⸸
1785. Reinado de Jeongjo de Joseon
HyungWon vació su pocillo de té de ginseng y miró alrededor. Se sentía hambriento y no había nada que calmara su hambre. Y por supuesto que el té no iba a ser de ayuda. Alzó la mano intentando llamar la atención de la dueña de la pequeña cantina. Todavía sentía pavor de realizar movimientos bruscos o levantar la voz. Temía que alguien se diera cuenta de que era un monstruo.
Aún diez años después de su muerte, seguía sin poder creer todo lo que había pasado desde que despertó a la orilla del lago a dónde había caído luego de que sus captores lo hubieran asesinado disparándole una flecha al corazón.
Cuando abrió los ojos, estaba casi amaneciendo y sintió un movimiento a su alrededor, como pisadas pero no se atrevió a moverse por miedo a que fueran sus asesinos. La flecha seguía clavada en su pecho, aunque extrañamente no sentía dolor alguno. Cuando el silencio cayó de nuevo, dio una bocanada de aire y se incorporó, mirando su ropa empapada en sangre seca. El shock de sentirse vivo pero viendo que efectivamente la flecha tuvo que haberlo matado, lo hizo paralizarse unos minutos. Finalmente tocó con la punta de un dedo el proyectil y presionó. Nada. Ni dolor ni sangre. Se abrió apenas el gwanbok* y miró la herida. El área estaba limpia y la flecha estaba enterrada en la piel, pero no había rastros de sangre o hinchazón alrededor. Sin poder creérselo, se animó a tirar del astil* y para su sorpresa, salió con facilidad y limpiamente.
—¿Qué diablos...? —musitó abriendo mucho los ojos. Soltó el pedazo de madera.
Su primer reflejo fue mirar el agujero que había dejado la flecha, pero al ver que la herida se cerraba para volver a dejar la piel tersa, soltó un grito de pavor que resonó en todo el acantilado. Tan pronto como se dio cuenta del escándalo que estaba haciendo, se tapó la boca con ambas manos y miró hacia arriba. No había nadie. Por supuesto que no lo habría. ¿Qué debía hacer? Estaba seguro de haber visto al funcionario Jeon entre sus verdugos. Debía avisarle al rey, pero ¿y si el funcionario Jeon estaba cumpliendo órdenes? ¿Si su rey había mandado a asesinarlo? Por un momento se le cruzaron miles de conjeturas por su cabeza. Si el funcionario Jeon hubiera querido asesinarlo entonces no podía volver a su casa. Y si efectivamente el rey había ordenado su ejecución, entonces Suwon* ya no era un lugar seguro para él. Debía huir de allí. ¿Pero cómo? Su casa seguramente había sido requisada. Pero necesitaba dinero si quería subsistir o empezar de nuevo en otro lugar. Caminó bordeando los acantilados y pensó que le tomaría casi todo el día subir. Alzó una mano y la posó en la piedra y se impulsó en un intento patético por reptar hacia arriba y para su estupor —y horror—, su cuerpo solo gravitó unos metros como si alguien invisible lo hubiera empujado desde abajo. Cerró los ojos y se quedó quieto, esperando caer de alguna manera, pero sus manos seguían sujetas a la piedra sin esfuerzo alguno. Movió la mano hacia arriba, fijándola en otra roca y pasó lo mismo. Su cuerpo simplemente osciló como si no existiera la gravedad y pronto estuvo en la cima. En el mismo lugar desde donde había caído. Le tomó algunos segundos asimilar lo que acababa de ocurrir y entonces se echó a correr entre la espesura del bosque. Unos segundos después estaba camino al pueblo.
Intentó mantenerse escondido del resto de la gente, sus ropas aún estaban manchadas con sangre y, aunque no era raro ver gente herida por las calles, un hombre de su status y condición llamaría demasiado la atención. Al atardecer, cuando se aseguró de que no había nadie vigilando su casa, se escabulló por las puertas de servicio y entró en su recámara. Todo lucía como en la mañana del día anterior y cuidando de no hacer ruido, tomó varias ristras de monedas que guardó en dos bolsas, algunas telas que podría intercambiar si llegara a necesitarlo y se cambió de ropa a una más modesta. No sabía dónde iría ni qué se suponía que debía hacer. No conocía otra cosa que la vida acomodada y la vida de fugitivo era algo que jamás se había atrevido siquiera a imaginar. Vagó varios días, camuflándose entre el gentío, comiendo en lugares de paso o comprando a la gente de las aldeas vecinas. Pero el hambre que sentía no se podía saciar. Se alejó de la capital y se adentró en los pueblos alejados.
