de sueño, además de un cambio de ropa.
—Dijiste... Eiji—Murmuró, luciendo sorprendido. Miró al Ash que tenía el anillo quien, ante su duda, sólo asintió, devolviéndole una expresión similar—¿Estas casado con un chico?
El Ash de la vida marital elevó una ceja.
—¿Con quién más?
El Ash que había preguntado se sonrojó, mientras rascaba su mejilla.
—Yo no estoy casado... per sé—admitió, mientras su expresión se tornaba en una pequeña y tímida sonrisa, y sus ojos barrían con su ropa desordenada—Pero tengo un hijo...
Ash sintió que le faltaba la respiración. Al tiempo que sus ojos parecían querer salirse de sus cuencas.
El Ash que llevaba el anillo se arregló los lentes.
—Yo también—admitió con simpleza—...o bueno, lo voy a tener, pronto...
Aquello hizo que todos en la habitación ahogaran un jadeo de sorpresa.
—¿Qué...? —preguntó el mayor de ellos.
—... ¿Eso es posible? —Preguntó el Ash que acababa de admitir que, por algún motivo, había escogido casarse con una chica, con una expresión que parecía rozar entre la incredulidad y la gracia.
Ash, enfundando en su brillante anillo matrimonial, colocó una sonrisa condescendiente.
—Por supuesto que sí.
Una risa ahogada inundó la habitación.
Quizá la falta de horas de sueño sí habían afectado la percepción del muchacho.
—Es que yo...—Comenzó a explicar el otro Ash, mientras la mirada del resto se posaba en su figura—Bueno, la madre de mi hijo, es de hecho, una mujer—explicó, como si eso no fuera algo obvio—Y su nombre es Eiko. Eiko Okumura.
Okumura.
Ash juró que el tiempo se detuvo por segunda vez en ese momento, y aún si el rostro del resto de los presentes pareció pasar por una gama de emociones, que en algún punto tenían a la confusión dentro de ellas, todos parecieron reconocer esa palabra.
O, mejor dicho, ese apellido.
El Ash casado soltó una larga risa.
—Bueno—Dijo, luego de calmarse—Siempre dije que sería una buena esposa, pero no creía que en ¿alguna realidad? Eso fuera tan literal.
Sin embargo, Ash no podía compartir su sentido del humor, en cambio, se puso de pie, completamente exaltado.
—¡¿Tienen hijos con Eiji?!
—Eiko—corrigió uno de ellos.
Ash tuvo que contar mentalmente hasta tres, mientras su mirada viraba entre los dos hombres frente a él, intentando procesar que, de hecho; había versiones suyas que se habían atrevido a tocar a Eiji. Hasta que notó algo.
Un pequeño detalle, que antes no había tenido realmente mucha importancia.
—...tú tienes mi edad—señaló, mientras avanzaba lentamente hacia el Ash más joven de los tres.
El mentado sólo le miró con duda.
—Sí... ¿y?
Ash dejó que sus manos golpearan su rostro.
—¡Pero si sigues siendo un mocoso!
Su interlocutor rodó los ojos.
—¿Y? —Volvió a instar.
Ash sintió ganas de gritar.
—¡Tú no deberías ser padre! —Terminó estallando, antes de girarse hacia el resto, en un fútil intento de señalarlos—¡Ninguno de nosotros debería serlo! —Su tono de voz se hizo mucho más alto, y en ese momento, un nuevo chispazo llegó a su mente. Haciendo números, pudo entender algo.
Los tiempos cuadraban.
Su mirada se hizo mucho más dura, y con tono gélido, sólo pudo acotar.
—Estaba embarazada cuando le dispararon.
Aquello pareció drenar todo el color del rostro de Ash, el descuidado, mientras que ya había hecho que los dos pequeños se pusieran de pie, preguntando al unísono.
—¡¿Le dispararon?!
—Ash—Puntuó el Ash casado, con un tono severo—Tranquilo—Pidió, mientras sus ojos se desviaban por un segundo hacia los pequeños; quienes sintiéndose de pronto expulsados de la conversación, le miraron con sendas expresiones de cólera—Pero parece que... ese es otro punto común entre todas nuestras vidas.
—¿Otro? —no pudo evitar preguntar.
El mayor de todos señaló su costado.
—El ser apuñalado—Explicó—También me pasó a mí.
El Ash, padre de familia, frunció el ceño.
—Y a mí.
—Y a mí...—terció entonces el Ash que tenía también su misma edad, pero no tenía hijos, uniéndose de pronto a la conversación—O al menos, eso me dijeron.
—Pero...—volvió a interrumpir el casado—eso me pasó hace años, casi una década; y eso...se ve fresco—puntuó entonces, mientras su mirada se hacía más aguda—Y es un sangrando... abundante.
El Ash que aún tenía familia, le dedicó mirada confusa.
—¿Ash?
Preguntó, antes de que el Ash que acababa de admitir no saber si había sido apuñalado o no, interviniera con torpeza.
—... ¿Estas...estás sangrando ahora mismo? —preguntó, antes de corregirse—El tú que apenas iba a venir aquí... ¡¿Te acaban de apuñalar?! ¡¿Ahora?!
Gritó, al tiempo que él cubría aún más su costado con su abrigo, sin importarle si las manchas cobrizas ya habían llegado hasta ese punto de la tela.
El mayor de todos suspiró con cansancio, mientras se desordenaba el cabello.
—Por todos los... de verdad eres un...—suspiró—No te preocupes, Sing regresará en cualquier momento para-
Un coro de tres voces lo detuvo.
—Sing no va a regresar.
—¿Sing? —volvió a intervenir el Ash joven que había estado incordiando hasta ese momento, el otro niño sólo parecía cada vez más listo para volver a estallar—¿El primo de Shorter? ¿Qué tiene que ver aquí él? ¿Acaso él te apuñaló?
Pero todos parecieron ignorar sus preguntas.
Ash casado volvió a preguntar.
—¿Qué quieres decir con que no regresará? Lo hizo—explicó, como si hablara de algo de conocimiento general—él fue quien me vio...
Pero sólo fue recibido por silencio sepulcral.
Silencio que sólo fue roto por la afirmación del Ash que no recordaba ser apuñalado.
