Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Cap. 30: Tulipanes rosados

He de admitir que estoy un poco sorprendida cuando, por la tarde, recibo una llamada por parte de Isaac. Espero a que mi teléfono suene tres veces antes de contestar.

—¿Diga?

—Roxana.

Sonrío inconscientemente.

—Isaac, hola.

—Hola. —Hay una breve pausa en la línea—. ¿Tienes planes para hoy?

Me dejo caer en mi cama mientras adquiero un tono intrigante.

—En realidad, sí. Estoy pensando con cuál de mis tres maridos saldré esta noche.

El chico tarda en procesar que, por obvias razones, estoy bromeando, lo cual provoca que tenga que contener una carcajada.

—¿Tres maridos?

Emito un sonido afirmativo.

—¿Y quiénes son estos sujetos?

—Uy, lo siento, pero esa es información confidencial.

Isaac suelta un bufido.

—¿Qué? ¿Ahora vas a decirme que tendrás que matarme si me lo cuentas?

—No quería soltarlo tan abruptamente, pero...

Otro bufido. Una risotada más de mi parte.

—Vale, ¿y cuáles son tus maravillosos planes para esta noche? —No paso por alto el extraño tono sarcástico que utiliza.

—Bueno, uno de ellos me ha invitado al cine, otro me ha ofrecido una cena romántica y el último quiere llevarme a ver un stand-up.

—¿Un stand-up? ¿En San Valentín? Vaya, pero sí que te gustan los tipos raros.

—¡Ey! Quizá no sea el plan más romántico del mundo, pero no está mal querer reírte un rato con tu pareja.

—Claro.

—Deja de ser sarcástico —reprocho.

—No estoy siendo sarcástico.

—Claro.

—Tú estás siendo sarcástica.

—¡Simplemente repetí lo que tú habías dicho!

—Claro.

Ruedo los ojos, a sabiendas de que no puede verme.

—¿Y tú? ¿Harás algo en las siguientes horas?

—No todos tenemos tres esposos para elegir con cuál pasar el rato, Roxana.

—Oh, genial. Ahora estás siendo divertido.

—¿Qué? ¿Prefieres que vuelva a ser aburrido?

—Ni lo pienses.

Isaac suelta una débil risa.

—Te propongo algo —expone—. Hagamos realidad tu segunda opción de la noche.

Mis cejas se elevan disparatadamente.

—¿Estás invitándome a salir? —inquiero en tono juguetón.

—Te estoy invitando a cenar.

—¿En San Valentín?

—También conocido como el día del amor y la amistad. —Hace énfasis en la última palabra.

—Ya veo... —alargo con el mismo tono que utilicé segundos atrás—. De acuerdo.

—Paso por ti en... ¿Un par de horas?

—Está bien. ¿Ya sabes a dónde iremos?

—¿Por qué?

—Tengo que vestirme para la ocasión.

—Si lo que te preocupa es verte bien, eso no es un problema para ti.

Muerdo mi labio inferior, agradeciendo que no estemos frente a frente en este momento.

—Gracias, pero necesito algo mejor que eso.

—Un vestido estaría bien.

—De acuerdo.

—De acuerdo.

—De acuerdo. Adiós, Isaac.

—Nos vemos en un rato, Roxana.

🌷🌷🌷

Intento esconder la sonrisa que amenaza con formarse en mis labios cuando diviso el jeep aparcado de Isaac en las afueras del hotel. Él está recargado en una de las puertas, observando el discreto ramo de tulipanes que sostiene entre sus manos. No es hasta que el repiqueteo de mis tacones se hace más audible que levanta la vista, y entonces una cálida sonrisa, una que no había presenciado nunca, se dibuja en su boca.

—Ey —enuncio a modo de saludo, y después me quedo indecisa unos segundos sobre si debería acercarme a abrazarlo, darle un beso en la mejilla o inclusive estrecharle la mano.

No sé qué tontería acabo de pensar.

—Ey. —Isaac resuelve mi dilema cuando me extiende las flores, rompiendo con el raro momento que estábamos experimentando.

Acerco los tulipanes hasta mi nariz e inhalo con la fuerza necesaria para apreciar su aroma. Después termino riendo al darme cuenta de que son del mismo rosado que mi vestido.

—Qué coincidencia, ¿eh?

El chico eleva ambas manos en señal de inocencia.

—Supongo que sí. —Al cabo de unos segundos, pregunta—: ¿Te gustan?

Asiento con la cabeza.

—Mucho, gracias.

—Un placer. —Estira su mano hasta la manija de la puerta del copiloto y me ayuda a subir para posteriormente él hacer lo mismo del otro lado.

Conducimos por las oscuras calles de Australia en silencio, hasta que veinte minutos más tarde Isaac aparca su camioneta afuera de un bonito y acogedor restaurante. Rodea el auto, abre mi puerta y me ofrece su mano para descender. Juntos nos encaminamos hacia la entrada, y trato de disimular mi sorpresa cuando el chico que está encargado de recibirnos nos deja pasar tras confirmar que Isaac ha hecho una reservación previa.

—¿Entonces —inicio una vez que estamos sentados—, hiciste la reserva antes o después de llamarme?

No puedo explicar la alegría que me provoca el verlo tan cómodo y relajado, como si después de aquella noche gris finalmente hubiera podido soltar todo eso que lo retenía y lastimaba.

—¿La verdad?

Ladeo mi cabeza, rememorando una de nuestras primeras conversaciones.

—Sí, eso estaría bien.

Me parece que él ha tenido el mismo pensamiento cuando una de sus comisuras se eleva.

—Antes —confiesa.

—¿Tan seguro estabas de que aceptaría? —Me cruzo de brazos.

—Ve el lugar, está hecho un caos como todos los restaurantes de la ciudad esta noche. —Observa a su alrededor antes de volver a centrarse en mí—. Era mejor apartar una mesa con antelación y, en todo caso, terminar cancelando, a esperar para ver si aceptabas mi oferta y entonces arriesgarnos a quedarnos sin lugar —objeta.

Entrecierro mis ojos ligeramente hacia él antes de menear la cabeza.

—Bien, supongo que tienes razón.

La camarera llega a nuestra mesa y nos toma la orden. Algunos minutos más tarde regresa con nuestros alimentos y nos sirve una copa de vino a cada uno antes de volver a dejarnos solos. Hablamos poco, pero es agradable. Finalmente, cuando la velada parece estar por terminar, me atrevo a tocar el tema que ha rondado en mi cabeza.

—¿Cómo estás? —formulo la pregunta con la seriedad necesaria para no tener que especificar demasiado.

Isaac se reacomoda en su silla y vacila un poco antes de contestar:

—Estoy bien. —Hace un gesto extraño con la boca—. Estoy mejor que antes.

—Se te nota, y me alegra bastante.

Sonríe. Yo hago lo mismo.

—No había hablado con nadie al respecto en todos estos ocho años, ¿sabes? —Claramente no lo sabía, así que lo dejo continuar—. Ni siquiera con Noah. Le pedí específicamente que no lo hiciéramos.

—¿Y con tus padres? —me atrevo a preguntar.

La expresión de Isaac se transforma.

—No he tenido contacto con ellos desde entonces —determina, aunque segundos después duda y termina por corregirse—. Bueno, se presentaron en mi graduación.

—¿De verdad? —Intento ocultar la sorpresa que eso me provoca, pero es en vano.

Asiente, apacible.

—Pero no porque yo los invitara —aclara—, ni siquiera sé cómo se enteraron. Fue la primera vez que los vi después de la muerte de Ciro, habían pasado ya cinco años. —Hay una tranquilidad en su voz al momento de reconocer la muerte de su hermano que me lleva a pensar que tal vez, finalmente, ha logrado perdonarse al menos un poco—. Cuando subí al estrado para recibir mis papeles, los vi. Estaban sentados en una de las primeras filas, y me pareció haber vislumbrado algo de orgullo en sus ojos.

—¿Hablaste con ellos?

—Se acercaron a mí al finalizar el evento. —Aparta la vista, apenado—. No pude soportarlo. Empezaron a hablarme como si lo que tuvimos que pasar en esos últimos cinco años nunca hubiera ocurrido; como si mi hermano no hubiera muerto, como si yo no me hubiera salido de la casa, como si no fuera la primera vez que charlábamos después de tanto tiempo, como si no nos hubiéramos dicho aquellas palabras tan hirientes la última ocasión que estuvimos juntos... Simplemente no pude.

Aplano mis labios antes de soltar la bomba:

—¿Qué hiciste?

Suspira, arrepentido.

—Les pedí que se fueran —admite, y después niega con la cabeza—. «Pedí» es un eufemismo, básicamente los corrí del evento.

Me es imposible no sentir pena por él, a pesar de que sé que no es uno de los sentimientos más agradables que alguien puede dirigirte.

—Mi madre —prosigue— me envía una carta en mi cumpleaños. Lo ha hecho desde ese año.

—¿Le has respondido alguna vez?

—No he abierto ninguna —confiesa tras unos segundos.

