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1785. Reinado de Jeongjo de Joseon
Hoseok pateó el suelo y las paredes se movieron, pero HyungWon lo miró impasible.
—Ni lo sueñes. ¿Acaso sabes quién fui yo en mi otra vida? ¡Fui el consejero del gran Yeongjo de Joseon! No soy ningún criado para andar desplumando un pollo. Que lo hagan ellos si tanto hambre tienen -dijo mirando con furia al grupo de ancianos que conversaban alegremente a la sombra de un árbol.
—Me importa tres pepinos si cagabas rosas o le sobabas las patas al rey —replicó Hoseok harto de la actitud altanera de su nuevo compañero—. Dijiste que harías lo que yo te pidiera. Bueno, quiero que hagas un caldo de pollo para los ancianos, mientras yo termino de hacer unos herrajes para los caballos. En dos días debemos partir para buscar provisiones para el invierno.
—¿Acaso yo hablo japonés? ¿Me veo como alguien que hubiera agarrado una olla alguna vez? Dile a alguna de esas mugrosas del pueblo que lo hagan, estoy seguro de que aceptarían gustosas si tú se lo pides. He visto como te devoran con los ojos cuando te paseas semidesnudo por el taller.
Hoseok cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz. Había pasado años aprendiendo a cultivar la paciencia y no quería echar por los suelos todos sus esfuerzos por un vampiro yangban*.
—HyungWon, escucha. No es tan difícil, solo pones el animal en el agua hirviendo y las plumas saldrán fácilmente. Esa gente ha sufrido mucho y son nuestros mayores. Le debemos respeto.
El alto rodó los ojos.
—Tú eres más viejo que ellos. En todo caso ellos deberían estar atendiéndote a ti. Y si no te hubieras negado a mi petición de tener un criado, nos habríamos ahorrado esta ridícula discusión. No lo haré. Además no sé cómo se usa todo eso.
Hoseok se acercó a él y lo estampó contra la pared.
—No juegues con mi paciencia, niño —le susurró Hoseok al oído—, puedo arrancarte la cabeza si así lo deseo.
HyungWon soltó una risita y alzó las cejas.
—Hazlo. Antes muerto que rebajarme a la casta cheonmin.
Hoseok resopló cansado de la actitud del alto.
—Hazlo y cazaré por ti.
Hubo una chispa de interés en los ojos oscuros de HyungWon.
—Sé que detestas buscar comida. Bien, ayúdame y yo te la traeré.
—¿Lo dices en serio?
Hoseok asintió y entonces HyungWon aflojó la tensión de su cuerpo y lo abrazó por la cintura desnuda.
—Gracias, hyung, eres el mejor —dijo y para su consternación, el alto lo besó en la mejilla.
Se alejó de un salto y lo miró confundido.
—¿Qué crees que estás haciendo?
HyungWon no supo qué responder. Estaba tan sorprendido como Hoseok por la acción. Se sentía acalorado y confundido. Cada vez que Hoseok se acercaba deliberadamente a él, lo asaltaba un mareo repentino que lo dejaba aturdido y no sabía qué hacer. Jamás había sentido algo parecido. Ni siquiera en las casas Kisaeng que solía frecuentar en su juventud o con sus múltiples compañeras de alcoba. Era extraño y angustiante. Se suponía que estaba muerto en vida. Sus funciones fisiológicas se habían suprimido por completo, entonces ¿cómo era posible que estuviera sintiéndose así por el toque de otro hombre?
—Iré a hacer... el caldo —se excusó y salió de la casa hacia donde estaba la pequeña despensa.
Hoseok se tocó la mejilla y resopló. Ya no le parecía tan buena idea haberle permitido a HyungWon vivir con él.
Las muecas de asco se esparcieron como una reacción en cadena. HyungWon estaba parado en la punta de la mesa, luciendo todo orgulloso y esperando el veredicto. Hoseok se inclinó y se llevó la cuchara a la boca.
—Bueno, ¿y cómo está? —preguntó ansioso el cocinero accidental.
Hoseok miró a los ancianos y todos miraron distraídamente alrededor.
—Es... tiene un sabor peculiar. Sí. Está un poco picante...
HyungWon asintió orgulloso de su plato.
—Bueno, había unos frutos rojos muy bonitos. Quise darle color. Un caldo de pollo es por demás algo aburrido e insípido. Y el rojo es mi color favorito.
Hoseok le sonrió y comió un poco más reprimiendo las ganas de escupir. Después de todo él había propiciado ese desastre culinario.