—No...—dijo, en un susurro—No lo hace—Dictó, con solemnidad—Aunque sé que desearía haberlo hecho...
El Ash que al parecer había sido lo más cercano a un padre adolescente, jadeó con desespero, mientras se revolvía el cabello.
—Por supuesto que no lo hace, ¿pero eso qué tiene que ver? —preguntó, con hastío, antes de observarle—¿Es que acaso no pediste ayuda? ¡Yo sí lo hice! —explicó, a los gritos—Tan pronto leí la carta de Eiko, no podía solo... quedarme allí sentado...
Ash se quedó en silencio.
Su contraparte le dedicó una mirada incrédula.
—... ¿Tú sí te quedaste sentado? —Preguntó el pequeño Ash, el que hacía no mucho lo había llamado idiota, y los había estado ignorando hasta entonces.
Y, ante su silencio, sólo recibió miradas de horror, de parte del otro niño allí presente, una de frustración, de parte del padre irresponsable; y una llena de pena, de parte del hombre casado.
—Si lo hiciste...—Entendió entonces el más pequeño de todos en la habitación, soltando un bufido que parecía intentar imitar una risa—De verdad lo hiciste, eh...
Jadeó. Ash casado intentó estirar la mano, en dirección al niño.
—Oye...
Pero el otro Ash, no parecía tener deseos de escucharlo.
—Ya no quiero saber nada de ese idiota.
Rezongó, antes de regresar a su lugar.
Ash, por su parte, suspiró, dejando que el ambiente volviera a quedarse en un estático silencio, donde cada uno de los presentes; parecía absorto en sus propios pensamientos.
Al menos, hasta que, uno se decidió a hablar.
Era el Ash que estaba casado.
—Creo que yo también pensaba quedarme allí, ¿sabes?—le dijo, con un tono que Ash intentaba no tomar como condescendiente, mientras sus manos descansaban en sus bolsillos, y su mirada parecía perderse en el extraño techo del lugar—Sentado. Aunque bueno, yo estaba en la calle aún. Porque parte mía quería golpear a Lao, y otra; terminar de leer la carta de Eiji—Explicó, esta vez; sí dirigiéndole la mirada.
Tenía una sonrisa que parecía melancólica, como si uno revisitara una idea; lo mismo que a un viejo amigo.
—Así que realmente no llegué a la biblioteca de nuevo. Y me quedé en medio de la calle, leyendo.
Ash sintió su ceño fruncirse, mientras sus ojos intentaban trasmitir sólo un mensaje:
¿Por qué me estás diciendo esto?
Su contraparte no pareció afectado por su clara animosidad; en cambio- Sólo cambió su semblante nuevamente, a uno que parecía lleno de pena.
Ash realmente odiaba eso.
—Si vienes a darme un sermón—advirtió—No quiero escucharlo.
El otro Ash rio.
—No, nada de eso—aseguró—Nosotros nunca escuchamos a nadie, después de todo...
Musitó, mientras acariciaba la mano donde descansaba el anillo.
Y, como si no lo hubiera escuchado, siguió hablando.
—Pero sabes; incluso luego de no morir... tampoco quería ver a Eiji.
Aquello logró robar un par de sonidos de sorpresa.
El mismo Ash, no pudo contenerse, cambiando su rictus por uno de incredulidad.
—¿Por qué...?
Preguntó, de manera apenas audible.
El mentado se elevó de hombros.
—Porque no creía que fuera correcto—Explicó con simpleza, su pecho henchido gracias al aire que parecía haber tomado—Creo que hasta estaba un poco enojado, en un inicio.
—¿Por qué?
Su contraparte casada rio, de una manera que Ash conocía bien.
—De que no me dejaran elegir.
Él, no pudo hacer nada más que imitarlo.
Con su propia versión de esa risa, igual de agria, e igual de amarga.
—Entonces...—empezó—Cómo pasaste de eso, a—dijo, mientras usaba una de sus manos para señalarlo entero—Un feliz hombre casado.
Preguntó, sin olvidar el tono irónico en la palabra "feliz".
Porque, después de todo; Ash no creía que alguna vez pudiera ser realmente feliz.
No como la gente normal.
—Tiempo—aseguró el otro, mientras parecía pensarlo—Y muchísimo trabajo. No todos los días son bueno, Ash—puntuó—No todos los días me siento digno de si quiera seguir respirando. O, en otros, todo se hace tan irreal que parece una ilusión fácil de romperse... tan delicada que... el mínimo error podría destrozarla.
Susurró, antes de girarse a verle, con una media sonrisa.
—Y nosotros sabemos que comentemos muchos de esos, errores; quiero decir—puntuó—y a veces, creo que la felicidad no debería sentirse así...
Ash, quien había estado escuchando en silencio, bufó sin gracia.
—Suena a que es una gran carga; pensar en eso todo el tiempo.
El otro Ash negó suavemente.
—No es todo el tiempo.
Aseguró.
—Pero lo piensas—contrarrestó Ash, con tono agudo—¿Cómo lo aguantas?...—Preguntó entonces, dejando que sus hombros cayeran—Yo ya... estoy cansado—musitó—Cansado de tener que pensar.
El otro Ash pareció sopesarlo un momento.
—No lo sé...—Dijo, mientras cerraba la distancia entre ambos—A veces es demasiado, o; al menos, se siente como demasiado...—le confesó, mientras se arrodillaba frente a él, haciendo que sus líneas de visión se alinearan—Pero, ¿sabes? —dijo, antes de que su índice golpeara contra la frente de Ash—la carga extra que nuestro particularmente denso cerebro se encarga de ponernos encima... es mucho más sobre llevable junto a Eiji.
Ash apartó su mano de un manotazo.
—Eso se llama hacerte una carga.
El otro Ash le sonrió.
—Todo lo contrario.
Ash frunció el ceño, pero el mayor de los dos continuó hablando.
—Sólo cuando estoy con Eiji, siento que estoy en igualdad de condiciones con alguien—comentó, al tiempo que la risa de uno de los Ash más jóvenes resonaba—Y no me refiero a las estupideces que decía Yut Lung, Blanca, o el maldito de Dino.
Se aseguró de aclarar.
—Sino a que, por primera vez, siento que alguien quiere darme lo mismo que yo quiero darle... no nos debemos nada, pero nos damos todo—Dijo, antes de sonreír—Y, Ash; no hay sentimiento más bonito que ese.
