gloss transparente ♡ capítulo 5.
Era toda una proeza el conseguir callar a todo el curso sin gritar en el proceso. Todos teníamos opiniones que concordaban pero que no eran del gusto de los mayores por ser demasiado 'progres', y teníamos también diferentes formas de expresar cada una de las opiniones, que se apilaban como podían hasta hartar a los profes y, más de una sola vez, a los directores que pasaron por el liceo. Y éste año la pelea se daba por conseguir que los bailes de la Peña pudieran ser con parejas no heteronormativas.
La razón era simple; la gran mayoría del liceo pertenecíamos al colectivo LGBT+, y los que no, nos apoyaban con fuerza y convicción. Queríamos agregarle un poco de emoción a la aburrida fantasía de cueca que hacían presentar a los cuartos medios todos los años. Queríamos algo propio, dejar nuestra propio legado en el sistema del liceo, tal como los aweonaos de la primera generación decidieron hacer la fantasía de cueca de mierda. Muchos se quejaban porque no sabían bailar. Otros, porque les daba vergüenza. Pero los demás tan sólo estábamos cansados de que todos los años fuera la misma wea. No se atrevían a innovar por más que se autoproclamaran ser un liceo inclusivo y abierto a todas las expresiones posibles.
Así que terminaba agosto y nosotros teníamos justo la sección en parejas de la coreografía. Quisimos algo original, algo que nos definiera un poquito mejor, por lo que descartamos cualquier wea que viniera de YouTube y pusimos en orden ideas que venían directamente de compas del sur... o sea, la Tania y el Augusto, que venían de Chillán y Contulmo, y sabían bailar cueca. Ésa mañana se dieron la paja de enseñarnos o hacernos recordar lo básico de la cueca, y nos dijeron que si no nos veían practicando en la semana el Augusto nos iba pegar en el potito. Y como el Augusto siempre fue gigante, mazacotudo y con las manos más grandes que balones de Lipigas, todos se pusieron las pilas ésa semana.
Ni siquiera teníamos pareja pero se practicaba de todas formas. Habían unos imbéciles que se ponían a hacer el escobillado mientras jugaban al futbolito, y las minas que estaban en voleibol (gran parte de las cabras del curso) se ponían a desplazarse por la cancha como si estuvieran haciendo el ocho. Jamás había visto tanto esfuerzo por bailar bien una fantasía de cueca que hasta el momento ni coreografía armada tenía. Pero pucha, yo también le ponía empeño.
Recuerdo la tarde de miércoles, ése día donde todos salíamos temprano y nos íbamos a almorzar a la casa. Con la JungAh quedamos solas en el baño, ella lavándose las manos, maquillándose y peinándose meticulosamente mientras yo agarraba el pañuelo que me había prestado mi abuela para practicar la cueca maldita. Aún puedo acordarme de los gritos lejanos de cursos menores que se apuraban demasiado para salir, el olor del jabón que siempre le prestaba a mi compañera, pera y uvas verdes. Puedo ver justo al frente mío el reflejo de mi cara rechoncha, sonrosada como siempre, los ojos brillantes y la barbilla llena de acné. Mi maraña de pelo rubio acomodada con pinches decora que me había conseguido en el Persa Bío-Bío, las uñas pintadas de rosa bebé y dorado, las yemas de mis dedos sosteniendo la delicada pieza de tela blanca que caía grácil sobre mi antebrazo.
Y cómo ella se soltó el pelo, mirándome de reojo tal como se atreví a mirarla de a poco, sonriendo de lado a la vez que sacaba un gloss del bolsillo de su enorme sudadera azul marino.
— ¿Qué pasa, JiMincita? — me preguntó. Ése día tenía unos aros de hoop plata, grandes, y se acababa de poner un blush en las mejillas, sombra gris en los ojos y un eyeliner gigante. Lucía preciosa incluso si no tenía base, la razón por la cual yo no quería ponerme mucho maquillaje encima. Siempre me pregunté cómo ella osaba tener complejos, siendo que se trataba de una persona bellísima, preciosa, con una actitud firme. Años más tarde entendí que todos tenemos complejos, y que siempre alguien estará ahí para revelarte que ellos forman parte de tí y los debes abrazar.
— Uhm, no sé agarrar el paño. — respondí con la voz ahogada en vergüenza. Mis mejillas adoptaron el mismo color que las de ella, sin necesidad de blusher, ella se rió un poco y se acercó a mí a la vez que la luz naranja del Sol comenzaba a colarse por la ventana y le iluminaba el cabello deslavado. Tenía la sensación de estar ahogándome en miel pura, la sensación más agradable que había sentido hasta el momento, algo que sólo ella podía darme. Su mano desocupada tomó la mía, sentí su pecho contra mi espalda.
Ella me miraba a través del espejo, y yo temblaba ligeramente mientras dirigía mis dedos tal como ella me lo indicaba sin palabras. Pulgar e índice, un puño elegante, la muñeca suelta. Me hizo dar vuelta el pañuelo de forma ligera, haciendo que éste se diera a lucir con sus capas blancas y llenas de dobleces brillantes, bordados de croché, flores pequeñas y plateadas destellando su tono frío cuando el sol llegó a mi mano y comenzó a bañar mi rostro en un calor veraniego.
— Ahora sabes.
