Capítulo 13. Truenos, miedos y ¿besos?
«AÑOS ATRÁS.»
Kimberly.
«Era viernes en la tarde y llovía a cántaros. Tube que correr desde la Universidad hasta el apartamento por lo que quedé completamente entripada. Cuando llegué al edificio el conserje me comentó que el ascensor estaba siendo reparado. No me quedó de otra que subir las escaleras.
Mis piernas dolían de subir tantos escalones, me lamenté por vivir en el séptimo piso, pero si había algo peor que eso, era vivir en el octavo. Dave tendría que subir un piso más que yo, y eso me poníade buen humor. Sabía que él vivía ahí porque ayer esperé hasta ver donde se detenía el elevador.
Suspiré al subir el último escalón. Me disponía a seguir cuando un ruido en el piso de abajo despertó mi curiosidad. Bajé unos escalones para asomar mi cabeza y enterarme de lo que pasaba. Mi boca se abrió y mis cejas casi se juntaron al comprender lo que sucedía.
Dave venía corriendo y subiendo los escalones de dos en dos, llevaba un paraguas en su mano y para nada se notaba cansado.
—¿Alguien decidió divertirse bajo la fría lluvia he? —Se detuvo unos escalones más abajo que yo y me miró con socarroneria.
—¿Alguien decidió revisar la página de meteorología he? —Crucé mis manos por debajo de mi pecho y arqueé la ceja.
—Mira el lado bueno —se encogió de hombros y continuó subiendo—, al menos a mí no se me endurecieron los pezones por el frío.
Bajé mi cabeza para ver a lo que se refería, dos bultitos sobresalían por la fina tela de la blusa. Cubrí mis pechos y mi cara se volvió roja —otra vez—, pero ROJA, no roja. Corrí sin mirarlo y entré a mi apartamento. Pegué mi espalda a la puerta y me deje caer.
—Dios, eso fue vergonzoso —susurré.
Aparte mis manos y gruñí, mis pezones estaban tiezos; maldecí para mis adentros por no haber elegido una tela más gruesa.
Me paré de la puerta y caminé hasta el cuarto dejando un camino de agua detras de mí. Entré al baño y me desvestí, el agua caliente recorrió mi cuerpo, y mis pezones regresaron a su normalidad.
Estaba sentada frente al televisor viendo la película del Avatar. Una vaso grande de fanta y un pozuelo de palomitas eran mis acompañantes. La lluvia no cesaba aún, y apenas eran las siete; me levanté a rellenar el vaso y cuando regresé mi teléfono sonó.
Bip*Bip*
La pantalla se encendió y la notificación de un mensaje apareció en ella.
Número Desconocido: Ya arreglastes tu "situación".
Oh no, lo que me faltaba. No tenía registrado el número pero sabía perfectamente que era Dave.
Yo: Y a ti que te importa.
Número Desconocido: Mucho, creo que voy a tener pesadillas esta noche gracias a ti.
Yo: Ya quisieras tú que yo me apareciera en tus pesadillas... no me has dicho quién te dió mi número.
Número Desconocido: Ni que hubiésemos hablado tanto como para contártelo.
Yo: El hecho de que te hayas comido mi manzana y hayas visto algo que no debías es suficiente.
Número Desconocido: Entonces también debe contar el hecho de qué cada vez que me miras me comes con la mirada.
Maldito desgenerado, yo no me lo como con la mirada —si que lo haces—. Está bueno, pero no lo hago.
Número Desconocido: Mira, te digo quién me lo dió si me ayudas a pasar química.
Abrí mis ojos como platos cuando leí el mensaje, yo sabía que la química era difícil; ¡pero él! ¿Pidiéndome eso a mí?
Yo: No me gusta compartir mis conocimientos con nadie, a demás, no tienes cara de no saber nada en química.
Número Desconocido: Y a mí no me gusta decir los nombres de mis informantes. Y sí sé, pero no todo.
Bufé y rodeé los ojos, la duda me consumía por dentro así que no me quedó de otra.
Yo: Okey... te voy a ayudar.
Número Desconocido: Perfecto.
Dejé el teléfono en la mesita del medio y continué con la película. Pasaron un par de minutos y alguien tocó la puerta.
Entre profanidades y maldiciones caminé hasta la ella. No me encontraba del todo sorprendida cuando vi a Dave delante de mí, me saludo con una mano y le tiré una vista cansada.
—Dijistes que me ibas a ayudar con química. —Tenía las manos dentro de los bolsillos de su pantalón y se balanceaba sobre sus pies con una mirada inocente.
—Solo pasa. —Volteé los ojos y me corrí a un lado para dejarlo entrar.