—Creo que ya le agarré la mano a la cocina, mañana prepararé...
—¡No! —gritaron casi todos los comensales. HyungWon dio un respingo asustado.
—No es necesario —dijo Hoseok pasándole un brazo por los hombros—, he estado pensándolo y tú tenías razón. Yo fui demasiado necio y no tomé en cuenta tu noble cuna —HyungWon entrecerró los ojos—. Una persona tan fina no pertenece a ese sucio rincón. Por eso he encontrado la tarea perfecta para ti.
HyungWon frunció los labios graciosamente.
—¿Sí?
Hoseok asintió.
—¡Serás el nuevo profesor de la aldea! —exclamó. HyungWon no festejó el anuncio.
—¿Profesor? ¿Yo? ¿Quieres que pase el día rodeado de mocosos piojosos y perros con sarna?
—Escúchame bien. Eres un erudito, se nota en tu vocabulario superior y en tus modales principescos...
HyungWon lo miró con desconfianza, pero al final decidió que Hoseok tenía razón. Él había sido consejero de un rey, su personalidad exudaba distinción. Por supuesto que esa caterva de inadaptados iban a instruirse bajo su ala.
—Imagina lo que puedes hacer por esos niños —decía Hoseok haciendo gestos con la mano y mirando de reojo a HyungWon que asentía con fervor—. ¡Serás el mentor de las mentes brillantes que llevarán a Joseon a la cima de la sabiduría!
—¡Lo haré! ¡Formaré los pequeños cerebros de esos pobres infelices!
Hoseok quiso reprocharle el adjetivo, pero al verlo tan contento, desistió. ¿Qué mal podría hacer a los niños?
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Hoseok se asomó a la puerta de la pequeña escuela improvisada y se encontró con una fila de niños arrodillados y con los brazos en alto. HyungWon les había puesto orejas de burro de papel a todos ellos.
—¡Es increíble que no sepan algo tan básico! —gritaba, con el rodete desordenado y la cara tensa de ira—. Los principios básicos de Confucio son: decencia, rectitud, lealtad y piedad filial.
Hoseok se apresuró a sacar al maestro del aula.
—¿Qué sucedió allí dentro?
HyungWon se acomodó el cabello con los dedos.
—Esos inútiles no saben nada —dijo haciendo un puchero y moviendo el pie contra la tierra—, ¿acaso no les enseñaron nada en sus casas?
Hoseok le apoyó ambas manos en los hombros.
—Escucha, esos niños apenas saben el abecedario. Recuerda que no todos tuvieron la misma instrucción que tú. Debes ser más paciente, son solo niños.
HyungWon apartó la mirada, pero Hoseok le tomó la barbilla con la punta de los dedos.
—¿Puedes ser un poco más piadoso la próxima vez?
—Tú no entiendes...
—Piensa esto. Esos niños te admiran y quieren ser como tú algún día. ¿Cómo podrían seguir admirándote si te tienen miedo?
—Estoy cansado. Y tengo hambre.
Hoseok resopló y finalmente asintió.
—De acuerdo. Esta noche saldré a cazar. Ahora prométeme que no los castigarás tan duramente.
HyungWon farfulló algunas palabras de las que Hoseok solo pudo entender "inútiles" y "muertos de hambre". Resignado lo dejó continuar con la clase no sin antes asegurarse que los niños eran liberados de sus penitencias.
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El joven yacía tendido en el piso de la pequeña vivienda que ocupaban los dos vampiros.
HyungWon se agachó al lado de la víctima y le tomó de la muñeca, sintiendo el pulso. Las venas moradas contrastaban con lo pálido de la piel tibia.
—Hazlo de una vez. Antes de que despierte por completo —lo apremió Hoseok, cuyos ojos tenían un color dorado brillante.
HyungWon no lo pensó demasiado y abrió la boca dejando al descubierto unos espléndidos colmillos marfileños. Hoseok sonrió ante la imagen de su compañero. El cabello azabache, pesado y brillante cayendo sobre su cara pequeña y perfecta, sus ojos hambrientos del color del vino y aquellos labios exuberantes adhiriéndose a la piel lozana del muchacho que se quejaba como en sueños, agitándose bajo el beso mortal que aquella espectacular criatura. HyungWon levantó la mirada y estiró una mano hacia Hoseok.