Los años fueron pasando. El rey Yeongjo había muerto nueve años atrás y ahora el trono lo ocupaba su nieto, Jeongjo de Joseon. Había pensado muchas veces a lo largo de los años, en volver a su vida antigua, pero probablemente ya todos lo habían olvidado. Sentado bajo la sombra de un sonamu*, HyungWon pensaba qué hacer cuando alguien irrumpió en su vida y arrasó con todos sus planes.
Hubo un silbido en el aire y levantó la mirada al reconocer el sonido. Era el sonido de su muerte. Pero antes de que pudiera reaccionar, una figura negra cayó del cielo y aterrizó a sus pies. El hombre tenía la parte inferior del rostro cubierto y alzó una mano al aire atrapando la flecha al vuelo. Sus brazos musculosos así como el resto de su cuerpo titánico estaban cubiertos con un shinobi* negro. Solo se podían ver sus ojos.
—No te quedes allí sentado —le gritó el extraño con una voz profunda—,vendrán más flechas después de esa.
Se puso de pie rápidamente y echó a correr. Con el pasar de los años se había resignado a su nuevo ser. Los cambios eran demasiado abrumadores, pero había podido controlar ciertas cosas. Sin embargo, en ese momento sólo pensó en huir de allí. Alguien quería verlo muerto.
Cuando creyó que ya estaba lo suficientemente lejos de la civilización, se recostó sobre una roca a la orilla de un arroyo y cerró los ojos.
—Oye, ¿conocías a esos bastardos que intentaban matarte?
Dio un respingo asustado y miró sobre su hombro. Aquel hombre que había caído del cielo estaba parado sobre una roca en medio del agua y lo miraba con los brazos cruzados.
—¿Qué? ¿Cómo... ?
Las palabras salieron atropelladamente de su boca.
—Eres un vampiro muy ingenuo. O demasiado tonto.
—Oye... espera. ¿Cómo me llamaste?
El desconocido se bajó la máscara y HyungWon por fin pudo apreciar el hermoso rostro.
—¿Vampiros? —dijo mirando con curiosidad al extraño— ¿Kuei Jin? —al ver la expresión desconcertada del otro, dejó caer los brazos al costado y suspiró.
—Pareces ser instruido, pero supongo que las apariencias engañan.
Los labios gruesos de HyungWon se abrieron en señal de estupefacción. Jamás nadie lo había insultado de aquella manera.
—¿Disculpa? ¿Quién diablo eres tú y por qué te diriges a mí con ese tono? ¿Acaso me conoces? Estoy seguro que no. Es evidente que somos de dos mundos completamente diferentes —dijo irguiéndose todo lo alto que era y mirando con desdén al desconocido con ínfulas de gran hombre.
Pero la risa que escuchó lo hizo voltear la cabeza otra vez.
—¡Oh, por favor! Para ya con eso. Acabo de salvarte la vida. Aunque pensándolo bien no había nada de qué salvarte en primer lugar. No puedes morir.
Ahora el desdén dio paso a la curiosidad. Ese hombre sabía más de su condición. Era obvio que ambos compartían la misma naturaleza a juzgar por cómo había aparecido en aquel lugar y cómo lo había alcanzado en tan poco tiempo.
—¿De- de qué hablas?
El desconocido dio un salto y volvió a aterrizar a sus pies. HyungWon pudo observar de cerca las facciones suaves y casi infantiles de aquel hombre. Era ligeramente más bajo de estatura, pero su cuerpo era fornido y grande. Estaba seguro de que podía manejar mucho peso en aquellos brazos. El pensamiento lo hizo sentir ligeramente incómodo y apartó la mirada, orgulloso.
—¿En serio no sabes qué eres?
HyungWon lo miró.
—Habla de una vez —ordenó como si estuviera hablando con uno de los tantos sirvientes que había tenido—, o vete y déjame en paz. No me hagas perder el tiempo.
El hombre lo observó por cierto tiempo hasta que finalmente se encogió de hombros y se dio la vuelta, volviéndose a tapar el rostro.
—Bien, como quieras. ¡Buena suerte! —dijo y con un movimiento casi imperceptible, salió disparado a toda velocidad.
HyungWon abrió la boca para protestar pero el hombre ya había desaparecido.
—Oye... Vuelve...
Corrió en la misma dirección, pero el hombre parecía haberse evaporado. Maldijo su mala suerte y su mal carácter. Si no hubiera sido tan altanero podría haber obtenido alguna información útil sobre su estado. Caminó sin dirección fija hasta que cayó la noche y el hambre reapareció con una fuerza renovada. Odiaba sentirse así porque sabía que debía saciarse de aquella manera tan repulsiva. Desesperado se ocultó en el bosque esperando alguna víctima desprevenida. Había sido una revelación demasiado horrorosa el entender que su nueva naturaleza exigía cierto tipo de alimentación. Y lo había descubierto de la peor manera. Aún tenía muy presente a la joven que había sido su primera víctima. Una joven alegre y un poco tonta que se había accidentado al resbalar en el arroyo. Por instinto se acercó a socorrerla, pero cuando la tuvo cerca, un olor almizclado llenó sus sentidos y sus ojos se tiñeron de un rojo que lo cegó momentáneamente. No supo en qué momento se movió, pero fue demasiado tarde cuando despertó de aquella especie de trance en el que estaba sumergido y vio a la chica inerte en sus brazos. Aterrado por lo que acababa de hacer, huyó del lugar y se refugió en las montañas. Y el hambre había desaparecido. Su piel resplandecía y todas las imperfecciones que en vida lo habían mortificado, ya no existían. Su cabello brillaba aunque hacía días que no tomaba un baño.
Consciente de que no podía evitar alimentarse, se retiró al bosque cercano a la aldea y esperó. Por suerte no tuvo que esperar mucho y pronto divisó a un anciano que caminaba apaciblemente por el camino. No le costó demasiado reducirlo y arrastrarlo bosque adentro y cuando la sangre llenó su boca, caliente y deliciosa, no pudo evitar jadear de placer.
Dos días después vio al hombre de negro. Casi salta de alegría al verlo y por primera vez en mucho tiempo se dio cuenta de lo solo que se sentía. En los diez años que habían pasado de haber abandonado su vida, jamás había tenido contacto con un humano otra vez. Se sentía demasiado cohibido con su salvajismo como para exponerse a ser juzgado o violentado. Tenía miedo hasta de su propio reflejo. Solo se sentía libre de noche y al amparo de las sombras. Descubrir a otra persona que era igual a él, era algo maravilloso. Debía acercarse a ese hombre. Al menos para descubrir un poco más sobre sí mismo. Durante los días que siguieron se dedicó a espiarlo en secreto. Miraba sus movimientos, cómo se camuflaba entre las personas, qué lugares frecuentaba y fue casi una decepción notar que el hombre que al principio lo había sorprendido con su hermosura y sus movimientos sobrenaturales, era una persona común y corriente. Comía y dormía en cualquier lado, reía y jugaba con los niños del pueblo, ayudaba a las personas con sus trabajos diarios y durante todo lo que duró su espionaje no hizo nada que delatara que era un ser excepcional.
—¿Puedes dejar de hacer eso? Me harás un agujero en la nuca si sigues mirándome de esa manera...
HyungWon pestañeó y se encontró con el hombre que lo miraba parado frente a él.
—¿Qué? No- no... yo...
El hombre rio. Tenía una risa algo desafinada y estruendosa.
—¿De qué te ríes? —preguntó de mal humor.
—Hace días que me sigues como un perrito abandonado.
HyungWon se sintió acorralado.
—¿Qué cosa dices? Yo no estaba siguiéndote. Nada más alejado de la realidad.
—¿No? Bueno, entonces... ¿Qué buscas? Sé que no eres de aquí.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó acomodándose su ropa de cáñamo color gris.
—Porque en los días que estuviste espiándome solo has entrado al bosque a comer. Y si fueras de aquí, no te hubieras atrevido a matar a un vecino... ¿no es así?
¿Cómo podía refutar algo así?
—Bien. Me descubriste. Entonces, ¿hablarás conmigo?
El hombre entrecerró los ojos y una sonrisa sardónica cruzó su hermoso rostro.
—Creí que eso era lo que estábamos haciendo —dijo.
HyungWon se envaró y sacudió la cabeza, exasperado por el sarcasmo del hombre y por su propia estupidez.
—Oye, no juegues conmigo, ¡ni siquiera sabes quien soy!