—¿Por qué? —presiono.

—Nos dijimos cosas que no debimos haber mencionado jamás —explica sin entrar en detalles—. Podrán haber pasado cinco, ocho o treinta años, pero sus palabras seguirán repitiéndose en mi cabeza una y otra vez.

Decido que es suficiente, al menos por ahora.

Permanecemos en el restaurante un rato más para aligerar la tensión, y cuando la pesadez del ambiente ha disminuido, Isaac se encarga de pedir la cuenta y hacer el pago correspondiente por lo que hemos consumido.

—¿Quieres que te lleve al hotel? —cuestiona cuando ambos estamos montados en su vehículo.

Estoy a punto de responder de manera sarcástica que si no a dónde más podría llevarme, cuando caigo en cuenta que esa es la intención de la pregunta. Me está dando a escoger si quiero que la noche termine aquí o no.

Ante mi indecisión, añade:

—¿Ya has terminado la serie? Si no, podríamos ver unos cuántos capítulos.

Termino asintiendo con la cabeza.

—Está bien.

Isaac sonríe en respuesta antes de poner el motor en marcha y salir del estacionamiento.

Me encuentro algo inquieta durante todo el trayecto. Mi mente empieza a imaginar distintos escenarios de lo que podría ocurrir en las siguientes horas, y distintas emociones se instalan en la boca de mi estómago.

—¿Todo en orden? —Su voz me trae de vuelta al presente.

Trato de disimular el brinco que he pegado en mi lugar, e internamente agradezco que Isaac sea tan cuidadoso al manejar ya que nunca despega los ojos de la carretera.

Emito un sonido afirmativo.

—Puedes decirlo —comenta.

—¿A qué te refieres?

—Lo que sea que estés pensando. Puedes decirlo.

—Yo solo... —inicio, pero termino por callar—. Olvídalo.

—Anda —insiste—, ¿qué ocurre?

—Creo que deberías hablar con tus padres.

Me arrepiento de haber abierto la boca cuando veo cómo se tensa notoriamente.

—Lo siento —manifiesto inmediatamente.

—No, está bien. ¿Por qué crees que debería hacerlo?

Me sorprende que pregunte, así que me tomo unos momentos para pensar mi respuesta.

—¿Puedo ser directa?

—Sí.

Aun así, vacilo antes de hablar:

—Tus padres no deberían haber perdido a sus dos hijos el mismo día.

Isaac deja salir el aire de golpe.

—Lo sé —acepta para sorpresa mía—, pero es difícil.

—Me imagino que lo es, pero tal vez sea necesario. —Juego con mis manos sobre mi regazo—. Tu hermano ya no está, sin embargo tú sigues aquí. No actúes como si no fuera así.

Aprovecha la luz roja de un semáforo para mirarme rápidamente.

—¿Qué estás queriendo decir?

—Que tú no moriste ese día, Isaac.

—Bueno, quizá debería...

—No sigas —lo hago callar—. Por favor, no te atrevas a decir eso.

—Esa fue una de las cosas que mi madre me dijo esa noche.

Siento mi corazón agrietarse un poco cuando termina de pronunciar aquello.

—¿Qué? —musito.

—Dijo que Ciro no se merecía morir, pero que yo... —Traga con esfuerzo—. Me fui antes de que pudiera terminar la oración, pero creo que a los dos nos quedó muy claro lo que no alcanzó a enunciar.

—Dios, yo... lo siento, debí haberme quedado callada.

—No, está bien —repite—. Me agrada que digas lo que piensas.

Sonrío ligeramente. La luz del semáforo se torna verde, y emprendemos nuevamente el camino a su casa.

—Quizá lo haga, algún día —acota de repente.

—¿Qué cosa?

—Hablar con ellos, con mis padres —aclara—. Creo que nos lo debemos.

No contesto nada, ya que supongo que él no espera que lo haga. Tal vez solo necesitaba poder decirlo en voz alta mientras alguien más lo oía.

Cuando algunos minutos más tarde detiene el jeep en las afueras de su edificio, no consigo retener la pregunta.

—¿Noah no se encuentra en casa?

Isaac dirige sus ojos a donde se supone que debería ir el auto de Noah, dándose cuenta de que ese sitio se encuentra vacío.

—No, está con Zoe en su departamento.

Relamo mis labios y asiento con la cabeza.

—¿Tienes algún problema con eso?

—No —me apresuro a negar.

—De acuerdo —dice, pero ninguno de los dos baja del auto. Remueve su cinturón de seguridad y se gira hacia mí, manteniendo un brazo apoyado en el volante—. Nunca te agradecí como debía por lo de la otra noche.

