Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Cap. 28: Anclarse al presente

Mi ceño se frunce inmediatamente al darme cuenta de que la puerta del apartamento de Isaac y Noah se encuentra entreabierta.

—¿Noah? ¿Estás en casa? —cuestiono sin empujar en su totalidad la tabla de madera frente a mí por respeto a su privacidad, pero cuando no obtengo respuesta alguna decido adentrarme en el piso.

El orden característico de la sala no existe en lo absoluto: hay una lámpara hecha trizas en el suelo, los cojines del sillón están esparcidos por todos lados y el contenido de un vaso se está desparramando sobre la mesa del centro.

—¿Noah? —El llamado esta vez sale en un susurro espontáneo.

Saco mi teléfono a toda prisa y me dispongo a teclear el número de emergencias como prevención, dejando que mi dedo índice flote encima del botón que iniciaría la llamada antes de seguir recorriendo la casa.

Mi corazón pega un brinco dentro de mi pecho cuando, al estar cruzando el pasillo, el sonido de unos fuertes golpes se filtran a través de las paredes de una de las habitaciones. Desde el punto donde me encuentro, puedo divisar que, al igual que en la entrada, la puerta no se encuentra completamente cerrada. Trago en seco y avanzo un par de pasos más, tratando de hacer el menor ruido posible.

Pego mi espalda a la pared, sintiendo la forma en que esta vibra debido a los impactos que parece estar recibiendo, mientras trato de tranquilizarme y ordenar mis pensamientos.

Con suma precaución, decido asomarme a penas los centímetros necesarios para poder tener una vista discreta del interior de la habitación.

La sala no tiene comparación con lo que estoy viendo ahora.

Trofeos yaciendo en el suelo, libros regados fuera de sus estanterías, pedazos de lo que antes eran portarretratos decorando el suelo, las sábanas de la cama hechas un desastre, pósters rasgados en los laterales y cientos de hojas dispersas por toda la superficie. Pero el detalle más llamativo es el imponente cuerpo masculino que se encuentra recargado en una de las paredes, sacudiéndose violentamente.

Es Isaac. Y está llorando.

Mi teléfono se me resbala de la mano y aterriza sobre la alfombra, llamando la atención del chico frente a mí.

Ver la forma en que su espalda se contraía con cada sollozo era una cosa, pero observar su rostro empapado en lágrimas era algo para lo que no estaba preparada.

En un impulso me acerco a él y lo rodeo con mis brazos, intentando cubrir su gigantesco cuerpo con el mío y tratando de que el contacto físico lo traiga de vuelta al presente.

—Roxana...

—Puedes llorar —me limito a decir—. Está bien.

Me estremece por algunos segundos la fuerza con la que me devuelve el abrazo y se acurruca contra mi cuerpo, y de repente parece ser él quien está sosteniéndome a mí. Tal vez lo único que necesita es anclarse a alguien o algo en este momento, y me permito ser ese alguien por el tiempo que lo requiere.

—Es hoy —murmura con un hilo de voz.

—¿Qué ocurre?

—Ciro, él... —Su voz lo traiciona, volviéndole imposible terminar la oración.

Segundos después me percato de la forma en que su respiración comienza a fallar y el aire no parece llegar a sus pulmones, así como la desesperación que refleja su mirada.

—Isaac, necesito que respires. —Le tomo el rostro con ambas manos, obligándolo a verme a los ojos.

—No, no puedo... —Sus manos aterrizan en su cuello con desesperación.

—Hazlo conmigo, ¿de acuerdo? Respiremos juntos.

Doy una bocanada de aire, incitándolo a hacer lo mismo, pero no da resultado.

—Duele... —balbucea con los ojos apretados.

Suelto su rostro y sostengo sus manos, situando una de ellas sobre su pecho y la otra sobre el mío, manteniendo mis manos encima de las suyas.

—Estamos bien —continúo—. Va a pasar, ¿de acuerdo?

Isaac niega con la cabeza.

—No, yo... me voy a morir, no puedo respirar.

—Tus pulmones están en perfecto estado, Isaac —reitero—. Va a pasar.

—No puedo...

Lo interrumpo respirando profundamente y apretando su mano aún más contra mi pecho, permitiéndole sentir la manera en que este se infla.

—Hazlo conmigo —pido con sutileza antes de volver a inspirar.

Finalmente, logra seguirme.

—A tu ritmo, ¿sí? No pasa nada.

Empieza con respiraciones lentas, manteniendo sus ojos cerrados con algo de fuerza al mismo tiempo que se aferra a mi camiseta y a la suya. Con el paso de los minutos su agarre se vuelve más débil y su resuello más pausado.

—Está bien.

—Está bien —repite aún con la cabeza agachada antes de recargarla sobre mi hombro y soltar una última exhalación pesada.

Coloco una mano sobre su espalda, acariciándola con suavidad.

—¿Ha pasado?

Isaac asiente sin erguirse, así que lo único que hago es abrazarlo con más fuerza.

Al cabo de unos segundos por fin es capaz de pronunciar:

—Ha pasado.

—Bien.

Recobra la postura de siempre, alzándose en toda su altura, pero evita mirarme a los ojos.

—No deberías avergonzarte por algo que no puedes controlar, Isaac —comento sin caer en un reproche.

El chico suelta un suspiro.

—Vale, pero no me entusiasma la idea de que hayas tenido que presenciar uno de mis episodios.

—Basta, me alegra haber podido ayudar.

Se pasa las manos por el rostro y el cabello, alborotándolo.

—Tenía demasiado tiempo sin experimentar uno y... —Deja salir el aire con brusquedad—. Gracias.

—No fue nada —aseguro, dando por terminada la conversación en torno a ese tema.

A pesar del desastre que está hecho la habitación, me es inevitable no detenerme a pensar que este lugar es la esencia pura de Isaac. Todo decorado en tonos oscuros y neutros, a excepción de los carteles astronómicos que cuelgan de las paredes; un pequeño escritorio frente a un pizarrón de corcho lleno de pequeñas notas con cálculos que jamás lograré entender; un par de libreros a cada lado de la cama con algunos gigantescos tomos que han logrado mantenerse en su lugar y, por supuesto, un deslumbrante telescopio cerca de la ventana.

Estoy tan absorta en esos pequeños detalles que solamente caigo en cuenta nuevamente del caos que hay a su alrededor cuando Isaac se agacha para recoger uno de los portarretratos que yacen en la alfombra sin importarle en lo más mínimo los pequeños vidrios rotos que lo cubren.

—Cuidado —menciono por inercia, pero me doy cuenta de que es absurdo cuando observo sus nudillos ensangrentados y magullados.

Ahora los golpes que oí parecen tener sentido, y eso solo hace que me sienta peor.

Isaac deja el marco en el piso y se levanta con la pura fotografía, en la cual posa él, mucho más joven, y otro muchacho que se le parece. Sus ojos vuelven a llenarse de lágrimas, por lo que me apresuro a intervenir.

—Ey —intento llamar su atención primero, posando una mano sobre su hombro—, por qué no vas a cambiarte de ropa y después te curo esas heridas, ¿vale?

Su camisa se encuentra humedecida por la sudoración que tuvo durante el ataque de pánico, además de que las mangas se encuentran salpicadas de su sangre.

—Isaac —enuncio su nombre, ya que no parece querer reaccionar.

Sacude la cabeza para despabilarse antes de asentir.

—Sí, de acuerdo.

—Bien. —Le sonrío a pesar de que no está viéndome.

Abre un cajón y saca la primera polera que encuentra para después abandonar su cuarto, dejándome sola.

Suelto el aire pesadamente y, en contra de mi naturaleza, decido ordenar un poco antes de alcanzarlo en el cuarto del baño. Hago su cama, la cual desprende su aroma mentolado, y también reorganizo los libros en sus estantes y acomodo los trofeos en las repisas. Igualmente junto la mayor cantidad de hojas que puedo y las deposito en su escritorio. Por último, con cuidado de no cortarme, me agacho para recoger los portarretratos del suelo, pensando que será complicado retirar los trozos de vidrio que se han pegado a la alfombra y recordando que alguna vez leí un artículo acerca de que utilizar pan blando puede ser una buena opción en casos así. Sin embargo, cualquier divagación relacionada con alimentos producidos a base de harina desaparece cuando vuelvo a toparme con la imagen que Isaac tenía en sus manos segundos atrás. La observo, esta vez más de cerca, intentando relacionar a los dos adolescentes que aparecen en ella.

—¿Roxana?

Dejo la fotografía a un lado, me yergo sobre mis talones y me apresuro a salir de la habitación. Recorro el pasillo hasta dar con la puerta del baño. Al asomarme, veo a Isaac sentado sobre la taza del retrete, con la mirada perdida en algún punto insignificante.

—¿Tienes algo con lo que pueda curarte? —inquiero.

Señala distraídamente el gabinete que se encuentra arriba del lavabo. Me acerco hasta este, abro la pequeña puerta y tomo lo necesario. Me acomodo delante de él y me coloco en cuclillas para estar a su misma altura. Intentando mantener una expresión neutra, agarro una de sus manos y empiezo a limpiar la sangre que se ha secado en sus nudillos.

No menciono palabra alguna, él tampoco lo hace, y entonces el ambiente dentro de aquel cuarto se vuelve pesado de repente, pero trato ignorar aquello mientras me centro en la cálida sensación de mis dedos rozando su piel.

Creo que eso solo empeora todo.

—¿No vas a decir nada? —indaga de repente.

Tengo el impulso de detener mis movimientos, pero decido que es mejor continuar y así tener una excusa para no verlo directamente.

—No creo ser yo la que deba de hablar, Isaac.

—Me expresé mal —admite—. ¿No vas a preguntar nada?

Niego con la cabeza.

—Tampoco me corresponde.

—¿Estás diciendo que, después de haber visto cómo he destrozado mi departamento, saber que he tenido un arranque de ira y verme tener un ataque de pánico, no vas a preguntarme el motivo?

—No me corresponde —repito. Le doy un vistazo de soslayo y desvío nuevamente la mirada cuando me topo con sus ojos—. Si tú quieres contármelo, lo harás; no quiero que sientas una presión por hacerlo solamente porque te he visto... así.

De repente me siento culpable por haber alargado como lo hice eso último, pero creo que es de lo menos relevante aquí.

Ante el silencio de Isaac, y tras haber terminado de curar su mano derecha, procedo a hacer lo mismo con la otra. Puedo sentir sus ojos siguiendo mis movimientos cuando deslizo el algodón por sus nudillos, pero finjo estar muy concentrada en limpiar la herida como para devolverle la mirada.

—Bien —pronuncia una vez que he terminado mi trabajo e intento ponerme de pie.

—¿Bien?

—Necesito que me acompañes a un lugar. —A pesar de que no lo enuncia de manera interrogativa, sé que tampoco es una orden, lo cual significa que puedo negarme. Pero no pienso hacerlo.

—De acuerdo —respondo sin titubear. Por mera curiosidad, le doy un vistazo al reloj, dándome cuenta de que el tiempo ha transcurrido más rápido de lo que había pensado—. ¿Noah...?

—Noah no va a regresar esta noche.

—¿Por qué...?  —Pero antes de que pueda terminar de formular la pregunta, Isaac ya se ha puesto de pie, deteniéndose debajo del marco de la puerta.

—Solo acompáñame, por favor —pide sin voltear a verme.

Suelto un suspiro por lo bajo.

—Está bien.

Me dirijo a la sala y espero ahí mientras Isaac regresa a su habitación por las llaves del jeep. Estoy por sugerir que yo puedo manejar esta noche una vez que él ya se encuentra en la estancia, sin embargo, él es más rápido que yo al hablar.

—No tenías que... —Se interrumpe él mismo para corregirse—. Gracias por arreglar el cuarto, y por ayudarme con las heridas. No te agradecí por eso en su momento.

—No fue nada, y descuida.

No es hasta que estamos por abandonar el piso cuando me percato de que Isaac está cargando una bolsa rectangular de un tamaño considerable. Decido quedarme callada, al igual que cuando, después de manejar por algunos minutos, cogemos un camino que nos aleja de la ciudad considerablemente y parece no terminar en ningún punto.

Un ligero nerviosismo se instala en la boca de mi estómago, así que intento repetirme silenciosamente que todo está bien y que puedo confiar en Isaac. No tardo mucho en convencerme de que en verdad creo eso.

Isaac aparca el auto en el lugar más desértico que he visto jamás en la isla y, sin mediar palabra, desciende del mismo. Abre una de las puertas traseras y saca el bolso que ha traído. Parece dudar un momento, pero finalmente termina por acercarse a mi lado y me ofrece su ayuda para bajar, a pesar de que no es necesario. Pienso que quizá es su manera de demostrar que está convencido de que yo también debería estar aquí.

Deja la bolsa en el suelo y se arrodilla para abrirla. Empieza a sacar algunos tubos metálicos y unos lentes de cristal. Solo confirmo mi teoría cuando sitúa el trípode sobre el piso: Está armando un telescopio.

Por un segundo pienso en ofrecerme a ayudarlo, hasta que analizo lo inútil que podría resultar eso, así que opto por dejarlo terminar el trabajo él mismo; al fin y al cabo no parece tener ningún problema para hacerlo.

—¿Podrías sentarte en el cofre del auto, por favor? —Rompe con el silencio al formular esa pregunta.

Me limito a asentir con la cabeza y hacer lo que me indica sin rechistar. Segundos después me doy cuenta de que me está usando de referencia para medir la altura a la que debe poner el artefacto.

Minutos más tarde Isaac ha terminado de ensamblar el telescopio y se permite sentarse a un lado mío antes de apuntar hacia algún lugar del cielo estrellado.

—¿Sabías que la Luna es el astro más fácil de localizar? —Detecto que solo está divagando en voz alta, así que me dedico a escuchar en silencio—. La fase importa mucho, también. Aunque muchas personas suelen pensar que lo mejor es observarla cuando está llena, eso es mentira. —Guarda silencio por un instante para darle otro vistazo—. El cuarto creciente deja vistas mucho más impresionantes debido a que el terminador, la franja que separa la zona iluminada de la oscura, muestra el relieve de las montañas y los cráteres lunares. Esto sucede gracias a las sombras, que proyectan las irregularidades, y estas no son visibles cuando hay luna llena.

—No tenía idea —comento una vez que ha terminado.

—¿Quieres ver? —Es la primera ocasión desde que llegamos aquí que se ha dignado a verme a los ojos.

Asiento apaciblemente, y entonces Isaac dirige el telescopio hacia mí y me ofrece el portaocular.

Cierro uno de mis ojos y acerco el otro al ocular. Tardo unos segundos en dar con la Luna, pero cuando lo logro, me es imposible apartar la mirada.

Wow —musito, y antes de que pueda agregar algo más, la voz de Isaac cala muy dentro de mí.

—Te he mentido —suelta.

Aparto la vista de golpe para clavarla en el perfil de su rostro. Un sabor amargo se instala en mi boca y siento mi pecho comprimirse ante el significado de esas palabras y la seriedad de sus facciones. Aun así, lo dejo continuar.

—Una vez —prosigue—. En tu cumpleaños. —Echa la cabeza para atrás y suelta un suspiro hacia el cielo—. Ese día me hiciste una pregunta, y yo no te respondí con sinceridad; no podía hacerlo.

Mi mente se pone a trabajar con rapidez, intentando rememorar el momento al que Isaac se refiere, pero no logro encontrar ninguno que encaje. Sin embargo, él es muy claro con lo siguiente que dice.

—Te dije que era hijo único, pero eso no es verdad. —Traga con esfuerzo al mismo tiempo que sus ojos empiezan a cristalizarse nuevamente—. Tenía un hermano.

No paso por alto el tiempo verbal que ha utilizado.

—Isaac...

—Tenía un hermano, Roxana —repite en un sollozo—. Ciro falleció a los catorce años por mi culpa... Yo maté a mi hermano.

. . . . . . . . . . . . . .

Tú:
Yo:
El de a lado:
La mosca de tu cuarto:

No olvides dejar tu valioso voto :)

Abrazos literarios,
–ℳau♡

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro