Capítulo 12. El nuevo
CÁRCEL DE MUJERES.
Kimberly.
Dos semanas me había llevado recuperarme. Al principio fue algo doloroso y difícil; el mínimo movimiento brusco me hacía gemir del dolor. Dos semanas que pasé en una celda especial en la prisión.
Rubina y Rachelle iban a visitarme todos los días. Y Travor, el policía, nunca dejó de hacerme compañía —aunque tampoco me molestaba que lo hiciera—. Nuestra relación se había vuelto muy buena, esto a tal punto que yo temía que fuese suspendido por nuestra amistad.
Rubina y Rachelle no dejaban de molestarme con respecto a eso. Él tiene 26 años, y es el hombre más dulce que he conocido en toda mi vida, a diferencia de London y Edward; a veces me pregunto que hubiera sido de ellos.
Hoy por fin era el día que me llevaban de regreso a la celda. Nunca pensé decir esto, pero ya tenía ganas de estar ahí. La celda especial en la que estaba me deprimía mucho, no tenía con quien hablar, no podía salir al parque, ni siquiera al comedor porque temían que me pasara algo.
Realmente no entendía esas cosas, el trato de los guardias era distinto hacía mí. Una vez el Alcaide hasta fue a visitarme. Algo andaba muy raro por la Cárcel en estos días.
Me levanté de la cama con una mueca de dolor cuando escuché un silbido, reconocía la melodía, y reconocía a la persona de la que provenía el sonido.
Trevor se paró frente a las rejas y abrió la celda ofreciendome una sonrisa de oreja a oreja. Me estrechó en un abrazo y yo encaje mi nariz en su cuello, olía muy bien. Él sabía lo que me había costado poder estar del todo bien. Algunas veces había cambiado sus turnos con los otros guardias para vigilar mis sueños, la razón: pesadillas.
Me solté de sus brazos con una pequeña sonrisa y salímos de ahí. Ninguno de los dos dijo nada en el camino. No hacía falta.
Entré a la celda y Rubina saltó de su cama para abrazarme. Trevor gritó para que cerraran las rejas y luego se marchó.
—¿Cómo estás? —preguntó ella. Yo solo asentí con la cabeza y alcé mis pulgares. Me abrazó de forma delicada y nos sentamos.
Estubimos un buen rato hablando, ella intentaba ponerme al tanto de todo lo ocurrido en ese mes y medio. Según ella, el día de mi cumpleaños murieron tantas reclusas que la prisión quedó practicamente vacía.
Con razón hay más silencio que antes... pensé.
—¿Sabes en que era en lo que más pensaba durante todo este tiempo? —Rubina alzó las cejas de manera divertida y pinchó mi rodilla.
—¿En qué? —Rodeé los ojos cuando pregunté, sabía perfectamente a que se refería.
—En ese chico misterioso, no sabes cuántas teorías he formulado...
Esta chica si que era rápida. Cubrí su boca para que dejase de hablar pero de nada sirvió.
—Ok... por donde nos quedamos exactamente.
Kimberly.
«La Universidad quedaba relativamente cerca del apartamemto por lo que siempre iba caminando. Sentí en mi nuca el peso de una mirada y volteé sobre mi eje. A tres metros de mi se encontraba el mismo chico de la noche anterior.
Detubo su paso y se quedó observándome. Crucé mis brazos sobre mi pecho y lo miré.
Llevaba unos tenis vans de color negro y un pantalón del mismo color gastado en las rodillas, un pulober blanco se dejaba ver por debajo de una chaqueta de cuero oscura; la mochila la tenía en sus dos hombros, el pelo estaba despeinado y tenía la sombra de una barba que lo hacía ver más guapo.
—¿Se puede saber que tanto me miras? —Estaba a dos pasos de distancia de mí cuando habló, me tenía tan embobada que ni cuenta me había dado.
—¿Se puede saber porqué me sigues? —Levanté el mentón y no me dejé intimidar a pesar de la cercanía.
—Yo no te he seguido —Imitó mi postura y cruzó sus manos sobre su pecho—, solamente somos vecinos y al parecer vamos a la misma Universidad. —Inquirió en tono burlón.
—El destino y sus coincidencias ¿no? —Fruncí el ceño.
—Sabes, me gustaría pasarme toda la mañana hablando contigo, pero no quiero llegar tarde a mí primer día. —Y así, sin más, pasó por mi lado.
Di media vuelta, estaba organizando mis ideas mientras el seguía avanzando. Desde atrás le saqué el dedo del medio, e imité lo que me había dicho
—Ni quiero lligar tardi a mi primir día di clsis... —Miré el roloj en mi muñeca cuando acabé mi actuación y...—. ¡Mierda!
Faltaban unos cinco minutos para que cerraran las puertas. Corrí alcanzando al chico, atropellandolo al paso i recibiendo insultos de otros estudiantes.
Entré a mi primer turno: química, mi preferido. Sabía todo o prácticamente todo lo que tenía que ver con ella. En el salón habían pocos estudiantes por lo que me senté en la última mesa, yo podía darme ese lujo.
El salón se llenó y entró el profesor Randell. La puerta se volvió a abrir y entonces lo vi, ahí estaba, parado al lado del profesor.
Lo observé con mayor detenimiento, acababa de darme cuenta de lo bueno que estaba; el captó mi mirada y sonrío con descaro. El profesor se colocó sus gafas y miró al chico.
—Chicos, este es Dave. Se unió hoy a nuestra Universidad por lo que es nuevo, tratenlo con respeto y pónganlo al corriente. —Él puso su mano en el hombro del chico y con la otra le indicó los asientos—. Puedes ir a sentarte.
Y cuando dije que el salón estaba lleno me refería a que todos estaban en sus lugares, con sus compañeros al lado excepto yo.
Siempre me he sentado sola, y el lugar junto a mi estaba vacío. Me enterré en la silla rezando para que no viniera hasta aquí, ¿pero quién va en contra de lo que dicte el destinto?
Comenzó a caminar hacía mi lugar, no me quitaba la mirada de encima. En su cara tenía una sonrisa que provocaba que todas las chicas se quedasen mirándolo, incluso yo. Parecía un modelo de la Calvin Klein, mi cara se enrojeció al imaginarlo en ropa interior.
«Hace calor aquí ¿no?»
—¿Estas bien? —susurró en mi oído.
Pegué un brinco cuando noté su cercanía. Mi piel se erizó y mi corazón se detubo. ¿En que momento se había sentado a mi lado?
«Cuando te lo imaginabas en ropa interior, no te hagas la tonta.»
—¿Me veo bien? —pregunté por lo bajo ocultando mi cara enrojecida detrás de mi cabello.
—Yo si te veo bien —Me olvidé de todo y lo miré algo estupefacta, sin embargo el bajó su mirada descaradamente hasta mis pechos y mordió su labio.
—¿¡Hey!? —Cubrí mis pechos y le di un manotazo.
—Srta. Adams ¿todo bien? —La voz ronca del profesor me hizo enteder que yo había alzado la voz— ¿Quiere pasar a la pizarra y explicar el ejercicio?
«¿Es en serio profesor? Ya no somos unos niños»
Asentí y antes de levantarme él volvió a hablar.
—También te ves bien cuando tu cara se pone como un tomate. —El metió su lápiz entre sus labios y jugo con el.
Ese comentario hizo el efecto en mí. Otra vez estaba roja.
—Sr. Adams, sigo esperando por usted —Me recordó el profesor.
Asentí y caminé dignamente hasta el pizarron obviando la mirada intensa de Dave. Ahora bien, para todos los que estaban ahí, ese ejercicio podía ser algo complicado, pero gran parte de mi adolescencia se había basado en estudiar química.
En menos de lo que canta un gallo ya había resuelto y explicado todo mejor que el mismísimo profesor. Sí, lo se, cuando hablaba de química me volvía muy arrogante.
—Eso estubo bien —dijo Dave cuando me senté a su lado, el lápiz seguía en su boca.
«Bendita suerte tiene el lápiz, joder»
—Lo sé —Mi arrogancia había alanzado su nivel máximo.
—De hecho... quería pedirte un favor, aquel día me cerrastes la puerta en la cara y no puede hablar —Ahora había comenzado a morder la goma de una forma muy sensual.
«Concéntrate chica»
—De hecho... tengo una pregunta —Subí mi mirada a sus ojos—. ¿Cómo tienes mi número?
—Srta. Adams —Levantó la voz el profesor—, ya que está muy conversadora con el nuevo, ¿podría usted ayudarlo con la asignatura?
Abrí la boca para protestar pero el hombre bajó sus gafas para mirarme, agaché mi cabeza y simplemente asentí. Continuamos con la clase y yo cerré mi boca.
Estaba en una mesa sola en la cafetería, yo no era de muchos amigos, y las chicas nunca se acercaban a mí; en los pasillos escuchaba todo el tiempo distintos comentarios de ellas hacía mí.
Tenía una manzana roja en mi mano y le iba a pegar una mordida cuando alguien me la quitó de las manos
—¡Hey, esa era mi manzana! —Lo fulminé con la mirada.
—Lo siento, no alcancé manzanas y ahora es mía —Se encogió de hombros y le dió una mordida.
«Quiero ser la manzana»
¡Concéntrate chica!
—¿Por qué te empeñas en perseguirme? —Levanté mi trasero de la silla y apoyé mis manos en la mesa con tanta fuerza que todos miraron hacía nosotros.
—Yo no te persigo —Mojó sus labios y le dió otra mordida— No es mi culpa que frecuentemos el mismo parque, que vivamos en el mismo edificio, que coincidamos en la misma clase y que yo me haya quedado sin manzana.
—Claro que no es tu culpa. —dije sarcásticamente—. Es culpa del destino
Me levanté de la mesa con pasos apresurados para salir de la cafetería, para mi suerte la campana sonó y entré a mi próxima clase. Mi concentración era absorvida una y otras vez por por la imagen de Dave. Y así pasé los siguientes turnos de clases.»
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