—Bueno, ¿y entonces quién demonios eres?
—Yo soy... —empezó a decir antes de callarse abruptamente—. Eso no es importante. Solo necesito que me hables sobre esos... ¿cómo me has llamado aquel día? ¿Kue... eso?
—Kuei Jin. Vampiros. Nosotros.
—¿Eso es lo que somos? ¿Por qué? ¿Cómo es que nos convertimos en esto?
El hombre dio un salto hacia un árbol y reapareció con dos manzanas rojas. Le tendió una y se sentó a los pies del manzano. HyungWon dudó en hacer lo mismo, pero finalmente tomó asiento a su lado. El hombre dio un mordisco a la fruta y HyungWon se detuvo a mirar como una gota de jugo se escurría por sus labios rojos. Como en cámara lenta vio como la gota de color arena bajaba por la piel blanca. Luego la lengua rosada lamió el jugo y los labios llenos. Era una imagen hipnotizante y totalmente erótica. Una sensación burbujeante se asentó en su vientre y casi podía jurar que su piel se había calentado.
—A propósito, mi nombre es Hoseok —dijo el hombre. HyungWon se obligó a prestar atención y levantó la mirada. Asintió.
—Soy HyungWon.
—Entonces, ¿es cierto que no sabes nada de lo que te sucedió?
HyungWon negó con la cabeza.
—¿Qué edad tienes? —preguntó Hoseok con seriedad.
—Cuando morí tenía veinticuatro años. Eso fue hace diez años. ¿Y tú?
—Veinticinco. Pero eso fue hace trescientos sesenta y dos años.
Los ojos grandes de HyungWon casi se salen de sus órbitas.
—¿Trescientos sesen...? Espera un momento, entonces ¿es en serio eso de que no podemos morir? Dios mío. ¿Por qué? ¿Es acaso un castigo?
Hoseok terminó de comer la manzana y finalmente se encogió de hombros.
—Solo puedo decirte lo que sé. No sé por qué ni quién nos convirtió. Pero se hace más fácil de sobrellevar con los años. Solo tienes que amoldarte a la época y saber cuándo usar tus nuevas habilidades.
HyungWon se quedó cabizbajo y en silencio. Una cosa era aceptar que su cuerpo y naturaleza habían cambiado, pero el hecho de enterarse que era inmortal era algo que no le entraba en la cabeza. Escapaba a su razonamiento que algo así pudiera ser cierto. Inmortal. Una palabra aterradora. Un futuro de incertidumbre. Una vida condenada a la soledad.
—Oye, lo siento —Hoseok se acuclilló a su lado y le apoyó una mano en el hombro—. Entiendo que todo esto sea abrumador. He estado allí, pero deberás aprender a vivir con ello.
HyungWon alzó la mirada y clavó sus ojos oscuros en los de Hoseok.
—No tengo a dónde ir. No puedo volver a mi hogar. Para mi familia yo morí hace mucho tiempo ya.
Hoseok frunció los labios, pensando qué hacer con el chico.
—Puedes quedarte conmigo si quieres :
—ofreció y dirigió su mirada al pueblo—, pero habrá algunas reglas que seguir.
—Haré lo que tú me pidas —dijo mirando la manzana en su mano.
—Entonces vamos. Te enseñaré tu nuevo hogar.
—¿Puedo tener dos sirvientes?
Hoseok detuvo la marcha y lo miró como si acabara de decir que el rey Yeonsangun* era una persona dulce y criaba conejos en su granja.
—Bien, bien. No me mires así. Con uno solo bastará.
—Quiero creer que tus palabras son producto de la inanición y que la sensatez te abandonó por falta de nutrientes.
HyungWon murmuró una excusa ininteligible y apuró el paso hacia la aldea dejando atrás a Hoseok que no podía creer que ese vampiro flacucho fuera tan engreído. No podía esperar a enseñarle la vida rural. Y se iba a divertir mucho a costa suya.
⸸
*Gwanbok: uniforme de los oficiales de la corte.
*Suwon: La Fortaleza Hwaseong de Suwon ha sido la fortificación oficial de la ciudad de Suwon, Gyeonggi-do, desde fines del período de Joseon (1392-1910)
*Astil: varilla de las flechas.
*Sonamu: también conocido como pino rojo coreano.
*Shinobi: traje tradicional ninja.
*Yeonsangun es a menudo considerado el peor tirano de la dinastía Joseon.
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