gloss rojo ♡ capítulo 4.
Dicen que el primer amor es inolvidable, y que los demás son pasajeros hasta que encuentras a la persona indicada. Tu otra mitad, la que te completa y te hace sentir a salvo, sin ninguna brecha que romper más allá del alma y el conocimiento de que son uno solo, que nadie puede interrumpir la conexión porque es divina y le corresponde sólo a aquellos que saben amar bien. Que tanto tu alma gemela como tu primer amor son importantes, que tal vez uno pueda reemplazar al otro.
Yo no sé si creer en todas ésas tonterías. Yo sólo creo en JungAh y en sus palabras bañadas de coquetería explícita, la JungAh que me jotea sólo a mí (¿será entonces jotear?), la JungAh que me abraza y me hace reír en los momentos en que lo necesito o que menos espero. La que me toma las manos cuando caminamos hasta nuestro lugar de almuerzo, sobre todo en aquella tarde de verano que se torna fresca con la presencia del viento que nos relaja y las nubes que cubren el Sol. Nos sentamos en el pasto y nuestras piernas picaron un poco, pero no importó en absoluto.
— Porotos con riendas, chale. — murmuró la chica a mi lado, formando un tierno puchero con sus finos labios. Me fijé en el lunar que tiene bajo el inferior, y me imaginé besándolo alguna mañana pajera de abril, ambas escondidas bajo las sábanas y mantas gruesas de mi cama. JungAh me sacó de mis pensamientos mirando mi lonchera y acercándose hacia ella con la cabeza y una expresión rara en su carita que me hizo soltar una risita.— ¿Qué trajiste tú?
— Uhm... Me preparé un jjajangmyeon y... hay kimchi y maní con salsa... Añadí un huevo duro entero para compartir entre las dos la mitad, y te traje los palillos de metal de mi hermano. — le ofrecí los mismos, viejos pero bien cuidados. Mi hermano los había dejado de usar porque no le gustaba que se burlaran de él y su comida en el liceo, así que se compraba completos y bebidas de a quinientos. La JungAh tenía también un problemita con aceptar su cultura coreana al cien por ciento, pero era curiosa y le gustaba aceptar las cosas que le ofrecía porque... No sé por qué.
— ¿Y ése pepino?
— Mira. — agarré el cuchillito de cocina y sostuve el pedazo de pepino que estaba en el contenedor de vidrio, soportando vientos despiadados, infernales desiertos... santiaguinos, por supuesto.— Se supone que lo tienes que cortar así, finito, y ponerlo fresco encima del jjajangmyeon. Para darle ése toque.
— El toque keipop.
— Te odio. — dije por lo bajo mientras sonreía ampliamente y mis mejillas se sonrosaban un poco. Terminé de cortar el pequeño trozo de pepino, y lo dejé encima de los fideos con salsa de poroto negro, ahora alcanzado el huevo duro y pelándolo de una sola vez. Con el mismo cuchillo, lo corté a la mitad y dejé cada una de ellas a los lados del contenedor de vidrio que tenía los fideos. Abrí el contenedor del kimchi y el maní para dejarlos encima de los restos de cáscara del huevo, y agarré mis palillos de metal, que tenían grabados por un lado mi nombre en cursiva coreana.
La JungAh consiguió agarrar antes un poco del jjajangmyeon tibio, y lo comió rápidamente mientras los piercings y aros de sus orejas tintineaban bajo la sombra de los arbustos, que se difuminaba de a poco con la de las nubes azules. Intentó comer sus porotos con riendas con los palillos, pero tuvo que recurrir a la cuchara que llevaba en la mochila porque no dominaba tanto el uso de los servicios que le había dado. Con la boca llena, y consiguiendo masticar rápido para no manchar nada encima suyo ni a su alrededor, me habló sobre literatura del siglo pasado. Me habló de Palomita Blanca, de Lolita, de cómo éstos libros (por excelentes que fueran) contenían gran evidencia de por qué la sociedad considera a las mujeres como objeto, por qué nos quieren depiladas, con la piel suave y sin imperfecciones. Cuando terminamos de comer, el kimchi y el maní quedaron un poco de lado y los devoré sólo por costumbre. Ahora hablábamos de Vladimir Nabokov en general, de su genialidad perversa y su manía con describir a pequeñas de doce años explorando su sexualidad. De cómo inconscientemente cosas de su pluma y letra las mujeres de la época quisieron acuñar en su forma de ser, y que ahora mismo nos afectaban de manera inconsciente.
