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Capítulo 49

Capítulo 49

Echas un vistazo a lo que tienes delante de ti.

Muy bien, activas el mapa del traje repitiendo el proceso de hace rato. Es fácil acostumbrarse a los controles de un aparato como estos cuando se está al borde de la muerte.

El mapa se carga en la pantalla proyectiva de tu casco, se dibujan las líneas de los vectores en color blanco y luego se llenan los trazos del relieve bidimensional. Es un plano, un croquis muy avanzado. Está por cargarse todo cuando aparece un aviso parpadeante en el centro.

ACTUALIZACIÓN DISPONIBLE (!)

ENVIADA POR: SUPERVISOR DE MISIÓN 0.27

Genial. El Supervisor había hecho una actualización al mapa, ¿ya habría añadido el cráter? Eso sería de utilidad por si a algún otro desquiciado se le ocurría bajar.

Bien.

ACTUALIZANDO DATOS DE MISIÓN (...)

ACTUALIZACIÓN EXITOSA (!)

NUEVAS ESPECIFICACIONES CARGANDO...

TRAZANDO RUTA...

El mapa se carga por completo esta vez. Hay un punto azul justo abajo, en el fondo del plano cartesiano y una línea recta de color verde que señalaba hasta las coordenadas del punto de encuentro.

APROX. 1 KM.

Hay una pequeña flecha que señala tu dirección con referencia al punto de encuentro, giras un poco a la izquierda y apunta también a la izquierda en color amarillo, giras un poco más y se vuelve naranja, parpadea. El sistema te avisa si te desvías de las coordenadas. Es una brújula digital. Al fin algo útil.

Solo tienes que trazar tu propia ruta ahora.

Mueves la cabeza para mover el ángulo de la linterna contigo. El panorama es oscuro, borroso y sinuoso. Pero con un poco de esfuerzo, logras verlo mientras avanzas haciendo un tanteo visual de lo que te rodea.

En sendero no luce tan mal, son unos cinco metros de ancho con buen aspecto a pesar de su edad, excepto por las placas que aún quedan allí, formando el techo unido solamente por hilos de materia orgánica formada por el tiempo, quizá algas.

Comienzas a andar por él con precaución. Tus piernas se debilitan. El equilibrio es difícil de mantener con un traje avanzado que opone su resistencia al agua. En otras circunstancias la presión te mataría.

¿Qué podría pasarte? Hm... alterando el orden del agua allí adentro, pasas casi todo el camino sin obstáculos y sin problemas, para llegado el tramo final, vas con mayor cuidado por la inestabilidad del techo, o lo que queda de él, tus movimientos perturban el líquido alrededor tuyo y las vibraciones hacen su trabajo, aquel gran bloque se desprende de cuajo y te cae hacia la espalda, se te rompen tres costillas y escupes sangre, intentas salvarte con las manos pero el casco choca contra el piso y se rompe dejando al agua entrar amorosamente para ahogarte.

Vale, vale, demasiada imaginación. Miras a ambos lados del terreno, de soslayo, mientras recorrer el largo trayecto. Rocas y huecos por aquí, rocas y huecos por allá, demasiadas rocas esparcidas, quizá los restos de algún monumento caído. Revisas un poco y notas que el suelo no luce estable, hay hendiduras a lo largo de él, como si se hubiera resquebrajado la tierra debajo por la caída de los monumentos, apuntas un poco la linterna hacia abajo y compruebas que hay suelo allí abajo. Imaginas tu propia muerte, esquivando los obstáculos de pronto sorteas una roca pero el pie se te atora en uno de los huecos que hay allí, el tirón de tu cuerpo es fuerte y te doblas hacia atrás, la tibia se te dobla y se rompe por la mitad, sientes al hueso romperte la piel y rozar con el traje, pierdes el equilibrio por completo, caes lentamente a algún agujero del suelo y te hundes en los túneles subterráneos todavía más lejos del grupo.

Suficiente. Despejas tus pensamientos y sigues andando. Poco a poco el panorama se esclarece, las sinuosas formas pétreas se sustituyen unas a otras por construcciones más complejas.

Echas un vistazo atrás. Ya has recorrido bastante. Entonces te das cuenta de que, desde esta perspectiva, todo cobra una forma definida. Un muro, barricadas y puestos de vigilancia siendo iluminados por la potente linterna. Ahora has ingresado a la periferia de una antigua ciudad.

La ciudad cero. Hundida miles de años antes de que se pudiera redactar un registro conservado de ella. Descubierta por accidente gracias a un submarino no tripulado que se había perdido, allí estaba, descansando y erosionándose lentamente. ¿Cómo rayos seguía teniendo forma? Quizá por la ingente cantidad de algas y microorganismos verdosos recubriendo las paredes de las casas desmoronadas a las cuales el acceso es prácticamente inaccesible. La masa verse que se pega a todas las superficies luce viva, palpitante.

Es como si la ciudad tuviera vida propia.

Y tú estuvieses entrando en su garganta. Lenta y voluntariamente te inmersas en la urbe descompuesta, a la luz de una única lámpara, cual fantasma forastero, profanando un secreto milenario que, piensas de pronto, tal vez debería haber continuado oculto.

¿Y si todas las desgracias e infortunios sucedidos tenían una relación con ello? ¿Y si el sitio estaba maldito?

Pronto lo descubrirías, piensas, porque ante tus ojos se yergue como un lánguido centinela que permanece imperturbable al trasiego de los años, una colosal formación que intimida de sola verla, una figura ancha como un estadio, cuyo final se pierde en las sombras y de descomunal altura, inclinada como la Torre de Pisa, y semienterrada como una estaca, llena de nichos oscuros que te devuelven la mirada como un centenar de ojos vacíos y negros.

Finalmente has llegado a La Pirámide.

Ir al Capítulo 65 (Nivel 4).

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