Prólogo
El suelo bajo mi piel se sentía frío y húmedo, los escalofríos recorrían mi cuerpo a pesar de la temperatura de éste. Mi herida, mi cara, mi cabeza... mi cuerpo, todo en el dolía. Llevaba dos días encadenada como un animal salvaje: dos días sin bañarme, comer, sin recibir los cuidados que merecía por mi estado de salud o sin tomar tan siquiera analgésicos. Quería morir ahí mismo, quería que el entrara con la pistola que siempre le acompañaba y que me disparara.
Él. Lo había amado tanto. Había dejado mi dinero, mi familia y mi casa por ir junto a el; y ahora me tenía en este lugar tan lúgubre en contra de mi voluntad.
Sé que cometí errores, que no soy perfecta ¿pero a caso alguien lo es? El que lo sea que levante la mano y lancé la primera piedra... ¿Nadie? Pues ya ves.
Oí unos pasos que se acercaban y el ruido de unas llaves chocando unas contra otras. La puerta se abrió, y un quejido que provenía de las viejas bisagras oxidadas rechinó por todo el cuarto. Arrastré mis piernas hacia atrás con la ayuda de mis manos hasta que la pared detuvo mi deseperado retroceso. La luz que provenía de afuera lo hacía parecer una sombra, imaginé una sonrisa diabólica en su rostro.
Cerró la puerta y guardando las llaves en su bolsillo trasero caminó hacia mí.
—Traje algo de comer —dijo él sin dejar de acercarse.
—¿Por qué no acaban de una puta vez con mi vida? —grité llena de rabia.
—Porque te necesitamos viva, querida.
—¡¿Me necesitan?! ¡Ja! —una risita sarcástica dejó mis labios.
El ladeó la cabeza y también sonrió para luego agacharse frente a mí. Su mano bajó hasta mi mentón, en un movimiento brusco moví mi cabeza para dejarle claro que no quería que el me tocase. La diversión en sus ojos me causaba asco, esos ojos que con anterioridad me habían observado con deseo, ahora lo hacían con maldad. Me odié por todo, y principalmente por confiar en ella.
Por aceptar su juego y perder.
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