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Cap. 8: Nuestro deseo

Thiago Reyes.

Los hombres somos capaces de enamorarnos en 8.2 segundos. Está comprobado que cuando conocemos a una mujer por primera vez, si mantenemos nuestros ojos fijos en ella durante esos ocho segundos y ninguno de los dos desvía la mirada, es altamente probable que caigamos rendidos ante sus encantos. Así de sencilla es nuestra mente.

Aún conociendo esto, creo que va mucho más allá. Enamorarse es un proceso, no simplemente una pelea de miradas. Sin embargo, sí creo que la primera impresión es determinante, y puedo garantizar que después de haber conocido a Roxana, simplemente no he podido sacarla de mi cabeza. Por lo tanto, hace unos días decidí dar un paso más e invitarla a salir.

Faltando tres minutos para que el reloj marque las seis de la tarde, salgo de mi habitación y me dirijo hacia la de ella para llevarla a nuestra primera cita.

Golpeo tres veces su puerta y espero unos segundos a que esta se abra. Cuando la veo del otro lado, me permito admirarla sutilmente de pues a cabeza. Luce una blusa de color gris, que deja a la vista su ombligo decorado con ese piercing que tanto me gusta, y unos jeans negros con aberturas en las rodillas y los muslos. Acompaña todo esto con una chamarra de mezclilla.

Una risa abandona mis labios al imaginarla en medio de un ataque de nervios por no saber qué ponerse. A pesar de su insistencia por saber el lugar al que iríamos, me negué a contarle.

—Te dije que te verías bien con lo que fuera que te pusieras.

Rueda los ojos divertida, ese gesto tan característico suyo.

—Nunca dejas de sorprenderme con tu puntualidad —enuncia mientras cierra la puerta.

Caminamos hasta el auto y le abro la puerta del copiloto; una vez que ya está adentro, la cierro y rodeo el coche para tomar lugar en mi asiento. Arranco el motor y me dispongo a manejar a nuestro destino.

—¿Puedo prender la radio? —cuestiona al cabo de unos segundos.

—Claro, no necesitas ni preguntármelo.

Ella sonríe ante mi respuesta para posteriormente estirar su mano y encender el estéreo del auto. Una canción que desconozco empieza a sonar por las bocinas y Rox se dispone a tararearla. Desvío mi vista del camino por unos segundos para observarla y sonreír, antes de volver a disponer mi atención a los autos alrededor de nosotros.

El trayecto no es muy largo, lo había buscado anteriormente para saber cómo llegar. Quedaba a unos doce minutos del hotel, así que solamente bastó con que Roxana cantara unas cuantas canciones más para que llegáramos.

Estaciono el vehículo en un terreno arenoso y la chica junto a mí dirige inmediatamente su vista al cielo, a través del parabrisas. Su atención es acaparada por una gran rueda de la fortuna y al momento una gran sonrisa se asoma en su rostro.

No duda ni un segundo antes de adelantarse y bajar del coche antes de que siquiera haya apagado el motor.

La observo del otro lado de la ventana y leo que articula un «apúrate, tortuga», lo cual me roba una carcajada. Niego con la cabeza y apago todo para bajar del automóvil.

Al pararme junto a ella, la rodeo por los hombros con uno de mis brazos antes de entrar a la feria. Lo primero que hacemos es dirigirnos a la taquilla para pedir nuestros boletos. Noto que ella saca dinero de su cartera, por lo que alzo una mano en su dirección, deteniéndola.

—Agradezco la intención, pero yo quiero invitarte —argumento. Ella abre la boca para protestar, por lo que agrego—: Si llega a haber una segunda cita, puedo considerar que pagues en esa.

—Eso es chantaje —se queja seguido de un bufido.

—Se le llama estrategia —corrijo con cierta diversión.

Le entrego el dinero necesario al muchacho que nos estaba atendiendo y él me da los boletos.

—¿A dónde quieres ir primero? —le pregunto una vez que estamos parados en medio del lugar.

Ella se lo piensa unos segundos, en los cuales recorre con la vista el lugar hasta detenerse en un punto específico y señalarlo.

—¡Las sillas voladoras!

Sin permitirme siquiera contestar, me toma de la mano y me arrastra hasta la fila de dicho juego. Cuando llega nuestro momento de subir, ella es la primera en hacerlo de los dos, por lo que tomo lugar en la silla detrás de ella. En unos segundos el tubo gigante que compone el centro del juego empieza a ascender y girar repetidas veces, logrando así tomar una buena altura y que las sillas empiecen a moverse en círculos.

Puedo escuchar el sonido de su risa y juro que entonces no sé quién de los dos es más feliz.

Después de unos minutos de puras vueltas, el juego se detiene y ambos bajamos de él un poco mareados.

—¿Podemos ir a los carros chocones? —pide sin dejar de sonreír.

—Tus deseos son órde...

Ni siquiera pude terminar de hablar porque ya estaba siendo jalado nuevamente a otra fila.

—Al parecer a alguien le gusta el lugar —menciono con una sonrisa.

—La verdad es que sí —confirma con un brillo en los ojos—. En México, mi país, mis padres, mi hermana y yo solíamos ir bastante seguido a un lugar parecido.

Siento una punzada en el pecho al escucharla hablar sobre su familia, misma que trato de disimular sonriendo de regreso.

Agradezco que ella no haya indagado mucho sobre mi pasado aún, ya que ni siquiera yo mismo conozco bien las respuestas.

La alarma que indica el cambio de turno del juego me trae de vuelta al presente. Las rejas que impedían el paso se abren, dejándonos el camino libre hacia los autos.

Subimos cada quien a un coche diferente, al igual que otras quince personas más, y esperamos nuevamente la señal. Cuando esta suena indicando que la electricidad se ha apoderado de los autos, permitiendo que estos se puedan manejar, cada quien hace el intento de arrancar y chocar con la persona más cercana a ella.

Roxy y yo nos perdemos un poco de vista durante un tiempo, hasta que la vuelvo a ver de espaldas a unos metros de mí. Avanzo en su dirección y le llegó por detrás, sobresaltándola ante la sorpresa.

Gira su torso para poder ver al causante de dicho acto, y cuando sus ojos me divisan, se entrecierran juguetonamente. Así fue cómo iniciamos una persecución a través de toda la pista, hasta que la alarma suena y entonces todos comenzamos a bajar de nuestros vehículos. Nos encontramos afuera del sitio y empezamos a reírnos debido a nuestro momento.

—¿Quieres algo de comer? —le pregunto al cabo de unos segundos.

Sus ojos barren el lugar hasta toparse con un carrito ambulante, donde venden algodón es de azúcar, y una vez más en lo que va de la tarde, esos orbes verdes se iluminan.

Antes de que siquiera me lo pida, la agarro de la mano, tal y como ella ha hecho con anterioridad, y avanzo hasta dicho puesto de comida. Le encargo a la señora que lo atiende un par de algodones y después de pagarle, me entrega uno a mí y el otro a ella, quien sin pensárselo dos veces le da un buen mordisco y lo saborea con placer.

—Esto está delicioso —gimotea en voz baja cuando ya ha terminado su primer bocado.

Empezamos a caminar hacia un gigante carrusel que se encuentra justo en medio de todo. Es de madera, posee los tradicionales caballos que se desplazan de arriba a abajo simulando el galope de estos animales y está lleno de luces de todos los colores. Una suave y dulce melodía inunda el espacio a medida que el carrusel da vueltas sobre su mismo eje.

—¿Subimos? —pregunto una vez que el juego se ha detenido.

Ella asiente con la cabeza en respuesta.

Nos adentramos hasta tomar asiento, ella quedando a mi lado derecho. El carrusel empieza a girar y girar lentamente mientras ambos saboreamos nuestros algodones y la música invade nuestros oídos. No decimos nada, y es que no es necesario decirlo. Nuestros ojos se encuentran y se observan tan fija y profundamente que pareciera que hablaran por sí solos, como si tuvieran una conversación de esas que no puedes sacarte de la cabeza y que sin duda las palabras jamás igualarían.

Después de varios minutos, el juego se detiene al igual que el trance en el que ambos nos encontrábamos. Se sintió como si hubiéramos sido sumergidos en una burbuja y no existiera nada más aparte de ella y yo.

—¿Fanático del fútbol americano? ¡Anímese a jugar! Tenemos increíbles premios para usted. —Escucho una voz a lo lejos, seguramente proveniente de un señor en uno de los puestos.

—¿Oíste eso? —indaga Roxana antes de que yo pueda hacerlo.

—Vamos. —Hago un ademán con la cabeza hacia la dirección desde donde proviene el sonido.

—¡Por fin un valiente! —exclama el señor con singular alegría, una vez que estamos frente a él—. Le explico el juego. Usted tendrá cinco oportunidades para hacer un pase e insertar los balones en los diferentes espacios circulares frente a ustedes. —Señala con su mano los huecos en el muro—. Si logra introducir tres de ellos correctamente, se hace acreedor a un peluche pequeño, con cuatro gana uno mediado y si logra insertar los cinco, se puede llevar uno de los osos gigantes.

—De acuerdo.

De una bolsa negra, saca cinco balones ovalados. Le pido a Roxana que sostenga tres de ellos, mientras yo me quedo con los dos primeros que arrojaré.

Empiezo a lanzar uno por uno los balones, logrando hacerlos girar de manera correcta y con la dirección adecuada, consiguiendo que estos entren en los agujeros de la pared. Roxana me entrega otros dos, los cuales siguen la misma trayectoria que los anteriores. Sonrío con orgullo, solo uno más y obtendremos el premio mayor.

Mis ojos se cruzan con los de Roxana cuando me volteo para agarrar el último balón que se encontraba en sus manos, y una idea cruza mi mente.

—Es tu turno —enuncio devolviéndole el balón.

—¿Mi turno?

—Quiero que tú lances el último balón.

De inmediato sus ojos se abren con pavor.

—Oh, no. No, no, no. ¡Solo falta uno para ganar! —expone—. No quiero arruinarlo.

—Y no lo harás —aseguro con confianza—. Vamos, Rox, yo confío en ti.

Deja salir un gran suspiro antes de asentir con la cabeza.

—Bien —accede—, pero ayúdame.

—Debes de pararte así. —Giro su cuerpo para que quede de perfil al tablero. Pongo mis manos en sus hombros para echarlos hacia atrás y separo un poco sus piernas también—. Tira en línea recta, es el menos complicado.

Gruñe por lo bajo.

—Haré mi mayor esfuerzo, pero yo no tendría muchas esperanzas. Hace mucho tiempo no hago esto.

La siseo.

—Yo si las tengo, sé que lo harás bien.

Toma una respiración profunda con los ojos cerrados. Sonrió enternecido. La escena se ve adorable, ella se ve adorable; tan concentrada como si se tratara de ganar un campeonato.

Abre sus ojos y localiza su objetivo. Balancea su brazo antes de lanzar el balón por los aires. Su rostro se contrae de sorpresa y una gran sonrisa mostrando sus dientes hace presencia.

—No puedo creerlo, ¡lo logré! —Salta de alegría.

Unas sirenas de colores en la parte superior del juego empiezan a sonar anunciando que, efectivamente, nos hemos ganado el premio mayor.

—Te dije que lo harías. —Desordeno un poco su cabello de manera juguetona.

—Pueden llevarse el oso que quieran —manifiesta el señor que atiende el puesto.

—Elige el que más te guste, chaparra.

Observa todos los peluches hasta detenerse en uno.

—Quiero ese. —Señala uno de color beige.

El encargado le entrega el premio y ella lo abraza como niña pequeña.

—¿Quieres dejarlo contigo o prefieres llevarlo al auto?

Ella lo piensa unos segundos antes de responder.

—Creo que será mejor llevar al Señor Barrigón al coche.

—¿Señor Barrigón? —cuestiono confundido, a lo que ella señala al peluche entre sus brazos—. ¿Así que nuestra criatura ya tiene nombre?

Ella asiente como una madre orgullosa, robándome una carcajada.

Sin duda esto es algo que me encanta de ella. Su inocencia y espontaneidad. Cuando se ruboriza por comentarios tontos, el que vea la vida tan color de rosa y nunca deje de sonreír, como si supiera que todo va a estar bien, es simplemente encantador.

🎡🎡🎡

Cuando ya la noche se empieza a acabar, reviso la hora, notando que son las once de la noche con siete minutos. Es momento de cerrar con broche de oro esta increíble primera cita.

—Sígueme —susurro en su oído y la tomo de la mano para ir a la entrada del último juego que visitaremos esta noche: la rueda de la fortuna.

Subimos a los asientos y esperamos a que las demás personas que usarán la atracción hagan lo mismo. Esta empieza a moverse circularmente, y cuando estábamos por alcanzar el punto más alto, una ráfaga de viento azota contra nosotros, ocasionando que nuestra silla de metal se columpie y nosotros nos inclinemos hacia el frente. En un reflejo, Roxana toma mi mano y la aprieta, como si eso de alguna manera la hiciera sentir protegida. Mi sonrisa se ensancha cuando, después de eso, no desenlaza nuestros dedos, sino que empieza a trazar líneas sobre mi dorso.

—Gracias —comenta en un tono de voz apenas audible y llevando su atención a mis ojos.

—¿Por qué?

—Por esto, por todo. —Sonríe sin esperar una respuesta y acomoda su cabeza en el hueco entre mi cuello y mi hombro, por lo que recargo la mía sobre la suya ligeramente.

En ese momento, fuegos artificiales de todos los colores y tamaños invaden el cielo, robándole protagonismo a las estrellas y la luna que anteriormente nos alumbraban.

Sin moverme de mi posición, checo mi reloj solo para confirmar que es el momento indicado. Cuando lo compruebo, menciono con entusiasmo:

—Once once, pide un deseo, chaparra.

Escucho mi sonido favorito escapar de sus labios.

Creí que no contestaría nada, pero mi corazón se agrandó y empezó a bombear a mil por hora cuando la escuché susurrar: «Deseo ser así de feliz por el resto de mi vida».

Oh, Rox, créeme que yo también.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

¡Punto de vista de nuestro protagonista masculino! Espero lo hayas disfrutado.

No olvides dejar tu valioso voto :)

Abrazos literarios,
—ℳau♡

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