Cap. 30: Endeudados hasta la médula
—¿Extrañas tu país? —Thiago desvía su vista de mis ojos, concentrándose en un mechón rebelde que cae a un lado de mi rostro y jugando torpemente con él.
Suspiro inconscientemente.
—No es que extrañe mi país como tal, sino extraño las cosas que representa. —Trazo un patrón sin sentido en su pecho desnudo—. Por supuesto que extraño a mi familia, extraño ciertos lugares, y la comida; definitivamente extraño la comida.
—Yo también extraño a mis padres —dice él, curvando sus labios hacia abajo—. Y a Logan.
—Oh, lo lamento mucho.
—Sí, yo también lo hago... —Frunce el ceño y se detiene unos segundos—. Espera, ¿qué es lo que estamos lamentando?
—La muerte de Logan —aclaro yo, en un susurro.
—¡¿Logan se murió?! —chilla aterrado.
—No lo sé, yo no conozco a ningún Logan —me excuso alzando mis hombros, a lo que él desinfla su pecho volviendo a exhalar con normalidad.
—Logan sigue respirando en alguna parte de Canadá —asegura él—, o eso quiero creer. —Sacude su cabeza, para de ahí maldecir por lo bajo y apretar los ojos.
Seguramente también se le removió todo su cráneo.
—Era mi mejor amigo —aclara después de recuperarse del batidero que acaba de hacer en su cerebro.
—Oh no, ¿ya no son mejores amigos por siempre y para siempre? —pregunto entristecida por la idea.
—No lo creo... —opina en tono melancólico—. Tiene mucho que no hablo con él.
—Entonces lamento eso, pero me alegra que no esté muerto —termino asintiendo con la cabeza lentamente, para evitar una catástrofe.
Permanecemos unos minutos en silencio. Él vuelve a clavar su vista en el cielo y yo trato de hacer lo mismo sin romper mi cuello en el proceso.
—¿Qué es lo más loco que has hecho? —pregunto yo espontáneamente, regresando mi vista a ese par de ojos azules.
—Mmmm. —Cierra sus ojos, vagando en sus recuerdos.
O eso creía yo, hasta que empecé a escuchar unos leves ronquidos al cabo de unos segundos.
—¡Ey! —Repito la acción de afuera del baño, sobresaltándolo de nueva cuenta.
—¡Qué no hagas eso! —se queja, masajeando los laterales de su cabeza.
—¡Deja de dormirte entonces! —refuto.
—¿Podemos dejar de gritar? No quiero que mi cabeza explote —habla en un tono de voz que es apenas audible por encima de la música.
Gesticulo un «De acuerdo», a lo que Thiago alza sus dos pulgares a modo de aprobación.
—Lo más loco que he hecho... —repite la oración, inclinando su cabeza hacia atrás—. Emborracharme con mi novia y terminar durmiendo en el auto.
—Oh, ¿entonces ya lo habías hecho con alguien más? —Mis facciones decaen y siento un pequeño nudo en mi garganta.
Thiago me observa sin entender.
—¿Qué? ¡No! —grita, por lo que le doy una mirada significativa y él alza los brazos en disculpa—. Me refiero a ti, Rox.
—Espera, ¿ya habíamos hecho esto antes? —cuestiono con aún más confusión.
Suspira exasperado y pasa una mano por todo su rostro.
—No, chaparra. Me refiero a justo ahora, este momento, hoy.
—Ahhh —alargo entrando en razón—. ¿Por qué no te explicas bien?
Chasquea su lengua y empieza a reír, hasta que ese sonido se convierte en algo diferente.
—Hip.
Brinca en su lugar, haciendo que yo haga lo mismo, a causa de ese espasmo.
Oh no, borracho con hipo a la vista.
Maldice por lo bajo, pero no termina de pronunciar sus palabras cuando otro hipo se hace presente.
Sin poder controlarme empiezo a reírme, a la vez que Thiago me observa con los ojos entrecerrados.
—Esto —Hip— no —Hip— es —Hip— divertido —Hip.
Ni siquiera él puede controlarlo más y estalla en carcajadas también.
—Espera. —Me estiro hacia el frente del auto buscando en el asiento una de las botellas de agua que nos entregó la chica del bar—. Ten.
Antes de tomar la botella, Thiago conduce sus manos a la parte posterior de mi cuerpo y las usa para acariciar desde mi espalda baja hasta la parte posterior de mis muslos. Me sorprendo por su tacto y abro los ojos con énfasis, pero antes de que pueda preguntar algo se adelanta.
—Alisé tu falda. —Hipa—. Se te había subido por el cambio de posición. —Su expresión es de lo más seria posible. No hay ni una mirada coqueta o sonrisa pícara, lo que me hace saber que habla en serio y sus intenciones fueron puras.
Mis mejillas se sonrojan, y estoy segura de que no es solamente el acetaldehído en mi cuerpo lo que provoca la dilatación de mis vasos sanguíneos.
¿Cómo mierda en este estado sé qué es lo que provoca que los ebrios se sonrojen? Si ni siquiera sobria hubiera podido decir eso.
Le sonrío sin ser capaz de decir algo, y muevo la mano con la cual estoy sujetando el envase con agua, provocando que la tome. Pone su espalda recta contra la puerta de su lado, haciendo que yo quede sentada sobre él. Tarda varios segundos en lograr destapar la botella, y cuando lo logra empieza a llevarla hasta sus labios entreabiertos, hasta que justo cuando ya la tenía empinada, otra contracción de su diafragma hizo que su mano temblara y terminara mojándonos a ambos con el contenido de la botella.
Thiago suelta otra maldición en lo que va de la noche y pasa su mano por la parte delantera de su torso, en un intento por quitarse las gotas de agua.
Claro, cómo nuestras manos son servilletas...
Después de unos cuantos tragos sin rendir frutos, suspira rendido y se vuelve a dejar caer posando ambas manos atrás de mi espalda, acariciándola. Me permito acostarme completamente encima de él, pero siento cómo mi blusa se pega a mi piel incómodamente y también humedece el torso de Thiago.
Hago una mueca y me incorporo otra vez. Thiago me observa curioso desde abajo y coloca una mano en cada uno de mis muslos, en el borde de mi falda.
—No mires —sentencio firmemente logrando que su expresión se vuelva más confusa, pero aun así obedece girando su rostro y quedando con la vista hacia el respaldo del asiento.
Tomo el final de mi blusa y levanto la tela hacia arriba, cerciorándome de que él no esté desviando la mirada. No lo hace. De hecho, pareciera que de repente el respaldo se ha vuelto el objeto más interesante en el mundo. Después de mantener mis ojos clavados en él durante unos segundos, noto que traga en seco y tensa su mandíbula.
Inclusive el hipo ha desaparecido.
Me abstengo de soltar una risa y aprovecho mi prenda poniéndola a la altura de mi trasero sobre la falda. No quisiera que algún curioso se asomara por la ventana y se llevara una grata sorpresa para él y bastante desdichada para mí.
—¿Te molesta? —le pregunto a Thiago, esperando su respuesta negativa antes de volver a acostarme.
—No —contesta muy seguro. Se reserva de girar su cabeza hacia mí hasta que ya me encuentro boca abajo nuevamente.
—Veo que se te quito el hipo —bromeo haciendo que los dos riamos por lo bajo.
—Creo que contuve la respiración más de lo necesario cuando empezaste a... —Hace un ademán con su mano referente a mi despojo de ropa—. Así que gracias.
—Cuando gustes —contesto coqueta guiñándole un ojo, logrando que se remueva nervioso en su lugar—. ¿Apoco el señor Reyes se pone inquieto en una situación así?
Tiene una mirada severa en el rostro, alzando ambas cejas.
—No porque mi sangre esté hasta el tope de alcohol en estos momentos significa que mi cuerpo deje de sentir lo que provoca...
Callo su explicación sellando sus labios con los míos. Él gime en mi boca por la sorpresa, haciendo que yo profundice aún más el beso, abriéndome paso con mi lengua la cual colisiona con la suya. Muerdo lentamente su labio inferior antes de separarme.
—Tienes un novio que aún bajo los efectos de esta sustancia no piensa pasarse de listo. —Hace una pausa antes de agregar—: Y sí, Rox, me refiero a mí por si no te había quedado claro como la otra vez.
Esto último me hace reír, pero mis carcajadas se ven interrumpidas por un bostezo.
—¿Qué hora es? —pregunto tallando uno de mis ojos.
Thiago despega una de sus manos de mi espalda y acerca su muñeca a su rostro.
—Son las... ¿seis con cuarenta y ocho? —Entrecierra sus ojos—. No, las ocho con setenta y seis. —Vuelve a enfocar su vista en el reloj—. Espera, esa hora ni siquiera existe. —Bufa—. No tengo la más remota idea, no veo nada.
—Creo que es hora de dormir —opino riendo.
—Suenas como una madre hablándole a sus hijos cuando ellos quieren quedarse jugando videojuegos hasta tarde —comenta él, con una sonrisa—. ¿Así serás con nuestros hijos, chaparra?
La pregunta me toma desprevenida, y tardo unos segundos en procesarla.
—¿Nuestros hijos?
Él asiente, como si fuera lo más normal sacar este tema a colación.
—Sí, creo que serías una excelente madre, y sin duda una excelente esposa.
Inevitablemente, esto último me hace devolverle la sonrisa.
—¿Inclusive si no permito que nuestros hijos se desvelen sentados frente a una pantalla?
—Inclusive así. —Besa mi frente en un acto rápido, para después acomodarse contra la ventanilla y su camisa hecha bola—. Eso es un futuro alentador —suelta en un susurro que casi alcanza lo inaudible, ya con los ojos cerrados.
Vuelvo a poner mis brazos cruzados sobre su pecho y me dejo caer de esta manera, recargando mi cabeza de lado.
—Buenas noches, chaparra. —Acaricia mi cabello, enterrando sus dedos en él.
—Buenas noches, cariño. —Beso su barbilla antes de volver a mi posición de descanso, cerrando los ojos, y dejándome caer en un profundo sueño al ritmo de sus lentas respiraciones.
🌌🌌🌌
Ahora es cuando me encuentro con una oficial de la ley que se ve amenazadora, un dolor de cabeza insoportable, un novio que luce incluso más asustado que yo, y mi pecho al descubierto a excepción de la ropa interior que evita que la situación sea aún más catastrófica.
La señora de afuera vuelve a golpear el vidrio, irritándome.
¡Ya la vimos! ¡¿Por qué demonios sigue azotando su estúpida linterna contra la ventanilla?!
Gesticula un «Bajen la ventana». Thiago abre los ojos, alarmado, y hace caso a su orden.
—B-buenos días —saluda él cordialmente, pero la cara de asustado nadie se la quita.
—Es ilegal dormir dentro de su automóvil, a no ser que se encuentren en una zona especial para aparcar su vehículo en la noche, lo cual no hicieron —enfatiza la señora, apuntando algo en una libreta de bolsillo—. Tampoco está permitido tener relaciones sexuales en espacios públicos, está respaldado en el código penal 1899, sección 227.
Mi rostro se tiñe de todas las tonalidades posibles y a Thiago casi se le desencaja la mandíbula.
—Nosotros no tuvimos relaciones en un lugar público —me apresuro a aclarar—. Ni tampoco privado —agrego después de analizar mi oración—. El punto es que no tuvimos relaciones sexuales en ningún lugar.
—¿Y entonces por qué están semidesnudos uno encima del otro?— inquiere la guardaparques, con desconfianza.
Volteo a ver a Thiago, quien se rasca la nuca con evidente incomodidad. No sé si por todo lo que pasó anoche o porque no recuerda nada y no sabe qué respuesta dar.
—No recuerdo exactamente —confieso con honestidad—, pero solamente nos faltan las prendas superiores. Eso no es indicio de que hayamos tenido relaciones en el auto —trato de explicar sin alterarme y de la manera más educada posible.
Entiendo que existan personas que realicen acciones no aptas para todas las edades en áreas públicas, pero ella está acusándonos injustamente de algo erróneo, y estoy bastante segura que para levantar cargos en nuestra contra por eso, necesitaría pruebas sólidas, las cuales no tiene.
La señora alza de manera exagerada una de sus cejas, para de ahí centrar su atención en la libreta que sostiene entre sus manos, anotando eufóricamente algo en ella. Arranca la hoja donde estaba trabajando segundos antes y golpea el borde superior del cristal indicándonos así que lo bajemos completamente. Estiro mi brazo y hago lo que me pide. Ella apoya sus antebrazos en el hueco creado y me extiende el papel.
—Como la penalización que les estoy entregando es escrita a mano, pueden pagarla de tres maneras: la primera es enviando su multa junto con un cheque u orden de pago a la dirección anotada aquí. —Con la punta de su bolígrafo apunta la parte superior del papel—. El cheque tienen que hacerlo a nombre del Departamento de Transporte y Carreteras Principales. —Mueve el lapicero en el aire, señalándonos ocasionalmente con él—. La segunda opción es hacerlo en línea desde el sitio oficial, que es este de aquí —Señala ahora una dirección web—, pero si deciden hacerlo así no podrá ser inmediatamente, ya que deben esperar hasta que se registren los detalles de la multa en el sistema, lo cual puede tardar desde siete hasta veintiún días contando desde hoy. —Hace una pausa recuperando el aire debido a la rápida pronunciación de sus palabras—. La última alternativa es que vayan a cualquier centro de servicio al cliente de transporte y motorización o a la oficina del Programa de Agentes de Gobierno de Queensland, y realicen ahí su pago. Pueden hacerlo en efectivo o con tarjeta.
No es hasta que termina de hablar y darnos todas esas órdenes, que me atrevo a tomar la multa y leerla minuciosamente con mis ojos.
¡¿Quinientos sesenta y ocho dólares australianos?!
Tiene que ser una jodida broma.
Mi mandíbula cae al suelo y me resulta imposible no darle una mirada severa a la guardaparques. Thiago se percata de mi actitud y sin decir nada toma el papel con el entrecejo arrugado, hasta que parece toparse con la dichosa cantidad y sus cejas se disparan hacia arriba.
Hubiera preferido caminar borracha hasta el hotel, o al menos intentarlo.
—¿Pero qué se cree que...? —inicio con intención de reclamarle a la mujer, pero Thiago aprieta mi muslo sutilmente, logrando que me calle.
—Gracias —responde él en mi lugar, con una sonrisa—. Que tenga un buen día.
La guardabosques da un asentimiento de cabeza a la vez que sujeta su sombrero con una mano a modo de despedida, antes de dar media vuelta y perderse en algún lugar.
Subo el vidrio nuevamente y me volteo hacia mi novio.
—«¿Que tenga un buen día?» —repito, incrédula—. ¡Con lo que le debemos al gobierno de Queensland no nada más tendrán un buen día, tendrán uno maravilloso!
Thiago suspira y se agacha para recoger las prendas que están regadas en el suelo. No es hasta que él tiene mi blusa en mano que me percato de la ausencia de esta. Inconscientemente trato de cubrir mi cuerpo con mis brazos y mis mejillas se tiñen de rojo al recordar que estuve semidesnuda ante una oficial de la ley, y frente a mi novio.
La comisura izquierda de sus labios se desliza ligeramente hacia arriba, a la vez que estira su brazo con el cual está sujetando mi ropa y desvía su mirada hacia algún punto que no sea mi cuerpo.
Prácticamente le arrebato la prenda y me apresuro a ponérmela; tanto, que lo hago de manera incorrecta. Maldigo en voz baja y escucho cómo de su boca se escapa el atisbo de una sonrisa. Remuevo de nueva cuenta la camisa y, asegurándome esta vez de que la tengo agarrada correctamente, paso mi cabeza por el hoyo y la acomodo cubriendo mi torso.
Una vez que ya hay ropa de por medio entre los dos, me extiende una aspirina con una botella de agua, la cual no dudo en tomar a causa de la terrible resaca que sufre mi cabeza. Él hace lo mismo.
Unas pequeñas gotas de agua se escapan de mi boca resbalando por mi barbilla, hasta terminar estrellándose en parte de mi blusa, acción que no pasa desapercibida por Thiago. Se queda admirando mi mentón húmedo durante unos segundos, hasta soltar una pequeña risa. Enarco una de mis cejas hacia él.
—Ayer se mojó parte de tu blusa y fue por eso que te la quitaste —explica al sentir mi mirada de confusión.
Muerdo mi labio inferior y aparto la mirada, un poco avergonzada. No recordaba eso.
—Juro que no vi nada. —Alza ambas manos en señal de inocencia.
—Sí, claro —ironizo.
Lleva una mano a su pecho, ofendido.
—Me dueles, Rox.
—Y a mí me duele la cantidad de dinero que debemos de pagar —contesto cambiando de tema, aún sin poder creerlo.
¡Es el equivalente a poco menos de dos meses y medio de trabajo con el salario mínimo de mi país! Claro, tampoco es que este sea muy alto, pero ese no es el punto.
—No debes preocuparte por eso —asegura él, con una tranquilidad envidiable.
—¡Por supuesto que me preocupo por eso! ¡Es muchísimo dinero!
—¿La pasaste bien ayer? —pregunta él al cabo de unos segundos, ignorando mis comentarios anteriores.
—Thiago, no recuerdo el ochenta por ciento de lo que pasó anoche —enfatizo los hechos, clavando mi mirada en él.
—Yo tampoco, pero no dudo que haya valido la pena —responde sonriendo a la vez que entrelaza sus manos atrás de su cabeza.
—¿Qué piensas hacer para conseguir el dinero? —cuestiono jugando con mis manos sobre mi regazo—. Yo no puedo pedirle el dinero a mis padres, ellos no tienen por qué pagar por mis decisiones. Pero puedo tratar de conseguir un empleo por unas semanas y así darte la mitad del cos...
—¿De qué hablas? Por supuesto que no —se apresura a negar—. ¿Cómo crees que te pondría a trabajar para que pagaras algo como esto?
—Es la única manera en la que podría...
Me sisea.
—No. Eso no va a pasar.
—Pues yo tampoco pienso dejarte pagar todo tú solo. Esto fue decisión de ambos, ambos nos haremos cargo de ello —refuto yo, convencida absolutamente de mi pensamiento.
—Pero no tienes que ponerte a buscar un empleo en otro país. No viajaste trece mil kilómetros para gastar tu tiempo de esa manera. —Niega con la cabeza—. Ya me lo pagarás luego, chaparra.
—¿Estás ofreciéndote a prestarme doscientos ochenta y nueve dólares australianos sin ninguna seguridad de que te los devuelva en algún momento? —Me cruzo de brazos.
—Exactamente eso es lo que estoy haciendo —afirma, con la misma posición relajada.
—No lo sé, cariño... —Exhalo pesadamente sin estar muy convencida.
—Sabes que es tu mejor opción —asegura él—. Prefiero que quedes endeudado conmigo a que lo estés con tus padres, con tu hermana, o con cualquier otra persona.
Honestamente, siempre he sospechado que Thiago tiene un buen fondo de ahorro o algo parecido. Nunca hemos sacado ese tema a colación, ni tampoco pienso hacerlo porque definitivamente no es de mi incumbencia, pero el simple hecho de que se haya estado hospedando durante tantos meses en el hotel como yo, ya es indicio de algo.
—Bien —accedo, sin estar completamente de acuerdo—. Pero prometo que te lo pagaré después.
No contesta nada. En lugar de eso se inclina hacia el frente y deposita un espontáneo y rápido beso en mis labios, sorprendiéndome.
—Tienes un corazón muy noble, Rox. Esa es solo una de las muchas cosas que me encantan de ti —confiesa en un susurro a escasos centímetros de mi rostro, antes de volver a besarme.
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Tengo un anuncio importante que dar:
Premonición de amor se está acercando a la recta final. Faltan solamente como diez capítulos para que todo esto termine y, a su vez, se revele el gran enigma que envuelve a esta historia.
¿Crees estar preparado para saberlo? ¿Tus teorías sobre ello serán ciertas?
Lo descubrirás dentro de poco.
Mientras tanto, nos leemos el siguiente domingo.
Fun fact del este capítulo: Tuve que leerme parte de la Constitución de Australia para poder escribir este capítulo. Así que sí, todo lo mencionado anteriormente en relación con leyes es verídico. Por si en algún momento viajas a Australia, mejor no te quedes dormido/a dentro de tu auto a no ser que quieras endeudarte gravemente con el gobierno tal y como lo hizo este par.
No olvides dejar tu valioso voto :)
Abrazos literarios,
—ℳau♡
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