Le prometió.
—Así que sí. Puede no ser fácil... pero me alegro de haber escogido esta vida...
Terminó, dejando a Ash en silencio.
Sin embargo, alguien más estaba listo para tomar la palabra.
Ash, el Ash que no estaba casado, pero tenía un bebé.
Se sentó en el suelo, observándolos a ambos; para finalmente, enfocar su mirada en el Ash que estaba casado.
—¿Cómo supiste que estabas listo...?
El mentado le miró con duda, mientras se señalaba.
—¿Yo?
—Dijiste que ibas a ser papá.
Aclaró.
El otro Ash se rascó la mejilla.
—Oh, sí. Pronto.
Ash endureció la mirada.
—¿Cómo lo supiste?
Insistió.
—No lo supe, en un primer momento-digo—Ash lo miró con incredulidad—Fue algo que llegó con el tiempo... en un inicio, estaba realmente asustado. Después de todo, Eiji y yo nunca habíamos hablado de tener hijos...—admitió—pero era algo que caía en la categoría de "no", aún si no lo decíamos en voz alta.
Explicó.
Ash padre adolescente pareció sopesarlo.
—Bueno... yo tampoco. Es decir, Eiko y yo, tampoco habíamos hablado de eso—y Ash tuvo que evitar bufar, porque aquello era obvio. Nadie tenía tiempo para pensar en niños, en medio de una guerra—...Es más, me enteré del bebé por su carta.
... pero ¿qué?
Pensó Ash, sintiendo que sus ojos podrían salirse de sus cuencas.
—Estaba al final, y eso fue lo que me llevó a pedir ayuda...
Ash casado, abrió levemente los labios.
—¿En serio?
El otro apretó los labios.
—Uhum, no sé cómo explicarlo; creo que... en ese momento... algo me dijo que no podía dejarla sola—confesó, mientras dejaba que su rostro descansara sobre su palma, cubriéndolo de un lado—Aunque al despertar en el hospital, tampoco quería verla...porque me sentía avergonzado—jadeó—Y qué decir del niño, pensar en su existencia me llenaba de desesperación.
Ash rio, ante semejante declaración. Más allá, los dos Ash más jóvenes, les dedicaron a los adultos sendas miradas de desaprobación.
—No debería sorprenderme.
Comentó con sordidez.
El Ash más adulto, movió su mano de un lado a otro, como haciendo de menos su opinión.
—¿Y qué cambió? —preguntó en cambio.
—No mucho—Respondió el otro Ash—Todos intentaron hablar conmigo. Max, Alex, Sing...—dijo, suspirando—Si Ibe hubiera estado allí, probablemente también habría querido hacerlo.
El otro Ash sonrió, como si de pronto recordara algo.
—Pero tú nunca escuchas a nadie, ¿verdad?
Ash que sí era un padre rio con gracia.
—Claro que no.
—¿Entonces? ¿Qué pasó?
El mentado tomó aire, como si intentara poner en orden sus ideas.
—Dejé el hospital tan pronto me dieron de alta, y después la casa de Max, tan pronto me dejaron solo.
Ash ya no sentía que hubiera sentido en si quiera reírse, así que simplemente puntuó.
—Eso tampoco me sorprende.
Ganándose una mirada nada amigable por parte de los otros dos él.
—Pero al final solo se hizo...insoportable—Continuó el Ash que, al parecer, había abandonado a su Eiji embarazada.
—¿Qué cosa?
—El no poder ver a Eiko...—sentenció—La extrañaba, demasiado... aún si sabía que quizá sólo le había arruinado la vida, y que lo mejor sería que no nos volviéramos a ver...—su tono decayó una octava, recordándole demasiado al suyo propio para su propio gusto—No había momento en el que no pensar en ella. En saber si de verdad estaba bien, si su semblante hacía cambiado desde la última noche en que la vi en el hospital...Si esta...—Su mirada se perdió un momento, antes de continuar—... si esta era la cosa que al fin haría que ella abriera los ojos, y se diera cuenta que estar conmigo sólo podía significar problemas.
Ash frunció el ceño.
—Debió serlo.
Azuzó.
Pero el otro Ash sólo sonrió, con tranquilidad.
—¿Verdad? —le instó—Pero no...ella se estaba quedando en una clínica, con la aprobación de la embajada; porque era un embarazo de riesgo. En mi tiempo internado, Max me mencionaba cosas de papeles, de visas...cosas que no entendía. Y, fue por pura suerte, que después de escapar; me enterara que había terminado en su casa—Dijo, frunciendo el ceño—Max de verdad, tendría que invertir un poco más en seguridad.
Ash casado parecía listo para hablar, sin embargo; uno de los Ash más jóvenes, el que aún tenía la suerte de tener familia y amigos, se le adelantó. Avanzando con confianza en su dirección, con ambas manos en los bolsillos del pantalón.
—¿Y qué hizo cuando te vio? —preguntó, sin miramientos—Porque yo te habría golpeado. Los hombres creen que pueden sólo desaparecer, dejando niños sin padre; como el viejo de Skipper.
El Ash que había estado contando la historia pareció colocar una expresión avergonzada.
—Parte mía habría querido que me golpeara—admitió—Pero ella solo... estaba despierta, y no se sorprendió de verme, aún si era tan tarde...
Sus ojos se suavizaron, mientras brillaban suavemente.
—Y me sonrió... "Hola, Ash" Me dijo "Te extrañe"—Repitió, con el tono más suave que Ash alguna vez se hubiera escuchado—Tenía los brazos estirados hacia mí, y la sonrisa más bonita del mundo...
Su voz sonó algo contrita al final.
Ash, el otro Ash que también parecía tener su edad, preguntó.
—... ¿Estás llorando?
Le devolvieron como respuesta, un golpe con el codo.
—Cállate.
El otro rio.
—No me burlo—aseguró—Es que... Sing me dijo eso una vez, lo mismo que dices tú, de la cara de Eiji... Así que puedo imaginarlo.
El cuasi padre adolescente solo asintió.
—Fue muy dulce, y muy paciente... no me exigió nada, sólo... de verdad estaba feliz de verme—Susurró, mientras hundía su rostro entre sus rodillas—Nadie nunca me había querido de una manera tan desinteresada...
Confesó, haciendo que en la mente de Ash, las palabras de Blanca resonaran con fuerza, haciendo que su ceño se frunciera.
—A veces pienso que yo la necesito más de lo que ella a mí... no sé cómo pude pensar que podría vivir lejos de ella.
Ash no le dejó terminar la idea.
—Ella no existe para salvarte.
Ash, le sonrió.
—¿Has estado hablando con Blanca también? —Preguntó, sin borrar su expresión.
Él, por su parte, sólo bufó con exaspero.
—Sólo digo la verdad—Aseguró, elevándose de hombros.
El otro Ash acomodó mejor su rostro, mirándolo con una sonrisa que parecía casi retadora, de no ser por sus ojos.
Transmitían muchísima calma.
—No quiero que me salve—Aseguró—Quiero salvarme a mí mismo, para poder estar con ella, y con nuestro bebé—Explicó, y Ash intentó ignorar el extraño peso que invadió su estómago y pecho, ante la palabra "nuestro" y "bebé" siendo usadas en la misma oración—Quiero poder tener... una vida normal...
Confesó.
—Es lo que siempre he querido...
Ash no pudo evitar apretar sus puños.
—Y estás dispuesto a arrastrar a la persona que dices amar, a la vida que de verdad tienes, sólo para mantener la ilusión de tener la vida que querrías...—racionalizó—¿Es eso, Ash?
Su interlocutor negó, levemente.
—No lo sé, Ash—le respondió, utilizando un particular tono burlón, al pronunciar su nombre—Ha sido un año y más realmente duro. Más para ella que para mí, definitivamente. Pero...creo que estoy haciendo un buen trabajo.
Ash no podía creer en esas palabras.
El resto de Ash, pareció notar su reticencia, pues notó la mirada de todos posada sobres él, e intentó no darle importancia.
Después de unos segundos, otro de los Ash se acercó a él, sentándose a su izquierda en el sofá.
Era el que tenía su misma edad, el que no tenía hijos, y quien parecía tener una extraña duda sobre si había sufrido de la herida de Lao, o no.
—Pareces muy empecinado en creer que harías a Eiji miserable si vives—le dijo, con una expresión que él no sabría calificar—Pero yo sé a ciencia cierta que sólo lo sería si mueres.
Ash tuvo que aguantar las ganas de rodar los ojos.
—¿Tú también vas a contarme como en tu "mundo" tomas una decisión distinta al momento de ser apuñalado?
Preguntó, haciendo las comillas protocolares en el aire.
Su otro él sólo rio, sin mucha gracia.
—Pfff, Claro que no—Aseguró—A mí aun no me han apuñalado—Aseveró, y Ash decidió que bueno, ese era el Ash que no había sido apuñalado, entonces—Al menos, aún no.
Dijo, haciendo que el mentado elevara una ceja, pero el muchacho continuó.
—Supongo que eso me hace diferente a ustedes tres—Dijo, señalándolos con el dedo—Y un poco más parecido a los dos pequeños de allá—aquella declaración hizo que se ganara un par de miradas desaprobadoras—Pero hay algo que estoy seguro, ninguno de ustedes ha hecho, es más; daría mi vida apostándolo.
—Hmm, atrevida apuesta—canturreó Ash, dejando que su mentón descansara sobre la palma de su mano—¿Qué es?
El Ash que no había sido apuñalado sonrió.
—He visto mi propia tumba.
Dijo, con simpleza. Ganándose, de nueva cuenta, un silencio sepulcral.
Uno que sólo puso ser roto por su largo suspiro.
—No me pidan que lo explique, que yo tampoco lo entiendo—se apresuró a aclarar, mientras se elevaba de hombros—Pero del lugar donde vengo; Eiji es mucho mayor que nosotros. Y, ya tiene una residencia permanente en Nueva York, además; comparte una casa con Sing.
—¿Con Sing? —Preguntaron todos los demás, en coro.
Ese Ash pareció encontrar la respuesta comiquísima, pues sus hombros temblaron suavemente con una risa muda.
—Y visita mi tumba más veces de las que me gustaría pensar...—contempló, mientras le enfocaba—Él decía que hice lo mismo que tú estás haciendo ahora. La noticia de mi muerte le llegó a Japón, muchas horas después. Y, él viajó aquí tan pronto como pudo...—les explicó, mientras la sonrisa que antes hubiera estado portando tan desenfadadamente, mutaba a una expresión de suma seriedad—Luego sólo... no se fue. Nunca más.
Ash sintió que su tren de pensamientos golpeaba con un bache.
—Eso no tiene sentido, él-
—"El debería haberme superado rápido"—Completó el otro Ash, mientras le regalaba una mirada conocedora—Era eso lo que ibas a decir, ¿no?—Aseguró, sonando demasiado pagado de sí mismo—Saber lo que piensas es muy sencillo, yo también soy tú, ¿o acaso lo olvidas?—Se jactó, mientras estiraba los músculos—Pues no. Resulta que no.
Algo más pareció llegar a su mente.
—Y nunca le digas algo así, o se enfadará realmente contigo; y con todo el derecho del mundo—le aseguró, señalándolo directamente—Ash... ni tú, ni yo, ni ninguno de nosotros puede dictar realmente en lo que siente Eiji—explicó, mientras su mano se abría ampliamente, señalándolos a todos, deteniéndose especialmente en el muchacho que ya tenía un hijo—O Eiko.
Continuó, puntuando con una sonrisa suave la diferencia de los nombres.
—En si creemos que está tomando las decisiones correctas, o no... pero me dolió mucho, saber que él creía que había sido su culpa, y de la carta que nos dio.
Ash ni siquiera había terminado de escuchar la frase, cuando se puso de pie violentamente.
—¡Eso no fue así!
Aclaró con un grito.
El otro Ash se mantuvo impávido.
—Lo sé. Sé que tú lo sabes. Sé que todos lo sabemos. Lastimosamente, él no.
Dijo, haciendo que varios bajaran la mirada.
—El guardó todos nuestros recuerdos, nuestras fotografías; casi como un tesoro, que, aunque fuera doloroso de revisar, terminaría haciéndolo, tarde o temprano...y, aunque nuestro nombre sea un tabú por un tiempo, en algún momento nuestros amigos podrán decirlo, sin necesidad de fingir que no temen lastimarlo.
Ash quiso decir algo, sin embargo; encontró que no tenía las palabras correctas. En cambio, rehuyó a la mirada del otro muchacho, quien, tras su silente apreciación, continuó.
—Eiji no se veía nada feliz... pero me prometió que lo habría intentado ser. Intentado. De una manera u otra...—su ceño se frunció, como si de pronto hubiera entrado a una batalla consigo mismo—¿Pero sabes qué pensó yo?
Cuestionó, enfocando los ojos de Ash directamente.
—"Ah..." pensé, "pero yo también quiero compartir esa felicidad"—Confesó, sonriendo ampliamente—¿Y sabes qué?
—¿Qué?
Ash estiró los brazos hacia el cielo, cubierto por imponente techo de la biblioteca.
—No me arrepiento de no haber dejado eso sólo en un deseo.
Ash apretó los labios, sintiendo la frustración concentrarse en su pecho.
En ese momento, otro de ellos, se acercó.
El Ash que tenía a Griffin, y no había pisado los estados unidos.
—Ustedes les dan demasiadas vueltas a las cosas—dijo, mientras lo señalaba—especialmente tú. ¿En serio me vuelvo así de viejo? Dios me libre.
Ash soltó un soplido con sorna.
—Supongo que también quieres contribuir a la conversación.
El otro Ash frunció la nariz.
—No me gusta cómo hablan de Eiji.
Ash rio.
—¿Por qué?
Las mejillas del otro Ash se tornaron de un pálido rojo.
—Él es mi amigo—explicó—y hacen sonar como si nuestra amistad fuera fácilmente olvidable—bufó—Eiji es terco y valiente, el muchacho más decidido que he conocido en mi vida ¿de verdad piensan tan mal de él?
—Auch.
Intervino el Ash que no había conocido el cuchillo de Lao, sin ser invitado.
—No es eso.
Se defendió.
—¿Entonces? —cuestionó el más joven, impaciente.
Ash casado pareció sopesarlo.
—A veces... uno necesita un empujoncito en la dirección correcta.
Ash pequeño rodó los ojos.
—Eiji creyó en mi cuando nadie más lo hizo... a veces, incluso, me recuerda un poco a Griffin; por la manera en la que me habla, y en cómo me sonríe—Explicó, mientras sus manos se hundían aún más en los bolsillos de sus pantalones—Pero... siento que él puede ver más allá, incluso que mi propio hermano.
Dijo, antes de reír levemente.
—Es gracioso, porque es casi imposible lograr que se aleje de mí. Ni siquiera Shorter y su horrible gusto por la música han logrado hacerlo—se explayó, mientras las comisuras de sus labios se anchaban aún más—Aunque prometí cantarle algo, para compensarle, la próxima vez.
—Shorter...
Musitó Ash, incapaz de contenerse.
El otro muchacho le dedicó una mirada aguda.
—Sí—puntuó—Shorter. ¿O qué? ¿Además de idiota no tienes amigos?
Ash apretó los puños.
—Mocoso de mierda.
El mentado chasqueó la lengua.
—Viejo idiota—replicó, cruzándose de brazos—No me gusta que la gente subestime a mis amigos, mucho menos si lo hago "yo"
Completó, imitando las protocolares comillas aéreas que él mismo hubiera usado antes.
Ash sintió que la tensión que hubiera estado en su pecho, viajaba hasta su cabeza, convirtiéndose en un inminente dolor de cabeza.
Demasiada información siendo tirada hacia él de golpe, y sin miramientos, demasiadas miradas puestas sobre él.
Demasiado de él.
Sin embargo, el ruido de su mente pareció ser detenido, por la presencia del más pequeño de la reunión.
El niño enfadado, que después de su primera queja, no había tenido ninguna palabra para dedicarle.
—¿Y tú qué? —preguntó, mientras le señalaba con la barbilla, sus pequeños ojos; tan verdes como los propios, observándole con una intensidad tal que, Ash creía, intentaba ver a través de su alma.
—Eiko es mi mejor amigo—Dijo, con la voz clara, y el rostro inamovible—Pero también es mi novio.
El otro Ash, que también era menor, se sonrojó al escuchar aquello.
—Es que todos aquí salen con él o qué demonios...—Murmuró para sí mismo, pero Ash no le hizo mucho caso.
—Vamos a la escuela juntos, y él me ha llevado a conocer a su familia. A su hermano mayor, y a sus padres—puntuó—Me enseñó de esos extraños baños termales... y fuimos a las montañas, a cazar insectos.
Contó, mientras Ash podía notar que su rostro comenzaba a suavizarse lentamente. Pareciendo más lo que era. Un niño.
—Y si es verdad que tú y yo compartimos algo... o que el tal Eiji y Eijo lo hacen...—Dijo, girándose repentinamente, dándole la espalda—Entonces me niego a parecerme a ti.
Espetó, con ira rebalsando de cada poro de su cuerpo.
—No quiero vivir haciendo a las personas miserables...—musitó—y tampoco quiero hacerme a mí mismo miserable.
Su pequeño rostro giró entonces, observándole con determinación.
—¡Yo no voy a ser como tú!
Espetó, antes de comenzar a caminar, con toda la fuerza que su pequeño cuerpo pudiera tener.
Sin embargo, algo pasó.
Una luz comenzó a desprenderse de su cuerpo, rodeándolo por entero, al tiempo que pequeños fragmentos del mismo, parecían desprenderse de su cuerpo, haciéndolo desaparecer.
—Oh...
Ash se puso de pie de golpe, al igual que sus otros yo.
—Espera, ¿qué está pasando-?
El pequeño le dedicó una última mirada.
—Creo que es porque, ya te dije todo lo que necesitaba decirte.
Logró articular, antes de que la última pequeña partícula de brillo desapareciera del lugar, esfumándolo por entero.
El único niño que quedaba allí presente se cruzó de brazos, mientras inspeccionaba el lugar que antes hubiera ocupado el otro Ash.
—¿Es así de fácil? —preguntó, hablando consigo mismo. Pareció sopesar las cosas por unos segundos, para finalmente; girarse con determinación, y señalarlo sin preocupación alguna.
—Ash—dijo, para corregirse después—No. Aslan.
Oh.
Pensó.
Está poniéndose serio.
—Aún si nos llamamos de la misma manera, me niego a creer que seamos el mismo—sentenció, mientras elevaba el rostro con orgullo—Yo sí respeto a mis amigos.
Su postura se hizo más fuerte, como si intentara imponer, aún si todos los demás de la habitación le llevaban un buen par de centímetros.
—Y realmente no sé qué ha pasado o no en sus vidas, porque ninguna me suena como la que tengo yo—agregó, mientras su expresión se tornaba agria—Pero si de algo estoy seguro, esd que sé que no quiero morir.
Aseguró.
Y, escuchar algo así salir de sus labios, o- de un él más joven, de mirada fiera, de rostro salvaje, le trajo recuerdos a Ash. Recuerdos de su vida en casa de Dino, de su primer encuentro con Blanca. De, cuando alguien al fin había podido enseñarle que, aún en la vorágine de salvajismo en la que se había convertido su vida, se podía defender.
Se podía sobrevivir.
—Así que no lo voy a hacer.
Dictó finalmente, cruzándose de brazos.
—Aun si el mundo quiere que lo haga—Aseguró, mientras el mismo brillo que había rodeado al anterior Ash comenzaba a hacer lo mismo con este—Aun si algún idiota fingiendo ser yo intenta convencerme de que es lo correcto, también.
Terminó de agregar, al tiempo que el brillo ya había hecho desaparecer la mitad de su cuerpo.
—Tremendo huevonazo.
Llegó a escuchar que le decía, como insulto final.
Y, al segundo siguiente, los únicos presentes eran los adultos de la habitación.
Ash que no había sido apuñalado suspiró con cansancio, mientras volvía a acomodarse en el sofá.
—Yo también quiero irme de aquí—se quejó, al tiempo que buscaba su mirada—No sé si tenga algo que decirte, ¿sabes? —Dijo, enfocaba sus ojos—Pero creo que tú eres... la respuesta a todas las preguntas que tenía... de qué había hecho, qué estaba pensando, quedándome allí... en una silla, mientras la vida se escapaba de mis manos...
Ash lo interrumpió.
—Parece que tú no has vivido lo mismo que yo.
Puntuó, de manera retadora.
Ash le siguió el juego.
—Parece que no.
Ash intentó razonar.
—¿Qué es lo último que recuerdas?
Ash lo sopesó.
—El escape de la mansión de Dino, nos escondimos en las rutas abandonadas del metro.
Ash sonrió con cinismo.
—Ha, lo recuerdo. ¿Blanca? ¿La serpiente Lee?
—Además de Dino.
Ash asintió.
—Entonces aún no lo has visto—razonó.
—¿Visto qué?
El semblante de Ash se endureció.
—Que alguien le dispare a Eiji. Justo frente a ti.
El rostro del otro Ash perdió el color por un segundo.
—Si lo hubieras visto, lo sabrías—aseguró—Tú no sabes el terror de ver el color irse de su rostro, o ver las manchas de sangre, de SU sangre manchando el suelo—bramó, al tiempo que, cediendo ante la tensión que se había estado acumulando en su cuerpo durante toda la conversación, sus manos se aferraron al cuello de la camiseta del otro Ash, acercando sus rostros en un movimiento violento—No hables de mi vida o mis decisiones, si no has sentido el terror de saber que te pueden quitar lo único que vale la pena en tu vida.
El otro Ash le devolvió el gesto, aferrando sus puños en la tela de su abrigo.
La mirada que le regaló, igual de colérica que la suya propia.
—Y tú no hables como si yo no hubiera visto a la misma persona perderse en la tristeza por mi culpa—gruñó, para luego empujarlo con fuerza, haciendo que ambos se separaran—Aún si él dice que no lo fue.
Su rictus lucía rabioso, a falta de mejor palabra. Ash, por primera vez, sentía ganas de golpear su propio rostro.
—Puedes seguir jugando al papel de negacionista y hundirte sólo en tu miseria, ¡hazlo, con lo que me importa! —le gritó—pero al menos sé consiente, de la gente que te llevas contigo— dijo, dando un par de pasos hacia atrás—para que al menos sepas el peso de tus acciones.
Ash comenzó a caminar, alejándose.
—Sobre Eiji, sobre todos...—Dijo, antes de girarse—Y sobre ti, también...Porque aún no puedo llegar a entender qué se supone que estás pensando, aun teniéndote frente a mí, ¿pero sabes qué? —le dijo, sonando por primera vez, algo vulnerable. Sus ojos brillando con algo que Ash no se había permitido sentir desde que Eiji hubiera visto a Eiji por última vez en el hospital: vulnerabilidad—Yo quiero intentar esto... de vivir...Puede que aún no tenga un lugar en el mundo, pero mientras tenga vida... voy a intentar hacer uno para mí—aseguró, tocando su pecho—a su lado.
Finalizó, antes de desaparecer.
En la habitación, solo quedaron tres.
Ash se acomodó el abrigo, ignorando el ardor que ahora lastimaba su garganta.
Pero el Ash que era padre no le dejó tiempo para poder ordenar sus pensamientos.
—No sé qué pueda decirte que el resto no te haya dicho ya—admitió—De hecho, preferiría hablar contigo—agregó, mientras señalaba al Ash que se había casado.
—Yo tampoco quiero hablar con ustedes, gracias.
Se apresuró a resaltar, mientras su mente arremolinada buscaba las palabras de Eiji nuevamente, deseando regresar a su lugar seguro. Lejos de todos. Lejos de él mismo.
Sin embargo, el Ash que era mayor de todos allí, suspiró, observando a su contraparte que ya tenía un niño.
—Pues yo quiero regresar a casa. Así que, adelante, dispara.
Pidió.
El otro Ash pareció encontrar la palabra graciosísima.
—¿Cuánto tiempo llevas casado?
—Más de cinco años.
Aquello fue suficiente para lograr captar su atención, haciendo que dejara su mutis para observarle con sorpresa.
Cinco años era... mucho tiempo.
Muchísimo tiempo.
El otro Ash le miró con sorpresa.
—¿Y esperaron tanto para tener hijos...?
El Ash que tenía el anillo le dedicó una mirada incrédula.
—¿Y a ti te falló el condón o qué?
Touché.
Pensó, al notar el sonrojo que invadió el rostro del otro.
—No- eres un—suspiró—No lo decía por eso.
—¿Entonces? —cuestionó, cruzándose de brazos.
—Eiji...—Dijo, pronunciando su nombre de manera curiosa—Es su amigo, ¿verdad? —el otro Ash asintió—Eiko también era mi amiga... es mi amiga. La mejor de todas—aseveró
El Ash más adulto elevó una ceja.
—Si mis cálculos no me fallan, y esa es la única diferencia en nuestras vidas, es tu única amiga.
Ash rodó los ojos.
—Mi única amiga.
Concedió, frotándose el ceño.
—Pero durante un tiempo, dejaron de verla así—explicó, frunciendo el ceño—y cayó bajo la etiqueta de "la mujer del jefe".
Ash, aun en silencio, sintió la agrura nacer en su estómago. El otro Ash también parecía sentir lo mismo, si la expresión en su rostro era algo para analizar.
—Sí, puse la misma expresión—suspiró—Y eso puso... una especie de barrera entre ambos.
El Ash casado elevó una ceja, dubitativo, antes de reír.
—Supongo que muchas de nuestras conversaciones, en tu caso, terminaron en algo más ¿no?
El rostro del Ash frente a él se sonrojó de golpe.
Y él ya no pudo mantenerse callado.
—De pronto tengo muchas ganas de golpearte.
El mentado le sonrió con sorna.
—Quisiera verte tratar, chico moribundo—Retó, cruzándose de brazos—Cuando me enteré, y tuve tiempo de procesarlo... me asusté. Y mucho—agregó—sabía que le había arruinado la vida, y no quería que ella me odiara...
—...él no haría eso.
Dijo Ash, sorprendiéndose de sí mismo, pero sin haber podido evitar hacerlo.
—Ella.
Le corrigió el otro, sonriendo levemente.
Él suspiró.
—Eso...—dijo, moviendo una mano—No lo haría. Aún si tendría todas las razones del mundo para hacerlo....
Completó, más para sí mismo, intentando recordarse lo que las palabras que Eiji había tenido para él en su carta, extrañando la sensación del papel contra su piel.
Le había prometido que siempre estaría de su lado.
No había manera en la que le odiara, ¿verdad?
—¿Verdad? —cuestionó entonces Ash, mientras se abrazaba las piernas—Nunca le pedí formalmente ser mi novia, pero sí le pedí que no me dejara sólo... que quería que se quedará a mi lado. Ha, debí parecer un patán—aseguró—Pero ella nunca me reclamó nada, y tampoco me obligó a ponerle una etiqueta a lo nuestro... a lo que sea que tuviéramos.
Sus labios se apretaron, en una expresión de arrepentimiento.
—Pero cuando leí la carta... todo estaba claro... todo lo que ella no me había dicho, y todo lo que yo no le había podido decir...—musitó—Me sentí increíblemente feliz, ¿saben? —Comentó, entre risas—Y, de hecho, quería guardar esa sensación, sólo para mí...si podía hacer que nadie me la quitara...creía que podría morir en paz.
Ash sintió su pecho achicarse.
—¿Y qué cambió eso?
Cuestionó el otro Ash, mientras quien escuchaba en silencio, presionó sus puños, nervioso.
—La línea final—admitió—donde ella me decía del bebé.
Ash aún no podía hacerse a la idea de aquello.
—No sé qué cambió en mi cabeza en ese momento...y de pronto, la parte egoísta que se regocijaba en ser merecedor del amor de Eiko, como amiga, o más; se quedó en silencio... y sólo quedé yo, un apenas adulto idiota; que gritaba que... que sería muy de malnacido abandonarla así...
Terminó, riendo con debilidad.
—¿Pueden creerlo? —les preguntó—Creo que, al yo con menos sangre de la recomendada, le gustaba darse aires de grandeza... creyendo que ella me necesitaba, tanto como yo a ella.
Ash presionó sus labios.
—¿Y qué pasó? —terminó preguntando, incapaz de poder seguir sólo con sus pensamientos.
Ash observó su camiseta, cubierta de comida seca; que ahora Ash suponía, era del bebé. Y, aún con eso, y con las grandes bolsas bajo sus ojos, y el cabello desordenado. Lucía feliz.
Mucho más que él.
—Que Eiko no es una mentirosa... y que, si dice que siempre estará de mi lado, es porque es verdad—suspiró—y que la paternidad es un asco, pero junto a ella, es algo que vale la pena vivir. Porque amo a mi hijo, y la amo a ella.
Confesó, con una seguridad que hizo que Ash sintiera su estómago encogerse, y su corazón detenerse.
—Ash...—le dijo, mientras su semblante parecía relajarse—Yo quiero ser para ellos, todo lo que el mundo no fue para mí...
Musitó, para después, comenzar a brillar.
—Quisiera que pienses en eso también... no sólo en lo que necesitan de ti... sino en lo que tú quisieras hacer.
Terminó articulando, cuando el último destello de su persona dejó el lugar, regalándoles nuevamente el silencio.
Ash sintió su respiración flaquear.
La imagen de un pequeño él, llorando al no tener a Griffin invadió sus recuerdos. Sus pequeños pies intentando perseguir una espalda que no hacía más que alejarse en el horizonte.
Y, en la soledad, un par de manos levantándole.
Las de Eiji, que le sonreían, como la primera vez que se habían conocido.
Sus manos de pronto, ya no eran pequeñas. Y su rostro ya no lloraba.
Sin embargo, el deseo de alcanzarlo, seguía allí.
¿No se lo había prometido, entonces?
¿Qué sin importar si el mundo quería separarlos, seguiría peleando para llegar hasta él?
Hasta Eiji...
Dejó que su rostro se deslizara hacia sus manos, mientras su respiración se hacía caótica.
El último Ash que quedaba en la habitación le habló entonces.
—...¿Recuerdas las palabras de Blanca?—preguntó—¿Su invitación?
Ash sonrió levemente.
—Claro que sí.
Dijo, mientras enfocaba su mirada.
Hablar con este Ash parecía algo más simple, pues sus ojos también parecían estar llenos de algo que él conocía muy bien.
Culpa.
—Para irnos con él al Caribe.
Ash asintió.
—Donde le dijimos que él quería usarnos para llenar su vacío...—Ash asintió también—¿Crees que es lo que estamos haciendo con Eiji?
Preguntó.
Pero Ash, no respondió.
—Porque yo también lo pensé... o lo pensaba... a veces—admitió—Vivir no es fácil, Ash...aun cuando las palabras motivadoras y los buenos momentos nos hacen creer que sí.
Le dijo, mientras miraba sus manos.
—Cuando alguien está así de roto... es difícil intentar encontrar el sentido a por qué vives.
Ash bufó.
—¿Y qué? ¿Tu sentido es Eiji, acaso?
Ash negó.
—Claro que no...
Ash se permitió lucir curioso.
—Hacer de tu vida entera a una persona... creo que sería cruel, y nada bueno—admitió—Pero Eiji es, gran parte de ese sentido...—completó entonces, sonriendo—él me da fuerza cuando quiero rendirme, es quien mejor me entiende, porque siempre tiene ganas de escuchar lo que tengo para decir...
Sus dedos acariciaron el anillo de matrimonio nuevamente, como si de un hechizo se tratase.
—Con él...no me avergüenzo de ser yo...aún si a veces eso suena casi imposible...
Su mirada se perdió en el vacío.
—...Y aún si hago cosas que, definitivamente, deberían darme vergüenza...
—¿Eh? —Preguntó Ash, contrariado.
El otro no le respondió, cerrando los ojos un momento, haciendo que una pequeña y solitaria lágrima cayera por su mejilla.
—Ash... yo no voy a darte un sermón—aseguró—Porque sé que nosotros odiamos esos, pero... permíteme decirte algo—le pidió, mientras enfocaba sus ojos directamente—Cuando mueres, te llevas tu pasado, y tu presente... pero también te llevas tu futuro.
Musitó, apretando las manos.
—Y sin importar lo caótico, duro, o difícil que pueda parecer... creo que... después de tener tiempo para pensarlo, yo... quería ver cómo es que ese futuro podría ser...—le confesó—no sé si tú desees lo mismo...
Finalizó, antes de que su cuerpo; al igual que los demás, comenzara a desvanecerse en el aire.
Dejándolo, finalmente, completamente solo.
Ash observó las pequeñas partículas que aún volaban a su alrededor, y con cuidado tomó una entre sus dedos, logran que se deshiciera.
Sus dedos deshebraron el vacío, intentando encontrar algo. Pero no había nada.
En cambio, sus dedos comenzaron a entumecerse, haciendo que sus yemas se sintieran frías.
Ash jadeó, al momento en el cual su mirada se hacía borrosa.
Cierto.
Recordó.
Estaba muriendo.
Presionó sus palmas con fuerza, cerrando sus ojos, intentando recordar lo que le había impulsado a tomar esa decisión en primer lugar. En cambio, lo único que llegó a su mente, fue la imagen de Eiji, grabada en su retina. Su rostro desencajado, en el suelo del hospital, mientras con desesperación le pedía que se fuera, al tiempo que el sonido de los pasos de los policías resonaba detrás de él.
Golpeó su rostro con ambas palmas, haciendo demasiada fuerza.
El deseo recalcitrante regresó a él. El mismo que le había invadido al momento de leer la carta, y el mismo que lo había impulsado a iniciar su carrera hacia el aeropuerto, sin importarle la hora, o si podría realmente alcanzar a Eiji.
Sólo porque existía la posibilidad.
La posibilidad de verle de nuevo.
De decirle que él-
Que él también...
Que él también siempre estaría con él.
Que su alma también le pertenecía.
—Quiero vivir...—Murmuró, para nadie, o quizá, para sí mismo.
Que él también quería volver a verlo.
Porque eso no debía ser un adiós.
—Quiero vivir...
Volvió a repetir, con desesperación; mientras a su alrededor, el cuarto comenzaba a deshacerse, hundiéndose en perpetua oscuridad.
—No, por favor...—Rogó, pero nadie lo escuchó. Los libros siguieron cayendo, destrozándose en miles de fragmentos, antes de tocar el suelo—¡Quiero vivir!
Gritó, en un último intento de misericordia. Antes de que el frío y la oscuridad lo cubrieran por completo.
Lo último que pudo escuchar, fue una voz; que gritaba desaforada.
Y, de fondo, el sonido de una ambulancia.
Notas finales:
Hace años, cuando estaba en el fandom de Yugioh; tuve un sueño curioso donde había mil versiones de un personaje, que vivían la vida de la mano con su pareja. Excepto en uno, donde por azares del destino –quizá- este final se veía truncado por la tragedia, y aunque ambos alcanzaban algún nivel de felicidad, no podría compararse a la que hubieran tenido estando juntos.
Años después, mi michi me introdujo a la idea de un espacio que bautizó como "Zion" donde la conciencia de la gente puede converger, en un mundo de rol que creamos ambas. Y, finalmente, ambas ideas se unieron en una curiosa yuxtaposición.
O pueden verlo como mi excusa para escribir a Ash conversando consigo mismo. Hacía años que no hacía crack, es divertido; aun si no tiene mucho sentido y si mi comedia tampoco da risa, después de todo esta antología sirve para experimentar. Pequeños spoilers de lo que podría pasar con los Ash's de mis otras historias, pero bueno haha.
No sé si sea necesario, pero aquí están todos los Ash de mis historias, y diferentes Au's que he trabajado, creo que al único que no presenté sería al pequeño Eiko, que está en un AU escolar, ambientado en una curiosa versión de Japón, siendo amigo de un pequeño Ash, llamado Altan.
De cualquier manera, ¡Gracias por leer!
Una pequeña lista de Ash.
Ash, nuestro protagonista.
Ash, el hombre casado –Al otro lado del río, entre los árboles.
Ash, el que no ha dormido, y tiene la ropa llena de comida seca – Para Esmé, con amor y sordidez – The Ice Palace.
Ash, el que tiene la misma edad que nuestro protagonista, y no recuerda ser apuñalado – Soldier's home.
Ash, el jovencito que aún tiene a toda su familia viva – Avenida Larco.
Ash, el otro pequeño, que parece querer sacarle un ojo a nuestro protagonista – Altan.
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