No me miraba a través del espejo, había dado vuelta su rostro hacia su lado para verme directamente. Y su mano soltó la mía para acariciar mi cintura con delicadeza. Temblé otro poco, mi corazón dió mil vuelcos mientras latía chorros de felicidad por las venas de mis brazos, piernas, cuello. Ése mismo lugar donde su frente se apoyó para poder cerrar sus ojos y suspirar. El cabello lacio y fino de JungAh cayó encima de mi suéter de lana azul, cubriendo aquel como una cortina rosa claro y otorgándome más alegría aún.
— ¿Estás bien?
— Deja estar contigo así un... un ratito.
— Tengo hambre, JungAh. — pero ella me respondió con un gruñido de poca satisfacción, acercándose más a mí. Yo también quería estar así con JungAh, pero a la vuelta de la esquina había un local de completos y a éstas alturas ya estaría lleno de nuestros compañeros. Pensé por unos segundos antes de intentar convencerla de nuevo.— Podemos eh... t-tomarnos de la mano. M-me gustaría. Mientras comemos.
Su rostro se alzó y me miró directamente de nuevo, ahora nuestras miradas conectándose un momento antes de que la más alta sonriera, provocándome mariposas en el estómago. Y también la sensación de estar en casa aunque realmente no fuera así.— ¿Vamos al cine?
— Uhm... ¿Cuál vemos?
— JoJo Rabbit. Dicen que está buena. Después vamos al parque y nos echamos unos pasitos de cueca.
— Ya, pero tú invitas las cabritas.
— Obvio que sí po, ñaña. Cabritas y bebida pa mi niña preciosa.
Salimos del colegio tomándonos de las manos y no pudimos evitar comprarnos unas sopaipillas a las afueras, ella siempre comiendo más que yo. Le echó ketchup y mostaza a sus cinco masas fritas, y yo me puse pebre en la única que compré. Tuvimos un poco de miedo al recorrer las calles con las manos entrelazadas, recibiendo miradas curiosas por parte de algunos, pero tampoco fue la gran cosa. Nos metimos al metro y alcanzamos a sentarnos por la hora, y cuando llegamos al cine terminamos viendo Parasite en vez de JoJo Rabbit. He de decir que a mí me emocionó mucho más la película porque la vimos con en coreano y yo entendía los significados múltiples de las oraciones, los sentidos, y JungAh sólo entendía lo que leía en los subtítulos.
Sin embargo, cuando llegamos a la plaza frente la casa de JungAh, Parasite estaba lejos de nuestro recuerdo. Ahora nos bebíamos una cerveza cara entre las dos y yo me mantenía sentada en el pasto, apoyada contra el árbol, viendo a la chica de pelo rosa arreglándose las mangas de la sudadera, de pie frente a mí, luciendo sus antebrazos fuertes y suaves sin darse cuenta de ello, sólo para agarrar su pañuelo blanco y comenzar a practicar los pasos de cueca.
JungAh tenía una postura desganada la mayoría del tiempo, pero cuando bailaba parecía una elegante princesa moderna. Sus piernas largas, fuertes y delgadas se movían ligeras y los zapatos enormes parecían flotar sobre la hierba verde de la plazuela. Movía el pañuelo con un movimiento de muñeca súper practicado y me miraba en todo momento, como si me intentara seducir con el baile. Aunque yo no era tanto de sentirme seducida por una cueca callejera, igual mi corazón se aceleró caleta. Más de lo que pensaba que lo haría. Pero es que estamos hablando de JungAh, siempre ha sido bastante linda y directa.
Parecía haberme ensimismado porque lo siguiente que recuerdo es que ella pasaba el pañuelo por mi mejilla para que le prestara atención, y nuestras miradas se hablaron de nuevo. Fue lo suficientemente lento como para hacerme sentir el olor a perfume que tenía la tela blanca, como para encandilarme con la forma en que sus dedos parecían curvarse para rozar mi piel débilmente con la sola intención de hacerme caer en su trampa.
Era una tarde de agosto tan suave y calurosa como la sencillez cálida de sus abrazos, cuando su piel rodeaba la mía y me susurraba lo mucho que juraba amarme y las intenciones de su amor. Cantamos cueca por debajo de nuestro aliento sin dejar de mirarnos a los ojos, en la soledad del espacio que compartíamos, y pude jurar que me ví reflejada en la forma de sus labios. El sol comenzaba a ocultarse tras los cerros y las casas desvencijadas del lugar, y cuando ella tragó el último sorbo de cerveza, guardó la botella en la mochila y sacó su celular para poner una cueca brava.
— Bella damisela, Lady JiMin de High Bridge, ¿me concede ésta pieza? — preguntó en tono de broma mientras ofrecía su mano. El cabello le caía graciosamente desde los hombros gracias a la brisa primaveral del momento, no dudé en aceptar su propuesta y comenzamos con un paseo de cueca, donde ella no dejaba de mirarme y sonreírme con ése ademán levemente tímido. Ése que ella misma intentaba derrocar con sus palabras directas y sonrisas atrevidas.
— ¿Me ofrecerás hoy de tu gloss?
— Sólo si al final puedo besarte.
Que era weona la JungAh; aún no se daba cuenta de que podía besarme cuando quisiera y sin excusas.
OLA JAJA
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