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Capítulo 11. La llamada

CÁRCEL DE MUJERES.

Kimberly.

El olor a alcohol llegó hasta mi nariz y un pitido persistente retumbaba en mis oídos. No podía casi moverme, intenté abrir los ojos pero una luz cegadora me hizo cerrarlos otra vez. La cabeza me dolía, igual que un lugar en específico del cuerpo. Sobre mi nariz y boca tenía colocado algo, supuse que era un respirador.

Volví a abrir y a cerrar los ojos unas cuantas vaces hasta que mi vista se acostumbró a la claridad. Las paredas y todo lo demás en esa habitación era blanco, obviamente me encontraba en un hospital.

Intenté moverme pero un dolor punzante en mi estómago me hizo estremecer de dolor. Entonces recordé lo sucedido en el patio. Lo primero que pensé fue en si Rubina y Rachelle se encontraban bien.

Giré mi cabeza a la izquierda y luego a la derecha, me fijé con mayor detenimiento en la figura de un hombre que estaba acostado en un sofá completamente dormido. Llevaba el pantalón del uniforme de policía y una sudadera blanca. Era él. El mismo policía del baño, del teléfono, del otro lado de la serca, el que "me salvó"...

Se removió en el sofá y como si sintiera el peso de mi mirada abrió sus ojos. Una sonrisa cansada iluminó su rostro. Susurró un «Hola» y abandonó su posición para caminar hasta mí.

Agarró una de mis manos con suma delicadeza y acarició la muñeca con su pulgar. Su gesto me causó cierta sorpresa, y eso conllevó a que me fijase más en él. Era bastante atractivo. Su cabello castaño estaba desordenado y llevaba una perfecta barba de tres. Sus ojos cafés me miraban con cierta ternura y... lástima.

—Voy a buscar al doctor. —Soltó mi mano y caminó hasta la puerta dejándome sola.

Unos minutos después apareció un hombre bajito y canoso con una enfermera. Él no entró con ellos.

El doctor revisó mi historia clínica y la enfermera cambió un suero vacío por otro lleno, entre ella y el doctor me levantaron la cabeza y me quitaron lo que cubría mi boca y nariz. Respirar sin eso se me hizo un poco complicado.

—Respira con calma. —Indicó el hombre. Seguí sus orientaciones y poco a poco mi respiración se normalizó—. ¿Te sientes bien?

Asentí con la cabeza. Él sacó una linternita y la dirigió a mis ojos. Algo más que mis ojos fueron iluminados en ese momento. Un Flashback me hizo sonreír.

—Todo está bien. —Confirmó él guardando la linterna— Aunque tu cara lo dice todo ¿no?

Se quedaron otros diez minutos que fueron tortuosos para mí, la razón: comenzaron a moverme para revisar la cicatrización de la herida y cambiar la venda. Antes de irse me dió algunas indicaciones, con la promesa de pasar al día siguiente.

El policía entró cuando ellos salieron, arrastró una silla al lado de la cama y se sentó frente a mí.

—¿Cómo te sientes?

—Bien... supongo —Suspiré y la pregunta se formuló en mis labios—. ¿Qué pasó con Rubina y Rachelle?

—¿Las chicas que te acompañaban aquél día? —Asentí—, no les pasó nada, están bien.

Desvié la mirada y me quedé pensativa por unos segundos, recorrí otra vez la habitación con la mirada, en el justo momento que contemplé un reloj mi boca se abrió.

—¿Cuanto tiempo llevo aquí? —Su mandíbula se tensó al instante y su postura se volvió rigida.

—Tres semanas —Tragó saliva y continuó—: llegastes inconciente, tuvieron que hacerte una transfusión porque habías perdido mucha sangre.

Cerré los ojos, la escena de todas las muertes y mujeres siendo apuñaladas se activaron frente a mí, era como si alguien le hubiese dado play a una película.

«No, no pienses en eso ahora»

—Tu hígado... —Volví a centrarme en la conversación cuando habló—, el cuchillo se clavó muy profundo en tu hígado y tuvieron que retirar una parte de el...

Abrí los ojos y lo miré, pero el estaba perdido en un punto fijo. Mi cabeza daba vueltas y fuertes aracadas llegaron a mí. Él agarró un cubo y ma ayudó a sentarme en la cama. Vomité y con cada espasmo la herida dolía. Algo muy dentro de mí dolía.

Sacó un pañuelo de su bolsillo y me lo pasó, limpié la humedad de mis labios y lo coloqué en una mesita al lado de la cama mientras el entraba al baño con el cubo. Cuando salió,me miró con tristeza, yo agaché la caneza al notar la pena que le causaba mi situación. Se sentó en la silla de nuevo y fijó su vista en mi esperando más preguntas.

—¿Qué... qué más paso? —Se me hacía difícil hablar: la garganta me ardía y la herida daba pequeñas punzadas.

—Te complicastes mucho en el salón, la operación duró al rededor de siete horas —emitió con voz ronca, pero suave a la vez—. Tuvieron que inducirte el coma.

Todo lo que decía se escuchaba muy irreal, era como si estubiese hablando de otra persona y no de mi. Sentía que todo había sucedido hace unas horas ¿Como era posible que halla pasado tres semanas dormida y que yo no lo sintiese así? A lo mejor y era otra pesadilla de esas que parecían tan reales y tenía de vez en cuando.

—Los médicos pensaron que no ibas a despertar —Interrumpió mis pensamientos y lo miré perpleja.

—¿¡Qué!?

—Tu corazón dejó de funcionar dos veces. Ellos quisieron desconectarte hace cuatro días, pero alguien llamó y se los impidió  —Eso último sí que no me lo esperaba.

Bajé mi vista intentando procesar toda esa información

Me habían apuñalado...

Llevaba tres semanas... ¿media muerta?

Alguien había llamado para intervenir por mí...

—¿No saben quién fue? —Él negó con la cabeza—. Intentamos contactar con tu familia, pero como bien tu sabes...

—Si, mis padres están muertos. —Corté de inmediato.

—Solo sabemos que fue un hombre. —Concluyó mientras se encogía de hombros.

El silencio se apoderó de la habitación y me dediqué a pensar en mí, en mis cosas y en mi vida.

«Todo va a salir bien, ¡deja de preocuparte por nada!»

Espero que todo salga bien.

«Por fin vas a ser libre»

¿Pero a causa de qué?

«Ella inició todo esto, ella es la mala del cuento»

Estaba tan absorta en mis pensamientos y en mi lucha interna que no noté cuando el policía se levantó para colocarse la camisa del uniforme hasta que habló.

—Tienes que descansar —Se acercó y acarició con sus dedos mis mejillas en forma de despedida—, ya estarde, mañana pasó otra vez por aquí.

—¿Que hora es?

Miré al reloj y me golpeé mentalmente, yo y mi costumbre de preguntar la hora teniendo un reloj en frente.

—Más de las ocho de la noche. —Contestó finalmente—. Nos vemos mañana.

Asentí y le di una sonrisa con la boca cerrada, el hizo lo mismo y luego lo vi abrir la puerta para desaparecer detrás de ella. Una enfermera entró antes de que se cerrara completamente, llevaba una bandeja metálica con cosas que no lograba descifrar. Dejó todo en una mesa móvil y le puso seguro a la puerta.

—¿Estas lista? —preguntó girando su cuerpo y colocándose unos guantes. La duda en mi cara la hizo explicarme— Es hora de tu baño.

Cinco minutos después la mujer estaba pasando los paños húmedos por mi cuerpo. La cara me ardía de la vergüenza al pensar que alguien más me había tocado sin mi consentimiento por mas de un mes. Cuando terminó me dejó sola y al instante caí dormida.

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