Cap. 5: Corazón fracturado
Marco y yo cruzamos entre la multitud, chocando contra algunos cuerpos. Sin embargo, al estar cerca de las escaleras, recuerdo algo y me detengo en seco. Él voltea en mi dirección y ladea su cabeza, preguntándome con ese gesto qué ocurre.
—Perdona, he olvidado mi bolso en los sanitarios —explico con algo de pena—. Si quieres sube y te alcanzo en unos segundos, ¿vale?
—Vale —responde el muchacho antes de perderse entre la multitud.
Esquivando a algunas personas con movimientos torpes, abro la puerta de los baños, pero lo que veo me desconcierta por completo. Hay un tipo sujetando bruscamente contra la pared a una chica, la cual ni siquiera parece estar en sus cinco sentidos por completo.
Aun así, aparte de su mirada perdida, sus ojos están llenos de lágrimas. Al escucharme, ambos involucrados clavan sus ojos en mí. Los del sujeto se ven cegados por la lujuria; en cambio, en los de la chica se refleja una sola cosa: súplica.
No tengo que detenerme a pensarlo dos veces antes de plantármele con el valor que puedo reunir en una situación así.
—Déjala en paz —demando con voz firme.
El chico afloja un poco el agarre que ejercía contra el cuerpo de la muchacha, pero no la suelta.
—¿Por qué no te largas? —espeta, provocando que su aliento a licor y otras sustancias que seguramente son ilegales se estampen contra mi rostro.
—¿Por qué no te largas tú, idiota? Suelta a la chica.
El sujeto gruñe, pero para mi sorpresa, deja de ejercer presión contra ella. Sin embargo, me vuelvo presa del miedo cuando en un par de zancadas se encuentra solo a centímetros de mi rostro.
—¿Qué? ¿Acaso quieres unírtenos? —brama con una sonrisa torcida.
Por unos segundos me cuesta encontrar mi voz, recordando aquellos sucesos que me he esmerado tanto en enterrar hasta lo más profundo de mi memoria.
En medio de la desesperación, visualizo mi bolso, en el cual tengo guardado un frasco de gas pimienta. El problema es que se encuentra encima del lavabo más lejano de donde estoy. Sin embargo, la chica sí está lo suficientemente cerca para tomarlo.
—¿Acaso ya no eres tan valiente, muñeca? —replica el tipo, ladeando la cabeza.
Confiando en que él está lo suficientemente influenciado para no notarlo, le hago una seña sutil a la joven, señalando en dirección a mi bolso.
—Aléjate de mí —expreso con la intención de distraerlo.
Mis ojos se iluminan cuando veo a la chica hurgando dentro de mis cosas.
El sujeto relame sus labios antes de acercarse aún más.
—¿O qué piensas hacer?
Trago en seco, sintiéndome tan pequeña de repente.
—¡Oye! —vocifera la chica.
Él da media vuelta, girándose hacia ella, pero antes de que pueda hacer algún otro movimiento, la muchacha le rocía el gas en los ojos.
—¡Mierda! —gruñe—. ¡Hija de...! —Lleva ambas manos a sus ojos, tapándolos, y se marcha de los sanitarios hecho una furia.
En ese momento, la chica se desploma en el suelo y rompe en llanto. Es entonces cuando visualizo los moretones que comienzan a formarse en sus brazos y en su cuello, así como el tirante roto que provoca que su vestido no se sostenga de la manera correcta.
Me acerco con pasos delicados hacia ella, sabiendo lo frágil que debe de sentirse en este momento.
—Por favor, no vayas a contarle a nadie. —Su voz tiembla al pronunciar aquello.
Me agacho para estar a su altura, pero me abstengo de hacer cualquier tipo de contacto físico con ella. No quiero asustarla.
—No tendría por qué hacerlo —aseguro.
—No quiero que la gente me conozca por esto —murmura entre llantos—. Él... Él es mi exnovio... Yo... No puedo... —Un sollozo no le permite continuar.
Verla de esa manera: lastimada, vulnerable, avergonzada y preocupada por el qué dirán si decide contárselo a alguien, con miedo de que no le crean o que la culpen a ella, me recuerda perfectamente cómo me sentí yo hace un tiempo atrás.
Duele, pero también me empatiza. Es como si estuviera viendo mi antiguo reflejo.
—Oye. —Agarro su mano con sutileza—, no fue tu culpa.
—Empecé a coquetear con él —se lamenta—, debí haber parado cuando noté el estado en que se encontraba.
—No, no lo excuses. Es su culpa, no tuya.
—Por favor, no le digas a nadie —insiste con súplica en los ojos.
Suelto un suspiro pesado, sintiendo la manera en que mi pecho tiembla.
—No es mi historia para contar —manifiesto—. Aunque, si me permites darte un consejo, no creo que deberías quedarte callada. Esto. —Señalo sutilmente las marcas en su piel—, no es normal, así que no deberías tratarlo como si lo fuera.
La chica sorbe por la nariz, calmando los gimoteos que emite.
—Gracias —comenta al mismo tiempo que recarga la cabeza en la pared—. Si no te hubieras quedado, no sé qué hubiera pasado.
—Si no nos apoyamos entre nosotras, ¿entonces quién lo hará? —Estrecho su hombro en un gesto cariñoso—. ¿Viniste sola?
La chica asiente.
—Ven. —Me pongo de pie y le ofrezco una mano—, vámonos de aquí. Te acompaño hasta tu casa.
La chica arruga ligeramente su frente.
—Pero la fiesta... —alarga—, no tienes que irte solo por mí, ni siquiera me conoces.
Esbozo una sonrisa amable.
—Eso no importa. Sé lo que es sentirse sola y sin apoyo, y realmente no se lo deseo a nadie. —Hago un ademán con la mano—. Venga, larguémonos de aquí.
Temblorosamente, la chica sujeta mi mano y se apoya de ella para ponerse de pie. Sus piernas flaquean una vez que vuelven a soportar todo su peso. Cuando logra estabilizarse, se observa en el espejo, provocando que sus ojos vuelvan a llenarse de lágrimas. Con la punta de sus dedos toca los hematomas que sobresalen en su cuerpo.
—Vas a estar bien —le aseguro en un tono tranquilizador, esperando que mi voz tenga el efecto querido.
Aprieta sus labios con fuerza antes de asentir con la cabeza.
Tomo su mano y abro la puerta unos centímetros, cerciorándome de que no haya rastro de aquel sujeto que nos hizo pasar una mala noche. Sorprende, la parte interna de la embarcación se ve mucho más vacía que cuando entré hace unos minutos. Cuando veo una marea de burbujas empezar a descender por las escaleras y escucho los gritos provenientes de la cubierta, sé que es nuestra señal para que salgamos. Abrazo a la chica, pasando uno de mis brazos por encima de sus hombros, y empiezo a caminar a paso rápido hasta encontrar la salida del yate.
Una vez que estamos en el muelle, visualizo aparcada la camioneta de Leo, y un pequeño sentimiento de culpa me invade; creo que lo mínimo que pude haber hecho era decir que debía marcharme. Me detengo por un segundo, ocasionando que la chica a mi lado haga lo mismo, y empiezo a rebuscar algo útil dentro de mi bolso hasta toparme con un pañuelo de papel. Segundos después agarro un labial también.
—Lo siento —me excuso—, tengo que hacer esto.
Camino rápidamente hacia el coche y me recargo en la ventanilla para intentar escribir en el pañuelo: «Tuve que irme, lo siento. –R». A pesar del pequeño desastre que es mi nota, pienso que eso es mejor que nada. Coloco el papel en el parabrisas, asegurándome de que no pueda zafarse, y regreso a un lado de la chica.
Cuando veo un taxi pasar, elevo mi brazo y lo agito en el aire. Suelto un suspiro de alivio al percatarme de que ha reducido la velocidad. Sujeto la mano de la muchacha antes de tirar suavemente de ella con dirección al vehículo. Le ayudo a abrir la puerta y ella entra con cautela.
—A la avenida Mar de coral, por favor —le indico al conductor una vez que ya estoy subida también la parte trasera.
Un señor que ronda los cincuenta años me da una mirada a través del retrovisor antes de desviarla a la chica a un lado mío.
—¿Se encuentran bien? —inquiere con cierta expresión de seriedad.
Solo me limito a asentir con la cabeza.
Veo la duda en sus ojos por unos segundos, pero instantes después pone el motor en marcha y se dedica a conducir en un silencio que solo es interrumpido por los pequeños sollozos que abandonan los labios de la chica junto a mí mientras yo acaricio su mano con cariño.
Algunos kilómetros más tarde, el taxi se detiene. Abro la puerta de mi lado para bajar y posterior a eso rodeo el vehículo y ayudo a la mujer a descender del mismo.
—¿Cuánto le debo? —pregunto inclinándome por la ventanilla.
—¿Necesitan que las ayude en algo? —El señor ignora mi pregunta—. Si deben llamar a alguien o...
Esbozo una sonrisa amable ante su actitud.
—Descuide —enuncio intentando convencerme a mí misma.
El conductor deja salir el aire con pesadez y algo de rendición.
Abro mi cartera y empiezo a buscar el dinero.
—¿Entonces...?
—Déjalo —pide el taxista.
Levanto la vista hacia él.
—No, pero...
El señor eleva una mano a la altura de mi rostro, callándome con ese gesto.
—Tengo una hija que debe tener la misma edad que ustedes —expresa con la cabeza gacha—. Quisiera que si ella estuviera en su lugar, hubiera alguien que la ayudara. —Sonríe a medias—. Buena noche, jovencitas, y que el Señor las bendiga.
Enciende nuevamente el coche antes de marcharse por la oscuridad de la calle.
—B-bueno —inicia la chica a mis espaldas—, gracias por acompañarme.
—No fue nada.
—¿Tienes dónde quedarte...?
—Sí —me apresuro a afirmar—, mi hotel no debe estar muy lejos de aquí.
—¿Estás hospedada en el Qualia?
Asiento con la cabeza.
—Está bastante cerca, en realidad. Solo sigue por toda esta calle y cuando llegues al final gira a tu derecha para tomar el Whitsunday Boulevard. —Hace un ademán con su mano, señalando el camino—. Pasando el Grasstree Place debes de poder ver el edificio al fondo.
—De acuerdo.
—Igual suelen pasar muchos taxis a esta hora —añade—, por si prefieres regresar en un vehículo...
—Está bien —la corto sin ser grosera—, creo que caminar me será útil. —Realmente necesito el aire fresco en estos momentos.
La chica menea su cabeza en un movimiento casi imperceptible.
—Soy Madison, por cierto. —Me extiende su mano temblorosa.
—Roxana —me presento antes de estrechársela.
—Gracias por salvarme, Roxana. —En ese momento sus ojos se vuelven cristalinos otra vez, pero rápidamente pestañea para ahuyentar las lágrimas.
—Vas a estar bien. —Aprieto su mano y le regalo una última sonrisa antes de marcharme. Sin embargo, solamente me permito empezar a caminar por la calle una vez que estoy segura de que Madison ha entrado a su casa.
Me rodeo con mis propios brazos a la vez que avanzo rápidamente entre la oscuridad y el frío de la noche. El viento sopla en pequeñas ráfagas, silbando a su paso y haciéndome compañía en el ruido de mis pensamientos. Quiera o no, el sentimiento de vulnerabilidad vuelve a mí. Cuando estuve frente a la chica quise mostrarme fuerte, porque sabía que ella necesitaba a alguien que tuviera el vigor necesario para sostenerla también, pero ahora que me encuentro sola en medio de la lobreguez, me es imposible no derrumbarme.
Esta noche, al estar con el rostro enterrado en la húmeda almohada a causa de mis lágrimas y el corazón fracturado, a miles de kilómetros lejos de mi hogar, me doy cuenta de que cuando crees haber superado algo, puede suceder otra cosa que vuelve a tumbarte al piso.
. . . . . . . . . . . . . .
Creo que ahora que conocemos la peor época que tuvo que vivir nuestra protagonista, nos es posible entender un poco más algunas escenas o pensamientos que antes no tenían sentido del todo.
Este capítulo se lo quiero dedicar a cada una de mis lectoras que han tenido alguna situación difícil de recordar, así como Rox.
No olvides dejar tu valioso voto :)
Abrazos literarios,
–ℳau♡
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