—Ven, únete al festín. La sangre aún está caliente. Y es deliciosa —dijo. Su voz había adquirido un tono cavernoso y ronco. Una gota roja rodó por su barbilla y en un impulso propio del momento, Hoseok se abalanzó hacia adelante y tomó al alto por la cintura. HyungWon jadeó en respuesta mas no lo alejó. Entonces Hoseok sacó la lengua y aún mirando aquellos ojos escarlatas, lamió la sangre y luego el cuello dorado. HyungWon cerró los ojos y sintió un espasmo en su vientre. Como un golpe adrenalínico que nacía de sus entrañas y se dispersaba por el resto de su cuerpo. Su piel ardía y sus entrañas se agitaron violentamente cuando los labios de Hoseok se cerraron sobre los suyos. Finalmente HyungWon soltó a su víctima que exhalaba su aliento final y correspondió al beso con efusividad. El olor fresco y almizclado de Hoseok estaba aturdiéndolo lentamente y simplemente se abandonó a la cálida sensación de placer que lo estaba ahogando por completo. Por primera vez en los treinta y cinco años que llevaba en la tierra, se sintió vivo. Y feliz. Había encontrado el lugar donde quería pasar el resto de su vida maldita.
—Espera, espera —interrumpió MinHyuk riendo—, ¿de veras fuiste maestro de niños? ¿Tú?
Todos se echaron a reír excepto HyungWon a quien el chiste no le hizo ninguna gracia.
—No entiendo qué te resulta tan difícil de entender —dijo ligeramente ofendido—. O mejor dicho, sí. Lo entiendo. Tu pequeño cerebro de hormiga no puede procesar la información correctamente.
MinHyuk frunció los labios y se inclinó hacia adelante en su silla para terminar apretándole una mejilla.
—No te enojes, gruñón. Pero me cuesta creer que alguien con ese carácter del demonio haya sido maestro de escuela.
—Y no te olvides que también fue cocinero —acotó Hoseok. HyungWon rodó los ojos y le lanzó la copa de la que estaba bebiendo. Hoseok la atrapó al vuelo y lamió el interior—, al menos lo fue por un día.
—Y casi mato a media aldea...
Todos abandonaron la habitación entre risas dejándolos solos. Hoseok se paró detrás del alto y lo abrazó.
—Han pasado demasiados años ya —dijo el alto—, ¿no te has aburrido de mí y de mi mal carácter?
Hoseok lo giró y le tomó el rostro entre las manos para besarlo.
—Como le dije a Nunu una vez, tú eres mi compañero. Soy capaz de todo por ti y aunque el cielo me diera la oportunidad de volver a mi vida mortal anterior, me negaría rotundamente, porque esta nueva vida me llevó a conocerte a ti. Alguien, bueno o malo, monstruo o humano, te puso en camino. Me gusta pensar que alguien te convirtió para mí.
HyungWon lo besó.
—Tu versión romántica es algo retorcida y aterradora. Alguien me asesinó y recuerdo que no fue muy bonito. Pero tienes razón. Todo lo que soy ahora es gracias a ti. Aunque no sea un gran consuelo si lo piensas bien. Sigo siendo altanero, engreído y malhumorado. Pero tú hiciste lo posible por ahuyentar mis demonios.
—Eres perfecto así como eres. Porque eres mío. Para siempre.
♥︎
En las sombras de la noche, donde los suspiros se confunden con el viento, dos almas errantes, condenadas a la inmortalidad, pero bendecidas con un amor que trascendía los siglos y la crueldad del tiempo. Hoseok, había vagado por los callejones de la eternidad durante siglos, con la soledad como su compañera más fiel, y la sed de sangre como su única y cruel amante. Había visto caer dinastías y arder imperios, amantes desvanecerse en la memoria y almas perderse en la oscuridad. Hasta que él apareció en su camino. HyungWon, aquel vampiro de piel dorada y cabello oscuro como la noche. Con su elegancia salvaje y mirada profunda, extendió su mano hacia él, encendiendo el fuego en su pecho. Un fuego antiguo y arrasador. Un deseo sin nombre y desconocido. Una llama en la oscuridad.
Y entonces la inmortalidad dejó de ser una carga y se convirtió en un regalo. Un amor eterno cuya sed de vida era saciada en los brazos del otro.
—Quiero pasar la eternidad contigo —le susurró contra sus labios. HyungWon sonrió, sus ojos reflejando las estrellas.
—Bailando entre las sombras, observando cómo los mortales viven y mueren. Juntos, desafiando al tiempo y a la soledad.
—Entonces, seremos los dos perdurando en las noches del mundo sin fin.
𝕱𝖎𝖓
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