—¿Vine en un mal momento?
—La primera vez si —recordé el accidente con el albornoz—, y ahora también.
—Me largaría, pero la semana próxima habrá un examen sorpresa en química.
Lo miré algo confundida, cerré la puerta tras de mí y me acerqué a él.
—¿Como sabes que habrá un examen sorpresa si se supone que es una sorpresa? —Subí mis manos a mis caderas y lo reté a responder.
—Digamos que me llevo bastante bien con el profesor y que...
Un trueno cayó sin previo a aviso haciéndome saltar hasta el pecho de él. No me importaba que fuese un desconocido o un pesado. Mi corazón palpitaba desesperadamente por el susto, recosté mi cabeza en su clavícula olvidándome de todo y su olor llegó a mi nariz.
No se porqué, pero me sentía a gusto. Otro más impactó y la luz del relámpago se metió por las ventanas, en concecuencia me pegué más a él. Dave me rodeó con sus brazos y eso me sorprendió, por un segundo tube esa sensación de familiaridad.
«—¿Le temes a los truenos? —preguntó él cuando me escondí en su espalda.
Asentí con la cabeza y el se giró, abrió sus brazos y me estrechó en su pecho. Al ser más alto que yo mi cabeza quedaba a la altura de su corazón y podía oír sus latidos, eran tan acelerados que juré que se le saldría del pecho. Levanté la cabeza y lo miré a los ojos.
—¿También le temes a los truenos? —el nego—. El corazón se te quiere salir.»
—Podría acostumbrarme a esto —Dave bajo la cabeza y me miró.
Yo observé sus labios que estaban entreabiertos y Dios, se veían muy apetesibles desde esa corta distancia. El los lamió, y ese simple, pero provocativo gesto activó algo.
Tragué saliva levantando la cabeza. El magnetismo de su mirada me atraía cada vez más. Mi corazón se aceleraba y ya no era por los truenos.
Quería besarle. Tenía la necesidad de hacerlo.
«¿Que rayos me pasa? Aléjate de él, AHORA.»
Él seguía acercándose lentamente, nuestras respiraciones se mezclaban la una con la otra. Mi cerebro dejó de funcionar cuando sentí el roce de su nariz en la mía.
«¿Que estas haciendo?»
Mi subconsciente y sus preguntas tontas ¿acaso no es obvio?
Cerré mis ojos. Un fuerte hormigueo hacía cosquillas en todo mi cuerpo, el calor de sus labios llegaba hasta los míos
Solo un milímetro más.... y entonces pasó.
—¡Ahhhhhh!
Un relámpago y un trueno cayeron al mismo tiempo cortando la electicidad. Me despegué de él y salté sobre el sofá subiendo mis piernas y metiendo la cabeza entre ellas. Mi corazón se podía salir en cualquier momento: lo mismo que por la boca, que por la nariz, los ojos, los oídos o los poros. Los latidos eran tan fuertes que los escuchaba perfectamente.
El sofá se hundió a mi lado, supuse que era él que se había sentado. Cuando mi respiración se tranquilizó, subí la cabeza.
—Nunca pensé que una chica como tú le temiera a los truenos —A penas distinguía su rostro en la oscuridad.
—¿Una chica como yo?
—Si. Por fuera te ves tan fría que alguien dudaría que eres humana.
—Hace cinco minutos no pensabas lo mismo —Él ignoro el comentario y lo escuché suspirar—. Antes no le temía —expliqué algo cansada.
Y era cierto. Nunca fui una "miedica", mi miedo a los truenos inició el mismo día que vi a mi hermana tirada en la carretera toda ensangrentada.
—¿Crees que podras superarlo en algún momento? —Note como se giró para quedar frente a mi, su voz se escuchaba algo triste; parecía que se hacía la pregunta para sí mismo.
—No lo sé. Creo que nadie puede superar un miedo de la noche a la mañana. —El bichito de la curiosidad me picó—. ¿Tú le temes a algo?
Silencio.
Se mantubo en silencio a mi pregunta. Nuestras respiraciones se oían en toda la casa. Esperé pacientemente por su respuesta, pero no decía nada. Los minutos pasaban, creí que me iba a quedar dormida cuando lo escuché hablar.
—Creo que debo irme.
—¿No querías que te ayudara? —Me puse de pié igual que el.
—Mejor dejémoslo para otro día. —Asentí y le abrí la puerta.
Lo vi entrar al ascensor con algo de duda, una parte de mi quería correr y detenerlo. No entendía mi reacción hacía él. Las puertas de metal se cerraron y el se desvaneció dentro.
Igual que ese beso que nunca llegamos a darnos, pero que deseé como si fuese el primero.»
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