— No me importaría si Ada o el ardor fuera... No, tuviera personajes mayores de edad. No me importaría en absoluto, incluso disfrutaría de la lectura mucho mejor. Pero vamos, que describen... a una niña de doce años con un chico de quince... teniendo una relación erótica e intelectual.
— Lo intelectual es erótico de por sí. — opiné sin pensarlo demasiado, luego mirando mis piernas delgadas y las manos rosáceas sobre ellas. La JungAh se rió un poco fuerte, pude sentir que se ponía nerviosa por alguna razón.— ¿Qué?
— ¿Soy intelectual para tí?
Ladeaba la cabeza con un coyac en la boca cuando levanté la cabeza y pude conectar mi mirada con la suya. Sus madretierra tintineaban en un desconcertante sentimiento de ansiedad mientras me tendía con la mano un coyac de sandía, mi favorito. Lo acepté, captando tardíamente la entonación de la pregunta y soltando una risa avergonzada de tan sólo un segundo. Deseaba enterrarme bajo mil metros de tierra sólida y no salir nunca más. Cito a Poppy, 'cúbreme de cemento, conviérteme en la calle'.
— Bu-bueno... cuando tienes la intención...
Alcé la mirada de nuevo, mis pulgares acariciaban el coyac para moverlo de izquierda a derecha. Sus ojos ganaron confianza de nuevo y me miraron de arriba a abajo, luego al rostro de nuevo. Tragué saliva, sintiéndome especialmente estúpida porque podía sentir aún el sabor del kimchi en mi paladar, y no quería tener mal aliento o mal aroma cerca de ella. Pero la loca agarró el palito del coyac y se lo sacó de la boca, no sin antes chupetearlo un poco, para hablarme directamente;
— Déjame ponerte el gloss ésta vez. — dictaminó, porque realmente no me pedía permiso. El agosto corrió su verano a invierno, y nuevamente a verano, dentro de mi cuerpo, dándome unos placenteros escalofríos que me hicieron asentirle con cierta urgencia, como si estuviera esperándolo desde el primer día. Por supuesto que no era así, yo la quería mucho desde siempre pero... No sé. JungAh puso de nuevo su coyac en su boca, pude oler levemente la frutilla falsa cuando se inclinó un poco hacia mí para observar mejor dentro de su mochila y, de la misma, sacar dos gloss de la misma marca. Uno era transparente, el que ella usaba aquel día, y otro era rojo intenso. Rojo maraco intenso. Pero era un gloss, al fin y al cabo. Sin mover más que su cabeza, me miró a los ojos con una sonrisa confianzuda.— ¿Te parece un escarlata?
Asentí de nuevo, con los ojos de par en par. Ella rió y se acomodó mientras abría el gloss con ambas manos, y luego usaba una sola de ellas para agarrarme del mentón. Haciendo que nos mirásemos tan cerca que quise aguantar la respiración para no molestarla con mi aliento a repollo chino fermentado en pasta de ají y salsa de pescado. El aplicador se apoyó lento y preciso en mi labio inferior, acariciándolo delicadamente, mi corazón acelerándose porque la textura de éste aplicador era más suave, como una brocha de 'cabello de caballo', como se le decía dentro de la sala de artes.
Sentí que mis labios eran coloreados al óleo con una determinación apasionada, la mirada ajena posándose en mis rizos dorados que tanto me costaba mantener por las noches. Yo era su lienzo, ella el pintor. JungAh tardaba, se sentía como si el tiempo se detuviera a nuestro favor, dándome fiebre y acelerando las pobres neuronas que me quedaban. Sus manos delicadas me agarraban como el jardinero que toma una rosa y desea no dañarla, me sentía tal como aquella rosa, cuidada mientras ella se acercaba más y más.
Cerré mis ojos. Y sentí su gloss mezclarse con el mío un poco, la brocha lejana, el tiempo en incógnito, el hormigueo de mis miembros haciéndose presente para quitarme el aliento. Cuando abrí los ojos, ella comenzaba a alejarse con una sonrisa tímida, el brillo de sus labios levemente arruinado y con tintes rojos en su arco de cupido. Sonreí junto a ella, agaché la cabeza para poder tomar la mano que descansaba en mi hombro sin tanta vergüenza.
— Deberé ponerte gloss de nuevo.
— Entonces te arreglo el tuyo, JungAh.
ya y este no es el final, fellas
😎
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