—No tenías que hacerlo.

—Por supuesto que sí —refuta—. Estuviste ahí para mí de la forma más leal y comprensible posible, y quiero que sepas que por eso te estaré eternamente agradecido, Roxana.

Abro la boca para contestar, pero él retoma la palabra con rapidez:

—Y también siento que hayas tenido que verme en el estado en que me encontraste.

—Ya te dije que no debes disculparte por los ataques de pá...

—No me refiero al de pánico —aclara, y de repente el aire dentro del auto se vuelve pesado.

—Oh —exclamo torpemente al entender a qué se refiere—, tampoco pasa nada.

—Claro que pasa. ¿Qué hubiera ocurrido si hubieras irrumpido en mi habitación minutos antes? Yo... perdí el control, y hubiera podido perderlo contigo.

—Pero no pasó —intento tranquilizarlo—. ¿Fue la primera vez?

Isaac asiente, algo cohibido.

—Fue como si de pronto me convirtiera en...

—¿El increíble Hulk? —sugiero, intentando aligerar un poco el ambiente.

—Tenía pensado algo menos agradable, la verdad.

Le doy una mirada severa.

—¿Entonces qué? —continúa—. ¿Tú serías la Viuda Negra?

—No soy pelirroja, por si no lo habías notado.

—¿Y acaso te parece que yo soy verde?

Vale, eso sí me roba una buena carcajada. Isaac se me une en risas menos escandalosas.

—Gracias, Roxana, de verdad.

—No fue na... —Al ver la forma en que me está mirando, me corrijo—. Por nada, Isaac.

Sin previo aviso me rodea con sus brazos y se permite enterrar su cabeza en mi cuello. Me quedo quieta los primeros instantes, pero termino por abrazarlo igualmente, recargando mi cabeza en su hombro. Estoy segura de que permanecemos así más tiempo del estrictamente necesario, pero ninguno de los dos le toma importancia a eso. Cuando finalmente nos separamos, Isaac acuna un lado de mi rostro en una de sus grandes manos y, no podría afirmar si fue intencionalmente o no, roza mi labio inferior con su pulgar.

Trago en seco.

—Creí que estábamos de acuerdo en que no debíamos hacer eso —susurro.

—Esa noche estábamos borrachos —aclara—, no era lo correcto.

—¿Y ahora?

—Ahora, completamente sobrio, quisiera eliminar la distancia que queda entre nosotros, pero no pienso hacerlo sin tu consentimiento. —Roza su nariz con la mía, pero cumple su palabra.

Mi corazón golpea con fuerza dentro de mi pecho y algo dentro de mí crece ante la anticipación. Aun así, por primera vez me permito analizar las consecuencias que conllevaría el que yo cediera ante este momento de debilidad.

—Hay muchas razones por las cuales no deberíamos hacerlo.

—Dime una —pide.

—Me voy en unos meses.

—Ambos sabemos que el futuro es incierto.

—Bueno, mis boletos de avión no concuerdan contigo.

Un silencio breve flota entre nosotros.

—Podríamos intentarlo —prosigue, y tras unos segundos, añade—: Yo quiero intentarlo.

No puedo negar la forma en que el aire abandona mis pulmones de golpe, ni lo tentador que resulta el simple hecho de tener que impulsarme apenas unos centímetros para que sus labios entren en contacto con los míos, pero, por alguna razón, opto por hacer lo contrario y termino por echarme para atrás.

—Te quiero, Isaac, pero no puedo hacer esto.

Su aliento rebota contra mis labios entreabiertos en el momento en que deja salir una exhalación profunda. Segundos después se aparta y se recarga contra su asiento.

—¿Lo amas? —suelta tras unos segundos.

—¿A quién?

—Hay alguien más, ¿no es así?

Aprieto los ojos y me dejo caer en mi respaldo igualmente. Meneo mi cabeza, afirmando de esa manera.

—¿Lo amas? —repite.

—Creo que lo hago.

—¿Y él te ama a ti?

Me sorprendo a mí misma cuando respondo sin ninguna pizca de vacilación:

—Sí, lo hace.

.  .  .  .  .  .  .  .  . . . . . .

ROXANA ACABA DE TOMAR LO QUE POSIBLEMENTE ES LA DECISIÓN MÁS IMPORTANTE DEL LIBRO.

Descarga tus gritos aquí 👉🏼

Cada vez estamos más cerca de lo que todos hemos estado esperando... y estoy nerviosa.

No olvides dejar tu valioso voto :)

Abrazos literarios,
–ℳau♡

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro